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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Tarde del Sábado, 17 de abril de 2010

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Gavira (de diferente presentación, mansos, blandos y faltos de raza; el tercero fue devuelto a corrales por debilidad manifiesta. Pitados en el arrastre; mejor el 2º).

Diestros:

Morante de la Puebla: Media estocada (silencio); pinchazo hondo, dos descabellos (silencio).

Alejandro Talavante. Pinchazo hondo (saludos desde el tercio); dos pinchazos, aviso, media estocada, tres descabellos (saludos desde el tercio).

Daniel Luque. Estocada (silencio); estocada en su sitio, rueda sin puntilla (saludos desde el tercio).

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: Sol y nubes, con rachas de viento).

Entrada: Hasta la bandera.

Crónicas de la prensa: El Mundo, El País, Diario de Sevilla, El Correo de Andalucía, Gastón Ramírez.

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© Alejandro Talavante con su segundo toro/El País/GARCÍA CORDERO. © Daniel Luque, en una preciosa tejadilla al sexto toro, con la que cerró un quite por chicuelinas/Diario de Sevilla.


Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

A Antonio Gavira le hubiera gustado verse en un cartel de lujo de la preferia de Sevilla, pero, con seguridad, no le habría gustado el comportamiento de sus toros esta tarde. Fueron casi todos mansos, huídos, corriendo por la plaza como gamos en el último tercio. El quinto, tratando de huir del caballo, destrozó la puerta de arrastre. Ante eso, los toreros, que estaban dispuestos, poco hicieron. Morante renunció con razón en el primero y, con mucha voluntad, sólo pudo dar algún muletazo suelto al cuarto. Talavante, con el único que se dejó, hizo una faena limpia y elegante, que el público de Sevilla, incomprensiblemente, no valoró. A cualquier otro por la mitad le dan la oreja. La excusa no puede ser la espada pues acabó con una media efectiva en el sitio. Apenas le ovacionaron. En el quinto hizo una faena de muchísimo merito, persiguiendo al mansón y logrando tandas completas en la puerta de chiqueros. Esta vez falló la espada porque el sol habría pedido la oreja, aunque la sombra “pasó” de él. Dani Luque no pudo hacer nada con el sobrero que salió tercero y menos aún con el que cerró plaza, al que persiguió por todos los tendidos. Tuvo detalles con el capote. En fin, una mansada de campeonato. Qué pena que los mataran, ahora que viene el Rocío.


Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: las piezas de un puzzle taurino

La décima de abono había despertado el interés de muchos aficionados locales. Morante de la Puebla volvía a su plaza tras la magistral lección de toreo sublime que dictó el Domingo de Resurrección; Alejandro Talavante tiene una legión de seguidores en la capital Hispalense por su hondura manejando la mano izquierda y hacía el paseíllo pensando en cortar dos orejas como el año pasado; y Daniel Luque regresaba al coso maestrante tras el estrepitoso fracaso de Madrid. Con semejantes mimbres todos pensábamos que íbamos a presenciar un festejo histórico. Sin embargo, aunque no nos aburrimos, porque los aficionados atentos siempre encontramos algún detalle, las expectativas no se cumplieron. Hubo, cierto es, pasajes dignos de mención. Por ejemplo, Talavante ante sus dos oponentes. Al primero lo toreo con un temple exquisito y acarició la embestida del toro de Gavira por el lado derecho el breve tiempo que duró sin aburrirse. Gracias a la magia de sus muñecas el animal se deslizó por la bamba de la muleta despacio, acompasado y rítmico para dibujar unos derechazos lentos y de mucho empaque. Al quinto, un borrico con pitones, huidizo y carente de la mínima clase exigible, le buscó las vueltas al hilo de las tablas, donde consiguió enjaretar al cuatreño algunos naturales de trazo largo y muy cosidos al trapo rojo. Luque, por su parte, sólo pudo lucirse en un impoluto saludo a la verónica. Muñecas libres de presión, figura arqueada y decisión suficiente para ir ganando terreno y embeber la embestida desde la llegada del toro a la jurisdicción del torero para después despedirlo hasta donde le alcanzaba el brazo.

