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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Sábado, 4 de mayo de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victorino Martín bien presentada, buenos y con entrega en el tercio de varas.

Diestros:

Antonio Ferrera: de grana y oro. Saludos y oreja

Manuel Escribano: de gris plomo y oro. Saludos y división.

Emilio de Justo: de negro y oro. Saludos y saludos.

Presidente: Ana Isabel Moreno

Tiempo: nublado

Entrada: casi lleno

Video: https://twitter.com/i/status/1124781544500006912

Galería de fotos: https://t.co/IhVQGZriBm

Crónicas de la prensa:

Portal Taurino

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver Victorinos, emociones y toreros dispuestos

Esta es casi la única corrida torista del ciclo, no abrileño por aquello de las disposiciones municipales, de Sevilla. Muy esperada y con casi lleno total en los tendidos. No estoy de acuerdo con aquellos para los que la victorinada ha sido extraordinaria, de casta, juego y etc…ni tampoco con los que dicen que ha sido aburrida o tediosa (estos no estaban en la plaza). Ha sido una corrida interesante, plena de emociones, de detalles, de captación de sensaciones de unos toros a los que hay que analizar cada segundo. Hubo tres: primero, tercero y cuarto, de nota. Y con tres toreros muy dispuestos. Ferrera logró triunfar, aunque con ese estilo suyo de ahora en que juega más lo retorcido que lo erecto. Escribano tuvo en suerte el peor lote y a parte del público que no entendió al quinto, al que ovacionaron sin motivo, ni humillaba ni decía mucho en la embestida. Y Emilio de Justo dejó en su debut en Sevilla una impronta de torero importante. Falló a espadas, pero es igual, va a seguir viniendo a la Maestranza, porque se vio lo suficiente de su tauromaquia, de verdad. Ah, y un consejo para la empresa: si estos llenan con toros de verdad y las figuras resulta que no del todo, por qué no ponen alguna corrida torista más que sería más rentable.

Lo mejor, lo peor

Por Antonio de los Reyes

===Lo mejor=== Los toros encastados de Victorino dieron contenido suficiente durante toda la tarde. Interesó mucho la corrida y por fín se pudo ver un tercio de varas como dios manda. Antonio Ferrera cortó una oreja meritoria de oficio. Emilio de justo dejó patente la verdad que se encuentra en su toreo, lanceó con rodilla en tierra un templado recibo capotero a la verónica, con buena colocación y suavidad a la hora de citar al toro ligó muy despacio bellos naturales. Emilio de Justo lo demostró la temporada pasada y a principios de esta en Vista Alegre, quiere abrirse hueco en las grandes ferias y tiene razones para ello, ayer la vimos de nuevo.

===Lo peor=== El peor lote de la tarde le tocó en suerte a Manuel Escribano, fueron complicados, con movilidad pero sin transmitir ni humillar lo suficiente. El Sevillano tampoco terminó de encontrarse cómodo con el quinto de la tarde, un aficionado en tendido de sol le reprochó su actuación.

El País

Por Antonio Lorca. Victorino, ¡el toro!

Cuando hay toro sobra todo lo demás. Cuando hay toros no hay quien coma pipas y el de las almendras decide el cierre patronal por falta de negocio. Cuando hay todos lo que faltan son sentidos para no perder detalle de lo que sucede en el ruedo.Ayer solo se cortó una oreja, y no hubo toros artistas elegidos para la alegría generosa de los públicos modernos. Hubo toros con sangre en las venas, con vida, fieros, encastados, bravos, dificultosos, de esos que ponen a prueba el valor, el poderío, la técnica y el conocimiento de los toreros. Ayer no hubo lugar para el aburrimiento.

