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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Tarde del jueves, 23 de abril de 2009

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victorino Martín (anovillados, inválidos para la lidia. Todos pitados en el arrastre; el 6º, devuelto a corrales por invalidez manifiesta).

Diestros:

Morante de la Puebla: De grana y azabache. Pinchazo hondo, estocada desprendida y caida, aviso (silencio); pinchazo hondo, dos descabellos (silencio); pinchazo hondo (palmas).

El Cid. De blanco y oro. Estocada tendida y desprendida (silencio); estocada trasera y desprendida (saludos desde el tercio); dos pinchazos, estocada (saludos).

Sobresaliente: David Saleri.

Saludó: Curro Robles, de la cuadrilla de El Cid, en el 4º.

Incidencias: El Cid sufrió un duro golpe tras un revolcón en el 6º-bis.

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: Soleado.

Entrada: Hasta la bandera.

Crónicas de la prensa: Diario de Sevilla, El Mundo, El País, ABC, La Razón.

©Marcelo del Pozo/Reuters


Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

No querían victorinos, pues ahí van. Y no seis, sino siete, claro que el sobrero fue el peor, el más manso. Pero todos, o casi, fueron mansos, anovillados, con cuernos pero anovillados, sin recorrido y sin hechuras. Eso si, no los habrá cobrado como novillos, sino como toros: un pastón. El invento, el experimento o el cuento… del alfajor, no funcionó. Era imposible este desafío desigual. Ni Morante tenía mucho que hacer por allí, ni a El Cid le salieron las cosas, ni los victorinos “a modo” que salieron podían funcionar. Era atropellar la razón. Hubo duelo de quites en el cuarto y en el quinto. Supongo que pactados con anterioridad por los protagonistas del llamado mano a mano. Pero, aunque fueron aplaudidos, apenas si destacó un lance de cada diestro. En el quinto Morante hizo el esfuerzo, baldío de antemano. Y en el cuarto El Cid cogió la izquierda pero al final no calentó lo suficiente, a pesar de la buena estocada, para que hubiera algún pañuelo en el tendido. En el sexto bis, un novillete mansísimo y con mala leche, se llevó una paliza y se acordó de los que echaron para atrás al último de la tarde. Y de sus madres. Un dato para la ficha: todos fueron pitados en el arrastre.


Lo mejor, lo peor

Por Carlos Javier Trejo.

Desde diciembre soñábamos con el cartel de esta tarde. Ambientazo en la Real Maestranza de Caballería. La reventa por las nubes. Sueños e ilusiones que los toros de Victorino Martín se encargaron de arruinar. Hay tardes en que merece más la pena seguir soñando que presenciar la corrida. De lo mejor de la tarde las verónicas de Morante al 5º: despacio, abriendo el compás, cargando la suerte y ganando terreno hasta la misma boca de riego. Música para lo mejor que se ha hecho con el capote en lo que va de abono. Muy dispuesto “El Cid”, que dejó buenos naturales en la faena del 4º. Un toro que se metía por el derecho pero que se tragó algunos con la zurda. Se cruzó muy bien el de Salteras, y robó pases sueltos de gran calidad, pero el victorino no repetía y sacaba la cara alta por lo que la faena no alcanzó levantar vuelo. Los toreros rivalizaron en quites, algunos muy lucidos.

Decepcionante el juego de la corrida de Victorino, muy desigualmente presentada, con algunos toros muy justos para una plaza como Sevilla. Carecieron de fondo en la muleta, desarrollaron peligro y desarrollaron múltiples defectos para la lidia. Hubo toros que blandearon en exceso, el 6º fue un ejemplo de ello, y se devolvió a los corrales. El Ganadero no debe estar contento con la corrida, todos sabemos que el juego de los toros es impredecible, pero al menos debió haber cuidado más la presentación. Morante picó en exceso sus toros y estuvo francamente mal con la espada. Pasaportó dos de ellos con simples pinchazos, sin llegar a intentarlo de nuevo. Una vez más se cumplió el dicho: corrida de expectación…


Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Pésima corrida de Victorino

Está claro que en este espectáculo, los toros, como materia prima, es lo fundamental. Algunos reventas hicieron su agosto en abril ante la gran expectación del mano a mano entre los dos toreros sevillanos con más partidarios del momento: José Antonio Morante de la Puebla y Manuel Jesús El Cid. Grato ambiente previo en los aledaños de la plaza antes del comienzo del paseíllo, tras el cual el público ovacionó a los dos protagonistas, que se dieron la mano como buenos compañeros. Pero pronto comenzó a respirarse la tensión en el ruedo y eso a pesar de que la corrida de Victorino, mal presentada y de pésimo juego, abortó todo intento de que el enfrentamiento acabara en éxito.