Un notable muy alto en este puzzle merece la espléndida lidia de Mariano de la Viña al sexto, al que le provocó y le prolongó suavemente la embestida con una suavidad primaveral propia de los mejores peones de la historia. Y también habrá que felicitar al cabestrero, que hizo un trabajo rápido, efectivo y eficiente, y ya van dos tardes.

Lo peor: una mansada de parejo comportamiento

Apenas hubo opciones en la corrida de Gavira. Los toros, descastados, mansos y su fuelle, no sólo huyeron de los capotes y las muletas sino que además rehuyeron la pelea en todo momento. Casi todos buscaron no sólo las querencias sino los lugares dónde menos les molestasen. Este imperdonable comportamiento, impropio de una feria de la categoría de Sevilla, demuestra que la casta está cogida con alfileres y que la bravura raya en el aburrimiento.

Además, no se puede tolerar que salte al ruedo sevillano un sobrero de semejante características. El tercero bis era lo que en el argot taurino-popular se define como un zambombo. De badana impresionante, regordío, escaso de pitones, barrigón, de manos cortas y frente ancha… Una perla indeseada…


El Mundo

Por Carlos Crivell. Toros mansos para toreros modernos

Salieron cinco mansos y una yema de San Leandro. Los primeros eran corretones, galgos a la carrera por el circuito maestrante, capaces de asustarse de su sombra. Mansos, como todos los mansos de siempre. Y entre ellos, uno dulce y pastueño, limitado de fuerzas, empalagoso por exceso de almíbar. Ese toro, segundo de la corrida, tenía otras hechuras distintas a los mansos de Gavira.

Los diestros, toreros de nuestros días, apenas se enfrentan ya al manso de solemnidad, de forma que quisieron hacerle la misma faena de siempre, la que le hacen al bravo que repite. Y, claro, la cosa no resultó.

La primera sorpresa fueron los lotes que sortearon las cuadrillas. A Morante, para seguir con su maldita suerte, le tocaron dos reses muy feas, iguales de bastas, dos animales que pregonaban lo que fueron: mansos deslucidos.

El toro pastueño le cayó en suerte a Talavante en primer lugar. Con las fuerzas muy justas, el animal estaba herrado con el hierro de Gavira y lucía la divisa blanca. Fue tan dulce que los esfuerzos de Talavante por torear bien quedaron en poca cosa. Cuando sale un toro tan dócil, hay que dar pases enormes, cosa que sólo está al alcance de unos pocos toreros.

Decíamos que salieron mansos. Entre ellos, dos que cumplían con las todas las normas que se les pueden exigir a semejantes toros: quinto y sexto.

La mansedumbre no es incompatible con la casta ni con la calidad de las embestidas. Siempre se ha dicho que todos los mansos tienen su lidia. Los toreros del siglo XXI apenas se enfrentan a mansos de solemnidad. Talavante y Luque trataron de torear a los mansos como si fueran bravos. Sacaron a los huidizos astados al centro, donde los animales huyeron a las primeras de cambio. Y de nuevo volvían a sacar a los toros al centro, para que se repitiera la historia.

Los mansos de Gavira impusieron su terreno y allí debieron marchar los espadas para intentar la faena de lucimiento. Los dos toros aparcaron sus ímpetus en la puerta de toriles.

En tiempos pasados, en esa puerta de toriles se han hecho faenas de clamor. Tampoco nuestros matadores está preparados para ello. Al final, mucha voluntad, pases sueltos y pare usted de contar.

El lote más desabrido se lo llevó Morante. El que abrió plaza era feo con ganas. Y de igual forma embistió. El cuarto, también desproporcionado, metió la cara alguna vez, lo que aprovechó el de La Puebla para estirarse en algún natural. La gente acudió a ver al torero artista y no lo vio. Le respetaron y le seguirán esperando. Mañana puede ser. Talavante estuvo más entonado con el manso que con el dulce segundo. A éste le dio pases con la derecha ni malos ni buenos: simplemente pases. Era toro para sentirse y gustarse. El gran esfuerzo lo hizo con el manso, ya cuando el animalito marcó su terreno. Con voluntad, contentó a la parroquia del sol con muletazos diversos en los que utilizó mucho la ayuda.

