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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Feria Extraordinaria de San Miguel

Viernes 1º de octubre de 2021

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq-Parladé (5º) (correctamente presentados -muy bien el 2º-, con juego desigual; escasos de fuerza y descastados en general). El 1º fue devuelto a corrales por debilidad manifiesta. Pitados en el arrastre 1º y 5º. Con peligro muy deslucido el 6º.

Diestros:

Morante de la Puebla: Pichazo, pinchazo que escupe, media estocada, descabello (silencio; estocada entera (dos orejas).

Juan Ortega Pardo: Pinchazo, estocada (saludos desde el tercio); estocada (saludos desde el tercio).

Andrés Roca Rey: Estocada caída (aplausos); pinchazo, estocada (saludos desde el tercio).

Banderillero que saludó: Juan José Dominguez en el 3º.

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: soleado, caluroso al principio.

Entrada: lleno de no hay billetes sobre un aforo del 60%.

Imágenes

Video resumen AQUí

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver Morante se labra su propia leyenda

Para empezar por lo malo, los de Juan Pedro no sirvieron ni a medias, como suele ser habitual. Y después está Morante, que con el cuarto, que en otra ocasión no le habría durado dos minutos, realizó una obra de arte, valor, entrega y pasión que ha entrado desde ya en la historia de la tauromaquia. El de la música ni se enteró de lo que estaba pasando y cuando quiso empezar a tocar, Morante lo mandó callar con razón. El presidente, ¿cómo se iba a atrever a sacarle un pañuelo de aviso?: lo sacan de la plaza a gorrazos…Y entonces, con un toro por el que nadie daba un duro, realizó una excelsa faena de temple y pasión a la vez. La voltereta, por la cercanía increíble en los terrenos que estaba, fue de órdago… Pero repuesto con el tradicional método del botijo por el cuello, recetó una estocada fulminante. La plaza, que ya estaba loca, rugió y pidió los máximos trofeos que el usía, equivocado, dio de uno en uno. También vimos capotazos y pases con la muleta de muchísimo arte. Y Roca Rey no tuvo enemigos ni para el arrimón siquiera. Este Morante, maduro, consciente de su cita con la historia, es impensable adónde puede llegar. De momento, hoy ha escrito una página de la historia eterna de la tauromaquia, ha empezado a labrar su propia leyenda.

Lo mejor, lo peor

Por Antonio de los Reyes

Lo mejor. Un ambicioso y arrebatado Morante hace historia en la Maestranza tras dejar una meritoria actuación de dos orejas y algo más. El Cigarrero, con paso firme y acelerado, salió abrazando y pellizcando su capote hacía su oponente. El rum rum sanaba y Morante paró al toro de manera peculiar, por tijerillas de rodillas. El lio se formó y la plaza terminó de rugir cuando hizo el toreo a la verónica. Pero todo no fue eso, el diestro quiso más y más con el capote, un ambicioso y arrebatado Morante que terminó cuajando una gran faena al natural y sacando del pozo más agua de donde no la había. Y la insistencia siguió, muy encajado acabó enloqueciendo los tendidos hasta que llegó la dramática cogida de la que se libró. Un milagro. Sin duda una faena para el recuerdo y para la historia de esta plaza.

Lo peor. Roca Rey de vacío en una tarde en la que no pudo destacar. Nada fácil se lo puso Juan Ortega y mucho menos Morante de la Puebla y los deslucidos de Juan Pedro Domecq. Finalmente el peruano trasteó haciendo lo suyo, sin lucimiento y pasando desapercibido.

Crónicas de la prensa

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. Morante, entre el cielo y la tierra…

El ejercicio de la crítica choca con las palabras cuando pretende describir las emociones, que nada tienen que ver con la simple y dura geometría del toreo. Pero es que la corrida de este viernes, tercer cartel estrella del ciclo de San Miguel, obedecía a un denso argumento interior que también merece ser contado. Se trataba de aferrarse al cetro, de dejar despejadas las gradas del trono de paladines y aspirantes y proclamar, como los antiguos imanes de la Giralda, quién manda aquí. Así lo entendió Morante, dueño y señor de un festejo en que –con o sin el escaso fondo de la corrida de Juan Pedro- hubo pocas concesiones al aburrimiento.

