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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Sábado, 13 de abril de 2013

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Núñez del Cuvillo, Domingo Hernández, Victorino Martín, El Pilar, Toros de Cortés, Juan Pedro Domecq (de diferente presentación y juego desigual; el 2º, pitado en el arrastre; el 3º, división en el arrastre; el 4º, sin fuerzas; el 5º, de Toros de Cortés, fue devuelto a corrales por debilidad manifiesta, 5º-bis, de Juan Pedro Doecq, el 6º, aplaudido en el arrastre, se le pidió la vuelta al ruedo).

Diestro:

José María Manzanares. En solitario. Estocada (ovación); media tendida, aviso, dos descabellos (saludos desde el tercio); dos pinchazos que escupe, media estocada contraria, aviso, pinchazo, media tendida y contraria, dos descabellos (silencio); pinchazo que escupe, media estocada (silencio); media contraria, estocada tendida (silencio); estocada tendida, descabello (dos orejas).

Banderilleros que saludaron: Curro Javier, Juan José Trujillo y Luis Blázquez.

Sobresalientes: Fernández Pineda y Manuel Carbonell.

Incidencias: al finalizar el paseíllo se guardó un minuto de silencio por el fallecimiento de la ganadera Dolores Aguirre.

Presidente: Ana Isabel Moreno.

Tiempo: soleado, temperatura agradable.

Entrada: hasta la bandera.

Crónicas de la prensa: El País, Diario de Sevilla, El Correo de Andalucía, La Razón.

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Siempre digo que las encerronas las carga el diablo. Y esta llevaba camino de haber sido cargada por un diablo o, al menos, por un gafe de los gordos. He visto toda la corrida a unos metros detrás de Chema Manzanares y he observado todos sus gestos y reacciones. Y me he estado acordando de él toda la tarde porque tuve el honor de organizar aquella encerrona suya, Corpus de Sevilla, el 14 de junio de 1990. Qué desastre, pero qué bien nos lo pasamos los de la organización. Esta de su hijo la ha sufrido más. El primer torito de Cuvillo, el peor presentado, le dejó hacer faena pero sin transmitir. El segundo de Garcigrande se le apagó sin alcanzar cimas artísticas. El de Victorino fue un manso -no he visto nunca a un toro levantar al caballo para salir huyendo por debajo- de libro -como tantos de origen Albaserrada, y muy peligroso, nada apto para su toreo. El cuarto fue un horrible toro de El Pilar y el quinto, a pesar de su voluntad, no le dejó hacer nada. Quedaba el sexto en el que se la jugó, valiente en el capote, lidia de lujo de su cuadrilla titular, y faenón de los grandes, de los sublimes, de los que el tiempo se para en los pases del temple y la lentitud. Pena lo del descabello que deslució algo la concesión de la segunda oreja. Pero daba igual: habíamos visto diez minutos de toreo excelso del que fue gran colaborador el Juanpedro. Qué buen remate para una tarde que apuntaba a chamusquina. Viva el toreo.

Lo mejor, lo peor

Por Sandra Carbonero

Lo mejor: Resurrección de Manzanares. Dicen que bien está lo que bien acaba. Este refrán podría aplicarse a la encerrona del alicantino porque hasta el final no cogió vuelo, cuando José Mari desorejó al buen toro de Juan Pedro Domecq. Lo cierto es que por encima de la elegancia y templanza con la que dibujó la faena Manzanares, ha sido el público el que se merece el mayor “olé” de la tarde. Cuando todo parecía perdido y la desilusión inundaba los tendidos, los espectadores se levantaron de sus asientos y ovacionaron fuertemente al torero antes de la salida del sexto. Manzanares se enrabietó, sintió que le debía mucho a Sevilla y agarró el capote y se fue a la puerta de toriles a recibir al toro a portagayola. La Maestranza se encendió y el toreo del diestro revivió, floreciendo la ilusión perdida por todos. Los asistentes necesitaban beber más del verdadero toreo de Manzanares y mientras él se despedía, le gritaban pidiéndole el sobrero. Monumental el público de Sevilla.

Lo peor: Tarde de expectación. No fue la tarde esperada por los “manzanaristas” que iban predispuestos a ver un gran triunfo de su torero y a sacarlo a hombros por la Puerta del Príncipe. Cada minuto que pasaba se ponía todo más cuesta arriba para José Mari, que se le veía cada vez con menos brillo y lucidez. Hasta en la suerte suprema, en la que es un as de espadas, falló estrepitosamente en todos sus oponentes. Si no fuera por el sexto, terminaríamos hablando de una “tarde de expectación, tarde de decepción” al completo.