Fue uno de esos pasajes por los que merece la pena ser aficionado. La lidia del primer victorino fue un espectáculo. El protagonista, Paquetillo, de 526 kilos, cárdeno, astifino, de preciosa lámina. Aplaudido de salida, humilló al capote en los primeros compases; fijó su mirada en el caballo, se lo pensó antes de acudir al encuentro, pero lo hizo en dos ocasiones con alegría y empuje, en las que el picador Antonio Prieto midió el castigo a la perfección. Galopó en banderillas y dos rehileteros de categoría, Javier Valdeoro y Fernando Sánchez, saludaron tras un tercio torerísimo.

Embistió con casta y codicia la muleta, y su lidiador, Antonio Ferrera, no encontró el modo de estar a la altura de su oponente. No era fácil, claro está, y el torero prefirió las posturas teatrales y la impostura para justificar de algún modo su espesura y aturullamiento. Está claro que sufrió.Y no le anduvo a la zaga Manuel Escribano, que padeció un calvario ante el segundo, el más complicado de la tarde. Lo esperó de rodilla en los medios, lo banderilleó con facilidad y lo pasó mal, después, ante un animal pegajoso y listísimo que le propinó una voltereta sin consecuencias.

Debutaba el Sevilla -al cabo de casi doce años de alternativa- Emilio de Justo y se mostró como un torero maduro, hecho y derecho, ante un toro de intermitente embestida, que humillaba en cada envite, y con el que alcanzó cotas de altísima belleza en un par de tandas de naturales largos y hermosos.Espectacular el cinqueño cuarto, bravo también, exigente y combativo, al que Ferrera no consiguió dominar con un toreo despegado e inseguro. Paseó una oreja por su efectismo más que por su toreo.Encastado el quinto, bravo y repetidor. También lo esperó Escribano de rodillas y lo capoteó con lucidas verónicas. Protagonizó un desigual tercio de banderillas, y derrochó voluntad en la muleta, pero no brilló como su oponente merecía.

Otro toro bravo en el caballo fue el sexto y una nueva demostración de madurez de De Justo. Lo recibió con excelsas verónicas, y ante el animal más remiso del encierro ofreció bellos momentos de toreo al natural. Dicho todo lo cual, que no se entiendan estas palabras como una crítica a la labor de ningún torero. Son personajes heroicos, pero el toro bravo -el corridón de ayer, por ejemplo- no ofrece facilidades. Ya lo dijo el maestro Joaquín Vidal: “Si saliera el toro, medio escalafón estaba en su casa”.

ABC

Por Andrés Amorós. con toros de Victorino es otra Fiesta

Vuelven a Sevilla los toros de Victorino. Con relación a lo que hemos visto, los días anteriores, es otra exigencia, otra dificultad, otro rigor. Otro mundo, dentro de los muchos que tiene la Tauromaquia. Los seis, cárdenos, encastados, exigentes, de desigual comportamiento, desde el gran cuarto hasta el segundo, la clásica alimaña. Los tres diestros aprueban con nota el difícil examen, se pierden trofeos, por la espada. Ferrera corta una oreja a su segundo, aunque su primera faena fue más redonda. Escribano “traga ricino” – como decían los antiguos – en el segundo Emilio de Justo, que se presenta en la Plaza, emociona en una gran faena al tercero pro pincha. He echado de menos las vueltas al ruedo que, ahora, casi no existen: un absurdo.

Antonio Ferrera es uno de los casos más notables de evolución estilística, para bien: de un diestro atlético y vistoso, ha pasado a ser un lidiador clásico. Últimamente, ha desarrollado un curioso estilo personal, barroco, en el que acompaña con todo el cuerpo (y el espíritu) lances y muletazos. En Sevilla, ha protagonizado ya tardes inolvidables. Al prmiero, ovacionado de salida, lo recibe con una lidia a la antigua, enseñándole a embestir. Antonio Prieto provoca bien la embestida; en banderillas, aguantan con valor Valdeoro y Fernando Sánchez. El toro es pegajoso, se acuerda de lo que deja atrás. Ferrera le da la lidia adecuada, de sabor clásico, con mucho mérito y con valor: aquí, eso se sabe apreciar. Pincha antes de agarrar la estocada y pierde el trofeo que había merecido. Ha debido dar la vuelta el ruedo: hace años, se la hubieran pedido. El encastado toro se resiste a morir, en una bella estampa, muy aplaudida. También lidia bien al cuarto. Fernando Sánchez clava un gran par y Montoliú le hace el quite, tirándole las banderillas: una estampa añeja. Brinda a la Infanta Elena. El toro embiste como una locomotora. Ferrera se dobla bien, lo va metiendo en la muleta, en una porfía vibrante, algo desigual, al son de la música. Al final, cuando el toro ya no tiene tanto gas, los naturales surgen más limpios: logra la estocada desprendida y corta la oreja de un toro de verdad importante. Toda la tarde, además, ha estado pendiente de la lidia.

