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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Lunes, 23 de abril de 2012

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Daniel Ruiz (de diferente presentación, muy justos de fuerza, faltos de raza; 1º y 3º devueltos por invalidez; 1º-bis de Parladé, 3º-bis de Montealto).

Diestros:

Sebastián Castella. De grana y oro. Pinchazo, estocada casi entera (silencio); pinchazo, media estocada atravesada (saludos desde el tercio).

Cayetano Rivera Ordóñez. De azul pavo y oro. Estocada tendida (saludos desde el tercio); dos pinchazos, aviso, estocada tendida (silencio).

Daniel Luque. De catafalco y oro. Estocada caída y atravesada (silencio); media estocada (palmas).

Banderillero que saludó: José Antonio Carretero, de la cuadrilla de Cayetano, en el 2º.

Presidente: Fernando Fernández-Figueroa.

Tiempo: soleado, temperatura agradable.

Entrada: tres cuartos de plaza.

Crónicas de la prensa: EFE, La Razón, El Mundo, El País, Hoy, Diario de Sevilla, Marca, COPE, El Correo de Andalucía, Firmas.

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Los toros -ah, pero eran toros- de Daniel Ruiz dejaron la tarde del lunes del alumbrado, que no de farolillos como dicen algunos, en nada que destacar. La corrida floja, anovillada toda ella, dos se fueron vivos a los corrales, no debería de volver por lo menos el año que viene. Claro, que como siempre hay que recordar estos toros los quieren los toreros y los han visto sus mentores en el campo hasta la saciedad. Traían hasta malos pelos, pelos de rata, de invierno de La Mancha,de no haber mudado. Sebastian Castella en el primero estuvo indolente pero es que no tenía nada, en el cuarto se justificó sobradamente y el público lo ovacionó. Cayetano es que tiene lo que tiene y al que da lo que tiene no se le puede pedir más. Y tiene muy poco de oficio, de recursos, de experiencia. Lo intentó en el manejable quinto pero ni a ese le cortó la oreja. Daniel Luque se va de vacío, en el sobrero porque no había nada y en el último, que lo intentó, se le fue poniendo difícil a medida que pasaba la faena. Tarde chunga y las freidoras calentando motores en la Feria.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: breves detalles

Entre tanto insufrible sopor es difícil entresacar algo destacable y eso que el ambiente en los tendidos era muy propicio al aplauso, sobre todo, para el menor de los Rivera. De hecho se aplaudió con vehemencia el recibimiento a portagayola de Cayetano. Aguantó tranquilo y tras la ajustada larga cambiada le siguieron tres verónicas vibrantes, menos templadas de lo debido, pero sí decididas y arriesgadas. El segundo de Daniel Ruiz, muy justo de presentación, se movió con docilidad y largo recorrido. El animal se mantuvo siempre fijo en los capotes y presto a cualquier cite. Daba gusto verlo galopar hasta que un inesperado volantín le mermó considerablemente sus fuerzas. Con todo, en la faena de muleta regaló diez o doce arrancadas para bordar el toreo, de ésas que se sueñan cuando se está despierto. No hubo cante grande pero sí buena disposición y algún derechazo donoso y compuesto. Poco para las exigencias de uno que quiere mandar. El quinto fue otro gran toro, templado, fijo y suave cuando decía empujar con sus fuerzas la muleta del espada de dinastía. Hubo acople en la primera parte de la faena, sobre todo en dos derechazos hondos y sentidos y en un gran cambio de mano. Cuando todo indicaba que el trasteo cogería altos vuelos aparecieron los enganchones, la destemplanza, las prisas y la mala colocación. Lástima que no se viera el pitón izquierdo de ese bravo animal.

Muy bien el cabestrero. Hace unos años, con dos devoluciones en una tarde, habríamos estado en los tendidos hasta la hora del reconocimiento de la corrida siguiente. Ahora en menos de cinco minutos ya están los toros de nuevo cogiendo el ancho pasillo de los chiqueros. Se agradece más aun si es noche de pescaíto

Lo peor: los gestos desairados

Un torero no debe perder la compostura en ningún momento. No sabemos a ciencia cierta las intenciones de Castella en el segundo de su lote, cuando con la montera calada se dirigió hasta los medios. Arreciaban las frases con guasa desde el tendido ocho por un cuatreño que un soplo lo tiraba y el torero francés tuvo un mal gesto: con chulería impropia de un matador de toros, les dedicó la faena con retranca. Sobran esos detalles que no ayudaron a que su trasteo fuese aceptado plenamente.

Estaban más que justificadas las protestas del ruidoso sector crítico porque la presentación de varios toros ha bajado no un escalón sino varios de una tacada. Segundo y sexto son impropios de una categoría de esta feria, por mucho que algún compañero de la prensa sostenga que así salían en los años ochenta. Escurridos de los cuartos traseros, pobrísimos de cara y sin los morrillos desarrollados.

Solo unas verónicas muy templadas y bien acompasadas es poco bagaje para una de las grandes esperanzas del toreo sevillano. Daniel Luque ante el sexto, un toro que no fue bueno pero tampoco un barrabás, debió estar mucho mejor. Hubo demasiados altibajos, no pocos enganchones sobre todo por el izquierdo y pecó de tozudo en el sobrero de Montealto, con el que no había nada que hacer y expuso sin sentido. Cuando no pué se, no pué se y además es imposible… ¿para qué perder el tiempo?