El País

Por Antonio Lorca. El príncipe destronado

Como se dice por aquí, la primavera se había vestido de gala para recibir al príncipe de Sevilla. La tarde era espléndida, soleada, luminosa, adornada por una ligera brisa. Una temperatura ideal. Los ánimos, encendidos; la esperanza, por los cielos y los cuerpos festivos.

Así estaba la Sevilla taurina, con el pañuelo en la mano y el sueño del triunfo revoloteando por los arcos de la Maestranza cuando se abrió la puerta de cuadrillas y apareció él, José María Manzanares, vestido de celeste y oro, y la plaza entera se puso en pie para vitorear a su ídolo.

Casi dos horas y media más tarde, el torero estaba recostado sobre las tablas de la barrera, el mentón hundido en el pecho y los clarines anunciaban la salida del sexto toro. Todo había salido mal. Ni un solo recuerdo que no fuera la esperanza desvanecida, la ilusión echa añicos y los planes trastocados. ¿Qué ha pasado, por Dios? Si estaba Sevilla dispuesta a salir en volandas por la Puerta del Príncipe con su príncipe en brazos para mimarlo y quererlo, y entronizarlo como hijo suyo que lo considera. Nadie sabe qué ha pasado, ni el torero mismo. Lo cierto es que la luz de la tarde se ha ido y la oscuridad lo cubre todo por increíble que parezca. El triunfo soñado se ha tornado en fracaso real. Inexplicable, pero cierto.

Es entonces cuando la plaza reacciona, se levanta toda ella y alienta a su torero con una ovación de cariño extremo. Manzanares se resiste a saludar, hundido, quizá, en su más certera intimidad, pero las palmas echan fuego y el torero levanta la vista, toma aire, recupera el ánimo perdido, aprieta el capote y, en un gesto de rabia, enfila con paso firme hacia la puerta de chiqueros, dispuesto, quién sabe, a echar un pulso a su destino.

Se arrodilló en los medios, se tomó su tiempo, rezó, se santiguó y esperó la salida de Guasón, un torete de Juan Pedro Domecq que venía para devolverle momentáneamente la sonrisa. Una larga cambiada y dos más en otros terrenos de la plaza, dos verónicas y una media de rodillas hacen estallar la alegría. El animal era un inválido y así lo demostró en el caballo, pero galopó en banderillas para que se lucieran Curro Javier y Luis Blázquez con los garapullos y Juan José Trujillo con el capote. Brindó Manzanares a su plaza y, entonces, el toro, ese blandengue animal con aspecto de novillo, vino a demostrar que era un artista de los pies a la cabeza, y embistió con fijeza, con recorrido, con suavidad, con calidad suprema, y permitió que Manzanares diera rienda suelta a su estética y dibujara muletazos largos, hondos, hermosos y magníficamente abrochados con el de pecho. Mejor por el lado derecho que por naturales, pero algunos compases de la faena encerraron una exquisita belleza. Le concedieron las dos orejas al torero y se pidió la vuelta al ruedo para Guasón, que no se concedió acertadamente porque su juego en el caballo fue muy deficiente. Ovaciones y pitos

Un toro artista del fallecido Juan Pedro Domecq impidió la debacle del torero de Alicante.

De cualquier modo, este triunfo de última hora no puede ocultar que la encerrona de José María Manzanares en Sevilla ha sido un fracaso sin paliativos, una dolorosa decepción para sus muchos seguidores y la constatación de que este torero no está capacitado para una gesta de estas características.

Porque lo grave no es que no diera ni una sola vuelta al ruedo en los cinco primeros toros; que no fuera capaz de enjaretar una tanda airosa, que se comportara como un insufrible pinchauvas… Lo más grave es que se le vio sin ideas, con la mente obnubilada, como un pegapases cualquiera. Ya es paradójico que antes de que saliera el sexto la gran ovación de la tarde y los sones de la música se los hubieran ganado Juan José Trujillo y Luis Blázquez al banderillear magistralmente al toro de Victorino, un animal muy peligroso que se las hizo pasar canutas al jefe de filas. Fatigas de verdad pasó Manzanares con ese toro, con cara aniñada, pero con malas ideas en las entrañas. Regateó con habilidad cuando intentó pararlo con el capote, fue un manso de libro en el caballo, se adueñó del ruedo; lo dominaba todo con la mirada y, en el tercio final, fue muy exigente y desarrolló un peligro enorme, con la cara siempre a media altura y el recuerdo permanente de lo que se dejaba atrás en cada embestida. Una papeleta. El torero se zafó como pudo de los derrotes, lo mató de mala manera, y seguro que no lo olvidará en mucho tiempo.