El bravo Manuel Escribano conoce bien la dureza y el triunfo con estos toros. A portagayola, como suele hacer, recibe al segundo, que sale enterándose y hace por él, como un rayo. Enlaza templadas verónicas. Quiebra trasero, en el centro, el primer par y el tercero, al violín, en tablas. Brinda a Curro Romero. El toro saca guasa. Escribano, valiente, con oficio, le arranca algunos naturales hasta que el toro lo entrampilla y se libra por pelos de la cornada; un par de veces más, demuestra que es una alimaña. El público pide que lo mate, lo que hace a la segunda, mientras suena un aviso. Le ha hecho pasar un mal rato. Vuelve a irse a portagayola en el quinto, que tarda una eternidad en salir: ¡vaya trago! El toro se come los capotes pero flaquea un poco. Provoca bien la arrancada el picador Juan Francisco Peña. Vuelve Escribano a poner banderillas, con dificultades. Después de brindar a la Infanta, logra muletazos correctos pero de escaso eco: el toro tiene menos dificultades pero también transmite menos emoción. Esta vez logra una buena estocada.

El extremeño Emilio de Justo ha sido una de las grandes revelaciones de la pasada temporada, después de años de lucha. Afronta este año en mejor posición. Ha comenzado triunfando y siendo herido por un Victorino, en Vista Alegre. El cuarto embiste con fiereza. Después de brindar a la Infanta , de Justo se la juega sin trampa ni cartón; asusta al público pero sabe bien lo que hace: provoca la embestida y, luego, traza muletazos emocionantes. Sentencia mi cortés vecino: “Por ahora, los muletazos de más mérito de la Feria. El toro está pendiente hasta de lo que hace el Atlético de Bilbao…”. El toro echa la cara arriba y pincha dos veces, antes de la estocada. Ha perdido un trofeo (o dos). Debió dar la vuelta al ruedo. Al último, que pesa casi 600 kilos, lo recibe con suaves verónicas, rodilla en tierra, rematadas con dos grandes medias. Tardea el toro, en varas. Y flaquea, dice poco, pero lo alegra con la voz y lo va metiendo en la muleta. La faena va a más: a fuerza de insistir, logra naturales suaves , hasta que el toro se acobarda. Esta vez sí logra la estocada pero tarda en caer y no hay trofeo. No importa: ha tenido un excelente debut.

Aunque la corrida ha sido larga (dos horas y tres cuartos) y no ha habido gran triunfo, hemos vivido una tarde de toros de mucho interés y emoción. Un detalle: se ha atendido a la forma de desarrollar la suerte de varas y se ha aplaudido a varios picadores. (Lo contrario de lo que vemos casi todas las tardes, cuando se reduce al mínimo). Ésta es la Fiesta auténtica, con el toro auténtico y con diestros que, con mayor o menor acierto, saben lo que hacen y se entregan. La que cantó Federico García Lorca: “Y el toro solo, corazón arriba”.

ABC

Por Lorena Muñoz. La emoción de los victorinos

Después de dos días de corridas con figuras y triunfos con los llamados toros modernos llegaba la esperada corrida de Victorino Martin. Una de las apuestas toristas para una terna de máximo interés formada por tres perfectos conocedores de este encaste que traía aire fresco al coso del Baratillo.