También es moderno Daniel Luque. Mató un sobrero más bruto que un arado. Al de Gerena no le quedó otra opción de mostrar ganas. El sexto, lidiado de forma fenomenal por Mariano de la Viña, fue el otro manso de libro. Si cabe, más manso aún que el quinto. Quiso varias veces torear en el centro, para finalizar en la puerta de toriles. El joven espada dejó algunas verónicas preciosas en un quite al pastueño segundo y un galleo por chicuelinas hermoso al sexto.

Tras una corrida de triunfo siempre viene la calma de un festejo anodino. Pero en parte es culpa de la modernidad. Hace treinta años, a esta corrida la cogen las figuras de entonces y les cortan unas cuantas orejas.


El País

Por Antonio Lorca. Competición de cobardes

La corrida fue una ruina ganadera, un petardo en toda regla y una desvergüenza. Qué imagen más penosa la de un toro y otro y otro huyendo de su propia sombra a la búsqueda desesperada de una salida con dirección a la dehesa gaditana. Qué tristeza la peculiar competición de cobardes de los seis toros corre que te corre detrás de nada mientras eran perseguidos por toreros desesperados.

Pero eso no fue todo. A fin de cuentas, la decadencia del llamado toro bravo es una realidad incuestionable. Es la consecuencia de una fraudulenta manipulación genética por la exigencia permanente de las figuras, que son las que, de verdad, mandan en las ganaderías e imponen el tipo de toro que debe lidiarse. Y no es que el torero prefiera el toro que huye, no; es que con tantas pruebas para encontrar la nobleza y la dulzura la sangre brava se pierde a borbotones y surgen monstruos indefinibles como ese animal -los seis de ayer, por ejemplo- que no quiere pelea, jamás se emplea y busca la salida desesperadamente.

Pero hubo más. Los toros de ayer eran feos de verdad, destartalados algunos, acochinados otros, cariavacados un par de ellos, y todo, en conjunto, una birria de presentación. Y se plantea, entonces, una pregunta: ¿quién elige estas preciosidades? Y otra: ¿eran estos los toros mejor presentados para Sevilla que tenía el ganadero?

Decididamente, este extraño mundo de los toros está plagado de misterios. Las tres figuras de ayer tienen sus equipos de veedores, expertos taurinos que acuden al campo y eligen los toros: este, sí; aquel, no; cambia aquel que tiene mucha cara… Y se supone que el ganadero ofrece una muestra de sus mejores productos. Pues, todo mentira: ni los veedores ni el ganadero han estado a la altura de las circunstancias. Y los tres toreros, Morante, Talavante y Luque, son, a la postre, los culpables del desaguisado. Y la autoridad, también, claro está, que aprueba lo que debe ser suspendido para evitar un supuesto desorden público. Otra cobarde, la autoridad, que permite que le den gato por liebre, la estafa a los espectadores y que la fiesta se hunda un poco más cada tarde.

La lidia no ofreció nada reseñable. ¿O sí? Entre tanta miseria no es fácil un recuerdo agradable.

A ver: Morante estuvo, pero pareció ausente. Sus toros, infumables y cualquier esfuerzo era baldío. Muy deslucido y sin calidad alguna el primero y muy insulso el cuarto. Ni un detalle. Imposible.

Lo intentó de veras Talavante, que no acaba de despegarse de esa aparente desidia que le persigue. Muleteó aceptablemente a su noble primero, un toro tonto, y su labor careció de peso y de poso. Pases sueltos bien trazados que no dicen nada, y faltó pasión y ese otro misterio de que una cosa es dar pases y otra torear. Se empeñó de manera muy loable en parar al corretón quinto, al que persiguió por toda la plaza, y al que literalmente robó algunos naturales largos que gustaron al aburrido público. Pero lo emborro-nó todo con la espada.

Y Luque quería limpiar el mal sabor de boca de los seis toros de Madrid y se encontró con dos bueyes. Mejor dicho, su primero -el sobrero- más bien parecía un marrano por su trote cochinero y sus maneras; y el segundo, que brindó a la concurrencia en clara alusión a sus intenciones, no le permitió ni pase. Corría que se las pelaba y pedía a gritos el camino del campo. Luque se cansó de correr y nos hizo un favor a todos.