Hoy

Por Víctor J. Vázquez. Un francés contrarrevolucionario

Uno de los artistas más influyentes en la vida cultural de Francia, el cineasta suizo Jean-Luc Godard, sostenía en un conocido ensayo cinematográfico que, queramos o no, la revolución en el arte se estará haciendo siempre. Según la tesis de Gordard, el gesto revolucionario ha que venir de quien ejerce el genio creador, pero como en esto de los toros son tres actores los que protagonizan el rito -toro (ganadero), torero y afición- no se puede descartar que la lógica inflexiva en este centenario arte no surja solo de los toreros.

En la tarde de ayer, por ejemplo, ese conato subversivo provino de los tendidos, hastiados ya de las evidentes carencias ganaderas de esta feria. Muchas veces, demasiadas, parece que, en cuestión de toros, todo vale en la respetuosa plaza Maestrante, pero cuando ayer Castella quiso brindar al público la muerte de su anovillado enemigo, la plaza, harta ya de baile de corrales, le abroncó en un gesto indicativo de que algo ya va demasiado mal. Lo paradójico es que el torero francés, lejos de dejarse llevar por vientos de ese concepto patrio, se erigió en adalid contrarrevolucionario. Y es que Sebastian, quien no se había encontrado consigo mismo ni en su primer toro, ni en los que lidió el pasado sábado, salió de su purgatorio de enganchones para dejarnos ver el torero que puede ser, sofocando la insurrección de unos tendidos, por una vez rebeldes y libres de usos nobiliarios.

Por desgracia, hay muy pocos toreros raros en el escalafón. Tampoco son muchos los que mantienen de forma explícita una comprensión transcendente de la fiesta, asumiendo los riesgos del compromiso con el sitio y la quietud. Muy pocos son también los toreros franceses. Castella tiene estas tres cualidades y por eso es un torero absolutamente trascendental para este arte. Lleva varias temporadas atascado el torero en el compromiso con sus formas, sin resolver el dilema entre verticalidad y la profundidad que ha de afrontar todo torero. Por eso hay que celebrar, aunque hayan sido dados en una tarde bochornosa, los largos muletazos que con ambas manos ha podido dar hoy el francés al cuarto de la tarde. Por fin su muñeca tuvo el mando para sacar largo al toro, para ganar profundidad. Por fin la verticalidad se fundió por momentos con el temple, en una serie de naturales en la que, por primera vez en sus cuatro tardes, el francés se libraba de los enganchones. Sé que es poco pedir con tanta capacidad y tan poco oponente, pero en una tarde como ésta, que menos que fijarse en la esperanza, aunque nos cueste una justa revolución.

Otro torero que la fiesta no puede amortizar es Daniel Luque. En el convergen varias formas del toreo, desde referencias ojedistas hasta una cierta gracia rondeña. Nada de esto pudo enseñar ayer con un lote insufrible del que no puede dejar de atribuirse cierta responsabilidad en la elección, sino quiere entrar en ese innoble vicio de engañarse a sí mismo.

Algo más de movilidad tuvieron los dos toros de Cayetano, quien quiso calentar la tarde recibiendo a porta gayola a su primero, al que luego meció en unas templadas verónicas. Cayetano tiene la suerte de que no le cuesta componer la figura, como lo demostró ayer con los hermosos ayudados por alto con los que inició faena al primero. El pequeño de los Rivera es un torero que raramente se afea y, por ello, a pesar de las oportunidades perdidas, los tendidos no terminan de mirarlo con malos ojos al comienzo de cada faena. El problema viene luego, y no es otro que el sitio. Por resumir, es imposible que haya emoción con un hueco de un metro entre toro y torero, como el que hubo ayer en cada una de las tandas que, en ambos toros y por ambos pitones, dio Cayetano.

Desde el primer día de feria, muchos aficionados están fascinados con una bellísima y enigmática mujer francesa que se sienta sola en el tendido once, leyendo 'Le Monde' entre toro y toro. Hace unos días, ante su comportamiento hierático, el conocido pintor taurino mexicano Carlos Salgado afirmó en público muy fascinado que “algo tendrá esa mujer para que le gusten tanto los toros”. Pues, tras una tarde insufrible como la de ayer, creo que puedo darle una respuesta: paciencia. Mucha paciencia, el gran enemigo de la revolución.

El País

Por Antonio Lorca. Preciosos prolegómenos

La tarde se presentaba espléndida. Lucía un sol primaveral, y corría una brida suave y agradable. Los toros esperaban en los corrales, recién duchados y lustrosos; los toreros, en el patio de cuadrillas, vestidos de limpio. El público, con aires de fiesta en el cuerpo, pues horas después se celebraba la tradicional cena del pescaíto, que supone la inauguración oficial de la Feria de Abril. Ellos, de chaqueta y corbata, como mandan los cánones; ellas, de punta en blanco. ¡Es que como Sevilla…!

¿Y la Maestranza? De dulce, oiga. Preciosa, como siempre. Orgullosa, presumida y adolescente a pesar de sus años; remodelada y encalada, guapa de verdad. Ah, el paseíllo, en perfecta formación a los sones musicales del pasodoble.

Todo muy bonito. No en vano hablamos de Sevilla…

Ya saben el chiste: ‘¿Cómo te va el matrimonio?’ ‘Hombre, pues al principio, muy bien; pero en cuanto salimos de la iglesia…’

Pues eso; los prolegómenos, extraordinarios, pero en cuanto comenzó la corrida…

Lamento comunicarles que en pocos minutos se rompió el encanto de la primavera, de la brisa, de los toros lustrosos y los toreros vestidos de limpio. Solo la plaza mantuvo el tipo, y ahí seguirá, ojalá, tan bella por los siglos de los siglos.