Excelente entrada para un excelente cartel de toreros que ya pueden decir que han triunfado en esta plaza. Ferrera recordó al Ferrera que encandiló hace dos años y cortó la única oreja del interesante encierro que llegó de «Las Tiesas». Escribano, que indultó al inolvidable «Cobradiezmos» hace tres años no tuvo suerte en «su tarde», la única que tiene esta feria tras quedarse fuera de Miura. Se la jugó otra vez en chiqueros y en banderillas pero sigue sin lograr el sueño de la Puerta del Principe. Y Emilio de Justo, torero revelación con doce años de alternativa, que debutó dejando un magnífico recuerdo con capote y muleta.

Cuando hay toros y hay toreros no falta la emoción. Y así fue la corrida de Victorino, una tarde de emociones y sobre todo emocionante en la que el tiempo pasó rápido a pesar de que al festejo le faltaron quince minutos para llegar a las tres horas de duración. Y sin devoluciones ni sobreros de por medio.

Con el máximo respeto a todo lo acontecido en los cinco festejos ya celebrados - que por fortuna ha sido mucho- la oreja fue más oreja que la de tardes anteriores. Y hasta los muletazos fueron más de verdad y no por ello menos estéticos. Y si no que le pregunten a los que se rompieron con los derechazos de Emilio de Justo al primer victorino que sorteó en esta plaza o con las verónicas de recibo rematadas con dos medias de cartel del sexto. O mejor que le pregunten al torero extremeño cómo se escuchaban desde el ruedo esos olés rotundos que brotaban de los arcos maestrantes.

También pueden preguntarle a Escribano por qué el público se puso de parte del quinto, al que aplaudieron en el arrastre pero que también es verdad que se movió sin humillar ni meterse en el engaño del torero que lo da todo cada tarde que se viste de luces.

Así las cosas, la tarde fue para Antonio Ferrera, el único que se llevó un trofeo de los emocionantes victorinos. Al extremeño, que emocionó con la lidia del primero, la banda de Tejera supo valorarle su entrega en la faena del cuarto con esa sensibilidad de Sevilla. Le paró el pasodoble después de un desarme pero cuando regresó a la cara de «Petrolero» y tomó la zurda volvió a sonar la música.

La sexta de abono fue tarde de pequeños y grandes detalles. Las ovaciones de salida a «Paquetillo», el toro que abrió plaza y a «Petrolero». También fue una tarde para las cuadrillas. Los picadores, que otros días pasan desapercibidos, fueron ovacionados. Antonio Prieto, Curro Sanlúcar, José María González, Juan Francisco Peña y Germán González. Saludaron con los palos Fernando Sánchez y Javier Valdeoro que hicieron que ya nadie se cordara de que Antonio Ferrera ponía banderillas.

Entre tanto, Curro Romero recibió el brindis de Escribano y la Infanta doña Elena el de los tres toreros. Para rematar un tarde de emociones, volvió a sonar en la Maestranza el pasodoble de Rafa Serna cuando Escribano ponía banderillas. Fue un brindis al cielo.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Ferrera, único trofeo en una encastada corrida de Victorino Martín

Con un renovado cambio en los tendidos, con bastante aficionados en busca del toro, que no salieron defraudados, se lidió una corrida de toros de Victorino Martín, en conjunto bien presentada, encastada, con entrega en varas y de comportamiento variado en la que Antonio Ferrera, con oficio y capacidad, consiguió el único trofeo de la tarde; con un Emilio de Justo, impecable en su debut como matador de toros en Sevilla, y Escribano, con su entrega habitual, quienes recogieron sendas ovaciones.

Aunque el festejo duró casi tres horas, la tensión que se vivió gracias al toro mantuvo la atención del público en el ruedo. No fue tarde de pipas.

