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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Tarde del domingo, 8 de mayo de 2011

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Miura (de distinta presentación, de corto recorrido y con peligro; el 3º fue devuelto a corrales por debilidad manifiesta; el mejor, el 4º; el 6º volvió a corrales tras los tres avisos al matador).

Diestros:

José Luis Moreno. De carmesí y oro. Estocada contraria, aviso, nueve descabellos (silencio); pinchazo, estocada tendida (silencio).

Rafaelillo. De tabaco y oro. Pinchazo, aviso, estocada (vuelta al ruedo); estocada caída y desptrendida, tres descabellos tras aviso (silencio).

Israel Téllez, que debuta en plaza. De grana y oro. Dos pinchazos, media estocada, cuatro descabellos (silencio); municipal tras dos avisos, descabello y el tercer aviso: el toro volvió a corrales.

Saludó: Abraham Neiro, de la cuadrilla de Rafaelillo, en el 5º.

Presidente: Fernando Fernández-Figueroa.

Tiempo: Soleado.

Entrada: Lleno.

Crónicas de la prensa: Firmas, El País, El Mundo, EFE, La Razón, ABC, Diario de Sevilla, El Correo de Andalucía.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

El broche final de la Feria 2011 no pudo ser más insólito y curioso: no se mató en la plaza el último toro. Se fue al corral maltrecho, con los tres avisos dados, después de dar media docena de vueltas a la plaza huyendo de su muerte anunciada. Y es que los Miuras tienen su faena y hay toreros que no lo saben. La miurada de este año fue de otro tiempo: impresionante de presentación, fueron al caballo, con problemas irresolubles en la muleta, difíciles de matar, y algunos se dejaron un poco. Como los de José Luis Moreno, que tardó en comprobar que no se les puede alargar la lidia. Es un buen torero que merecía otro cartel. El pequeño murciano Rafaeillo sí que los entiende, pero le tocaron los peores. Aún así sacó pases a uno -el otro era imposible-, se la jugó y acabó con el traje como unos zorros, pero dio una vuelta el ruedo tras pincharlo. El mexicano Téllez es valiente, lo demostró en el primero, pero en el segundo alargó la faena y eso no se le puede hacer a un miura. “Higuerito”, que tal era su nombre, aprendió que de allí no saldria con bien y logró evitar su muerte en la plaza. Para la historia queda su nombre como el de “Arrojado”, indultado en Sevilla para siempre.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: la disposición de los toreros

En una corrida con un comportamiento más propio del siglo XIX que del XXI, cabe esperar solamente la disposición y la entrega de los toreros. La lógica taurina manda que ante toros de escaso recorrido y de peligrosas intenciones, se les machetee por bajo, se le partan los riñones, se toree de pitón a pitón y se les mate con gallardía al primer intento. Los gustos taurinos del siglo XXI exigen dar veinte muletazos con la mano muy baja por cada uno de los pitones. Ante esta disyuntiva a los toreros sólo les queda mostrar un exceso de testosterona como hizo Rafaelillo ante sus dos oponentes. Al primero, aún siendo de Miura, lo recibió con una larga cambiada en el tercio y consiguió un manojo de verónicas templadas y vibrantes. Con la muleta se fajó pundonoroso por ambos pitones intentando evitar las tarascadas, que no las embestidas, de los ‘miuras’. Por su heroica entrega, por su arrojo y por su valor desmedido mereció los honores de una vuelta al ruedo en el segundo de la tarde mostrando a Sevilla que es un torero con el que se debe contar para las grandes ferias.

Tanto José Luis Moreno como Israel Téllez, que hacía su presentación en Sevilla, exhibieron valor y estuvieron voluntariosos e insistentes sin poder obtener nada lucido. Sin duda se debe a que son toreros del siglo XXI no acostumbrados a los toros con comportamientos decimonónicos.

Lo peor: la devolución de un toro al corral

El mexicano Israel Tellez debe aprender que los ‘miuras’ tienen quince muletazos y ni uno más. Cuando uno abusa de los toros de Lora del Río asume un riesgo increíble, que consiste en el sentido que desarrollan los cuatreños de ‘miura’. Esta fue la situación que vivimos en el sexto de la tarde, que aburrido de embestir se puso a barbear las tablas imposibilitando a su matador ejecutar la suerte suprema con garantías.

La categoría de la Maestranza exige que el torero intente dar muerte a su oponente hasta el tercer aviso. Lo contrario es claudicar ante las adversidades y eso no es un buen síntoma.

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Firmas

Por Gastón Ramírez. Los miuras incomprendidos y el fenomenal petardo de Téllez

Rafaelillo, mató al segundo de pinchazo y gran estocada: aviso, petición y vuelta al ruedo. Al quinto lo despachó de tres cuartos de estocada y mil golpes de verduguillo: aviso y silencio. Israel Téllez, al tercero lo liquidó con apuros. Un pinchazo perdiendo tizona y muleta, un pinchazo hondo y bajo, media trasera y caída, y tres golpes de verduguillo: aviso y pitos. El sexto se le fue vivo, después de que el mexicano protagonizó un sainete con la larga y la corta, persiguiendo al de Miura por todo el redondel y de vez en cuando picándole la barriga con los aceros: tres avisos y pitos.