La cosa había empezado regular. La invalidez del primero obligó a soltar el sobrero, un toro de hechuras equinas y casi tan blando como el titular con el que Morante, muy metido en la tarde desde el segundo uno, barajó escasas opciones. No merece la pena entrar en si metía la cara por aquí y por allí. La gente se había embelesado con las maravillosas formas de Ortega; no había terminado de comprender el esfuerzo baldío de Roca Rey con el tercero… Y salió el cuarto, colorado y de bonitas hechuras. Morante lo recibió con tres cambios de rodillas, esa añeja suerte que fue el fuerte de Fernando El Gallo, nudo fundamental en la transmisión del hilo del toreo y padre de Joselito. Ese afán arqueológico se iba a mantener en los primeros capotazos de mano alta que no transportaron a la Edad de Plata pero, según se empleaba el toro en el capote, los lances se fueron convirtiendo en una maravillosa expresión artística –crujía la cintura del torero y estallaban los tendidos- que subió de tono y se desbordó en la fascinante media.

Sonó la banda y también prendió una melodía interior, esa música callada del toreo, que se mantuvo en otras concesiones a la vieja historia del toreo: sorprendieron las tijerillas al estilo antiguo como galleo para poner al animal en suerte. Ortega también entró al quite pero el toro, ésa es la verdad, andaba frito de todo. No iba a importar. Morante se empleó en una primera fase de la faena, iniciada con muletazos por bajo plenos de sabor. El toreo fluía poco a poco, extrayendo el agua de un pozo hondo con paciencia de alquimistas. Había que dar el paso y meterse en la cuna, consentir al toro…

Un larguísimo pase de pecho marcó la frontera. Se había roto el velo. Morante se emborrachó de toro y toreo, comprometido en el cite y jugándose el pellejo en una tromba de naturales que empezó a sacudir la plaza como una tormenta de verano. Tuvo paciencia para esperar al toro y desatar la locura. La plaza de partió en dos; había sido posible el milagro. La banda de Tejera, una vez más, se enteró tarde del asunto y Morante –que ya había sufrido las veleidades de su director- la mandó callar con cajas destempladas. El toreo seguía brotando en su palo más puro, con la muleta en la izquierda, pero el toro acabó echando mano al diestro de La Puebla, que voló por los aires en una feísima voltereta de la que salió maltrecho pero milagrosamente ileso.

¡Y se puso otra vez a torear en medio de una ovación emocionante! Las gargantas eran un nudo cuando Morante volvió a dar el paso y citó al toro, volviéndolo a cuajarlo a pies juntos. Un molinete invertido despidió la faena y preludió el grandioso volapié. Cortó las dos orejas pero le tenían que haber dado el rabo. En otro tiempo, en esta misma plaza, los aficionados se habrían echado en masa al ruedo para descerrajar esa puerta que se mira en el Guadalquivir. Ni orejas ni gaitas. Después de esto deberían tapiarla.

Amainó la tormenta. Ortega y Roca Rey salieron al ruedo absolutamente noqueados. El sevillano fue una sombra de sí mismo con el quinto, un toro de más a menos que prometió mejor comportamiento en la lidia. Pero antes había vuelto a embelesar a la plaza de la Maestranza con esas hermosas formas –el trazo de sus muletazos es el más rabiosamente clásico del toreo- en una faena, la dictada al segundo de la tarde, que supo aprovechar a la perfección la débil nobleza del toro de Juan Pedro. El trasteo comenzó, sin preámbulos, con un molinete ceñido que ligó a los muletazos cambiados de pitón a pitón para salir a los medios. La cadencia, el aire intemporal de su puesta en escena, la sencillez de lo clásico se hicieron presente en una labor que fue de lío gordo en una excelentísima tanda diestra y en una limpia serie de naturales. Pero el toro estaba listo y el propio torero perdió un tanto el hilo en un puñado de muletazos que no añadieron nada al asunto. Debe profundizar en el toreo fundamental para pasar cierta raya. La espada tampoco ayudó.