Ferrera realizó una interesante faena en el cuarto, un toro noble, que metía bien la cara y con el que el pacense consiguió tandas notables, especialmente en la primera parte del trasteo, cuando con la diestra hubo ligazón y acople. El viento se hizo presente y reventó la obra, que fue a menos, en el mejor momento. Mató de estocada y el público solicitó una oreja que fue concedida.

Con el encastadísimo primero, bravo y con su pizca de fiereza, con peligro por el pitón izquierdo y que llegó a morir con la boca cerrada, Ferrera destacó en unos lances delanteros templadísimos y realizó una faena de peso, de profesional cabal, con buenos muletazos con la diestra y jugándose la vida sin trampa ni cartón con la zurda. Pinchó antes de la estocada y fue ovacionado.

Manuel Escribano, con entrega máxima ante su lote, al que recibió con sendas largas cambiadas de rodillas en las que esperó a sus toros una eternidad, cumplió en una esforzada faena ante un toro bravo e incierto en la muleta y que esperó al torero en la suerte suprema.

Con el quinto, que contó con buenas embestidas, Escribano porfió en una labor que no llegó a romper y que fue recriminada por algunos espectadores.

Emilio de Justo convenció ante el tercero, un animal con viveza que en la muleta humillaba. El pacense realizó una gran faena envuelta en valor y buen toreo desde los torerísimos doblones iniciales hasta unos naturales sueltos de bella factura. Con el público preparado para la petición del trofeo, el desacierto con la espada dejó en una ovación el balance.

Con el sexto, un toro tardo, encastado, al que le costaba embestir y que se rajó, Emilio de Justo volvió a dar la talla. Tras brillar en el capote con un ramillete de verónicas y una media espléndida, se la jugó en la faena de muleta. Realizó una faena muy seria, siempre con buena colocación en los cites, porfiando y alargando los muletazos ante un ejemplar que se quedaba muy corto y que quería quitarse la muleta. Pese a esas acometidas, extrajo pases de calidad por ambos pitones.

En una corrida de Victorino, muy exigente en su conjunto, las notas más destacadas corrieron a cargo de un Ferrera que consiguió el único trofeo del festejo y en un Emilio de Justo que convenció con creces al público en su debut como matador de toros en Sevilla.

La Razón

Por Patricia Navarro. Ferrera puntúa y De Justo ilusiona con una de Victorino para las emociones

Emilio de Justo citaba al natural. De frente el tercer victorino de la tarde. Apenas pasaba de los 500 kilos rasos. Miedo habíamos pasado por cada uno de ellos. Una carga de dinamita tenía el animal por su exigencia. Qué manera de ir por ahí, por cada resquicio de la plaza, de exigir en el embroque. Cuando Emilio se puso el silencio en Sevilla era tan sepulcral que se escuchaba el corazón, propio y ajeno. Lo habíamos sufrido al unísono, como la emoción, como los olés, patrimonio de esa plaza llena. Cruzado había acudido el toro al capote en la brega, pero Emilio se limpió todos los prejuicios con un baño de valor y le hizo toda la faena con una verdad apabullante. Las dos paradas con las que comenzó el victorino fueron la clave. Las aguantó como un león el torero y fue el punto de partida para que crujiera el toreo justo después asomándose a la lentitud con la que iba el toro y para que este pasara después. Quilates su toreo. Al filo de la navaja siempre, sin un resquicio de duda el torero, se dio hasta el final, y su tauromaquia alcanzó cotas altísimas, como la pasión con la que se vivió. La espada debió entrar. Ninguna otra opción estaba a la altura del esfuerzo.