Entre los aficionados actuales hay división de opiniones acerca de los toros de Miura. A algunos, como al que esto escribe, le encantan, y a otros les disgustan. Lo bueno es que los que religiosamente acuden a ver la última corrida de la feria de Sevilla son -evidentemente- del grupo de los primeros, ya que los segundos no ven la miurada ni por televisión. Y vaya que los aficionados postmodernos se pierden de un espectáculo grandioso, pues los toros de Zahariche podrán ser lo que usted quiera (bravos, espeluznantemente listos, mansos, monumentales, etc.), pero nunca aburren.

Hoy José Luis Moreno se enfrentó en primer lugar a un animalito de 600 kilillos ¡una bagatela! No se confió nunca pese a que el astado no era el diablo. El espada cordobés lidió en cuarto lugar al más chico del encierro, un toro de 571 kilos de peso, que se arrancaba de largo y con buen estilo, y era para cortarle por lo menos una oreja. Pero no, Moreno sólo logró dos pases de importancia, uno de la firma con la zurda y un gran natural. Cuando frente a un miura se maneja la muleta como un trapo de cocina el toro no lo agradece, antes al contrario.

Rafaelillo estuvo a punto de no salir de la plaza por su propio pie. Hay que anotar que si alguno de la terna estuvo a la altura del compromiso en alguna de sus intervenciones, fue este menudo diestro de Murcia. Al primero de su lote lo recibió con una media larga afarolada de rodillas y excelentes verónicas rematadas con una media genial. Brindó al cónclave y se dobló con el toro de manera elegante y valiente. El toro tiraba tarascadas por el pitón izquierdo y Rafaelillo descubrió demasiado tarde que la faena buena la tenía por el otro perfil. Terminó su trasteo lidiando por la cara con eficacia y oficio y se tiró a matar. El toro lo prendió por la hombrera derecha y le hizo jirones ese lado de la chaquetilla. Ahí el ángel de la guarda de Rafaelillo pasó fatigas para evitar una cornada de proporciones dantescas. En el segundo envite cobró la estocada de la tarde y bien hubiera podido el biombo concederle un apéndice, aunque la vuelta al ruedo fue triunfal.

El quinto no avisó y le cogió al intentar una verónica por el pitón derecho. Esta vez le destrozó la mitad de la taleguilla. Todavía no me explico como el toro no acertó a calarlo. Este miura antes de venir a la plaza de Sevilla ocupaba la cátedra de lenguas muertas en una prestigiosa universidad, por lo tanto sabía latín y hasta sánscrito. Fue duramente picado y bien banderilleado. El torero no se metió en honduras y se lo quitó de enfrente como pudo. Está bien que el burel tenía gatos en la barriga, pero hay maneras de estar más torero con la espada corta.

Israel Téllez se presentó en la plaza más importante del mundo con este emblemático hierro, y es probable que el que no haya estado hoy en el coso del Baratillo no vuelva a verlo jamás por estos lares, pues ha estado infame.

Al tercero le pegó una media larga cambiada de hinojos pegado a tablas antes de que lo regresaran a chiqueros. Al tercero bis, un imponente bicho de 670 kilos, le banderilleó con aseo, marrando en el segundo y asomándose al balcón en el tercer par. Si me permite usted la contradicción en términos, el miura era suavón, pero el mexicano no le completó un solo pase. Con la toledana dejó entrever su ineptitud para estar frente a los toros de don Antonio y don Eduardo.

En el sexto las cosas se fueron a pique para el joven de Uriangato. Lanceó vulgarmente. Puso banderillas de manera muy regular, clavando hasta el par del violín, del violón y del que tocó el trombón, como dice don Andrés Luque Gago.

El miureño tuvo pases por los dos pitones y hasta podríamos decir que demasiados. Así Israel (otro nombre muy torero) le pegó unos veinticinco mantazos y dos docenas de trapazos. Cuando a un miura no se le hacen las cosas bien y se pasa uno de faena, resulta muy complicado darle muerte. El toro comenzó a dar vueltas al redondel a mayor velocidad cada vez, aburrido y tratando de huir del torero, quizá avergonzado de haber tratado de colaborar en el trasteo. Téllez no tiene idea de lo que es una estocada de recurso y perdió los papeles de manera estrepitosa. Los instantes más vergonzosos: en un momento dado y a la pasadita le picó las costillas al toro; luego de un desarme abandonó en el albero la muleta y el ayudado, y con la corta también le atizó un piquete en los blandos al cornúpeta. Sonó lúgubre el tercer bocinazo y Téllez se despidió de la afición sevillana tirando dos infructuosos y extemporáneos golpes de descabello.

¿Sabe usted cuándo será figura este chaval? Como decía mi abuela: ¡El día del Juicio después de la boruca! En conclusión, una miurada que le hubiera convenido perfectamente al Divino Calvo, al maestro Pepe Luis, a Juan José Padilla y hasta al Zotoluco.

El País

Por Antonio Lorca. Toros de ayer

Si Arrojado, el toro indultado de Núñez del Cuvillo, es el referente de la fiesta de hoy, los toros de Miura son los del ayer. Si aquel es el compañero ideal para el torero artista, estos son los enemigos declarados de los diestros heroicos; si uno produce admiración por su calidad y entrega, éstos son los del ¡ay! y el ¡huy! por su peligro declarado. Si el público actual prefiere faenas artísticas a una hazaña, ¿qué pintan los toros de Miura en la fiesta del siglo XXI?