En un espectáculo en su conjunto pobre, lo más lucido fue el toreo a la verónica de Morante de la Puebla en el quinto toro -con lo difícil que es el encaste de esta ganadería para torear con la capa-. Hundiéndose en el albero, metiendo el mentón entre el pecho, cinceló paso a paso y lance a lance, varios monumentos a la verónica. Cuando llegó a la boca de riego se marcó tres verónicas y una media que hubiera firmado el mismo Belmonte. Tan sublime fue el momento, que aquel manojo de verónicas no sólo dio vida al festejo, sino que fue auténtico maná en estos tiempos de carestía de buen toreo de capa. A ese momento maravilloso, sublime, que se cerró con un arranque de pasodoble torero por parte de la Banda de Tejera, hay que unir la capacidad de El Cid para aguantar miradas de algunos de sus aviesos oponentes y el pique en quites entre los dos toreros, tanto en el cuarto como en el quinto toro.

El pequeño y manso animal que abrió plaza comenzó a envenenar la tarde. Morante cortó por lo sano tras algunas probaturas y protestas del público. El largo tercero, tras un par de verónicas bien esbozadas, desbordó al torero. El de La Puebla, tras bordar el toreo a la verónica con el quinto, se equivocó en la apertura de la faena de muleta, recortándole los viajes en ayudados por alto. Luego, fuera de cacho -un espectador se lo increpó- no llegó a asentarse ante un animal que se quedaba corto por ambos pitones. En los quites, Morante dibujó delantales estéticos y El Cid le respondió con otros, muy ajustados, y también de gran personalidad.

El Cid no tuvo buen comienzo. Perdió el engaño cuando llevaba al caballo al segundo de la tarde, vareado y protestado cuando renqueaba. Con la muleta, con apuros en un momento, al quedar descubierto por el viento, se batió el cobre ante las miradas de un animal que se revolvía tras él como una centella. Con el gazapón cuarto, voló bien el capote a la verónica, rematando con una suave media. Aquí, de nuevo surgió el pique y Morante cinceló una media verónica de excelente trazo en su quite, al que respondió El Cid con verónicas airosas. Con la pañosa, el saltereño estuvo a punto de lograr una faena de premio. Pero el toro, gazapón, sólo tragó por la izquierda en dos tandas, con el defecto de pararse tras los dos primeros muletazos. Por ello, los naturales acabaron aflorando de uno en uno y sin la emoción de la ligazón la meritoria faena no llegó a cobrar vuelo. Con el que cerró plaza, sin entrega, mirón y que buscaba el bulto, El Cid vivió la parte más agria cuando lanceaba, recibiendo un varetazo en la pierna izquierda y otro en una axila, cuando yacía en la arena. El diestro, sin amilanarse, continuó dolorido en el ruedo y pergeñó un valeroso trasteo ante un astado que se orientó por ambos pitones peligrosamente.

La corrida de Victorino, mal presentada y descastada, fue un pésimo libreto para dos toreros que apuntaron que venían a la Maestranza para un duelo que acabó en papel mojado y que se saldó al final sin trofeos.


El Mundo

Por Carlos Crivell. Victorino pincha en hueso en la Maestranza

Con todo el respeto para una ganadería como Victorino, lo de hoy en el mano a mano de Morante y El Cid ha sido casi una tomadura de pelo a la Maestranza. Así debe considerarse una corrida mal presentada para lo que es Victorino. Como ocurre tantas veces, se rechazaron varios toros en los reconocimientos. De nuevo hay que formular la pregunta de siempre. Si salió al toro que salió, ¿cómo serían los rechazados?

Se confunde el trapío con los pitones. Algunos toros estaban escurridos de carnes, excesivamente terciados y mal rematados. El toro de Victorino no es muy hondo ni regordío, suele ser vareado, fibroso, degollado y ligero de movimientos. En su comportamiento hay dos polos: la famosa alimaña, que busca al torero con agilidad de cuello, y el toro que humilla y va largo con fijeza y repetición.