Salieron hasta ocho toros, moribundos en su mayoría, mal presentados todos, -algunos producían vergüenza ajena-, muy nobles, eso sí, pero sin la casta necesaria para contribuir al éxito del espectáculo.

Y pasaron algunas cosas, pocas para lo que se espera cada tarde, pero algunas reseñables a pesar del desastre ganadero.

Cayetano, por ejemplo, sorprendió a propios y a extraños cuando antes de la salida de su primero hizo gestos al torilero porque había decidido esperar a su oponente de rodillas en la puerta de chiqueros. Hasta allá se dirigió y lo recibió con una meritoria larga cambiada y cuatro verónicas extraordinarias, ganando terreno en cada una de ellas, y a punto estuvo de alcanzar la boca de riego. Si llega toreando al centro del ruedo, se cae la plaza. Incompleto, pues, y meritorio, sí señor.

Brindó al público e inició su faena de muleta con unos garbosos ayudados. Se le notaban las ganas, pero sus maneras se diluyeron pronto. Tiene buen trazo, una elegante concepción del toreo, y lo adorna con gracia y personalidad, pero le falta el mando y la esencia. Lo hace bonito, pero no redondo. Desprende aroma, pero no fundamento. Lo mismo le ocurrió en el cuarto. Dio la impresión de acompañar el viaje en lugar de mandar en el toro, y se echó en falta el pundonor necesario para desprenderse de la frialdad, jugársela, embarcar al toro y poner la plaza boca abajo. Pero no fue así. Quede constancia, no obstante, de la sorpresa inicial y de la exquisita nobleza de su lote.

Sebastián Castella acudió a su segunda cita, y a pesar de sus esfuerzos no mejoró el suspenso del examen de días pasados. Su primero tuvo diez embestidas que el diestro desaprovechó con un toreo acelerado y sin hondura, en tandas muy cortas que pasaron desapercibidas. El toro, que era un mona, acudía al cite, pero Castella se empeñó en muletear despegado, fuera cacho y aliviado, y así es imposible. Quiso brindar la muerte del inválido cuarto y una parte del público se lo recriminó. Lo cuidó, lo dejó descansar y lo llamó de largo. Un par de tandas de derechazos tuvieron sabor, pero pronto se apagó el toro, y el torero volvió a las andadas. A fin de cuentas, el animal era un muerto en vida y bastante hizo con aguantar lo que aguantó.

Y Daniel Luque tuvo peor suerte. No pudo refrendar que es una de las esperanzas de esta temporada. Sus toros no le ayudaron, es verdad, y a él tampoco se le vio suelto. Ciertamente, el sobrero de Montealto era un marmolillo sosísimo, deslucido y parado. Y el sexto, otro animal tullido, que se defendía en cada envite, y al que no consiguió cogerle el aire ni dominarlo.

Lo dicho: al principio, muy bien, pero en cuanto salimos de la iglesia…

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Apagón ganadero y…

Se dilataba tanto aquel espectáculo soporífero que más de un espectador temía no llegar al pescaíto ni al alumbrado. Aquello era una sucesión de animales inválidos que se desplomaban incluso antes del simulacro de varas, en el que se ha convertido hoy en día el primero tercio. El año pasado, Daniel Ruiz lidió una corrida el Domingo de Resurrección de la que se salvó sólo un toro. Como premio, ayer nos merendamos otro desaguisado de este hierro, pero de peor presentación y condición, con varios toros anovillados y otros que se derrumbaban una y otra vez. La terna compuesta por Sebastián Castella, Cayetano y Daniel Luque se marchó como llegó: prácticamente en silencio y sin hacer ruido en un festejo en el que se llenó en sus tres cuartas partes el aforo de la Maestranza en una preciosa tarde primaveral. Entre tanto, el público miraba una y otra vez el reloj. Hora y media y no habíamos alcanzado el ecuador. El tiempo caminaba a la velocidad de una tortuga, entre tanto el pescaíto y el alumbrado estaban a un paso.

Sebastián Castella, sin embargo, se tomaba con calma los cites, entre pase y pase en su primer acto. El francés realizó un trasteo intrascendente, muy en corto, al flojísimo primero bis, un sobrero de Parladé, que sustituyó a un inválido del hierro titular. El cuarto era otro inválido al que mantuvo el presidente en el ruedo, pese a las constantes protestas del público. El torero se fue a los medios para dedicar la faena al público y parte del mismo prostestó al entender que aquel toro era una birria. El torero, en un mal gesto, lanzó la montera con desgana. En su extensa labor, salpicada por caídas del animal, consiguió una tanda con muletazos bien trazados con la diestra.

Cayetano estuvo mal. Al segundo, un toro feo y anovillado, lo recibió con una larga cambiada de rodillas frente a toriles y, ya de pie, lanceó a la verónica con buen aire. Sin embargo, con la muleta, los muletazos fueron en su mayoría hacia afuera. La labor, con multitud de unipases y sin ligazón, no cobró vuelo. Aunque mató a la primera, el veredicto del respetable no pasó de una ovación.

Ante el buen quinto, que fue el mejor del encierro y aplaudido en su arrastre, Cayetano no llegó a centrarse. Faena muy extensa, con constantes cambios de terrenos, que comenzó sentado en el estribo, y en la que sólo brilló en una serie con la diestra.

Daniel Luque, con el tercero, un sobrero de Montealto, anovillado, que sustituyó a otro inválido del encierro titular, y que resultó incierto, el sevillano porfió de manera infructuosa.

Con el anovillado y astifino sexto, el gerenense tampoco pudo armar faena; aunque consiguió algunos muletazos aislados, tanto al natural como con la derecha, de buena factura. El toro acabó defendiéndose en la muleta; probablemente por su carencia de fuerzas y llegó la puntilla para una tarde plúmbea.