Petardo consumado. Y los toreros culparán a los toros. Y todo seguirá igual porque ni los toreros, ni la empresa, ni la autoridad, ni los taurinos en general, velan por los intereses de los que pagan. Sólo trabajan por ellos, para ellos y sus bolsillos. Así ocurre, por ejemplo, la desvergüenza de ayer en Sevilla.


Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Nube mansa en la Maestranza

La nube producida por un volcán en Islandia ya está aquí. Ayer fue causante de la cancelación de varios vuelos en España. En Sevilla también parece que hizo estragos. Era una nube de mansedumbre, que envolvió el albero de la Maestranza. Una nube con el hierro de Gavira, de pinta negra, que se movió por el ruedo en busca de tablas, de principio a fin. Tras la erupción de ese volcán de auténtico toreo que fue El Juli, en la tarde anterior, la negra nube de ayer vino a decirnos lo que el hombre ya conoce desde siempre, que la naturaleza es imprevisible. O lo que es lo mismo en los toros: “De toros, no saben ni las vacas”. Y así, pudimos comprobar cómo aquellos espectadores a los que la reventa había reventado de infame bajonazo por una entrada para uno de los carteles de lujo, aplaudían a rabiar mantazos y hasta hicieron saludar, con una fuerte ovación, a Talavante, tras una faena que tuvo como colofón un insulto a la suerte suprema: dos pinchazos, una media, tres descabellos…

Saltó Defensor, auténtico paradigma de lo que debe ser un manso, con más amor a los tableros que el mejor de los ebanistas. Pero Morante, que es mucho Morante, no se anduvo por las ramas, ni buscando vetas en la madera innoble del bruto y ejerció de implacable fiscal. El juicio -perdón, el trasteo- duró un suspiro. Veredicto: silencio. Con el manso cuarto, que dio más cabezazos que el bueno de Santillana en sus mejores tiempos, Morante alternó enganchones con algunos estimables muletazos. El jurado volvió a aplicar el mismo fallo.

Alejandro Talavante contó con las mejores cartas. Su primero, montadito, con nobleza, embistió con dulzura por el pitón derecho y tardeó por el izquierdo. Talavante comenzó con mayestáticos estatuarios en las rayas. Con la diestra logró una serie con muletazos de buen trazo, bajando la mano y sometiendo al animal. Brilló en otra, más intensa. Ya con un pasodoble amenizando lo que sería una sinfonía incompleta, abrió fuego otra vez con la derecha con una capeína, un par de suaves muletazos y un bello cambio de mano. Faltó contundencia y peso a la obra. De hecho, tras matar de media estocada, el balance no pasó de una ovación.

Como la cosa iba sobre ruedas, el quinto, con buen aire, Habanero, en lugar de salsa, saltó por peteneras y escarbó el asertó de “No hay quinto malo”. Ya saben que cuando El Guerra mandaba en esto toreaba en segundo lugar para no abrir plaza. Y los ganaderos, reservaban para el cordobés el toro de mejor nota en quinto lugar. Eso pasó hasta que llegó Mazzantini que impuso el sorteo. Don Luis, uno de los espadas más importantes de la historia, fue tan chulo que se salió con la suya, aunque cuando se cortó la coleta degeneró mucho, pues acabó como concejal del Ayuntamiento de Madrid y más tarde, degenerando aún más, como gobernador civil de Guadalajara. Bueno, pues este mansísimo quinto, manseó tela, buscando su regreso a la dehesa Soto de Roma, en Los Barrios. Alguien dirá que tumbó de un cabezazo el portón del 5. Pero debo contestar que no fue por bravura, ni siquiera por mérito. A ese portón le colocan siempre cuñas de madera, pues anda desde hace varias temporadas más desencajado que la quijada del más castigado de los sparrings. Talavante, después de largas probaturas, acabó entendiendo que junto a chiqueros eran los terrenos. Aprovechó querencias y contraquerencias, aunque no siempre con ajuste. Algunos lo festejaron con una vehemencia extraordinaria, con la banda de música también en éxtasis, pese a algunos enganchones y un desarme. Luego, para remate, falló con los aceros y el pacense, educadamente, saludó en atención a una ovación desproporcionada.

