Hay plazas y festejos anteriores en Casablanca hasta que se inaugura Las Arenas. Así, el 18 de noviembre de 1934 se presenta con éxito el matador de toros mexicano José González “Carnicerito”, alternando con el aragonés Nicanor Villalta y el sevillano Antonio Posada en la lidia de ganado del hato de Villamarta.
Plaza Las Arenas: Construida en las ruinas de la anterior plaza existente se preinauguró el 8 de marzo de 1953. Actuaron los diestros Jesús Córdoba, José María Martorell y Manuel Calero “Calerito”, que despacharon toros de la ganadería de Sánchez Fabrés. Inaugurada en 1954 con una corrida de Domingo Ortega, la plaza de “Les Arènes”, un precioso recinto de blancos muros del cual hoy no queda más que un triste solar vacío, hizo las delicias de los aficionados locales hasta que en 1969 Manuel Benítez El Cordobés le tuvo que dar la estocada. El rejoneador Josechu Pérez de Mendoza llegó a hacer el paseíllo en Casablanca en homenaje a la coronación del Rey Mohamed V de Marruecos. El último festejo celebrado fue el 2 de marzo de 1969 con un cartelazo: Antonio Ordóñez, El Viti y Angel Teruel.
En 1956, último año del Protectorado francés, el empresario catalán Vicente Marmaneu y su mujer Solange compran el restaurante “Las Palmeras”, lo cambian de nombre y convierten a “La Corrida” en el sarao más animado de una Casablanca todavía atestada de europeos. Tres años antes, Marmaneu, adepto a la tauromaquia y buen amigo de Domingo Dominguín, había sido nombrado gerente de la plaza de toros de Casablanca.
“El restaurante “La Corrida” fue el lugar más animado e ilustremente concurrido de toda Casablanca durante la segunda mitad de los cincuenta y toda la década de los sesenta. Por su escenario, flanqueado por tres infinitas palmeras que rozan el cielo, desfilaron gran parte de los artistas españoles con más arte de aquellos tiempos. Entre otros, allí dejaron su impronta el inconmensurable talento de Lola Flores, el duende de Juanito Valderrama, el encanto de Carmen Sevilla o el arrebato apasionado de La Chunga, La Camboria, La Coreana, El Niño Ricardo, Manitas de Plata o Pepe de Córdoba. Por sus mesas pasaron genios universales como Hemmingway o Picasso, mitos convulsivos como Brigitte Bardot o Josephine Baker y políticos de la talla de Giscard D´Estaing, Ben Bella o Ben Barka. Y de sus paredes todavía cuelgan los trajes de luces de los mejores toreros españoles de la época, testimoniando aquellas tardes de toros sobre un albero reverberante bajo la intensa luz del país alauí.
Rodeada de albumes con recortes de prensa, fotos, libros rebosantes de dedicatorias de célebres comensales, junto a las capas de Luis Miguel Dominguín y Chicuelo II y bajo un techo grasiento forrado por los carteles de las corridas de antaño, Solange, que murió en mayo de 2005, hablaba sobre los fastos de aquellos tiempos, sin duda mejores, en el que se pusieron el mundo por montera, y cuenta, con la mirada perdida, cómo su marido fue el único español que murió en el intento de golpe de Estado de 1971 mientras Hassan II celebraba su cumpleaños en el Palacio de Skhirat, y cómo escuchó junto a ella decir a un niño, el actual monarca Mohamed VI, mientras le tiraba de la falda: ” ¿y ahora qué van a hacer, van a matar a papá?“.
“La Corrida” es, en el siglo XXI, un restaurante desolado y fascinante, un entrañable museo a la memoria de aquellos tiempos y el atractivo de la decadencia personificada. Al entrar se tiene la sensación de que el sitio se mantiene vivo de milagro, debido al pertinaz deseo de Solange por conservarlo hasta el final de sus días pese a las millonarias ofertas de los promotores inmobiliarios. Las paredes de “La Corrida “rezuman un respetuoso silencio en fuerte contraste con el bullicio que brota del sótano de “La Bodega”, probablemente el negocio nocturno más rentable de Casablanca desde los tiempos de “La Corrida”. A “La Bodega”, restaurante situado a 800 metros, acude también lo más granado de la juventud marroquí. En sus primeros tiempos un supuesto “cantaor” intentaba entonar algo en torno a las falsas “spanish tapas” pero ahora la gente se limita a bailar en un sótano atestado, transpirando los “hits” del momento y rodeados, eso sí, de banderitas de Tío Pepe y de figuras de hierro forjado representando a toros enmaromados. “La Corrida”, testigo excepcional de un tiempo pasado, parece tener los días contados. Testimonio vivo de una España que se quedó dormida en el tiempo en un rincón de una ciudad africana, una España que en la otra, la de verdad, ya no existe más que en el Nodo. Por el contrario, a “La Bodega” le quedan todavía muchos momentos de gloria, efímera, empeñada en seguir mostrando una España bulliciosa, alegre, festivalera, torera y tópica, aunque adaptada a un tiempo de simples fórmulas comerciales”. Jesus Garcia-Luengos.