¡Vaya petardo! Dos horas y media. Nada. Nada. Y detrás de la nada, salida precipitada del personal camino del ferial. Había que ver iluminarse la portada y que el alma se alegrara tras un espectáculo ahogado en el inválido apagón ganadero… y de luces. Porque no hay que olvidar que los toreros son quienes apuestan, una y otra vez, por este tipo de ganaderías.

EFE

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Los toros no tuvieron suerte

Habrá quién se quede con la preocupante falta de fuerzas que arrastró todo el encierro y que obligó, además, a sacar dos sobreros que a punto estuvieron de ser tres.

Pero más allá de esa flojera accidental hay que analizar punto por punto el comportamiento de todas las reses que saltaron al ruedo para comprobar que algunas no fueron aprovechadas en todas las posibilidades que ofrecían.

Cayetano fue el único que despachó al final los dos ejemplares de Daniel Ruiz que había sorteado por la mañana. Y una vez más hay que lamentar que más allá de la solemnidad de su puesta en escena y el empaque de su figura, volvió a desaprovechar una oportunidad de oro para salir triunfante de una plaza necesaria para refrendar una carrera con escasa hoja de méritos. Y el caso es que el hijo de Paquirri se acordó de su ilustre progenitor marchándose a recibir a portagayola al primero de su lote después de pedir al torilero que aguardara algunos segundos que nos podríamos haber ahorrado si hubiera cruzado el ruedo cuando sonó el clarín.

La larga de rodillas salió limpia y los lances que siguieron fueron jaleados por el público, que pudo comprobar de paso la movilidad de un animal que también mantuvo esa buena condición en la muleta de Cayetano, que no acertó nunca a dejarle el engaño puesto ni una sola vez dejando ir el primer premio que le había guardado el destino.

Mucho más grave fue lo del quinto, seguramente el mejor de los toros de Daniel Ruiz que finalmente se lidiaron en tan larga y accidentada tarde. Un pelín blandito, es verdad, se movió con dulzura y recorrido en la muleta de Cayetano que después de algún remate templado se perdió en un trasteo sin forma ni fondo que desaprovechó por completo la calidad de su oponente. Baja muchos enteros.

Tampoco se entendió Castella con el sobrero de Parladé que salió en primer lugar. Es verdad que el toro resultó al final un poco soso pero también es cierto que siempre fue obediente, pronto y que siguió los engaños sin que el diestro francés consiguiera imprimirle el más mínimo de alma e hilo a su labor.

Se pudo desquitar el parte con el cuarto, un toro muy protestado por sus escasas fuerzas por un reducido sector del público que permitió a Castella reencontrarse en algún momento con sus mejores registros de otro tiempo en series redondas y bien construidas que tuvieron que paliar muchas veces los escasos bríos del animal.

Además, Castella tuvo que comenzar su labor con ese mismo sector que había protestado al toro muy a la contra de todo lo que hacía, hasta el punto de boicotear el brindis en el centro del platillo. A pesar de todo, la faena del diestro galo mantuvo un buen tono aunque le faltó el necesario refrendo de la espada para optar a un posible trofeo que no llegó.

Daniel Luque apenas tuvo opciones con el inservible sobrero de Montealto que saltó en primer lugar y tampoco pudo redondear con el sexto, un toro de buenos principios y malos finales que se acabó en las dos buenas series que le enjaretó el joven diestro de Gerena antes de que cambiara a peor.

La Razón

Por Patricia Navarro. Corrida chica, toreo tenue

La broma empezó nada más comenzar. Sin anestesia. El primer toro de Daniel Ruiz, tan justo de presencia y tan flojo, acabó viendo la puerta de toriles de regreso antes de que nos diéramos cuenta. No podía el animal ni con el rabo. Salió un sobrero. Y otro más en tercer lugar. Pero entre una cosa y otra tocamos fondo con una corrida que no tenía presencia y seriedad para Sevilla. Plaza de primera. Mucho menos aparente que cualquiera de las que se han lidiado en los diez días que llevamos de feria. Así no podía ser. El precio de la entrada se agigantaba. Y se achicaban los esfuerzos. De haberlos.

Abrió plaza Sebastián Castella con el sobrero que llevaba el hierro de Parladé, terciado también y paradote en el último tercio. Así, la faena acabó condenada.

Cayetano nos sorprendió de primeras y le echó el valor suficiente para recibir al toro a la puerta de toriles. Una larga de rodillas, ramillete de afanosas verónicas y buena media. Apuntó bien y abundó con la capa en un decoroso quite por tafalleras. Se fue al público a brindar el toro, con aspecto de novillo por los cuatro costados, que hasta ese momento había tenido movilidad. Su paso por el caballo fue visto y no visto. Por estatuarios comenzó el trasteo al Daniel Ruiz que fue perdiendo fuelle, pero se dejó hacer de largo. La faena quebró en consistencia: muy al hilo, la brevedad de las tandas… La espada, rápida y buena, cerró la primera etapa.

El quinto fue el más serio de toda la corrida. Un oasis. Y además de que tenía más remate el toro, le dio por embestir con alegría a la muleta. Y entrega. Buen toro. El cambio de mano inicial albergó esperanzas, pero se fueron amargando con el tiempo. Demasiados enganchones a un toro que agradecía el dominio por abajo, que repetía. La emoción de los albores se paró en seco mediado el trasteo. Y quedó todo en un extraño final. Una puesta en escena más sólida que en otras ocasiones, pero sin la rotundidad muletera que deambula hasta el éxito.