Daniel Luque tuvo como primero un astado con buen aire, pero que fue devuelto al renquear. En su lugar Oprimido, haciendo honor a la vejación de saltar como sobrero, anduvo más bien deprimido. Correteó como esos condenados suplentes a los que los entrenadores los tienen haciendo ejercicio durante medio partido para luego sentarlos, sudorosos y con cara de póquer, en el banquillo. El animalito -lo escribo con todo respeto-, sin cuello, sin una lámina soberbia, no era precisamente bonito… Buscó toriles, huyendo al sentir el hierro en varas y se emplazó junto a chiqueros. Luque comenzó su labor en los medios. El toro acabó marcándole los terrenos. Labor porfiona.

Como cierre, pisó el albero un Cantarero al que Luque, también en cantarero, en humilde alfarero, quiso moldear. Pero fue vasija sin contenido bravo. El sevillano brilló en unos airosos lances galleando y unas chicuelinas en un quite que cerró con una bellísima tejadilla -esa larga a una mano que inventara Lagartijo y que el último que practicó con suma belleza fue Ojeda-. El banderillero Mariano de la Viña, que abandonó la temporada pasada la cuadrilla de Ponce, tras toda su vida en ella, fue el protagonista de un momento espléndido. Bregó bien a este sexto, al que corrió a una mano, recibiendo una sincera y merecidísima ovación en atención a esa buena labor, cada día más escasa. Como también escasean los matadores de toros que lidian con autoridad los toros mansos.

Al terminar el festejo, nos cruzamos con algunos espectadores echandóse las manos a los ojos. Digo yo que será por la nube negra de mansedumbre de los Gavira, que nos dejó cegatos a unos cuantos. Aunque mi amigo Currillo, mancebo de botica y que entiende de todo tipo de males, me dijo pícaramente que los otros que se llevaban el pañuelo a la vista eran aquellos a los que la reventa había reventado de un bajonazo.

Por el bien de la tauromaquia y de nuestros corazones, olvidemos y perdonemos todo lo que sucedió ayer en la Maestranza. Les aseguro que esto de los toros, como las nubes, como la naturaleza, son una cosa maravillosa por lo imprevisible.


El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Cinco mansos y un buen toro

Una deslucida corrida de Gavira echó al traste todas las posibilidades de lucimiento de una terna en la que sobresalió, no obstante, los buenos detalles de Alejandro Talavante, que falló al final a espadas, hoy en Sevilla.

Apunta bien Talavante, aunque sin espada, en una corrida imposible de GaviraLa tarde estuvo marcada por el deslucido -habría que ser más crítico aún, precisando con el término imposible- juego de los toros de Gavira. Y en realidad tampoco se puede hablar de tal juego porque no lo hubo. Alarmante mansedumbre en cinco de los seis que saltaron al ruedo maestrante.

La excepción sería el segundo, bueno por noble, pero sin la mínima chispa, sin “transmitir” como se dice ahora. Y así la función resultó un suplicio para todos, por la impotencia (de los toreros) en el ruedo y por el aburrimiento (del público) en el tendido.

Las apuestas iniciales por lo que pudiera dar de sí la tarde se desmoronaron del todo tras el arrastre del tercero y en base a lo que primero y segundo habían ofrecido. Enseguida se vio que el festejo iba a tener más ausencias que presencias.

“Morante” salió del paso en su “rajado” primero, que se desentendió del capote pegando un par de regates antes de irse a lo que el maestro Matías Prats llamaba “los terrenos de nadie”. No quiso caballo. Y el de La Puebla, por su parte, renunció al compromiso de faena en las mismas probaturas, dejando la muleta muerta para que se estrellara en ella el toro, que ni humillaba ni pasaba. “Morante” montó la espada y a otra cosa.

Toro esaborío donde los haya, el cuarto, con un molesto calamocheo, punteando todo lo que le salía al paso. Manso en el caballo, a pesar de sus bruscas embestidas “Morante” le robó algún muletazo aislado. Otra faena sin concretar, y silencio al canto.

Talavante tuvo el único toro que regaló algunas embestidas claras, el segundo, sin embargo, sin el “carbón” necesario para calentar. Se lució el hombre en un quite por chicuelinas y toreó con la muleta sobre la diestra con trazo firme y sentido, procurando reunirse mucho con el toro. Toreo de valor y empaque.