Mal estuvo Manzanares con los dos primeros, suaves y nobles, a los que toreó muy despegado, a medio gas, como dormido, con las ideas poco claras y la muleta aburrida.

El cuarto fue un inválido que debió ser devuelto a los corrales, como ocurrió con el quinto. Pareció que habría resurrección ante el sobrero, el mejor presentado de la corrida, pero solo una tanda, con la derecha y nada más. Después llegaría el aliento de Sevilla y esas dos orejas que saben a poco, a muy poco; porque era mucho, demasiado, quizá, lo que se esperaba.

De cualquier modo, vaya desde aquí el respeto y la admiración para quien es capaz de encerrarse con seis toros, aunque sean chicos, en La Maestranza y exponerse a la dura realidad del fracaso. Manzanares fue recibido con los honores de un príncipe y se dejó la corona en el albero. Si es inteligente, que lo será, aprenderá esta lección de humildad y, destronado, resurgirá como lo que es, un gran torero.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Manzanares y su dulce postre

Llenazo. Tarde espléndida. Manzanares ante el reto de su carrera. Ovación en el paseíllo, que se redobla posteriormente y a la que el torero corresponde, saludando montera en mano. Todo parece que saldrá sobre ruedas. Pero como los Toros no son teatro, que diría aquel, falta conocer el libreto, el toro de lidia que saldrá. En este caso, seis. En los cinco primeros actos, la función se va diluyendo. Y ésta crónica comienza por el final, justo antes de que saliera el sexto toro, Guasón, precisamente el de menos guasa del encierro, porque resulta nobilísimo.

El torero, hasta entonces, no había logrado ni una vuelta al ruedo. La mayoría del público, casi como un resorte, se pone en pie. Suena una ovación estruendosa, que debió ser pura vitamina para Manzanares, que mira a la puerta de chiqueros. Allá que se marcha. Se hincha de rodillas. Frente a toriles, una larga cambiada. Y otras dos en los medios. Las palmas echan humo. De pie, lancea a verónica y remata con una media de rodillas. La ilusión se dispara. Y crece cuando el torero realiza un quite por tafalleras rematado con una preciosa cordobina. Cuidan al toro en varas. El astado se duele en banderillas, donde se luce Curro Javier; como en la brega lo hace Luis Blázquez.

Manzanares brinda al público. Y entonces el alicantino sirve un dulce postre que hace olvidar un amargo menú previo. Por momentos consigue que el tiempo se ralentice en el albero. Es como si el reloj se tendiera de manecillas caídas sobre la arena y se negara a caminar con el torero convertido en emperador de luces. En ese momento mágico, transfiere al toro a un segundo plano. Impone ritmo y pausas de manera caprichosa y el público queda como hipnotizado. Con la llama del temple en su mano, el fuego crece y decrece a su antojo y consigue que la belleza sea la luz especial de una faena resplandeciente. Especialmente llega en dos series diestras, con el cuerpo relajado, acompañando con la cintura al noble astado y un cambio deslumbrante. El torero parece que ha crecido un palmo. Con la izquierda se saborean un par de naturales. Los remates, como trincherillas o pases del desprecio, son de orfebrería cara. También con la derecha gusta en una tanda que abre con una capeína y en la que baja la mano. Apuesta fuerte en la suerte suprema y lo que apunta a recibir se resuelve con un espadazo al encuentro. Tarda el toro en caer y precisa un golpe de verduguillo. El torero y el público respiran. Dos orejas. Triunfo en el cierre, in extremis.

La historia anterior fue historia de escaso relieve. Con el primer astado, un Cuvillo, aceptablemente presentado, astifino, flojo, el torero recuerda a su progenitor al dibujar un quite por chicuelinas. Con la muleta, alternó pasajes con muletazos desceñidos con otros de calidad. Falta toro. Con el complicado y blando segundo, de Domingo Hernández, un castaño con volumen, cumplió sin más. El precioso cárdeno de Victorino Martín -recibido con una ovación-, vareado y peligroso, hundió al torero moralmente y estuvo a punto de herirle en un muletazo. Sus hombres de plata, Trujillo y Blázquez se llevan una gran ovación por pares arriesgados.