Roca Rey, por su parte, hizo un esfuerzo sordo y sin recompensa con sus dos toros. Con el primero, que tenía su guasa y siempre miró al torero, se empleó en una faena entregada, muy comprometido siempre, que no encontró ningún eco en el tendido. Tampoco iba a funcionar la cosa con el sexto, un toro rebrincado y deslucido que iba a hacer infructuosos todos sus esfuerzos. Había concluido la corrida y el ruedo, con la noche echada y plagado de sombras, permanecía solitario. Morante pasó las rayas y cumplimentó a la presidencia con esa inimitable cortesía de otro tiempo. Abandonó la plaza, seguido de sus hombres, en medio de una ovación de gala. Había rendido la plaza y había lanzado una seria advertencia: muchachos, aquí mando yo.

Por Antonio Lorca. El País. Morante, un torbellino de genialidad

La lidia del cuarto toro fue, de principio a fin, una auténtica locura. Un torero genial en estado de gracia y la plaza convertida en un manicomio, con un público extasiado y arrebatado. ¿Y el toro? El toro era un inválido total con cara de no haber roto nunca un plato. Pero, qué importancia puede tener un toro cuando Sevilla ha hecho realidad un sueño y se ha fundido con uno de sus hijos predilectos. Domecq / Morante, Ortega, Roca

Morante, un torbellino de genialidad, un torero empeñado en mantener el cetro de toreo de arte, y para ello se transfiguró como nunca para bajar la locura al albero con la inspiración, la improvisación, la orfebrería y la armonía de una tauromaquia diferente.

Recibió a ese toro de rodillas en el tercio con tres largas de tijeras que sorprendieron al mundo; siguió después a la verónica clásica y algunas lucieron verdaderamente espléndidas. Sonó la música y los tendidos se rindieron ya al arte del sevillano.

Llevó el toro al caballo con un galleo espectacular, andando hacia atrás con el capote por delante y los brazos cruzados y, después, capoteó de nuevo con dos verónicas y media. Le respondió Ortega del mismo tenor.

Para entonces, el animal ya había cantado la gallina por varios palos, se había desplomado dos veces en su paso por el caballo y el presidente había cogido el pañuelo para devolverlo a los corrales.

Pero era tal la algarabía y el protagonismo de Morante que el palco prefirió no enrarecer el ambiente.

Tomó el torero la muleta y comenzó por ayudados por alto con una rodilla en tierra; no había transcurrido un minuto cuando el toro volvió a morder el polvo dos veces más. No importó a nadie. Morante había entrado ya en éxtasis y los tendidos con él. Mima a su oponente y le roba muletazos vistosos a base de una entrega desconocida. Se suceden las pinceladas, muy afanoso el torero y apasionado cada vez más el ambiente; se envalentona Morante ante la claudicación evidente del animal; suena la banda de música y el maestro la hace callar con gestos estentóreos, molesto, quizá, porque no había tocado antes.

En pleno arrebato general, el toro le pisa la muleta y lo desarma, intenta Morante arrebatarla de las pezuñas y se gana una voltereta morrocotuda, de modo que el costalazo en el albero fue de padre y muy señor mío. Lo reanimaron con el agua bendita del botijo y volvió a la cara del toro con el rostro demudado y el firme propósito de acabar cuanto antes. Una estocada defectuosa fue suficiente para que los tendidos se poblaran de blanco y las dos orejas las paseara el sevillano en una vuelta al ruedo tan lenta como apoteósica.

Y ahí el festejo echó el telón. Morante había acabado con el cuadro con un festín de improvisación propio de un torero distinto.

Morante se había apoderado del corazón de todos los presentes y nada de lo que hicieron después Juan Ortega y Roca Rey tuvo importancia a los ojos de los tendidos. Bien es cierto, no obstante, que los últimos toros, como los demás, fueron ejemplos vivos de ruina, y la voluntad manifiesta de los toreros no pudo evitar el desastre.