En la corrida de ayer, una de las características más negativas de casi todos los toros ha sido su habilidad para gazapear. No había manera de fijarlos en los engaños, nunca se comprometieron con las telas y acusaron una alarmante falta de codicia. Los hubo mansos y muchos de ellos se mostraron blandos e incluso inválidos. El resumen de tantas carencias sólo tiene un nombre: falta de casta. Dicen que Victorino conoce muy bien lo que tiene en su casa. No hay ninguna duda, pero ayer se ha equivocado de forma grave. Ni un toro encastado, bravo o codicioso. Alguno noble sin alegría, como el cuarto, y el remate del sexto inválido y un sobrero con peligro para mandar al escalafón completo a la enfermería.

Toda la culpa no se debe achacar al ganadero. Los mentores de los espadas y la autoridad también son culpables. Parece que el nombre de Victorino les asustó, cuando lo que debieron hacer es velar por el prestigio de la plaza.

Con este género, la corrida fue un fracaso. La Maestranza estaba receptiva, aplaudió a los toreros al final del paseíllo y recibió con generosidad todo lo que tenía el mínimo sello de calidad o entrega. A pesar de ello, la corrida se fue deslizando por una pendiente sin retorno y una enorme decepción.

Lo más artístico de la tarde llevó el sello de Morante en los lances de salida del quinto. La música le echó una mano a la euforia y tocó un pasodoble. Las verónicas fueron bellas, sobre todo una por el pitón izquierdo y la media. Poco más hizo el de La Puebla. El manso primero no tenía nada dentro.

El segundo de su lote parecía bueno. El artista se dobló con demasiada rotundidad en los primeros muletazos, el viento apareció de pronto, el torero no asentó las zapatillas y el de Victorino lo aprendió todo en pocos minutos.

Después de la música en los lances del quinto, Morante tropezó con otro toro gazapón. Hizo un esfuerzo, algún pase con la izquierda fue colorista, pero el conjunto fue insuficiente. Con la espada, suspenso sin remedio.

El Cid estaba llamado a triunfar porque es un experto con los «albaserradas». No pudo ser. Se echó en falta al toreo de cite largo, distancia y temple. Se le vio muy empeñado en torear muy encimista. Aún así, nada que objetar con el segundo, incierto y andarín, como tampoco en el sexto sobrero, un regalo que lo cogió con el capote y con la muleta. El animal desparramó la vista y fue de esos «victorinos» peligrosos de verdad. Sólo queda la duda del cuarto, toro noble y que se tragaba dos pases y al tercero echaba la cara arriba sin codicia. El de Salteras hizo un gran esfuerzo, algunos naturales fueron propios de su categoría torera, pero al conjunto le faltó ligazón y continuidad.

La corrida del año pasó sin pena ni gloria. Malos toros y algunos problemas por parte de los toreros para aprovechar mejor las escasas cualidades de una de Victorino que casi rayó en la tomadura de pelo. Unos lances de Morante y dos naturales de El Cid no valen un festejo tan esperado.


El País

Por Antonio Lorca. Decepción a tres manos

La corrida de Victorino fue mala. Muy descastada toda ella, dificultosa, sin movilidad. El segundo era un gato impropio de su casa y de la Maestranza. Casi todos de corto viaje, gazapones y rajados. Y al noble cuarto le faltó sangre brava en las venas. Y el sexto se convirtió en la alimaña de la tarde. Primera decepción.

Erraron toros y toreros, pero especialmente el diestro de La Puebla Morante de la Puebla se equivocó. Es un torero artista, pero moderno. Un torero que esconde sus errores técnicos con una exquisita calidad. Pero ayer quedaron en evidencia sus carencias. Porque el toro de Victorino exige poderío y conocimiento. Y Morante lo pasó mal, porque fue descubriendo poco a poco su incapacidad para pensar en la cara de sus oponentes. No le faltó voluntad en ningún momento; por el contrario, se mostró valeroso siempre, pero se notaba a leguas que mandaba el corazón y no la cabeza. Machacó a sus toros en varas para evitar sorpresas desagradables, y se le vio torpe e inseguro con la muleta en las manos.

No es el de Victorino un toro al que se pueda citar al hilo del pitón, fuera cacho, sin cruzarse nunca. Escaso recorrido tuvo el primero y no le ofreció facilidad alguna; expresó claramente su desconfianza en el cuarto, que lo puso en serios apuros, y se rindió ante el quinto, al que tampoco llegó a entender. En resumen, un toro antiguo y un torero moderno. Mala combinación. Pocos toreros de su corte se la juegan ante estos toros. Segunda decepción.