Castella anduvo a la altura del cuarto, muy justo de poder pero con clase. El toro quería ir, protestaba a veces por la falta de empuje, pero el francés le cogió la medida y el tiempo. Le ayudó sin apretarle en un conjunto a más en sitio y temple.

Daniel Luque se tuvo que ir tal cual vino. El sexto, de escaso tamaño, ya se sabe, tuvo las fuerzas justas y se rebrincaba. Su tercero, sobrero de Montealto después de regresar el titular por flojo, ni tuvo clase ni humilló y miró más de la cuenta. Total que de disfrutar, ni hablamos.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. A Cayetano Rivera se le va el toro de la tarde

A las 19:40 horas echaba el presidente a los corrales al tercer torillo de la tarde. Se desplomó el anovillado ejemplar de Daniel Ruiz al sentir por el palo. Ya había visto también el pañuelo verde el primero. Sólo Cayetano había lidiado el que le tocó en suerte. Así se escribe la historia. Cayetano se fue a portagayola y libró la larga cambiada. Toreó a la verónica con el arrebato y el jaleo propios del momento. Al de Ruiz le habían puesto kilos para compensar su pobre cara, que en un capotazo del matador se hundió en el albero y se pegó un volatín. Apenas se le sangró en el caballo. Ni para una analítica. Luque quiso hacer un quite, pero se quedó la cosa en un lance y una larga cordobesa. Cayetano brindó al público y principió por ayudados por alto, rubricados con una inoportuna trincherilla que volvió a trastabillar al facilón torete. Por la derecha y la izquierda, Cayetano postureó mucho con la embestida conducida por el extrarradio y la periferia. Como mató de una, lo sacaron al tercio.

El novillote sobrero de Parladé que despachó Castella tenía aún menos por dentro que por fuera. La planicie total en parada absoluta. Al otro sobrero, de Montealto, Daniel Luque le dio tela en el caballo: manso, mirón, gazapón y probón. Sus condiciones quedaron reducidas por los puyazos. Lo despenó de una estocada trasera y desprendida.

El cuarto como el devuelto primero era lo que se llama otro utrero adelantado. Kilos pero no trapío. Protestado por su falta de poder, fue Castella a brindarlo al público. Arreció la bronca, el francés se descaró con el sector protestante y tiró la montera con desprecio. A media altura lo cuidó en dos series de templados derechazos para afianzarlo, pues en el fondo del toro habitaba la calidad y el recorrido. Temple. Pero en cuanto lo obligó por abajo perdió las manos. Una tanda al natural también tuvo largo trazo. La cuarta tanda resultó la más redonda. Arrancó la música que paró cuando el toro se paró: Castella resolvió el arrimón con una espaldina y el pase de la tortilla. Más no se podía sacar.

El recortado quinto era cinqueño y más ofensivo por delante. Toro de vibración como ninguno. “Escondido” se llamaba. Como escondido estaba entre las ruinas de la corrida. Cayetano, salvo en tres pinceladas, se dejó enganchar una barbaridad por un toro cuya bravura lo pedía todo por abajo. Cayetano se quedó como sin ideas. Apagón de luces. Los toros también se desengañan. Puede que le faltase final. Pero vaya toro para poner esto bocabajo con 30 pases.

El sexto también era cinqueño pero con otras hechuras distintas. Opuestas. Feo y zancudo. Mas humillaba. Dos series por la derecha de Luque duró la ilusión antes de ponerse topón.

COPE

Por Sixto Naranjo. Apagón el Lunes del Alumbrao

Llevábamos hora y media de festejo para pasaportar tres toros. Hora y media de aburrimiento, sopor, con un desfile de toros (llamados así por la edad que no por la seridad) mansos, sosos, insustanciales. No mejoró la situación en la siguiente hora. A las nueve caía el telón de un festejo marcado por la impresentable corrida lidiada este Lunes de Farolillos por Daniel Ruiz. Corrida inadmisible para Sevilla por chica, escurrida y disminuida de defensas. Si al envoltorio le unimos que el fondo fue un pozo seco de casta y que muchos de ellos estuvieron al límite de la invalidez, dan como resultado que la paciente afición de la Maestranza, o por lo menos una parte de ella, alzó por fin la voz contra lo que supuso algo bochornoso de ver y alejado de lo que debe ser una corrida de toros.

Y como dato que ya no deja de ser inhabitual, de nuevo un torero apoderado por Curro Vázquez acartelado en un festejo polémico por la corrida lidiada. Si a la de Garcigrande, el otro lunar negro de esta Feria, estaba apuntado Morante, este lunes ha sido Cayetano. ¿Casualidad o no?

Castella, que en primer lugar había lidiado con monotonía a un sobrero aplomado de Parladé (no le aplaudieron su previsible arrimón final), vio como el cuarto era protestado por su manifiesta endeblez. El presidente aguantó y el francés, en un gesto altanero, se encaminó a brindar a los medios. Con la gente ya mosca por todo le recriminó el gesto, por lo que el torero echó con malos aires la montera. El toro tenía tan buen son como escasez de fuerzas. Castella tiró de temple y pulso para mantener en pie al torete de Daniel Ruiz. Pero en cuanto intentó atacarlo por abajo, el animal se derrumbó y la faena acabó tan disuelta como el ‘colacao’ en leche caliente.