Quede constancia, no obstante, que Ortega, que también goza ya de un rincón en el alma de esta afición, dejó destellos de torero de altura en su primero. Es una bocanada de aire fresco, en la que prima la exquisitez y la estética sublime. Así lo demostró con una faena pinturera, preñada de temple, naturalidad y buen gusto. No había toro, y todo quedó reducido a una ovación.

¿Qué pintaba Roca Rey en este cartel de artistas? Se le vio como convidado de piedra, y bien que intentó de mil maneras alcanzar su parcela de protagonismo. Voluntarioso, valiente y variado en todo momento, pasó ciertamente desapercibido.

Morante, que nada pudo hacer ante su descastado primero, salió cojeando de la plaza y seguro que este sábado, día de su 42 cumpleaños, se levantará dolorido; pero muy feliz, como Sevilla misma, aunque triunfara con un inválido. Y este domingo, Morante, con los miuras…

Por Patricia Navarro. La Razón. Morante: un extraterrestre en honor al toreo

Aquello no fue torear ni estar bien ni mal ni perfecto ni tan siquiera colosal. Lo que hizo ayer Morante al cuarto fue otra película. Una locura. Un viaje al lugar de nunca jamás, del que nunca jamás quieres volver. Una faena inolvidable, un punto y aparte que te deja tan exhausto que no hay más aliento detrás. Fuera de juego ya. Es imposible acumular más toreo entre los cuatro costados del diestro de la marisma en ese torrente de improvisación. Por tijerillas de rodillas nos sorprendió en el saludo de capa y un huracán le siguió después a la verónica, hasta los medios, arrebujado y mentón hundido, Morante vamos, cierras los ojos y lo ves; el corazón va por otro lado. Quitó después, como si quisiera agotar su alma, abandonado y rescató las suertes del pasado para llevar el toro al caballo. Soberbio. Un manicomio la plaza.

Tras haber hablado con dios cara a cara creímos que era el momento de bajar a los infiernos con esa media arrancada que cobijaba el animal. Rodilla en tierra, diana de torería, y un canto a la pureza, fue el arranque de faena, tan potente que la verdad elimina todo, hasta el tiempo. Morante lo marca, rompe las estructuras tradicionales para crearlas a su antojo en un puñetero deleite en ese instante de la vida. Silenció la música. Ni falta que hacía. Extraordinarios los muletazos de José Antonio, al natural, por derechazos…Navegaba en otra órbita, entre el tormento, la entrega, el arrebato y un valor tan descomunal como su toreo. Morante duele, toca todos los resortes al unísono. Y emociona, como pocos, como ninguno. Se fajó con el toro, se dejó llegar los pitones a la altura de la barriga, impávido, creído, torero, el ánimo de la plaza era pura electricidad y en una de esas le colgó de un pitón para estamparle sobre el albero después. Se repuso más para allá que para acá, pero con el pundonor íntegro. Volvió a la cara del animal, nos empujó al abismo de las emociones y justo ahí se perfiló para entrar a matar. Detrás de la espada el sevillano. Los dos trofeos, que se quedaron cortos. La faena era de rabo. Morante, sobrenatural. Morante, en un espectacular derechazo en Sevilla.

El resto fue recuperarse de lo vivido. Y eso que Juan Ortega se puso a torear a la verónica al quinto y se desinfló cuando llegó la hora de la muleta con ese toro que se dejaba con el fuste justo. Lo de Morante le había pasado factura, de la misma manera que la faena de Ortega al segundo arrebató, quizá, al torero de La Puebla. En ese caso se lo guardó Ortega todo para la muleta. Y lo hizo tan lento, tan despacio que hubo muletazos inverosímiles. ¿Era posible? Cuando teníamos la retina acostumbrada a los tirones de otros días venía Ortega y nos devolvía los sentidos. Así fue toda la faena. Medida, gozada, con trincheras de cartel y una armonía fuera de lo común. Torería, lo diría hasta Miguel Bosé y esta vez no negacionista. Fue todo tan perfecto que la imperfección a espadas fue como un puñal en el corazón. Lo de Morante se vivió en otra galaxia.

