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Real Maestranza de Sevilla

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Feria de San Miguel, sábado, 24 de septiembre de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Alcurrucen (regularmente presentados, mansos y descastados; pitados 4º y 5º; el 6º devuelto por descoordinación; 6º-bis de El Tajo (Joselito).

Diestros:

Morante de la Puebla: dos medias estocadas caídas (aplausos); estocada atravesada, tres descabellos (pitos).

Paco Ureña: tres pinchazos, estocada atravesada, aviso, dos descabellos (silencio); pinchazo hondo (saludos desde el tercio).

Javier Jiménez: pinchazo, estocada (vuelta al ruedo); dos pinchazos (saludos desde el tercio).

Banderillero que saludó: José Luis López “Lipi”, de la cuadrilla de Javier Jiménez, en el 6º.

Incidencias: el matador de toros Javier Jiménez sufrió una voltereta en el de cierre que no le impidió continuar la lidia. Posteriormente fue atendido en la enfermería. Parte médico: “Varetazo corrido en región pretibial derecha y herida contusa en labio inferior que sutura. Pronóstico leve”.

Presidente: Fernando Fernández-Figueroa.

Tiempo: soleado y caluroso al principio.

Entrada: lleno con huecos.

Video: https://vimeo.com/184138527.

Crónicas de la prensa:

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Feria de San Miguel 2016, capítulo uno. Los alcurrucenes, o como en una de esas cuentas taurino satíricas de Twitter, decía alguien los “mansurrucenes”, se cargaron la “hangá”, o sea, la tarde. Parece lógico que las “escurriuras” de la “camá”, que es lo que se lidia a final de temporada, no salga bueno. Pero entonces no te anuncies en Sevilla por San Miguel, si es que vas dejando lo de peor nota para el final. En fin, se salvó el tercero, que fue un buen toro, con movilidad y basta. Algunos quieren ver en este “Clarinete” un dechado de todo lo bueno. Pero no fue para tanto. Es más empezó embistiendo sin clase y luego fue a mejor, en las manos y por las manos de Javier Jiménez, valiente y decidido toda la tarde, que además templó y se gustó con este tercero. El de Espartinas, tras los aldabonazos de Pamplona, Madrid y otras plazas, no quiere dejar el sitio que ha ganado y cada día sube un peldaño más. Morante quiso toda la tarde, que conste, pero no tenía con qué. Lo mismo que le pasó a Ureña que se diría para esto he venido yo a Sevilla, mejor me hubiera quedado en casa y mantendría mi crédito para la Feria del “referendum”. Impresentable que una gran parte de público, mas bien de sol, abucheara a Morante cuando fue a hacer su quite correspondiente y reglamentario al sexto. El personal es que no se entera.

Lo mejor, lo peor

Por Sandra Carbonero

Lo mejor: Jiménez busca su sitio. Javier Jiménez ha sido la brisa de aire fresco en una tarde soporífera. El de Espartinas ha demostrado sus más que suficientes cualidades para poder estar anunciado en cualquier Feria. Se gustó en el recibo al tercero, que resultó ser el mejor astado del encierro de Alcurrucén. Jiménez lo metió en las telas, llevándolo con mucha despaciosidad y temple. Actuó con mucha inteligencia y midiendo mucho los tiempos. Con la zurda, también brotaron naturales profundos. Remató su labor un trincherazo con mucho sabor. Pinchó antes de meter el espadazo, algo que pudo enfriar al público y se tuvo que conformar con dar una vuelta al ruedo. El sexto fue un sobrero de El Tajo que sustituyó al descoordinado animal que había saltado al ruedo. Sorprendió el pique de quites que hubo entre Morante y Javier, aunque no llegaron a rematar por culpa de las escasas condiciones del toro. La ovación más grande se la llevó Lipi tras poner un extraordinario par. Poco más pudo hacer Jiménez, que terminó sufriendo una gran voltereta. Ureña se topó con un lote imposible para el triunfo. Su primero fue un desclasado astado que echaba la cara arriba al salir del muletazo, mientras que el quinto fue otro manso sin transmisión. El murciano estuvo voluntarioso, entregado y muy por encima de sus oponentes. El público supo reconocerle el esfuerzo que hizo. Morante tampoco tuvo una tarde inspirada. Dejó detalles con el manso y escaso de fuerzas que abrió plaza. José Antonio lo intentó al son de los olés de sus seguidores, pero la faena no terminó de tomar vuelo. Con el cuarto, tiró por la calle del medio y tras un trasteo de probaturas, lo pasaportó.