El otro toro medio rescatable por nobleza fue el quinto, algo más aparente por su cabeza, y quizá con algo más de clase que el cuarto. Éste le tocó en suerte o en desgracia a Cayetano. El menor de los hermanos Rivera Ordóñez quiso pero no pudo. Tiene el depósito bajo mínimos y lo volvió a demostrar en este toro. Hubo predisposición en el inicio de faena. Sentado en el estribo y dos entonadas tandas a derechas rematadas con empacados cambios de mano. Series sin ajuste, pero de buen trazo. Pero hasta ahí. A Cayetano se le apagaron las luces desde entonces todo fueron dudas, falta de estructura y desencanto final.

Antes, en su primero, firmó los pasajes más destacados del festejo. Se fue Cayetano a porta gayola para recibir al toro con una larga cambiada y después con un ramillete de verónicas bien rematadas con una media en los medios del ruedo. El tercio de varas fue inexistente. Porque lo que recibió el toro no puede ni considerarse picotazos. Mal el presidente por consentir tamaña estafa y cambiar el tercio. Quitó por tafalleras y después en la muleta, Cayetano estuvo desdibujado, sin apretarse nunca con el toro, tirando líneas y sin saber nunca por dónde meter mano al novillote de Daniel Ruiz.

Completaba la terna Daniel Luque, que esta vez ni pudo lucirse con su fuerte, el capote. Con su primero, un sobrero mirón de Montealto, trenzó una faena que nunca rompió y con el sexto sólo dejó dos tandas compuestitas antes de que el toro dijese nones y con ello acabase un festejo que debería hacer reflexionar a más de uno.

Marca

Por Carlos Ilián. La Maestranza se pone al nivel de Puerto Banús

Allá por los años 60/70, en pleno furor del boom turístico e inmobiliario en la Costa del Sol la localidad de Marbella apostó también por la fiesta de los toros como un reclamo magnífico para los visitantes extranjeros. El typical spanish se implantó con éxito y la fiesta ayudó lo suyo, hasta el punto de que Marbella llegó a tener dos plazos de toros, la de la propia localidad y la que se construyó en Puerto Banús, con el nombre de Nueva Andalucía. Recuerdo que desde este coso se televisó una corrida a través de Mundovisión.

Eran los años del todo vale siempre y cuando sirviera de gancho para el turismo. Y fue tal el exceso de espectáculos taurinos infumables, por su mínima seriedad, que cuando alguien quería poner un ejemplo de algo impresentable, se decía aquello de que parece de Nueva Andalucía. Bien, pues nunca se podria suponer que la Maesrtranza viviera una tarde al nivel de Marbella, de su toro, de sus toreros medáticos y de su público fashion, que no pide otra cosa distinta a pasar un buen rato. Y eso, exactamente, se vivió ayer en la plaza de Sevilla.

Una corrida indecorosa de presentación, borrega e inválida, de Daniel Ruiz, con dos sobreros de Parladé y Montealto. Es inexplicable que semejante gatada se haya aprobado en la Maestranza. Enfrente de los animalejos de Ruiz tres toreros dispuestos a rivalizar en vulgaridad. Para abrir la terna., como no, el señor Castella que este año figura nada menos que en cuatro, si ¡ cuatro ! tardes en el abono sevillano, para perplejidad de los propios abonados. Lo de menos ha sido su despliegue de trapazos a ambos toros. Lo peor lo protagonizó al brindar al público la muerte del cuarto toro, un inválido insoportable. Un sector del público le afeó ese detalle y Castella se encaró con ellos arrojando la montera al albero pero en dirección a dicho sector de la plaza.

Esta macarrada retrata perfectamente a monsieur Castella, incapaz de ligar una faena decente pero si de ofender al público. De Cayetano sólo se puede decir que naugrafó con el lote más aceptable de juego, especialmente el quinto. Un petardo en toda regla del medáitico ante “su” público. Y Luque nos ofreció un simulacro insufrible de pases a cual más destemplado y vulgar.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Algunos toros no tuvieron suerte

Aunque los talibanes de los altos de los primeros tendidos de Sol prefirieron enredarse con el asunto de la invalidez del encierro, que no deja de ser preocupante, hay que fijarse en la bondad y las posibilidades que brindó la mayor parte de una corrida, con o sin los remiendos, que en otras manos y en otras circunstancias podría haber finalizado con media docena de orejas cortadas. Ésa es la verdad. Y tampoco hay que poner sobre la mesa esos dos o tres nombres que ustedes saben. Uno de ellos ya ha reventado esta Feria y su próxima actuación, el Jueves de Farolillos, se ha convertido en la única meta de un abono que ayer volvió a mostrar sus carencias. Pocos pueden recordar, al menos en las últimas dos décadas, un Lunes de Alumbrado con tanto ladrillo visto. Aquello parecía una urbanización de esas apañaditas que hasta hace cinco minutos se vendían como churros.

Quedó claro el tirón de cada uno: el de Castella, quemado en las últimas temporadas en las que nunca logró retomar el nivel que él mismo marcó en el cada vez más lejano 2006; por parte de Luque, necesitado de un triunfo definitivo que le arranque el traje de promesa y por cuenta de Cayetano, convocando numerosos fotógrafos del colorín y a su duquesa de su alma pero, ay, sin meter duquelas en las taquillas.

Y el caso es que el nieto, hijo, sobrino, primo y hermano se llevó el mejor lote del encierro y fue el único matador que despachó por la tarde lo que había sorteado por la mañana. Llamó la atención que se fuera a portagayola después de pasar unos segundos y pedir un tiempo al torilero que nos podíamos haber ahorrado si hubiera cruzado el ruedo al sonar el tararí. En fin, que la larga salió limpia y los lances posteriores fueron jaleados por una parroquia que aún no había perdido la paciencia.