“Petrolero” fue una alegría para el cuerpo. Cuerpazo el suyo. Qué entipado el toro y qué encastado. Embestía el victorino con todo, hasta el final, tan profunda la arrancada, ese viaje entregado, humillado y en las antípodas de las liviandad. Tremendo. Lo enseñó Ferrera, en el tercio, qué pena, puñetero viento que no nos dejó ver a ese pedazo animal embestir renunciando a todas las querencias en los medios. En las dos o tres primeras tandas de derechazos le vimos viajar al más allá en la muleta del extremeño, la parte más potente de su labor; después el viento fue desmontando los argumentos y acabó desdibujándose el trasteo hasta conformarse con una oreja después de una estocada caída. Le faltó rotundidad a la obra para la emoción de las embestidas. Desasosiego intermitente es lo que habíamos vivimos con “Paquetillo” y Ferrera en el primero. Quitamos las intermitencias cuando cogió la muleta con la izquierda y nos quedamos a solas con el desasosiego. Por ahí el toro acortaba el viaje con más viveza, listo, mientras que por el derecho iba y venía con cierta claridad. Con estas coordenadas y sin volver la cara en ningún momento había trazado Antonio la faena.

Escribano debió de borrar los miedos inherentes a esta divisa de su cabeza y se fue a portagayola como si nada, como si todo, con la anchura, además, de la puerta de toriles de Sevilla. Un mundo de desesperación cabía ahí. Un frenazo de última hora y un capote certero. Muchas horas de vuelo tiene el sevillano. Más le hizo falta para deshacerse después de la correosa embestida del toro que acabó por convertirse en un cabrón desmedido, de los que no deja lugar a dudas. Un susto, un pitonazo, y un infierno para mandarlo a mejor vida, si es que la hay. A Romero, qué contradicciones, le había brindado Manuel la muerte del Victorino. Regresó a portagayola y tuvo que esperar tres mundos y medio hasta que salió el toro, que eso debe quitar años de vida. El esfuerzo fue perdiendo ímpetu cuando llegó al último tramo y el toro tuvo claridad hasta convertirse incluso en sosería, antes lo había hecho la faena.

Emilio de Justo se despedía con un sexto que iba y venía sin acabar de definirse. La definición la hizo a través de la fe, lo consintió y fue haciendo faena con naturales de bella factura. Iba el toreo. Y ese le tiene en las muñecas, en la cintura y metido en el corazón. Se fue como vino, pero dejó muletazos extraordinarios. Y la ilusión intacta.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Tormentosa victorinada

De gris plomo y oro esperaba Manuel Escribano a porta gayola al cárdeno que habría de salir de la oscuridad. Demasiado lejos de la frontera de las dos rayas, frente a la puerta de toriles. El enfibrado victorino se distrajo con los sonidos que dejaba detrás en el túnel. Y luego se cegó con el sol de cara. Escribano se hizo ver a la voz. Cuando el toro atendió y acometió, libró por fin la larga cambiada a la incertidumbre. Que se convirtió inmediatamente en terror en el giro del tiburón al olor de la sangre; el capote voló solo. Los reflejos del torero para tirárselo a la cabeza y la intervención velocísima de la cuadrilla en plan SEAL evitaron la tragedia.

Pronto se definió el mentiroso albaserrada aunque obedeciera en falso al fino pulso del sevillano a la verónica. Para colmo, por fallos del piquero, quedó muy entero. No era ni para coger los palos. Pero en el honor de hombres como Escribano mandan ellos. El tercio tuvo un mérito mayor, más que lucimiento.

El cárdeno recortaba, pivotaba siempre sobre las manos, se frenaba en ellas. Y venía andando sin humillar, cazando con la mirada. Yo creo que a Curro le dio miedo hasta el brindis. Manuel se jugó el tipo. Ofrecida la izquierda al viento y a la muerte. Pero era, dentro de un orden, por donde el predador tenía un pase. Y alguno, más de uno y más de dos, le robó al natural. Hasta que el feroz volteretón estremeció la plaza. Escapó del voraz derrote milagrosamente. Incluso siguió más de la cuenta con el marrajo ya intratable. Un par de desarmes no demeritaron su esfuerzo. Costó también matarlo. Y Romero le devolvió la montera con un temblor de amistad.