Al cuarto, de El Pilar, un colorado con clase, pero inválido, apenas si le hicieron sangre para un análisis en el primer tercio. Manzanares, después de varios derrumbes del astado, corta el trasteo. El quinto, con el espectáculo ya tocado, fue devuelto por la presidencia, ante su flojedad. En su lugar, un sobrero de Juan Pedro Domecq, que tras un puyazo perdió varias veces las manos en banderillas. Manzanares -al que su progenitor, en el callejón, le aconseja sobre la lidia- intenta el lucimiento, pero no puede bajarle la mano y el trasteo a media altura, no alcanza vuelo.

Como siempre dicen los taurinos, si matar dos toros es complicado, lidiar seis es casi jugar a la ruleta rusa. Si no, que se lo pregunten a varias figuras, incluido Manzanares padre -sufriendo en el callejón lo indecible y vitoreando a su hijo al final-, quien hace 23 años saldó su apuesta sin trofeos. Pero el destino en esta ocasión fue más amable y sonrió al joven Manzanares en el cierre de un festejo, en el que no tuvo la seguridad y contundencia habitual con la espada.

El epílogo, como ya hemos descrito, se acerca a la gloria que debió soñar durante estos días el joven torero alicantino antes de acometer el reto de ayer. Un toro nobilísimo, al que toreó con ritmo y temple, con un público enardecido que, por fin, ya en la anochecida, ondeaba sus pañuelos para solicitar los trofeos en la Maestranza.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Manzanares cuaja la faena de su vida en el filo de la navaja

La ovación que sacó del pozo a José María Manzanares fue el momento clave de una tarde que ya se adentraba en la anochecida. El aplauso, intenso, caluroso y sostenido animó al alicantino a cruzarse de parte a parte el enorme ruedo sevillano para hincarse de rodillas delante de la puerta de chiqueros. La difícil apuesta caminaba hacia el abismo y había que echar la moneda al aire sin saber de que lado iba a caer.

Pero el Manzana estaba dispuesto y sacó esa raza que sólo pertenece a las grandes figuras para revocar el ambiente. Una larga a porta gayola, dos más en los medios y unos vibrantes lances a pies juntos que remató con una airosa media verónica de rodillas fueron su declaración de intenciones. El aire estaba dando la vuelta y la plaza de Sevilla se adentraba en uno de esos instantes mágicos que sólo pueden ver y gozar los que están en la plaza.

Los precisos y perfectos puyazos de Chocolate, la excelsa lidia de Juan José Trujillo y el grandioso tercer par que colocó Curro Javier hicieron el resto. El toro anunciaba cosas buenas y el propio Manzanares había tenido ocasión de comprobarlo en un quite por cordobinas rematado en una tijerilla que terminó de subir la tensión argumental de un festejo que recuperaba el pulso de repente.

Lo que vino después es difícil de contar: Manzanares cinceló serie a serie y muletazo a muletazo la que podría ser la mejor faena de su vida. Lo hizo administrando los tiempos, dando respiros al toro, buscando la cadencia y la armonía de los muletazos, de su propia expresión corporal. El trasteo se fue convirtiendo en sinfonía a la vez que el torero se rebozaba en la rácana música de la Maestranza haciendo del pasodoble Cielo Andaluz la mejor banda sonora de su histórica obra.

El toreo fundamental, especialmente por el lado derecho, fue escultura. Y los remates, los cambios de mano y el estar en la plaza se convirtió en una antología que volvió a elevar el techo del alicantino cuando muchos estaban sacando las palas para enterrarlo después del tibio paso por el Domingo de Resurrección y la decepción que había acompañado la lidia de los cinco primeros toros. Lástima que la espada, que entró a la primera y en la suerte de recibir, no fuera esta vez lo suficientemente contundente. Manzanares tuvo que tirar de descabello aunque la magnitud de la obra creada no le impidió cortar dos merecidas orejas. En otro tiempo le habrían sacado por la Puerta del Príncipe.

No había terminado de explayarse por completo con el noble primero. También estuvo a punto de romper la cosa en el trasteo instrumentado al segundo de la tarde pero el pésimo juego del toro de Victorino que dejó para tercer plato fue una ducha de agua gélida. Desmoralizado con el pésimo cuarto, hizo un tremendo esfuerzo con el difícil sobrero que salió en quinto lugar, al que llegó a torear como si fuera bueno. Pero aún quedaba el sexto…