Animoso y solemne, Cayetano quitó por tijerillas y comprobó que el toro se movía por el ruedo con cierta bondad. Pero cuando cogió la muleta no fue capaz de entenderse con él a pesar de que el de Daniel Ruiz se abría en los embroques, le dejaba estar y hasta le esperaba a que se le pusiera en la cara y le tocara en tiempo y forma. Pero Cayetano fue incapaz de hacer ni una cosa ni la otra desaprovechando una de esas oportunidades que nunca vuelven. Y van…

Parecía que iba a arreglarlo con el quinto, otro animal flojito que muy pronto enseño su buena condición en la lidia. El nieto del gran Ordóñez inició el trasteo sentado en el estribo y hasta se gustó, jaleado por el público, en algunos muletazos y remates antes de perderse en una larga labor sin fondo, forma ni sentido que dejó ir por completo el buen son y la embestida rítmica de un toro de excelente clase que se fue para dentro con las dos orejas puestas. No se esperaba mucho más, es verdad, pero el menor de los Rivera ha vuelto a bajar algunos enteros.

Sebastián Castella afrontaba su segunda tarde en el ciclo abrileño -le queda una en la feria y una cuarta en septiembre- después de haber brindado una discretísima impresión el pasado sábado. Esa decoración no mejoró, ni mucho menos, con el sobrero de Parladé que inauguró la larga y accidentada tarde. El toro, un punto sosito, sí era obediente y seguía los engaños con cierta clase, sin molestar al torero, que fue incapaz de imprimir un mínimo de alma a una insulsa labor que no convenció a nadie.

Afortunadamente, se pudo desquitar en parte con el cuarto, un toro de excelente fondo pero escasísimas fuerzas que fue muy protestado, especialmente por ese sector más intransigente de los altos del 8, que no quisieron reparar en las cositas buenas que había hecho a pesar de su blandenguería.

Pero Castella pudo reencontrarse en algún momento con los mejores registros de otro tiempo en series redondas y bien construidas que tuvieron que paliar muchas veces los escasos bríos del animal. Antes, había tenido que comenzar su labor desentendiéndose de ese mismo sector protestón que llegó a boicotearle un brindis en el centro del platillo que acabó con la montera arrojada de cualquier manera al albero. A pesar de todo, la faena del diestro galo mantuvo un buen tono aunque le faltó el necesario refrendo de la espada para optar a un posible trofeo que no llegó. Demasiado poco para un torero al que la política taurina había convertido en la base casual de un abono que, hasta ahora, está respondiendo para bien y sobre todo para mal a todos los análisis previos.

A priori era el joven Daniel Luque el que detentaba la mayor responsabilidad del cartel y el que se jugaba más para pasar definitivamente una raya que se le ensancha cada vez más. Pero la verdad es que apenas tuvo opciones con el inservible sobrero de Montealto que saltó en primer lugar, con el que se pasó de metraje en un festejo que ya se antojaba largo, y tampoco pudo redondear con el sexto, un toro de buenos principios y malos finales que se acabó después de las dos buenas series que le enjaretó el joven diestro de Gerena. Sólo quebada irse por la espada.

El Mundo

Por Carlos Crivell. Los toreros que no querían cortar las orejas

La terna salió a la plaza contemplativa, sobrada y pasó por la corrida con aires de suficiencia sin buscar el triunfo que los toros les pusieron en bandeja. Salieron tres toros, cuarto, quinto y sexto, buenos para el toreo. Es difícil que salgan toros boyantes. Más en una Feria como la de Sevilla. Y los toreros, como si ya lo hubieran conseguido todo, no fueron capaces de lograr el triunfo.

Se podría pensar que no cortaron las orejas porque fallaron con la espada. En absoluto. No cortaron las orejas por propia incapacidad torera. Luego vendrán las lamentaciones. Lo tenían todo a favor. El público, en general amable, más después de la primera parte del festejo, que fue una calamidad por las escasas fuerzas de los toros de Daniel Ruiz.

Lo sucedido es grave y merece una reflexión. Castella, matador de toros desde 2000, contratado para tres corridas en este ciclo, tuvo su oportunidad en el cuarto. El toro era blando y la presidencia lo mantuvo en el ruedo, cuando bien podía haberlo devuelto. Castella se percató de que el toro tenía calidad y se fue al centro a brindarlo a la plaza. Algunos espectadores protestaron, seguro que entendiendo que un toro blando no debería brindarse. La primera equivocación de Castella fue lanzar la montera hacia la zona de los descontentos. Son cosas que han pasado siempre. Cuando una plaza está descontenta lo que tiene que hacer el torero es subirse encima del toro y cortarle las orejas, sobre todo si el toro tiene clase como la tenía ese cuarto. Dos tandas buenas sobre la diestra, el toro dobla las manos, pasa a la izquierda, la faena se hunde en los enganchones por la izquierda, vuelve a la derecha, la música toca sin sentido y el toro se va sin la faena que parece que era posible. Lo dicho, los toreros son tipos distintos, son de otra madera, pero deben ser así siempre. Cuando se envalentonan con el público es para cortar las orejas. El toro cuarto era de triunfo y todo quedó en saludos.

Otro buen toro fue el quinto. El mejor de la corrida. Tenía presencia, no rodó por el albero y metió la cara con calidad en la muleta. Cayetano, muy entonado con el capote toda la tarde, se fue al centro y toreó sobre la derecha. Había toro con recorrido. Remató la primera tanda con un cambio de manos precioso, señal de que es un matador de empaque solemne. En la tanda siguiente ya le enganchó la franela, igual que en las demás. Entre enganchones, el toro de Daniel Ruiz se fue apagando. Toro de triunfo sonoro. Cayetano, de porte elegante, no lo pudo aprovechar.