Lo peor: Descafeinado comienzo de Feria. La corrida de Alcurrucén, muy bien presentada, estuvo vacía de casta y bravura. Al comienzo del festejo se guardó un minuto de silencio en memoria del ganadero Antonio Pérez-Tabernero.


Javier Jiménez da la única vuelta al ruedo de la tarde

Toromedia

El primero de la tarde no dio opciones a Morante con el capote, en el que manseó. En la muleta, el de La Puebla mostró la calidad de su toreo en algunos derechazos sueltos y logró incluso ligar una serie haciendo embestir a un toro muy parado. También al natural logró extraer una serie estimable. Terminó con la derecha en una labor en la que estuvo muy por encima de su oponente y muy templado.

Tampoco se prestó al lucimiento el segundo de su lote. Nada pudo hacerle de capa y en este tercio solo se lució Ureña en el quite que hizo capote a la espalda. A la muleta el toro llegó parado y sin clase y, tras probarlo por ambos pitones, Morante abrevió y mató de estocada y varios descabellos.

El segundo, también manso de salida, tampoco dejó a Ureña lucirse de capa. Salió suelto del caballo y a la muleta llego igual, pero el torero de Lorca supo encelarlo en la primera serie. En las siguientes el toro llevo siempre la cara alta, desluciendo el remate de los muletazos. El murciano estuvo firme pero no tuvo materia prima con un animal cada vez más parado y desentendido de la muleta. Salió tropezado al entrar a matar. Tres pinchazos y estocada y descabello. Silencio.

Ureña lidió de forma eficaz con el capote al quinto, intentando fijar otra embestida huidiza. El toro buscó chiqueros en el tercio de banderillas. Ureña le cambió los terrenos y le dio una primera serie con la derecha, en la segunda por ese lado el toro ya se defendió. Cambiaba de ritmo en su embestida y no lo ponía fácil. Ureña se empleó y esforzó en una faena larga y sobona pero sin eco en el tendido. Media estocada.

Javier Jiménez calentó el ambiente en el tercero con un buen recibo en el que destacaron verónicas y una revolera de cierre. El toro quedó muy parado en la brega y Jiménez brindó al público. En la primera serie el toro pareció reaccionar y el torero ligó con temple. Hubo una segunda buena y la música comenzó a sonar. La tercera fue la más redonda de todas, rematada con trincherazo y pase de pecho. También al natural logró buenos momentos y fue bonito el final de faena. Pinchó y eso le privó de tocar pelo. Hubo petición y el torero dio la vuelta al ruedo.

El sexto fue devuelto por flojo y en su lugar salió un toro de El Tajo y la Reina. Javier lo toreó animoso de capa en el recibo y en un quite variado. Morante entró en quites con mejor intención que resultado y Javier Jiménez replicó. Saludó en banderillas Lipi. Jiménez brindó a Morante y llevó el toro a los medios, parándose el sobrero muy pronto. Cuando intentaba sacarle partido, le dio una voltereta espeluznante, reaccionando con rabia y valor el torero, que volvió a la cara para sacarle los muletazos que tenía. Pinchó y fue ovacionado.

ABC

Por Andrés Amorós. Mansos sin necesidad de referéndum en Sevilla

No hubiera hecho falta ningún referéndum (igual que para el calendario de la Feria): por unanimidad, los espectadores votarían que los mansos toros de Alcurrucén han frustrado la tarde, iniciada con los mejores presagios: Plaza prácticamente llena, cartel ilusionante… Solo la entrega y el buen oficio del joven Javier Jiménez logran la vuelta al ruedo en el tercero, el mejor del encierro.

La de San Miguel ha sido siempre una de mis Ferias predilectas. Ante todo, porque nos da la ocasión de volver a Sevilla: a comienzos del otoño, una auténtica maravilla, a pesar de algunos políticos. La vieja ciudad – “el mejor cahiz de tierra”– resiste a todo y vence todas las miserias. Con poética precisión, define su misterio García Lorca: “Sevilla es una torre / llena de arqueros finos…” Cuando nadie recuerde a tantos personajillos ignorantes de hoy, seguirán vivos, tan vivos como siempre, Martínez Montañés y Cervantes, Velázquez y Murillo, Manuel Machado y Sor Ángela…

Y la Plaza de los Toros, naturalmente. En San Miguel, hay menos turismo de aluvión, más gente del toro y auténtica afición sevillana. Del primitivo cartel de esta tarde queda sólo Morante. Los graves percances han impedido que toreen Roca Rey y Escribano. Es justo que la Empresa se haya acordado de Paco Ureña, que triunfó en la Feria de Abril con los victorinos, y de Javier Jiménez, que hace poco abrió la puerta grande de Madrid.