Los que ayer cerraron la feria de Sevilla no pintan nada. No son toros para el espectáculo, imposibles para el triunfo, para jugarte la vida sin nada a cambio. Toros que cumplieron en varas, aunque algunos se repucharon, que blandearon y llegaron al tercio final con violencia extrema, mansos, descastadísimos, sin recorrido alguno, y dispuestos siempre a coger todo lo que se moviera delante de ellos. Que le pregunten, si no, a Rafaelillo, que tendrá que enviar hoy el traje al sastre, hecho añicos por la manga izquierda y la taleguilla como muestras del cariño que le prodigaron los de su lote; o al mexicano Téllez, que se presentaba en Sevilla, y mantuvo la dignidad hasta el sexto, otra prenda, dijo que a él no lo estoqueaba nadie, cogió las de Villadiego y se dio hasta tres vueltas al ruedo, con la cuadrilla en clara persecución hasta que sonaron los tres avisos y el animalito volvió a los corrales. Un trago amargo para el día de la presentación.

El más magullado fue Rafaelillo, al que habría que apodar Don Rafael, por su valor, compromiso y deseos de triunfo. Recibió a su primero con una larga en el tercio y unas verónicas muy airosas, con una sorprendente disposición. Brindó a la concurrencia y se dobló por bajo con técnica y torería. El único problema es que el toro, como casi todos, no tenía un pase, y le ponía un pitón en la frente, otro se lo mandaba al corbatín, mientras el torero se echaba mano al cuello porque le apretaba el primer botón de la camisa. ¡Qué sangre fría! Derrote va, derrote viene, Y Rafaelillo que no vuelve la cara, hecho un jabato, en una pelea cabal, heroica y también baldía, a sabiendas que el triunfo no se haría realidad. En su porfía llegó a robarle tres o cuatro derechazos hasta que el toro le robó a él la muleta. Tras doblarse de nuevo, se desplanta ante su oponente, y el torero se dirige hacia las tablas para coger la espada de verdad. Pero aprovechó el instante para lavarse las manos y la cara, beber agua y recibir un consejo del apoderado. Y no se duchó de milagro porque la procesión iría por dentro. Pincha y el toro lo engancha por la manga y lo zarandea peligrosamente. ¡Qué trago!

El quinto lo arrolló en el segundo capotazo y le dio un topetazo de órdago. El subalterno Abrahan Neiro se lució con las banderillas y fue obligado a saludar. El matador sorteó como pudo las tarascadas de un toro con una guasa insoportable. Salió por sus pies Don Rafael y no es poco.

José Luis Moreno, afanoso y voluntarioso, se justificó ante la enorme dificultad del lote. Quizá, debió emplearse más en el cuarto, el menos miura, al que no mandó suficiente. El debutante Téllez salió airoso de su primero, ante el que no volvió la cara; y pasó las de Caín con el manso sexto, que se fue a los corrales tras los tres avisos. Pone banderillas el torero con más voluntad que gracia.

Por la mañana, se celebró un festejo de rejoneo con la plaza casi llena. Se lidiaron toros despuntados de Fermín Bohórquez, de escasas fuerzas y manejables. Antonio Domecq, que se despidió de la profesión, dio la vuelta al ruedo. Rui Fernandes, oreja. Andy Cartagena, oreja. Joao Moura, hijo, ovación. Leonardo Hernández: oreja; y Francisco Palha, oreja.

El Mundo

Por Carlos Crivell. Épica de Rafaelillo con una miurada clásica

De nuevo se vivió en la Maestranza, o plaza de toros de Sevilla, la épica del toreo. La fiesta de otros tiempos, la de los toros de cuello largo y resistencia infinita, la de los astados de Zahariche que tienen faenas de pases contados y a matarlos. El toreo moderno tiene como fundamento faenas de muchos pases. Todo cabe en la fiesta. Deben existir el toro ‘Arrojado’, con más de setenta pases buenos, y también el toro ‘Higuerito’, el sexto de la corrida de Miura, que tenía quince pases y a matarlo. El mexicano Israel Téllez alargó la faena, el toro le dijo que ni uno más, insistió el de Guanajuato, y el de Miura se dedicó a correr junto a las tablas. Siete vueltas completas dio al redondel sin que Téllez pudiera perfilarse para matarlo. Tres avisos y toro al corral. Todo muy clásico en estas corridas de Miura. Ese toro de Miura tenía faena, pocos pases y una estocada. Era semejante a los que se han lidiado toda la vida en esta plaza. Ahora hay que dar muchos pases, Téllez es moderno y lo pagó con la deshonra de un toro a los corrales.

Entre los de Miura salió un toro bueno. Fue el cuarto, que embistió con nobleza a la muleta de José Luis Moreno. Vaya por delante el respeto que se le debe a un matador que hace el paseíllo con los de Zahariche, algo que siempre hicieron las figuras de todos los tiempos. Algunos han presumido porque se retiraron sin haberse puesto nunca delante un toro herrado con la A con asas. Moreno es un buen torero, pero me parece que no es la de Miura la corrida apropiada para su estilo. El que abrió plaza lo quiso coger siempre. El cuarto se dejó. Resplandeció su buen aire con el capote en lances a la verónica. La faena de muleta, brindada a Espartaco, tuvo pases buenos como los doblones del comienzo, algún derechazo notable, un natural hermoso, pero faltó conjunción.

El especialista de la tarde era Rafaelillo, curtido en todas las batallas del mundo taurino. Se la jugó con el segundo en una labor épica, robando pases con aguerrido valor, sorteando tarascadas, incluso saliendo prendido en la suerte suprema. El tendido vivió la guerra de Rafaelillo con la respiración entrecortada. La vuelta era la consecuencia lógica del esfuerzo realizado.