En los ambientes del torero se consideró que el torero que tenía mayor responsabilidad era Daniel Luque, matador de toros llamado a ser importante. Debe tener en cuenta que ese sello hay que justificarlo. Su toro fue el pequeñito sexto, aprobado por arte de bilibirloque por la autoridad. Se repitió la historia en este sexto. Al centro, a la derecha y a los enganchones. El toro tenía también faena. Se arrastró con las orejas como toda la corrida. Está claro que los toreros no estarán de acuerdo con este juicio, faltaría más. Pero si tienen capacidad para reflexionar llegarán a la conclusión de que se les fueron a cada uno un toro de triunfo. Lo malo sería que no lo reconocieran.

La primera parte fue la apoteosis del desconcierto. Al palco no le tembló la mano para devolver al primero a los corrales. También hizo lo mismo con el tercero. Con el mismo argumento debería haber devuelto al cuarto. De los tres toros de la primera parte, dos a los corrales y dos sobreros.

La terna está justificada en sus primeros astados. El sobrero de Parladé esperó mucho antes de meter la cara. Castella volvió a demostrar que tiene un problema grave para templar las embestidas.

El de Ruiz que se lidió como segundo tampoco daba la talla precisa para Sevilla. Fue simplemente noble. Cayetano estuvo bien en la estética, pero con tandas muy cortas. El animal acabó parado.

El sobrero de Montealto, primero de Luque fue malo de solemnidad. A este paso esta ganadería será la que más lidie en la Feria. Salió con más fuelle, fue manso y le dieron estopa en el caballo. Daniel Luque, que dibujó algún lance precioso en el que fue devuelto, no pujo más que poner voluntad.

La corrida fue preocupante. La entrada para un lunes de Feria fue insuficiente. El cartel merecía mejor ambiente. Y a Castella y a Luque les quedan otra corrida. Su paso por el ciclo de momento no anima a la afición. Se lidiaron algunos toros sin trapío, como segundo y sexto. La corrida tuvo nobleza, es decir que fue muy potable para toreros con ambición. La actitud de la terna no fue la que se podía esperar con semejante material ganadero.

De la suerte de varas, la lidia y demás asuntos cotidianos, mejor no seguir lamentando la pérdida de identidad de la plaza. Y cuando la afición intenta hacerse notar tiene que soportar que un diestro se moleste y les mire con mala cara. Todo muy penoso.

Firmas

Por Gastón Ramírez Cuevas. Otra currovazcada, otro bajonazo a la Fiesta

Quizá a estas alturas alguien todavía ignore qué es una currovazcada y qué se pretende obtener con ella.

En el blog El Rincón del Maestro encontramos esta bonita explicación: “El fin de la currovazcada no es otro que embarcar un toro diezmado, un toro que va dos o tres escalones por debajo del nivel del coso en cuestión y que da más pena que miedo.”

Y ahí van alegres y despreocupados los toreros a habérselas con lo que Curro Vázquez ha logrado que salga por toriles en plazas mil. Ahí van los pundonorosos diestros a engañar al respetable en connivencia con las autoridades, los empresarios, algunos periodistas y un nutrido sector de la afición.

Dos toros de Daniel Ruiz fueron devueltos a los corrales por su patética falta de fuerza: el que abrió plaza y el tercero. El primer sobrero de Parladé se dejó y el segundo -de Montealto- manseó.

Castella, Cayetano y Luque mataron bastante mal y a medio lomo por sistema, y el hijo de Paquirri oyó un aviso en el quinto.

Lo único realmente torero del festejo fue protagonizado por Cayetano en el segundo de la tarde. El polémico diestro se fue a porta gayola y pegó una media larga afarolada de excelente factura. A continuación lanceó a la verónica primorosamente y remató con media de cartel en la boca de riego.

Eso fue todo lo positivo que hubo en tres horas largas de festejo.

El primer espada, el francés Castella, estuvo fatal. Cosa poco novedosa desde hace ya varias temporadas. Si este muchacho alguna vez tuvo empaque y torería, ahora está convertido en un vulgarísimo pegapases.

Después de andar a la deriva en el primero bis, el coleta de Béziers nos salió con la peregrina idea de brindar al inválido cuarto. La gente se lo reprochó y monsieur Castelá se enfadó y arrojó de muy mal modo la montera al albero. Durante la anodina faena, un tercio del público le aplaudía educadamente a Sebastián, otro tanto le gritaba: “¡Fuera, fuera!”, y los demás parroquianos se sonrojaban y guardaban silencio.

Afortunadamente el galo pinchó y le ahorró a la pobre Maestranza una deshonra más, pues seguramente los despistados, los villamelones y los badulaques hubieran pedido la oreja, y la autoridad cómplice de la currovazcada seguramente la hubiera concedido.

Luque estuvo perdido con el capote, cosa rara en él y con la muleta todo lo hizo mal pero muy lejos, eso sí.

Permítaseme citar, a manera de colofón de esta brevísima crónica, a don Ernesto Fernández Nogales, sabio aficionado: “…han creado un especie de animal que cuando es malo no molesta y cuando es bueno se deja pegar ochenta pases, y eso no es un toro bravo”.

Así las cosas, estamos siendo testigos del fracaso moral de -con sus escasísimas excepciones- una generación de toreros, ganaderos, apoderados y autoridades, y no hay cosa más triste para los aficionados románticos, si me tolera usted la tautología.

®Imágenes: Toromedia/.


Sevilla Temporada 2012.

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