Nada quedó tras el explosivo comienzo de faena de Roca Rey al tercero, de rodillas y con arrucina incluida. Después vinieron las líneas rectas y ya habíamos transitado el maravilloso misterio de las curvas. Un complicado sexto le dejó fuera de juego en una tarde para la historia. Histórico Morante de la Puebla, un extraterrestre en honor del toreo.

Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. Arrebatado, imperial, único…

Había amanecido el gran día, viernes sin farolillos pero con un cartel que no admitía una sola objeción. Y se cuelga el no hay billetes, cuarto del ciclo, y la tarde es rutilante, sevillanísima, sin que le falte al guiso un perejil. Es la tercera cita del gran chamán de La Puebla encabezando una terna para soñar. Es también la tercera aparición del hombre que nos hizo salir toreando por las calles hace una semana, ese Juan Ortega presente ya en todos los devocionarios de la Fiesta para que le acompañe en su despedida el mayor imán de las taquillas de hoy, el peruano Andrés Roca Rey. Y en los chiqueros, seis toros de Juan Pedro Domecq, digno hijo de aquel criador de toros artistas, y que ha traído un lote completamente de cuatreños y bastante vareados.

Pero no puede empezar peor la tarde, pues el primer juampedro ve el pañuelo verde por su falta de fuerza y en su lugar sale un hermano sin las hechuras debidas para Sevilla. Tampoco sirve, embiste a saltos y Morante se lo quita de encima tras intentar un imposible. Y en el cuarto, de forma inopinada por las condiciones que exhibía el toro y gracias a cómo Morante fue inventándose la faena soñada, ésta surgió. Ya con el capote, el cigarrero había desempolvado una tauromaquia antigua con tijerillas genuflexo, con lances de revés para llevarlo a caballo, como si estuviera homenajeando a José, su ídolo. El acabóse llegó en la muleta mediante un Morante arrebatado, imperial y único que daba naturales redondos y redondos con una naturalidad marca de la casa y sin necesidad de que tocase la banda. Y en su arrebato fue cogido de mala manera, se fue por la espada y mató como dicen que mataba Lagartijo el Grande. Las dos orejas y la constatación de que, al fin, Morante se confirma como el torero de Sevilla.

Esperado con devoción Juan Ortega, su primero no le dio opciones con el capote, pero sí impregnó de torería el albero con la muleta. Con un majestuoso toreo a dos manos, el trianero llegó a los medios para pegar un par de trincherillas llenas de sevillanía. Haciéndolo todo muy despacio, diríamos que casi inventándose una faena que el toro no merecía, poniéndolo todo el torero y siempre muy despacio, marchoso aun con naturalidad en los desplantes, el pinchazo que antecedió a la estocada dejó todo en saludos desde el tercio. Cuando sale el quinto la plaza ya está sumida en el Síndrome Morante, en esas condiciones resulta complicado torear y si el toro no colabora, misión imposible, pero Juan Ortega sale de este San Miguel con el cartel por las nubes.

La tarde fue de absoluto contraestilo para Roca Rey, un torero que nunca optó por esta ganadería. Fue la tarde más gris en la andadura sevillana de Roca Rey y no puede decirse que no lo intentara, pero él necesita un toro que aporte más emoción que estos artistas de Juan Pedro Domecq. No pasó del saludo en ambos y la tarde, ya noche cerrada, remató con la gente toreando por las calles gracias a ese milagro que un torero como Morante es capaz de hacer con un toro.