Prácticamente toda la faena en un espacio muy reducido, y alternando lo fundamental con remates muy a modo, como los cambios de mano y otras “cositas” por abajo. La falta de contundencia con la espada hizo que la cosa no llegara a mayores.

El quinto huía de su sombra. Tan pronto lo llevaban al caballo se iba suelto. Manseó lo suyo en banderillas, correteando de un lado para otro sin atender a los capotes que le salían al paso.

Talavante quiso mucho otra vez, tratando de aprovechar las querencias, hasta acabar muy cerrado en tablas y en las proximidades de chiqueros. Fue como si empezara tres o cuatro veces la faena, sin pasar en todas ellas del monopase.

Pero tanto ahínco casi tiene recompensa, pues llegó a sonar la música y todo. Si mete la espada esta vez a la primera, y dado que en el contexto de la tarde se le pudo tener en cuenta los méritos sumados del toro anterior, en éste hubiera cortado oreja. No obstante el hipotético trofeo acabó convirtiéndose en un aviso.

Luque tuvo un lote asimismo vacío. Su primero, rebrincado y con la cara arriba, no quiso pelea, negándose en el caballo y tomando la muleta a regañadientes. El dato de volverse al revés en más de una ocasión lo dice todo: manso sin paliativos. Pues ni así entregó Luque la cuchara. Machacón y perseverante, mas para nada.

El sexto evolucionó igualmente a su aire todo el tiempo. Un pase aquí y una huida para allá. Otro acá, y nueva carrera. Así hasta siete veces. Barbeando tablas, que es correr al hilo de las mismas en busca de la salida, el toro terminó en su querencia natural de chiqueros, negado por completo. Al final se volvió gazapón, sin dejar de andar, poniéndoselo difícil al torero cuando le buscaba la igualada.

Vaya tela los cinco toros, se supone que de la misma vaca y del mismo semental.


Autores

Por Gastón Ramírez. Lo mejor de la tarde fue un pasodoble

Fernando Melitón Romero Marín, “Lagartillija”, banderillero al que, en las postrimerías de la primera década del siglo pasado, mató el toro de certera cornada en el pescuezo, ha sido el protagonista -para mí- de esta execrable décima de abono, puesto que sonaron en la plaza las notas fabulosas de José Martín Domingo, autor del pasodoble que lleva el nombre del malhadado torero nacido en Alcalá de los Gazules.

Lagartillija fue un torero de la cuadrilla del Indio Grande, don Rodolfo Gaona, y le mató -a los 27 años de edad- el toro “Merino”, de Concha y Sierra, allá en los años de la verdad del toreo y el pundonor ganadero. Fue en 1909, el 25 de abril y en Madrid, épocas en las que Rafael El Gallo y Vicente Pastor triunfaban, en las que los toros tenian raza y los ganaderos cara presentable.

Así las cosas, la banda del impredecible hijo de Pepín Tristán, se arrancó en la guapa reina de las plazas de toros con un himno taurino digno de mejor causa, con una de las melodías más completas en el arte del pasodoble. Eso ocurrió mientras Talavante toreaba lo que de toreable tenía el segundo de la tarde, el único bicho de Gavira que podía pasar por toro de lidia por su bobalicona voluntad de embestir.

Poca cosa, señores, poca cosa. Los de Gavira han superado en mansedumbre a todos los encierros de los últimos doce años, por lo menos. Uno se pregunta si después de mandar estos toros, se puede salir a la calle en Sevilla sin cubrirse el rostro con una máscara, o aunque sea con una bolsa de papel.

Morante no tuvo toros dignos de ese nombre, Talavante y Luque tampoco. Alguno de los coletas lo intentó más, alguno menos, otros con más suerte y otros en menor registro. El encierro de esos ganaderos que usan la divisa blanca, la más antigua de España, fue un asco, una basura. Una tarde para el olvido, definitivamente, pero este curso intensivo de mansedumbre que soportamos estoicamente en La Maestranza, se nos quedará en la mente mucho tiempo.


Sevilla Temporada 2010

sevilla_170410.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:19 (editor externo)