El quinto tomó tres varas, en banderillas lo aprendió todo, sobre todo le tomó la matrícula al banderillero José Mora y llegó al final cazando moscas. En los lances de salida casi desnuda por completo al murciano, que fue derribado de un topetazo seco del animal. No se entiende que brindara el toro a las cámaras de televisión. Lo macheteó y lo mató como pudo.

De Téllez no sabíamos casi nada. El mexicano quiso hacer su toreo alegre y movido, colocó banderillas con voluntad y relativo acierto, y realizó dos faenas de pases incompletos, en parte por las características del toro, en parte porque en ocasiones afloraron las dudas y se descomponía el pasodoble. El mejor ejemplo se pudo comprobar en el sexto.

El toro ‘Higuerito’, justo de fuerzas, embistió con cierto recorrido y un molesto cabeceo. Téllez le dio pases, demasiados pases, que tampoco asustaron al aficionado. El animal le avisó que se quería rajar. Más pases cerca de las tablas y la rajada definitiva.

El final de la Feria, con el toro dando vueltas pegado a las tablas y los toreros corriendo detrás, no era precisamente el mejor para un ciclo que ha dejado tantos momentos bellos para el recuerdo. Pero así es, y así ha sido siempre, la Fiesta de los toros. De la gloria de un toro indultado al drama de un toro al corral. Todo es Fiesta.

La terna se fue dolorida al hotel. José Luis Moreno tuvo un toro posible, algo que es un milagro en la de Miura. El dolor de Rafaelillo era físico. Seguro que para dormir necesitó relajantes y un poco de Ibuprofeno. La paliza fue soberana. Al menos, la vuelta le reconfortará. El mexicano Téllez se llevó un dolor moral. No fue nada grato su debut en la Maestranza, porque no puede serlo que le echaran un toro vivo a los corrales.

A José Luis Moreno le dolerá no haber podido cuajar al cuarto, único toro posible de la corrida. Es el dolor que provoca siempre una corrida de Miura, los clásicos toros para la épica y no para la lírica. La épica de los toreros poderosos que siempre han lidiado estos toros. La Feria echó el cierre con un mal trago, porque un toro al corral es una faena de las malas.

El Mundo

Por Zabala de la Serna. Rafaelillo, muy importante con la correosa miurada

Rafaelillo no creció más porque le pesan los mismísimos que está usted pensando. Testiculina a espuertas con un miura que de salida parecía una malva y luego fue una zarza. Rafaelillo enganchó el tío aquellos viajes de salida en unos lances con su aquél y todo en el vuelo. Incluso la media. Vaya con Rafael Rubio con la pata p'alante. El toro tomó bien una primera vara y en la siguiente empujó con un sólo pitón. Las dobladas de Rafaelillo, genuflexo y rodilla en tierra, además de poder desprendieron estética. Especialmente un cambio de mano. Desde ahí, el miura, cárdeno y hondo, se acordó de la leyenda negra. Qué mérito ponerse además para tratar de hacer las cosas bien cuando te están cayendo tomahawks desde las alturas. Ni uno tenía por el izquierdo. Rafaelillo apretó los dientes. Le robó lo que supo, lo que pudo, jugándose el corbatín. Uno iba directo al corazón, ya finalizando la faena de coraje y valor. El macheteo último y el abaniqueo por la cara tuvieron aires de lidia antigua, que es la que requería este espectáculo decimonónico. Al entrar a matar, el miura le quiso arrancar el brazo a Rafael como tirándole un bocado. Menos mal que en el siguiente envite lo cazó. La vuelta al ruedo fue de esas de ley.

Rafaelillo volvió a salvar el pellejo con el quinto, que de un cabezazo en el saludo le desgajó la taleguilla de arriba abajo. Que cabrón más grande. Ni uno tenía. Sabía perfectamente donde estaban los toreros. No le dejaba a Rafaelillo ni meterse con él por bajo. Le metió la mano con habilidad en estocada atravesada. Imposible descabellar con la muerte tan tapada.

José Luis Moreno es uno de esos casos que tan injustamente se dan en el toreo. Un torero que sabe torear y que las empresas no quieren contratar. Ni siquiera la de Castellón este año, cuando vertió su sangre en 2010 con una de victorino. Moreno propuso al larguísimo primero de la miurada el toreo cabal con el capote. Un quite de dos y un preciosa larga despertaron ovaciones. Pero luego el miureño desarrolló sobre las dos manos, con alguna opción sin gracia por el derecho, que pronto se evaporó cuando empezó a enviarle recados al cordobés. Digno y con categoría y un poco de suerte resolvió la papela con al espada a toro arrancado. Lástimas que la estocada se hundiese contraria. El descabelló se eternizó. Otro quite de dos bellísimas verónicas y una media a la cadera deslumbró con el cuarto, que con 571 parecía el más “chico” de la miurada. Brindó a Espartaco su muerte. Con empaque abrió faena. Y una serie por la derecha limpia. El toro topaba más que embestía. Moreno le presentó la izquierda y le sacó dos naturales estupendos. Luego se perdió la faena entre topetazos. No merece José Luis Moreno matar estas corridas.