Por Andrés Amorós. ABC. Sevilla se rinde al cante grande de Morante en una faena histórica

Feria de Otoño: el genio se quedó a orillas del Guadalquivir En la mejor temporada de su carrera, cuando ha asumido plenamente su responsabilidad de primera figura y ha logrado faenas espléndidas en muchas plazas, Morante no había tenido hasta ahora fortuna en Sevilla. Esta tarde, por fin, cuaja una faena memorable, corta las orejas y deja rendida Sevilla a sus pies. Con un poco más de fortaleza de los toros de Juan Pedro, hubiera podido abrir de nuevo la Puerta del Príncipe porque el público estaba totalmente entregado. Cuando alguien torea así, los otros diestros lo tienen muy difícil. Juan Ortega vuelve a brillar en el capote y deja muestras de su singular estética; Roca Rey, de su gran capacidad y su valor. Pero ésta era la tarde de Morante.

¿Y los toros? Queda claro que el público no atiende a ellos a la hora de comprar su entrada. Por eso surgen tantas decepciones. Resulta que, en un conjunto de once corridas de toros, repiten dos ganaderías, Garcigrande y Juan Pedro. ¿No había otras dignas de venir a esta plaza de los toros? ¿Decide esto la empresa o lo exigen las figuras, para torear en Sevilla? Y la anterior corrida de Juan Pedro , con un cartel casi igual al de hoy -repiten los dos primeros diestros- salió muy dulce, muy floja y muy parada, aunque permitió que Juan Ortega se luciera con el capote. ¿Es eso lo que se busca, el toro que ‘se deja’, que no plantea problemas? Me temo que así es.

Unas verónicas, realmente extraordinarias, bastaron el pasado viernes para consagrar a Juan Ortega como singular artista del capote y ejemplo de la estética sevillana, heredero -para algunos, incluso, rival- de Morante. A la vez, continúa con su fragilidad técnica y su irregularidad con la espada. En el segundo toro, que va y viene, vuelve a mostrar su naturalidad y su buen gusto en los lances y en las chicuelinas del quite. Comienza con un molinete, algo bastante sorprendente. La faena no es compacta pero abundan los apuntes, los esbozos de la estética que aquí tanto gusta: uno de pecho que parece eterno, unos derechazos a cámara lenta… pero no redondea. Y no mata bien, sin jugar la mano izquierda. Después de la gran faena de Morante, lo tiene muy difícil, en el quinto. Le saca algunos naturales limpios pero también le tropieza la muleta y acaba sufriendo un desarme. La faena intermitente provoca división y vuelve a matar regular. Está claro que tiene algo especial pero le falta oficio.

Todo lo contrario de lo que le sucede a Roca Rey. Sabemos de sobra que arrasa, que no se deja ganar la pelea por nadie. Cuando las cosas no se le ponen fáciles, recurre a una exhibición de valor de éxito seguro. Pero eso no es lo que más valora la sensibilidad sevillana . Su gran reto es no quedarse en un estilo tremendista, por mucho éxito que tenga, sino evolucionar hacia una mayor calidad en el toreo clásico. Cuidan en varas al flojo tercero. Comienza de rodillas, intercalando muletazos cambiados. Su gesto cde arrogancia, en la línea de Luis Miguel Dominguín, no rima bien con un toro que pronto rueda por el albero. Muestra su poderío pero, para que el público se emociones, necesita un toro más fuerte. Este animal se queda a mitad y la faena, también. Mata muy bien, hasta la mano, como un cañón, pero la gente responde poco. En el último, también en la resaca colectiva por ‘lo de Morante’, vuelve a lucir su gran capacidad al recibirlo con lances variados, barrocos, a la mexicana, pero el toro se derrumba ya antes de varas. La faena de muleta es firme pero el toro flaquea, dice muy poco; aguanta algunas coladas y mata a la segunda. Tiene muchas cualidades pero no la estética por la que este público se pirra.