Y la tercera la protagonizó El Cid, el comandante en jefe de esta ganadería, el catedrático artista, que se enfrentó en primer lugar a una ratita con sentido y sin clase, dibujó varios naturales bellísimos y derrochó conocimiento ante el cuarto, un toro noble y sin casta, y pasó un mal rato, pero malo de verdad, con el sobrero sexto, una alimaña que no tenía un pase, que lo volteó cuando lo capoteaba y a punto estuvo de darle un disgusto.

Como hoy no prima la exigencia, quede constancia de algunos destellos en medio de la nada: un quite por delantales de Morante al cuarto; las tres inspiradas verónicas y dos medias apasionadas con las que recibió al quinto, y un ramillete de verónicas templadas de El Cid al cuarto.

Muy escaso bagaje para una corrida de tanta expectación, de tanto lleno de “no hay billetes”, y de tanto morbo. Erraron los tres protagonistas, pero, especialmente, el diestro de La Puebla, que habrá aprendido la lección: zapatero, a tus zapatos. Torero artista de los tiempos modernos, con toros comerciales. Lo contrario no tiene sentido. Y ayer ha quedado claro.


ABC

Por Zavala de la Serna. Luctuoso duelo en tablas por Victorino

La corrida de Victorino Martín fue una mentira de pitón a rabo. El mano a mano de Morante y El Cid tuvo de duelo el luto de un tanatorio. Por Victorino. Si la verdad nos hace libres, el ganadero está ahora preso. «Vamos a Sevilla con una corrida por encima porque nos van a medir, ¿eh? Falta alguno por poner, pero…» ¿Alguno? Salvo primero y cuarto por delante, la victorinada fue chivata, escasa, chica, con el puntillazo del sobrero, un anovillado morucho de medio pelo con genio de casta remontada como los malos vinos. La mentira se extendió también por dentro de sus venas, porque ningún victorino se entregó de veras ni rompió con sinceridad, y mansearon tela, y midieron gazapeantes y mirones, incómodos, deslucidos, complicados sin alcanzar siquiera el rango de alimañas tobilleras, sin dejar estar, ni lejos ni cerca. La balas de plata de la A coronada las cambiaron por cartuchos con la pólvora mojada.

La rivalidad entre Morante de la Puebla y El Cid se redujo al capote. El duende de la verónica encontró arrebatado a Morante en el saludo al quinto. La suerte cargada, el terreno ganado, el lance estremecedor ligado paso a paso, desbordante de pasión por el izquierdo, hasta más allá de la segunda raya, hasta provocar la música barroca más que callada. Al rebujo embrujado de la media respondió la plaza a una sola voz con un ole asolerado y ensordecedor. Y El Cid contestó a unos alados delantales morantistas con otros de semigiro a la navarra y una media a la cadera que alcanzó los tendidos con fuerza. Morante estuvo dispuesto desde los ayudados por alto de corte gallista (de Rafael), aun perdiendo pasos ante el toro andarín, queriendo siempre incluso mal colocado en ocasiones: en un pase de pecho tragó un quinario por quedarse visto al hilo. Trató constantemente de echarlo hacia delante, y no había forma. La embestida cada vez más corta, a media altura, encogida…

El Cid voló el capote a la verónica templada con el descarado cuarto, el 81, el toro de las quinielas, y se desahogó tras el remate en un desplante bravo. Morante replicó con un quite a pies juntos alborotado, absurdamente pitado quizá porque el victorino perdió las manos en los tironcillos. Dos verónicas de contrarréplica de El Cid y una media cumbre. Hasta ahí llegaba la competencia. Porque en la muleta los toros se quedaban aguados de casta. Incluso éste que dejó las apuestas con la retaguardia al aire: en el tercer muletazo se distraía y se ponía al paso, sin fijeza y sin celo. El Cid, que conoce el encaste como nadie, lo esperaba en firme después de pegarle un par de naturales prometedores por tanda, largos, de muñecazo privilegiado. Pero cuando tocaba el tercero la Maestranza entera suspiraba con la miel en los labios. Y empujaba más que el toro. El espadazo fue letal y el diestro zurdo de Salteras saludó la única ovación desde el tercio. En los aceros, Cid le ganó la partida a Morante, que los mató a pellizcos. Hasta que pinchó al morucho sobrero, que le pudo hacer mucho daño en una voltereta con el capote. Arrollaba el muy cabrón por el pecho.