Al mexicano Israel Tellez lo trejeron a España a debutar con la miurada en Sevilla. El quinto “sólo” tenía 650 kilos. Blandeó, pero se echó en los medios en un mar blando de arena. Los caballos de la mañana habían dejado el ruedo fatal. No sé si se precipitó el presidente al devolverlo, pero que pudo esperar un poco más seguro. El sobrero batió todos los records con 670 kilos y una salida a plaza acongojante. Le faltó poder para desarrollar. Tellez resolvió con los palos, que tal vez cogió con ingenuidad, y también con la muleta con pies y reflejos ante el mansón. Demasiado. Volvió a coger los palos con el sexto e incluso clavó al violín. El mexicano tiene valor, el tipo. Muleteó de acá para allá como quien no quiere la cosa. Dios, de todas formas, es misericordioso y le dio el lote de menos poder. Le dio coba al moruchón de miura con desparpajo. Ya eran las nueve de la noche. Lenta la función. Se rajó el toro. Tellez con sentido mexicano del tiempo. O sea, sin reloj. Lo pasó de vueltas. Un espectáculo ver al toro a escape como un mulo y el matador detrás por todo el ruedo. Al final acabó con los tres avisos.

EFE

Por Juan Miguel Núñez. Miedo, temeridad, impotencia…

La vuelta de los tres toreros al hotel, indemnes, el mayor éxito. Más aún en el caso de “Rafelillo”, que se libró unas cuantas veces de milagro.

Porque se pasó miedo en la tarde, lo mismo abajo en el ruedo que arriba en el tendido, lógicamente con la diferencia de matices que hay que establecer.

Y ese miedo, a veces también se hizo angustia por la temeridad de los toreros, muy concretamente de “Rafaelillo”, que queriendo encontrar a toda costa el camino del triunfo no miraba los terribles precipicios por los que “los miuras” obligaban a ir.

En el mejor de los casos, otro problema también gordo que se le planteó a los tres espadas fue el de la impotencia (desde el punto de vista taurino), pues la corrida no tuvo un pase.

Y así fue como la tarde resultó de lo más insufrible para todos. Sucedieron cosas tan sorprendentes como la imposibilidad de cuadrar al sexto toro, que daba vueltas al ruedo, arrimado a tablas, sin atender los cites de muleta y capotes que le salían al paso intentando frenarle.

Corría el toro que se las pelaba, y ya en la quinta vuelta intentó cazarlo Téllez con una sablazo atravesándole el costado, y siguió un calvario con el descabello. Pero “el miura” como si tal. Los tres avisos no deben entenderse esta vez como demérito del torero. En todo caso le servirá de advertencia para que la próxima vez no alargue tanto el trasteo, y menos con un toro de Miura que “desarrolla” tan fácilmente. No se recuerda una cosa igual.

Pero tampoco debe centrarse el interés del festejo en este pasaje, que ya es pura anécdota. Lo más notable de la función llevó la firma de “Rafaelillo”. valiente a carta cabal. Aunque más allá de su disposición y arrestos, hay que resaltar el sentido de la oportunidad en cada intervención que tuvo, por conocimiento de la técnica y su perfecta aplicación en lo que se conoce como la lidia, sobre todo en su primero.

Todo eso con el riesgo evidente de un toro siempre al acecho. Un toro que, diría el castizo, dominaba las tres lenguas clásicas -hebreo, griego y latino-, de “listo” que era.

Consecuencia de todo “Rafaelillo” tendrá que gastarse buena parte de los emolumentos de esta corrida en la factura al sastre al acabar con el vestido hecho unos zorros.

Había estado valentísimo en la larga cambiada de recibo pegado a tablas. Lanceó con arrestos a la verónica. Se dobló al principio con la muleta con mando y poderío, en una estampa de toreo antiguo. En lo que debe considerarse como faena sorteó gañafones por la diestra y la siniestra (nunca mejor empleada la palabra) para pegar de vez en cuando algún pase largo y, desde luego, muy emotivo.

Hubo dos desarmes, pues otra cosa hubiera parecido de lo más pretencioso. Muletazos bonitos, imposibles. Fue una amalgama de peligro y osadía, celo y arrojo, coraje e intrépido entusiasmo. Con todo eso, que en el caso de “Rafealillo” hay que compendiarlo en una sola palabra, torería, “Rafaelillo” pudo haber cortado una oreja.

Pero le prendió “el miura” en el primer envite con la espada, zarandeándole por el antebrazo. Asombroso que no le metiera el pitón. Y ya cuando acertó a la siguiente la petición de oreja fue menor de lo que se esperaba y merecía.

Al recibir al quinto, otro enganchón en forma de voltereta. Nuevo milagro, pues sólo quedó desnudo. Recompuesto el traje, ahora la única salida con el marrajo fue quitarle las moscas. José Luis Moreno también se la jugo sin miramientos y con mucho ahínco frente a un primero que no tenía un pase, sabiendo siempre lo que se dejaba atrás. El cuarto fue toro mentiroso, cambiante, que parecía ir pero terminaba frenándose, y buscando. Muy digna actuación también la de Moreno. Y del mexicano Téllez, contado su calvario con el sexto, hay que señalar también que pasó apuros con el tercero. En ambos banderilleó con voluntad. Eso le salvó.