Como decía don Manuel Machado al final de su popular poema, ‘Y Sevilla’, esta tarde hay que decir: ‘Y Morante’. El primero flaquea y es sustituído. El sobrero también es flojo. Comienza por buenos ayudados por alto, logra buenos naturales pero el toro, por flojo, derrota por alto, desluciendo las suertes. Mata sin estreccharse. Sorprende a todos sl recibir al cuarto de rodillas, con tres preciosos recortes. Luego, mece las verónicas y la plaza entera es un clamor. Lo lleva al caballo con fantasía. (Brilla Trujillo, en banderillas). Comienza por alto, rodilla en tierra, evocando a Rafael el Gallo. La pregunta habitual: ¿aguantará el toro? Le hace aguantar: tira de él, provoca la arrancada, acompaña con la cintura. La Paza entera se ha vueto loca (aunque la magnífica Banda no se ha enterado). Definen, a mi lado, con una sola palabra: «Categoría». O, como aquí dicen, uniendo los dedos: «¡Cumbre!» Está Morante en un sitio tan de verdad, tan comprometido, que el toro lo empitona. Todavía dibuja naturales de frente, a lo Manolo Vázquez, y enlaza con una gran estocada: las dos orejas no las discute nadie. La vuelta al ruedo es lentísima, solemne. Escucho un comentario: ‘Si el toro aguanta un poco más, le corta el rabo’. Así es. Ha unido técnica, valor y arte, los tres pilares del toreo. Queda para el recuerdo la extraordinaria faena de Morante, auténtico cante grande.

Por Jesús Bayort. ABC. ¿Qué más tiene que hacer Morante para cortar un rabo en Sevilla?

Apunten la fecha de hoy: día 1 d. M. (después de Morante). La tarde en que Sevilla, recíprocamente, se entregó al artista que con más valor ha toreado en toda la historia del toreo. La corrida en que los anales de la tauromaquia insertaron un salto de página para comenzar otro nuevo capítulo. El día en que la Maestranza dejó de ser una plaza de toros para convertirse en un manicomio.

Si no tuvieron la bendición de presenciarla, por favor, no vayan a preguntar por ella ni osen verla repetida. En la pasión no caben los análisis ni las reposiciones. Morante toreó como jamás hemos soñado los aficionados. Se arrebató con unas agitanadas verónicas, inició la faena como un toreo viejo, se entregó como un chiquillo que pide una oportunidad y se rompió la cintura para torear como los ángeles. Hablando en plata: Morante devoró a todo el escalafón.

Después de veinticinco temporadas como matador de toros, Morante por fin entró por la Puerta del Príncipe del corazón de Sevilla. Ese mismo pórtico por el que los aficionados debieron sacarlo en hombros. Hay cosas que jamás entenderé: cómo una norma reglamentaria se impone al fervor popular. José Antonio Morante Camacho debería estar en estos momentos a la altura de Gelves, sobre nuestros hombros, camino de su Puebla del Río. Y todo ello, pese a la inoportuna banda de música y al tacaño presidente, quien sacó los pañuelos de uno en uno, y entre tramos prolongados, no vaya a ser que a los aficionados les diera tiempo a pedir más trofeos.

Y ahora les pregunto yo: ¿Qué más tiene que hacer este torero para cortar un rabo en Sevilla? Porque no se puede torear con más compás, con más valor y con más capacidad. Y por si faltaba un registro más en su tauromaquia, por momentos estuvo hasta batallero. Se empecinó en cuajar al toro y hasta que no lo consiguió, no paró. ¡Cómo se lo pasó al natural por la faja, vaciándolo atrás de la cadera! Y ojo, que después del hostión lo mató en todo lo alto, al ralentí. Cómo no estaría de bien que hasta me acabó gustando su vestido de torero.

Y terminamos esta contracrónica, del día 1 d. M., dándole nuestro más sentido agradecimiento a Juan Pedro Domecq, por colaborar en el triunfo; y a Juan Ortega y Pablo Aguado, por estimular al rey del toreo sevillano.

Por Toromedia. Morante de la Puebla corta dos orejas y se adueña de la tarde

Morante de la Puebla se adueñó de la tarde y se podría decir también que de la Feria. Su faena al cuarto ha supuesto la eclosión que necesitaba la feria gracias sobre todo a un toreo al natural que queda para el recuerdo de los aficionados. Morante le ha cortado las dos orejas al toro de Juan Pedro y ha creado un clima de auténtica catarsis. Un acontecimiento único. Juan Ortega también hizo una faena con buenos momentos a su primero, pero pinchó, mientras que Roca Rey ha sido todo entrega pero sin poder en esta caso puntuar. Ambos se fueron de vacío en la tarde de Morante.