La corrida ya había empezado con emociones fuertes: Antonio Ferrera bregó de salida con un victorino de exactas hechuras y extraordinaria humillación. El cambio de terrenos desembocó sobre la boca de riego en una revolera genuflexa muy torera. Fue generoso Ferrera luciendo al toro en el caballo a mayor gloria de Antonio Prieto. Entre puyazo y puyazo certeros, un quite por Chicuelo desde el mismo peto. El peonaje también se vino arriba: tras un soberbio par casi al paso de Fernando Sánchez, Valdeoro sacó los brazos y se asomó al balcón. Quien peor lo pasó fue Montoliu en una lidia profusa: el victorino no se salía de los vuelos. Y así siguió en la muleta, manteniendo su magnífica forma de descolgar pero quedándose cada vez más por debajo y sin gas. La torera forma de prologar la faena se fue disolviendo.

Antonio Ferrera contó con la ocasión de desquitarse. No traduzcan ocasión por oportunidad: el cuarto, un cinqueño apretado y serio por los cuatro costados, escondía un fondo de tremenda importancia. Para viajar y desplazarse como no habían hecho los demás. Petrolero se llamaba. Con una potencia bárbara en su fuerte embestir. Poderío de toro. Ferrera le cuajó dos tandas de derechazos mandones. No quedaba otra. O eso o te podía el victorino con empuje. Hubo un leve desentendimiento en la tercera, quizá una perdida de la distancia, un inoportuno desarme. Mas el veterano extremeño lo remontó por su firme mano diestra. Que era la mano del Petrolero que partía el albero con su quilla. El ritmo de la cosa se apaciguó algo a izquierdas. Por allí faltaba un paso más. La vieja torería del cierre, una estocada caída y la importancia del todo -de toro y torero- acabaron en una oreja como Cruz de Hierro.

Ese trofeo lo perdió Emilio de Justo con la espada. De Justo había estado superior. De valor, paciencia y gusto con un astifinísimo victorino, estrecho como una lija y mansito con tentaciones de campo. Cada vez que miraba a la querencia, una nostalgia de Las Tiesas. Y eso lo hacía después de darse de tres en tres con calidad. Con ese puntito manso que le hacía abrirse. En el tercero, levantaba la gaita, se paraba y oteaba el horizonte. O, cuando no escarbaba, los muslos del cacereño. Que aguantaba el parón con la misma determinación de los antiguos conquistadores de su tierra. La Maestranza, donde debutaba como matador, bramó con su buen toreo. Y admiró su valor seco. Y el pulso de lo auténtico en su zurda enfrontilada. Y lo bien que se la echa y lo bien que se los trae. Y lo que pinchó un triunfo seguro…

El quinto cerró un lote harto desagradecido para Manuel Escribano: su engañosa movilidad, su acometida recta y elevándose gradualmente hasta salir por el palillo sedujo a no pocos más que la férrea voluntad de Escribano. Que por cierto había vuelto a la puerta de chiqueros con toda la hombría del mundo.

Para compensar la liviandad del tercero, el sexto se hacía un caballo con culata de mulo de casi 600 kilos. A Victorino le vale todo. Al público de Sevilla también cuando aplaude la masacre trasera de un picador. Y a Emilio de Justo por supuesto: ve toro por todas partes. Lo bordó con el capote. De entre todas las verónicas, dos medias de categoría. Le puso todo a izquierdas con el mulote sin maldad. Sabor a la carne estéril. Insistió hasta que el trolebús reculó. Ahora mató con un sonoro puñetazo. Debut superado con nota alta. Más que la victorinada. Una tormenta de hielo y fuego. Una mezcla tan dura de digerir como el tormentoso trago de estar delante. Del que el ganadero sacará partido, una vez vistas y oídas las emotivas reacciones del personal en los arrastres. Y de verdad, verdad, Petrolero. Verás hoy con la cantinela del nadie se aburrió en casi tres horas de función…

4_mayo_19_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:12 (editor externo)