La Razón

Por Patricia Navarro. Rafaelillo, titán del toreo

Rafaelillo quiso, y quiso con mayúsculas, sin dejarse arrinconar por el miedo que viene inherente a esta divisa. Y lo demostró en el saludo de capa al segundo y cuando volvieron a quedarse a solas. El reto era de órdago. No era para tomarse confianza ninguna el Miura. La mitad del escalafón se lo hubiera quitado del medio de un soplido (buscando la espada, se entiende). Nada más alejado de la heroica realidad. Rafaelillo comenzó la faena doblándose por bajo con torería y hasta nos hizo concebir esperanzas. Después, no es que el toro se revolviera raudo, es que no llegaba ni a pasar en la muleta. Tragó lo indecible. Sin un aspaviento, sin una mirada de más, todas se las aguantó al toro. Derrotes, brusquedad y miedo, el que sentimos en los tendidos. Rafaelillo se empeñó tanto, tanto, que hasta logró engañar al bruto y hacerle tragar a él, aunque el desenlace siempre quedara en entredicho. Se tiró a matar con toda la verdad a cuestas y le enganchó por la axila. Milagro no herirle. Repitió, como si nada hubiera ocurrido, y arriba dejó la estocada. Un héroe, Rafael, un héroe de carne y hueso en los ruedos.

Mal nos lo hizo pasar el quinto nada más salir. Arrolló con el capote a Rafaelillo y le desgarró la taleguilla, y el alma, si se hubiera dejado. Qué barbaridad. Ya sabíamos todos que la tranquilidad no volvería a reinar en el ruedo, nunca más, ni cuando estuvo herido de muerte. El toro hizo cosas o de estar toreado, o de ser muy malo, lo que ustedes quieran, pero merodear por allí era un suplicio. Sabía el toro el camino directo. Lo lidió Rafael y cogió la espada. Me hacía cruces sólo de pensar en cómo meterle la mano al toro. Habilidoso y valiente, con el corazón, hundió el acero, pero no cayó, y en cada descabello se jugaba, él y la cuadrilla, un arreón de tragedia.

Los tres avisos sonaron para el mexicano Israel Téllez. El toro no había sido de lo peor, al menos pasaba el cuerpo del torero, tampoco se piensen virtudes, a cabezazos y sin clase ninguna. El mexicano estuvo firme, pero no midió. Se fue tan largo, que se pasó de faena y el toro se lo hizo pagar caro. Rajadísimo, le dio por trotar alrededor de las tablas hasta pegarse él solo tres vueltas al ruedo. Meterle la espada resultó una odisea. Una utopía. Una pesadilla que le desvelará en alguna noche de duermevela. Y sonaron los tres malditos avisos con un espanto de toro. Con el tercero, también orientado, había cumplido. Quizá con otro toro…

A José Luis Moreno se le destempló el descabello en el primero, y eso que llevaba el Miura una estocada en lo alto. Anduvo muy firme ante un toro que sabía de largo lo que dejaba atrás. El cuarto fue más claro y hasta pudo torear, que torear en estos casos son palabras mayores, en un quite a la verónica. La faena voluntariosa no pasó a mayores, no había lugar.

Conclusión, corrida mala de Miura, qué demonios.

ABC

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/andres_amoros_bn.jpg"/>Por Andrés Amorós. Miura, al corral

Final tristísimo de la Feria: un toro de Miura se va al corral, después de escuchar su matador los tres avisos. Se llama «Higuerito», es castaño, pesa 626 kilos y le corresponde al mexicano Israel Téllez, al que casi le ha sido imposible entrar a matar.

Lo malo es que, tal como ha ido la corrida, no ha sido nada sorprendente sino su lógico desenlace. Los Miuras, muy serios, en el tipo de la ganadería, algunos han flojeado y han presentado grandes dificultades. Solamente el cuarto se ha dejado torear un poco. El más tremendo ha sido el sobrero que hace tercero: alto, abierto, hondo, con 670 kilos. Varios parecen flacos, aunque pesan más de 600…

Corrida, pues, de otros tiempos; pero de las malas de otros tiempos. Todos los aficionados le guardamos hondo respeto a los Miura, como proclamaba hace poco André Viard, al presentar el tomo de sus «Tierras Taurinas» dedicado a esta divisa. Y yo, personalmente, especial afecto al recuerdo de don Eduardo, un verdadero caballero andaluz. Pero los hechos son los hechos y no cabe falsearlos: la corrida de esta tarde ha sido infumable. Tienen mérito los tres diestros en salir por su pie y en haberla matado con dignidad.

El que mejor librado sale, lógicamente, es el bravo Rafaelillo, el más ducho en estas lides. Recibe al segundo con larga de rodillas y verónicas vibrantes. Brinda al público y comienza con excelentes doblones, rodilla en tierra. Cuando intenta estirarse, el toro le busca, con la cabeza por las nubes. Con valor y conocimiento, le arranca algún natural; por la derecha, el toro se ha puesto imposible. Al entrar a matar, el toro le rompe la chaquetilla; a la segunda, consigue tumbarlo patas arriba. El quinto lo atropella, de salida, casi lo desnuda. Abraham Neiro es ovacionado en banderillas. El toro es una alimaña, Rafaelillo le da la lidia defensiva que merece y pasa un mal rato para matarlo.

José Luis Moreno, muy castigado por los toros, es diestro de clase: bastante hace con salir dignamente de esta corrida. En el primero, lancea con gusto, hace el esfuerzo y consigue algunos buenos naturales pero el toro se tapa y da el mitin con el descabello. En el cuarto, algo más manejable, aunque se defiende a cabezazos, brinda a Espartaco y logra muletazos de mérito. Faena muy digna, hasta que el toro se para.