Suelen insistir Antonio Burgos y Paco Robles, en el ABC sevillano, en el carácter jánico, dual, de la barroca ciudad. ¿A cuál de los dos Morantes veremos, esta tarde? ¿Al artista impar o al que – como tantos ciudadanos, hoy en día – parece “pasar de todo”? En el primero, ninguna de las dos cosas: es un manso huído (como sus hermanos) que acaba soso, manejable. Tragando mucho, José Antonio corre bien la mano, logra naturales de categoría, una preciosa trincherilla, pero pincha, antes de la estocada. El cuarto echa las manos por delante, embiste a oleadas, da cabezazos. (En ninguno de los dos ha logrado ni un lance lucido). Ha de llamarle varias veces para que se mueva y pronto desiste. La gente se enfada más cuando comprueba que había salido ya con la espada de matar: huyendo, se lo quita de encima. No es un buen final para una temporada demasiado irregular.

El estilo de Paco Ureña tiene una conmovedora ingenuidad: no “se tapa”, intenta siempre hacer el buen toreo, con la mano izquierda. Unas veces sale mejor que otras, por supuesto, pero nadie podrá achacarle desidia ni martingala. El segundo toro protesta, sale con la cara alta, se quiere ir. La gente está cariñosa con el diestro, que se luce en los capotazos de salida y los muletazos iniciales, pero la res se para del todo y falla con los aceros. En el quinto, se agarra bien con la vara Pedro Iturralde pero el toro es reservón, complicado, espera. Ureña se justifica con valor, aguanta parones. El trasteo es largo, voluntarioso y desigual, con varios sustos.

Javier Jiménez posee una sólida base, aprendida junto a los Espartacos, padre e hijo. La dificultad de abrirse paso ha templado su carácter. El tercero es el único toro bravo de la tarde, un “Clarinete” que no desafina ni traiciona la buena fama de los Alcurrucén que tienen nombres musicales. Javier lidia bien, sujetándolo por bajo, logra buenas verónicas; con la muleta, no le duda, se mete en su terreno, liga derechazos con firmeza y emoción, naturales largos, un pase del desdén “espartaquil”. Pincha antes de la estocada (con un amago de citara recibir) y el Presidente le niega la oreja pero da la vuelta al ruedo. Devuelto por flojo el último, el sobrero de El Tajo parece ir largo. Morante intenta el quite del perdón y no lo consigue. A él le brinda Javier: se lleva el toro al centro e intenta redondear su tarde pero el toro se para por completo; al aguantar un parón, sufre dos tremendas volteretas, mata de dos pinchazos y saluda, antes de pasar a la enfermería.

No ha hecho falta referéndum: han sido cinco mansos deslucidos. Lo que empezó con la ilusión del más brillante veranillo ha concluido, por culpa de la mansada, en la melancolía otoñal de Verlaine: “Los violines del otoño” nos han conducido a “una languidez monótona”. En poesía, es muy bello; en la Plaza de los Toros, por hermosa que sea la de Sevilla, un tostón.