Los mansos y orientados primero y segundo -éste sin fuerza para colmo- tuvieron a los duelistas sobre las piernas. Molestó el viento también. El terciado tercero convenció pronto a Morante con una colada de que había que abreviar, y la corrida de Victorino unificó las opiniones de todos: vaya mierda.


La Razón

Por Juan Posada. Morante y El Cid superaron a los toros de Galapagar con valor y torería en La Maestranza

La Maestraza se llenó de un público ilusionado. Pensaban ver una corrida de éxito y divertida. Pero, no. Nada de triunfos clamorosos ni entretenimiento. Los toros de Victorino Martín, duros y poco colaboradores para hacerles filigranas, frustraron el pretendido recreo. Pero pusieron a prueba la capacidad de Morante de la Puebla y de El Cid que, sin cuajar triunfos rotundos, culminaron, más o menos, una tarde muy torera, sólo apta para entendidos.

El verdadero mano a mano comenzó en el cuarto. Un buen quite de Morante encendió a El Cid, que respondió con excelentes verónicas y media. Prosiguió en el quinto; El de la Puebla interpretó de maravilla el toreo de capote. El Cid, mostró entereza toda la tarde y logró faenas, sobrias y estimables.

Se vio desde el comienzo de la faena que no habría entendimiento entre Morante el victorino. La inició con pases de castigo y una buena trinchera. Con dos derechazos y el animal huyó al centro, donde se sentía fuerte. A partir de entonces, pases de pitón a pitón y aliño.

Al tercero no le encontró la distancia ni se atrevió a buscársela. No era un animal de carril; había que torearlo y cruzarse con él, presentarle la muleta ante el hocico y echarle valor… Morante, siempre descolocado, anduvo a merced del animal dando la impresión de incapacidad.

Los cinco lances y las dos medias de recibo al quinto estremecieron. Muy acoplado a la suave embestida, la seda en el suelo, cintura quebrada, mucho compás y sentimiento, levantaron al personal. El quite a pies juntos, sevillanísimo. En éste sí se atrevió a buscar la distancia. Valiente, de verdad, desde los muletazos del comienzo, no fue debidamente apreciado. Muy a contraestilo, se fajó con el toro y hasta le aguantó un parón, con los pitones en las ingles. Tres tandas diestras, cruzado al pitón contrario, única forma de torearlo, dejaron fría a la gente a pesar su indudable mérito. El toro acudía al paso y era necesario aguantar mucho. Cuando nadie lo esperaba, probó por naturales; logró dos series, bien situado y aguantando. Le echó decisión a un toro al que, aparentemente, no se le veía el peligro. El Cid, probó al remiso segundo con el capote. Pero en el quite, breve y de buena factura, hizo concebir esperanzas. Los primeros pases por bajo, eficaces porque, a pesar de la breve embestida, lo condujo largo. Las dos tandas diestras iniciales, aguantando las difíciles acometidas, al paso. Bien situado en la media distancia, con el engaño adelantado, sufrió firme hasta que fue imposible. El toro comenzó a reponer con peligro y Manuel Jesús «El Cid» abrevió.

Recibió al cuarto con buenas verónicas. La faena, meritoria, para asimilarla y juzgarla en su valor. El animal no quería pasar por el pitón derecho, sí por el zurdo, aunque sin consumar la arrancada hasta el final. Lo meritorio del torero fue su buena colocación, en especial en los finales, y el adelantamiento de engaño. Las cinco tandas al natural, fueron a más. Las dos primeras sin acabar de centrarse; las que siguieron, cada vez más cadenciosas a pesar de que el animal, sosote, no ponía su parte de emoción. Una meritoria labor.

Los aceptables lances al sexto hicieron concebir esperanzas, pero no. El sobrero de Victorino, arrolló a su matador de mala manera cuando lo colocaba en la suerte de picar. A partir de entonces, el peligro fue a más, hasta poner en serio aprieto al sevillano. Al segundo intento de torear con la diestra, le asentó los pitones en la cara y no paró de hacer cosas feas y peligrosas hasta que el torero lo cazó de una certera estocada en lo alto.

Sevilla Temporada 2009

sevilla_230409.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:08 (editor externo)