Dudábamos si esta corrida era adecuada para el mexicano Israel Téllez. Aunque el final sea amargo, aguanta el envite. En el tercero, el tremendo sobrero, se muestra voluntarioso y valiente, sin brillo. En el último, que embiste rebrincado, aguanta gañafones sin amilanarse. Pero el toro se raja por completo y da seis vueltas completas al ruedo, barbeando las tablas. Suena el primer aviso antes de entrar a matar. No logra resolver una papeleta tan difícil y el toro se va al corral. Un diestro más experimentado en estas guerras sólo hubiera podido mostrar algún recurso habilidoso para quitárselo de encima.

En 1958, Luis Calvo firmaba como «Don Jorgito», en ABC, la crónica de la corrida sevillana de Miura. Recurriendo a Oscar Wilde, hablaba de «la importancia de llamarse Miura». Hoy, esa importancia se ha mostrado sólo en la presentación y la enorme dificultad; por lo demás, día de luto para la legendaria divisa de Zahariche y también para los aficionados que siempre la hemos valorado.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Rafaelillo, coloso en valor; y toro al corral para Téllez en su debut

Los toros de Miura, fieles a su encaste, en el tipo -agalgados, con mucha caja-, apenas si aparentaban lo que se iba anunciando en la tablilla, superando cuatro de ellos los 600 kilos, y con unas herramientas que daba pavor verlas hasta desde el tendido. Pero lo peor fueron sus ideas, también miureñas, con esa peligrosidad que ha alimentado la historia de esta legendaria ganadería sevillana.

De la terna compuesta por Rafael Rubio Rafaelillo, José Luis Moreno y el debutante Israel Téllez, quien sobresalió fue Rafaelillo, colosal en valor y único espada que dio una vuelta al ruedo. Rafaelillo se peleó con el segundo en una lidia añeja, de torero macho de otros tiempos. Una lidia con olor a cloroformo y contundencia de pedernal. El murciano recibió a aquel tren de 600 kilos con una larga cambiada de rodillas junto a tablas y lanceó muy bien a la verónica. En la muleta, tras una preciosa apertura con doblones, el toro ya estaba orientado. Apenas hay que imaginar: 578 kilos de furia, dos espadas que coronaban el testuz y un millón de toneladas de malas ideas. Enfrente, un torerazo de estatura pequeña y corazón gigante al que el toro estuvo a punto de cortarle la yugular en el primer hachazo. Luego, lidia descarnada, con derrotes por ambos pitones y el torero sacando muletazos muy, muy meritorios. Dos desarmes de los que no tuvo la culpa el torero porque el toro le quiso atravesar el brazo. Y un desplante de verdad, cara a cara con ese Lucifer al que llegó a tutear. Se tiró de verdad y fue cogido por la chaquetilla, que desgarró el toro. Sin arredrarse, el murciano volvió a tirarse para matar de estocada. Le dieron una ovación muy fuerte y algunos pañuelos blancos volaron. Rafaelillo -si tenemos en cuenta al toro al que se había enfrentado y cómo había lidiado y matado- tenían que haberle premiado, al menos con un trofeo. Pero este mundo, a un paso de lo virtual, queda ya muy lejos de aquellos tiempos en los que se sabía saborear la épica.

El quinto, otro toro en el tipo de la casa, ya desarrolló sentido a partir del capote, donde le lanzó un viaje a la ingle y le desgarró una pernera. El plumero del algucillo fue para el miura como un semáforo rojo ante el que se entretuvo, en lugar de cornear a Rafaelillo, que se libró milagrosamente. Tras zurrarle en varas, se emplazó y hasta conocía el DNI de cada banderillero. En la muleta cazaba moscas y Rafaelillo, que conoce como pocos sobre la materia prima de Zahariche, concretó un breve y eficaz macheteo, en consonancia al toro más peligroso de la Feria de Abril 2011.

El cordobés José Luis Moreno se empleó en una actuación digna. Ante el agalgado que abrió plaza, con dos generosas perchas, se jugó el tipo. Se quedaba muy corto, daba hachazos y, para colmo, desarrolló sentido. La labor, entre sustos, muletazos muy estimables y un desarme, fue de nota. El diestro, sin embargo, lo pasó mal con el verduguillo.

Moreno, en tarde prácticamente imposible para el lucimiento artístico, logró uno de los mejores momentos en unas hermosas verónicas al cuarto toro. También brilló en la apertura de la faena, que brindó a Espartaco. Pero, el miura, tardo y con alma de ferretero, se entretuvo en lanzar tornillazos por doquier a un torero que esquivaba unas veces los viajes y otras hasta conseguía alargar el trazo del muletazo.

El mexicano Israel Téllez debutó en la Maestranza con más voluntad que acierto. Se libró de milagro de ser corneado en una larga cambiada que dio demasiado cerrado en tablas a su primero, devuelto tras partirse una mano que metió en un hoyo del platillo. El descomunal tercero bis, castaño, con dos guadañas y 670 kilos se llamaba Canelito -¡¿cómo será un plato de canelones en casa de los Miura?!-. Resultó tardo, sin apenas recorrido y con instinto muy agresivo. Téllez se empleó en un trasteo porfión. Pero donde se equivó fue en alargar la labor ante el peligroso sexto. El torero aguantó tarascadas por doquier y tuvo el pecado de pasarse de faena. Al mexicano le resultó imposible meterle la espada a un toro que dio casi tantas vueltas al ruedo, tras el primer pinchazo, que las sumadas por todos los toreros durante la presente feria. Al final, le dieron los tres avisos y los cabestros se llevaron a este Higuerito, otro castaño imponente al que recordará amargamente el torero azteca.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Tres avisos despidieron la Feria

La verdad es que el manito no pudo tener peor suerte. Llegar a España, debutar en la Feria de Abril y sortear una miurada que hizo honor a los galones era un empeño no exento de dificultades. Lo que no podría imaginar Israel Téllez es que el sexto de la tarde acabaría huyendo hasta de su sombra en un carrussell interminable que iba marcando las vueltas inexorables del inmenso reloj de la plaza.