La Razón

Por Patricia Navarro. Un paso más de Jiménez al filo de la navaja

Apenas nada fue lo que parecía, lo que tenía que ser, lo que estaba previsto. Se anunciaba Morante con Roca Rey y Manuel Escribano en la primera de la Feria de San Miguel. Dos de tres se cayeron del cartel. Heridos, de distinta manera, pero con la dureza y la factura de cuando un toro se lleva por delante todo. A Escribano se lo arrancó (femoral y safena) un animal en Alicante a finales de junio y aunque le vemos por las plazas, está lejos de los ruedos. Al otro lado del gran charco apura Roca Rey una recuperación de la cabeza con todas sus complicaciones. Hicieron el paseíllo Paco Ureña y Javier Jiménez. Méritos propios avalaban las sustituciones. La corrida de Alcurrucén no estuvo a la altura de las circunstancias, de haberlas, y ya en sexto lugar saltó al ruedo un sobrero de El Tajo, propiedad del torero retirado Joselito. Depositamos las últimas esperanzas. Era el segundo toro de Javier Jiménez y a él había ido a parar en primera instancia el único alcurrucén que se movió con profundidad y queriendo. Tercero de la tarde. Si la espada hubiera entrado a la primera hubiera cortado trofeo. Dio una vuelta al ruedo después de una faena bien estructurada, armoniosa, resuelta por ambos pitones con entrega y buen aire. Hubo relajo y verdad aunque quizá faltó esa chispa que prende un punto más allá. El de El Tajo, que salió en sexto lugar, remendaba la corrida. El titular fue para atrás y éste para adelante. Quitó Morante por chicuelinas, no fueron fáciles, se metía el toro por dentro sobre todo por el derecho y replicó Javier Jiménez por delantales. Había, hubo, ese momento de emoción que genera la incertidumbre, el saber que justo ahí puede cambiar la tarde. Tuvo nobleza el animal pero le faltó empujar en la muleta y según avanzaba la historia se tapaba más el toro, a la espera. Así era difícil hacer más creíble la faena a la vuelta de la infinita voluntad del torero. Nos aprisionó el estómago de golpe, qué golpe, con un susto del carajo cuando el toro le cogió y de qué manera. Manos y piernas deambulaban en el aire y en direcciones opuestas. Dura. Una más. En las antípodas de pensárselo volvió al toro íntegro de valor, pero nada quedaba más que jugársela ante la ya rácana embestida del toro que dudaba entre tela o torero. Digno Javier Jiménez.

Ureña se estrelló con un lote de pocas opciones. Y la largura del trasteo no acababa de sumar a pesar de que se dio por completo. Deslucidos los de Alcurrucén.

Morante se fajó con el primero, paradote y de media arrancada. Le cundió el desánimo después con un cuarto de pocos mimbres. Y menos deseos. Cerraba así su año maestrante Morante.

Apenas nada fue lo que parecía, lo que debía, pero así fue. A Javier Jiménez a punto estuvo de salirle demasiado cara la tarde, al filo de la navaja logró dar un paso más. Espesa corrida, calurosa y con poco que rascar.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La frescura de Jiménez y 'Clarinete'

Por Sevilla el veranillo de San Miguel apretaba con ferocidad de verano. Y los alcurrucenes salían como si los acabasen de despertar de la siesta. Perezosos, ausentes, distraídos. Con las carnes apretadas como los membrillos de Víctor Erice y la misma lentitud de aquel insoportable documental hiperrealista. Hasta que apareció el toro del ecuador con otra viveza. Más ligero de carnes y espíritu. La misma guapeza de cara, los cabos finos, una elasticidad cierta, la humillación. Javier Jiménez lo recogió con el capote antes de que siguiera abanto, caminó hacia atrás dándole confianza y cuando lo sintió en las telas cambió la dirección de la marcha. Las verónicas de terreno ganado desprendieron luz hasta la revolera espartaquista sobre la boca de riego o así. Manuel Cordero se cobró dos puyazos arriba en el tiempo que Clarinete se quedó en el peto. Jiménez lo brindó al público con más convicción. Había chispa de en la nobleza de la embestida. Y JJ no la dejaba parar una vez que rompía el dique tardo de cada primer muletazo. Las series de derechazos desprendieron frescura, listeza para soltar el viaje en su momento, cabeza para dejarla puesta y traerlo. Un pase de pecho a mano cambiada y un cambio de mano como broches de las tandas prendieron la llama de la Maestranza y el pasodoble. Una hermosa trinchera haría lo propio con la siguiente. Al natural también se estiró Clarinete con las notas de los músicos de Núñez. El joven torero de Espartinas, que abrió la Puerta Grande de Madrid en agosto y este sábado sustituía a Roca Rey, ajustó el ritmo como en dos tempos en su largura de trazo. Como si hubiese una leve y casi imperceptible desconexión. Un pase del desprecio, una trincherilla, un epílogo de adornos hacia tablas. La faena contó con la virtud de la exactitud cuando se presentía la oreja. Pero un pinchazo se interpuso en la senda del trofeo. La pañolada de la petición no cuajó y la vuelta al ruedo supo a premio de consolación con su peso.