Morante se lució de capa con el primero de la tarde, un toro justo de fuerza que fue devuelto. El sobrero no le permitió lucirse en el capote y dio una voltereta que lo quebrantó. Fue protestado por el público. Morante comenzó la faena de forma variada con ayudados, molinetes y otras alergrías, pero se apreció que el toro se defendía. Morante optó por torear por el pitón izquierdo y dio una serie estimable, pero en la segunda el toro volvió a defenderse y a probar. El de La Puebla optó por irse a por la espada. No se podía hacer más. Pinchó y tuvo que descabellar.

En el segundo de su lote llegaría la explosión de la tarde. Morante formó un lío con el capote. Recibió al toro con tres recortes rodilla en tierra seguidos con un monumento a la verónica, destacando los lances por el izquierdo que hicieron sonar la música. Llevó el toro al caballo con tijerillas, una suerte decimonónica. Y a continuación hizo un quite con dos verónicas y media. Juan Ortega hizo un quite toreó a la verónica y cerró con media. Morante sacó al toro a los medios con ayudados con una rodilla en tierra. Comenzó toreando con la derecha dando tiempos al toro, con compostura pero sin apretarle. Al natural el toro perdió las manos un par de veces y bajó el tono, pero Morente se enfadó más y dio paso a los mejores momentos de la tarde y de la feria. Tanto es así que la cumbre de la tarde llegaría avanzada la faena, cuando Morante se arrebató y toreó al natural con una belleza y una profundidad desgarradoras. En el colmo de la entrega, cuando estaba verdaderamente roto toreando al natural, fue cogido de fea manera pero por fortuna sin consecuencias. Se repuso, dio una tanda más y mató de estocada. Cortó dos orejas rotundas.

Juan Ortega lo intentó de capa en el segundo, un toro que se fue suelto sin permitir el lucimiento. Recibió dos puyazos contundentes y Roca Rey entró en quites para torear muy ceñido por chicuelinas. Ortega firmó un inicio de faena con sevillanía, a base de trincherazos, molinetes y otras alegrías. La primera serie con la derecha tuvo temple y trazo. Al natural también toreó despacio y con compás, rematando con precioso kikirikí. La cumbre de la faena fue la siguiente serie con la derecha, de trazo exquisito y mucho temple. Sobró el final. Mató de pinchazo y estocada. El toro tardó en caer y el público se enfrió. Fue ovacionado.

Juan Ortega hizo gala de su buen toreo a la verónica en el quinto. Hubo un intento de quite fallido y el toro fue medido en el caballo. El de Juan Pedro llegó a la muleta con el gas muy justo y no prestó emoción a lo que le hizo el sevillano. Lo intentó con ambas manos pero no pudo componer faena. Pesaba en el ambiente la obra arrebatadora de Morante.

Roca Rey se salió con oficio con su primer toro a los medios con el capote. Saludó en banderillas Juan José Domínguez. La faena comenzó de rodillas con una apuesta fuerte, tragando miradas del toro. Con la derecha ligó dos series llevando al toro. Al natural subió el tono imprimiendo más intensidad a los muletazos, pero la faena se cortó en la segunda serie por ese lado al ser desarmado. Buscó la distancia corta en el final de faena y el público se impacientó un poco. Mató de estocada efectiva.

Roca Rey salió espoleado en el sexto por el triunfo de Morante. Protagonizó un variado recibo de capa en el que arriesgó mucho. Cuidó al toro en el caballo y comenzó la faena en terrenos de afuera, encontrando una embestida rebrincada y compleja. Lo intentó el peruano pero con un toro así era muy difícil. La faena transcurrió entre sustos por las coladas del toro y el aguante del torero. Fue aplaudido.

Fotografías: Arjona/Toromedia.

1_octubre_21_sevilla.txt · Última modificación: 2021/10/04 22:49 por paco