Armado de estoque y muleta, con todos los matadores en el ruedo, cuadrilla y espada persiguieron infructuosamente al miura en el empeño vano de largarle una cuchillada por dónde mejor entrara el acero. A punto de sonar el inexorable tercer aviso llegó a dejarla en los ijares antes de tomar el descabello pero ya no había vuelta atrás. Sonó el postrer recado y el último toro que debía haber caído en esta extraña Feria se fue a los corrales en pos de los cabestros.

Posiblemente, el pobre Israel llevara la penitencia enhebrada en el pecado. Se hartó de dar pases y más pases a un toro de temperamento decimonónico, de bravura trasnochada, que sólo acepta faenas cortas. Cuando se quiso dar cuenta ya era demasiado tarde y el primer aviso sonó sin que se dejara cuadrar siquiera. Antes lo había banderilleado con más voluntad que acierto incluyendo un par al violín (desafinado), que le debería dar pistas para dejar quietecitos los palos. En cualquier caso, dejando a un lado los lamentables tres avisos, el diestro mexicano solventó la papeleta con dignidad.

Sin dejarse impresionar por el catedralicio sobrero que se libró del segundo pañuelo verde por tener enamorado al palco y a la parroquia, Téllez anduvo por allí sin perder los papeles, quizá sin decidirse a tirar la moneda del todo, pero mostrando solvencia profesional. Con el sexto, ya lo saben, se hartó de pegar pases de todos los colores y la cosa salió mal.La verdad es que torear, lo que se dice torear según el código moderno del oficio, lo hizo el cordobés José Luis Moreno. A cuentagotas pudo enseñar parte de su calidad en el inicio de faena al cuarto de la tarde, que fue el menos Miura de todos los miuras que salieron ayer. Moreno se templó en un quite resuelto por verónicas y comprobó las posibles virtudes de un animal que no tuvo malos inicios en la muleta.

El diestro de Dos Torres había brindado a Espartaco -seguramente en una elegante reivindicación de su auténtica condición de gran figura- antes de comenzar su trasteo con una serie bien hecha y bien dicha que nos hizo albergar demasiadas ilusiones. Desgraciadamente el toro se acordó muy pronto del hierro que llevaba en el anca y se mostró tardo y pegajoso por el pitón izquierdo. Le faltó poco para pararse y Moreno se tragó algunos de esos frenazos antes de desengañarse por completo.

Con el que abrió plaza tuvo muchas menos opciones aunque el torero cordobés solventó la papeleta con más que suficiencia. Corto de viajes, reponiendo en una baldosa y enterándose siempre, a José Luis Moreno sólo le quedó cazarlo de una estocada habilidosa y a toro arrancado que tuvo que hilar a un buen puñado de descabellos. Como la mayor parte de los pupilos de Zahariche, llegó a la plaza de Sevilla con siete vidas bajo el pellejo y demasiada dureza en las patas.

Que se lo pregunten si no al aguerrido Rafaelillo, que volvió a nacer después de ser arroyado por el Orient Express, un quinto de más de 600 kilos que se lo llevó por delante en cuanto le echó el capote a la cara. Hubo larga pausa para recomponer al murciano -demasiados ayudas, mozos y requeteayudas de paisano en el ruedo- que comprobó muy pronto que aquel animal iba a ser un bocado imposible. Se le recetaron tres puyazos y campó a sus anchas en el ruedo creando situaciones de verdadero peligro.

Si se le citaba por un pitón, acababa embistiendo por el otro o regateando los engaños. Tuvieron mérito los hombres de Rafaelillo banderilleando a este ejemplar que luego, en la muleta, no tenía un solo pase. Comprobando sus ideas de terrorista, Rafaelillo no se dió coba y se fue en busca de la espada sin poder adivinar lo que le iba a costar echarlo abajo. Aunque el acero entró a la primera, la sesión de descabellos se convirtió en una estampa solanesca, en un aguafuerte de otro tiempo absolutamente acorde a las condiciones que sacaron los toros de Zahariche.

Afortunadamente, Rafaelillo había podido enseñar su dimensión entregada y heroica con el segundo de la tarde, otro afiliado al sindicato del crimen que al menos permitía demostrar actitudes. Así lo vio el murciano, toreándolo con vistosidad de capote y doblándose con mando y desparpajo en el inicio de una faena que acabaría convirtiéndose en batalla.

El toro se quedaba corto y era tozudo como un mulo viejo pero Rafaelillo volvía con tenacidad una y otra vez a la cara, siempre dispuesto y cruzado, en un emocionante toma y daca, que concluyó con un macheteo por bajo. El chaparrete diestro se tiró como un jabato a matarlo y salió enganchado. A la segunda lo tumbó sin puntilla.

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©Rafaelillo, José Luis Moreno, Rafaelillo y el 6º de la tarde, volviendo a corrales tras el tercer aviso.

Sevilla Temporada 2011.

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