No hubo ocasión de nada con el armado sobrero de El Tajo que hacía sexto bis. Ya en los quites de Morante y Javier Jiménez había avisado de su nula humillación y su guasa por el derecho. Y, aunque el chico de Espartinas pronto se echó la muleta a la izquierda, no se libró de un durísimo volteretón cuando quiso dar la cara por el pitón criminal. En la saña del ataque del toro se vio todo su genio escondido. Más parado si cabe y defendiéndose quedó. Hasta echarse con dos pinchazos. Jiménez parecía sangrar por el gemelo.

Morante de la Puebla se había encontrado con un toro lucero, girón, bajo, lleno, una pintura cuyo único destello se hallaba en su testuz. Suelto de todas las suertes apenas se avino al poderío de Carretero con el capote. Morante entre las rayas entabló diálogo con aquella dormidera noblota. Como tardeaba, le exigió colocación. Y con la mano derecha componía sin que el toro se convenciese de su cometido. Sin maldad pero como queriéndose parar en mitad del muletazo. Hubo bellos esbozos de redondos y un pase de pecho zurdo monumental. Apuntes del natural, un par de ellos extraordinarios, y un cambio de mano por delante tan de la escuela sevillana. Entre todo sumó una ovación. Ni eso sino todo lo contrario con el cuarto, que traía una guasa cruzada de malaje. José Antonio ya salió a muletear con la espada de verdad…

Paco Ureña había entrado en ese hueco vacío y raro que había dejado la empresa en este cartel. Ureña se estrelló con un manso que se desentendía por encima del palillo -oportunísimo el quite de Víctor Hugo Saugar en la huida angustiada de un pinchazo- y un quinto que topaba una barbaridad. Y se justificó con tiempo y afanosa voluntad. A tanto la peoná.

El País

Por Antonio Lorca. Una oreja o una caja de yemas

Javier Jiménez quiso pasear una oreja de su primero y lo que llevó entre las manos fue una caja de yemas. Y no fue por gusto, sino por su mala puntería a la hora de matar al toro. Y no solo eso; le tocó el único animal del encierro que se movió con franqueza en la muleta, y el joven torero lo intentó como mejor supo, despertó interés entre el público, pero no fue capaz de llenar la plaza de emoción. Y por eso, el trofeo que parecía ganado se redujo a una vuelta al ruedo. Y alguien, prevenido, le lanzó la caja de yemas como premio de consolación.

Pero no es lo mismo una oreja que un pastel; sobre todo, para quien tanto necesita esos despojos para continuar adelante.

Lo cierto, sin embargo, es que Jiménez llegó con la cabeza despejada y el ánimo dispuesto. Recibió a ese primero con tres verónicas airosas, brindó al respetable y se puso a torear como él sabe. El problema es que lo que él sabe todavía no satisface plenamente. Muleteó con garbo, pero no arrebato; ligó las tandas, pero a todas les faltó hondura; y su actuación fue torera, pero no pletórica. En fin, que destacó en distintos pasajes, la gente se lo cantó, pero todo se desdibujó cuando falló con el estoque. Quedó claro que los esbozos del joven torero no habían culminado en una obra. Quizá, quién sabe, carece del rodaje necesario para pulir su concepto del toreo.

En el sobrero sexto no hubo nada, pero pasaron cosas interesantes. Volvió a veroniquear Jiménez con gusto, y tras los picotazos del picador hizo un quite en el que mezcló faroles y saltilleras; le respondió Morante con chicuelinas y una media inconclusa, y rubricó de nuevo Jiménez por delantales garbosos. El ‘rebujito’ de torería lo cerró Lipi con un extraordinario par de banderillas, por el que fue obligado a saludar.

Después, agotado, el animal se paró y no hubo nada más. Bueno, hubo una voltereta espeluznante. En un descuido, el toro enganchó al torero por la chaquetilla y lo zarandeó con violencia. Se repuso con rapidez, que para eso tiene la edad que tiene, y continuó como si tal cosa.

El resto del festejo no tuvo historia. La corrida de Alcurrucén, sosa, distraída, suelta, sin clase, no permitió a Morante más que mostrar deseos de agradar, objetivo que solo pudo alcanzar en algunos derechazos sueltos, un par de naturales y una trincherilla chispeante. Y todo ello, en su primero, porque el cuarto se comportó como un buey.

Y Ureña quiso darlo todo, pero no encontró oponente propicio. Desabrido y muy soso resultó el tercero, ante el que se quedó muy quieto, aunque de poco le sirvió; y alargó en exceso su labor ante el quinto, con el que se justificó sobradamente ante un toro sin atisbo de clase.


24_septiembre_16_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:10 (editor externo)