La Razón

Por Paco Moreno. Manzanares despierta al son de La Maestranza

Al final, hubo reencuentro. La afición sevillana ovacionó a Manzanares antes de salir el sexto y este correspondió con la faena de la tarde. Dos orejas y no hubo divorcio. Dos orejas y reencuentro de ensueño. Como si quisiese sumarse a tan insigne acontecimiento poniendo aún más contenido y belleza a la atardecida maestrante, el sol envolvió por fín con fuerza Sevilla desde primeras horas de la mañana. Nadie ni nada quería perderse la encerrona de Manzanares. Calor natural, plaza llena y un público expectante que adornó el comienzo de esta corrida con una cerrada ovación al torero nada más romperse el paseíllo. Antes, crespón negro y minuto de silencio en recuerdo de la ganadera Dolores Aguirre ayer fallecida. Con estas, se abrió la puerta de chiqueros y apareció el primer toro de la tarde: «Bombardito», con el hierro de Núñez del Cuvillo. Y no quiso fallar ni mucho menos el animal. Ofreció un juego dulzón, con mucha calidad en sus embestidas, sólo pedía un poco de reposo y que no le atosigasen. Lo entendió perfectamente José María Manzanares que arrancó las primeras ovaciones al recibirlo con el capote. Seis lances a la verónica, una chicuelina y la media. Lo midió en varas Pedro Genís. Hubo un quite parsimonioso por chicuelinas. Muy despacio y llevándolo toreado. Con la franela, el alicantino dejó una faena uniforme, sin altibajos, con buenas tandas de muletazos. Más cantidad y calidad por la derecha. De manera inteligente, dejó reponer al animal entre las mismas para que no se viniera abajo. Pese a ello, faltó continuidad. Mató de efectiva estocada.

El segundo de la tarde, de Domingo Hernández, tomó bien la muleta por el pitón derecho, aunque le costó iniciar sus arrancadas. Con este astado, Manzanares se mostró correcto. Inició la faena recogiéndolo con rodillas flexionadas para darle un sabor muy torero. Luego tiró de nuevo de inteligencia en el planteamiento de la lidia con un oponente que, cuando tomó la muleta, se empleó con algo más de codicia. Buenas las series en redondo y meritoria una que extrajo sobre la zurda, pues el toro tuvo peores intenciones por este lado: punteaba y deslucía. Bien el torero, aunque sin terminar de romper la faena.

Más complicado se lo puso el de Victorino Martín que hizo tercero. El primero de la carrera de Manzanares. Se intentó estirar a la verónica, pero el burel no se lo permitió. Tuvo que fajarse ante unas embestidas cada vez más atosigantes. Tomó bien el caballo, aunque suelto. Puso en dificultad la brega de un gran banderillero como Curro Javier. Sensacionales Trujillo y Blázquez con los palos. Puro riesgo. Planteó pronto la faena por la zurda y, tras una de tanteo, le sacó otra de buenos naturales. Pero el cárdeno se le metió para los adentros. Apuros. A partir de ahí, el panorama cambió. Hubo interés, pero sin lucimiento. División para el toro en el arrastre y silencio para el torero.

Cambió el guión con el cuarto. Llevaba el hierro de El Pilar. No permitió ningún lucimiento al espada, pero por todo lo contrario que el de Victorino. Llegó a la muleta con excesiva blandura y sin apenas poder embestir. Una lástima que se acabase tan pronto, pues había mostrado mucha nobleza y bondad en los primeros tercios.

El quinto fue devuelto tras blandear en el tercio de varas. Lo sustituyó un sobrero de Juan Pedro Domecq, que tuvo nobleza, pero fue perdiendo fuelle a medida que avanzaron los minutos. Le sirvió para dejar un buen ramillete de verónicas y buen toreo. Parecía que podía ser el reencuentro de La Maestranza con Manzanares. Hubo una tanda de muletazos sobre la derecha que hizo sonar la música y se avivó el entusiasmo. Un espejismo, porque en la siguiente sólo hubo limpieza. Con la izquierda no hubo acople y todo se difuminó.

Pero el público de Sevilla es especial y Manzanares también. Tanto que una ovación de gala antes de que saliera el sexto hizo que el torero correspondiera camino de chiqueros. A portagayola. Otras dos largas más de rodillas en el centro. Vibrantes, las verónicas. Sólo era el aperitivo para la posterior borrachera de toreo. Extraordinaria su cuadrilla habitual en banderillas y grandioso Manzanares con la muleta. La Maestranza crujió en sus cimientos y el alicantino se rompió en tandas bellísimas sobre las dos manos con un gran toro. Repetidor. Valió la pena tanta espera. Toreó de ensueño, con cadente elegancia. Para cerrar tanta belleza hundió la espada, ahora sí, en la suerte de recibir. El bravo toro se resistió a echarse, pero el triunfo no podía ir. Dos orejas y Manzanares, reencontrado con su Maestranza.


* Sevilla Temporada 2013.

sevilla_130413.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:13 (editor externo)