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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Domingo, 23 de septiembre de 2012

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq y Núñez del Cuvillo (bien presentados, con juego desigual; 1º, 2º y 4º aplaudidos en el arrastre; 3º, rajado).

Diestros:

José María Manzanares: Estocada (dos orejas); media estocada, puntilla (saludos desde el tercio); media estocada tendida, aviso, descabello (oreja).

Alejandro Talavante: Pinchazo, estocada casi entera (saludos desde el tercio); estocada (oreja); pinchazo, estocada , descabello (saludos desde el tercio).

Banderilleros que saludaron: Manuel Blázquez, Curro Javier y Juan José Trujillo, en el 3º.

Incidencias: el subalterno Luis Blázquez, de la cuadrilla de José María Manzanares, resultó cogido en el 1º de la tarde. Parte médico: “Picontusión, abdominal y en miembro inferior derecho, prentando erosiones superficiales, y refiriendo dolor en hemiabdomen derecho, a la exploración dolor a la palpación sin signos de irritación peritoneal, se mantiene en observación, permaneciendo hemodinamicamente estable hasta su traslado. Pendiente de completar en hospitalización pruebas complementarias. Pronóstico: Reservado. Le impide continuar la lidia”. Firmado por el Dr. Octavio Mulet Zayas.

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: nublado y calusoro.

Entrada: casi lleno.

Crónicas de la prensa: El País, El Mundo, Diario de Sevilla, El Correo de Andalucía, La Razón, EFE, Toromedia.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Al salir de la plaza ví a Manzanares padre, solitario sin nadie a su lado, en un rincón de la verja de la Maestranza, llorando tal vez y disfrutando al ver la tercera salida de su hijo por una Puerta que él tanto soñó. Con esa foto me quedo. La tarde lo tuvo todo: emoción, riesgo, peligro, arte, competencia…Los toros algunos poca fuerza y otros peligro, bien presentados y con defensas muy serias. Manzanares estuvo cumbre en sus dos faenas, pero la del quinto tuvo más mérito, sólo él vio al toro y fue capaz de construirla. Y construirla tan bellamente, con tanto temple, gusto y perfección. Estuvo, además, hecho un novillero toda la tarde. Talavante no se quedó atrás en valor y ganas. Al sexto le habría cortado una oreja de gran mérito por lo que tragó. Y esto seguro que Manzanares hubiera cortado al tercero si no se le estropea extrañamente. Qué buen broche de Feria de San Miguel adelantada -creo que por garantizar el tiempo- y de temporada. Lo mejor, con todo, que lo de Luis Blázquez se quedara en el susto tan enorme que nos llevamos todos.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: el toreo sublime de Manzanares por la Puerta del Príncipe

Comenzó por todo lo alto la tarde. José María Manzanares en la puerta de chiqueros saludando con una larga cambiada y toreando con mimo, dulzura y exquisitez a pies juntos. Una delicia para los sentidos. Y con un gran toro, de embestida profunda y exigente, se rompió por el pitón derecho. Muletazos largos, templados, profundos, hondos y rematados detrás de la cadera por debajo de la pala del pitón. Mientras más le exigía, más bravura demostraba Trampilla. Así estuvimos paladeando la particular tauromaquia de Manzanares. Y la izquierda, maravillosa. Naturales ceñidos y lentos, de riñones encajados y muñeca suelta; de cogerlo adelante y soltarlo detrás. Y el colofón: espadazo en la suerte de recibir. En el quinto, se repitió el mismo guión. Molestado por el viento se la puso muy planchada y embebió la acometida con un pulso de privilegiado. En una tanda con la izquierda, el remate por bajo se convirtió en una trinchera inconmensurable. Y la serie siguiente enceló, enloqueció, sedujo al pupilo de Juan Pedro que se enroscó al torero mientras perseguía la bamba de la muleta. Un manicomio. Puerta del Príncipe merecida, disfrutada y sentida. ¡Viva la grandeza universal de toreo que permite hacer milagros… tantos que hasta el que suscribe se puso celoso. Su cuadrilla estuvo magnífica en el tercero, sobreponiéndose a la presumible tragedia del primero, cuando Luis Blázquez se quedó debajo del estribo a merced del gran toro. Gran toro de Cuvillo. Trampilla fue bravo, embistió por bajo, con ritmo, poder y transmisión. Debió tener el honor de dar la vuelta al ruedo.

Lo peor: El susto

Luis Blázquez ha tenido la suerte de cara, pero nos dio el susto de la tarde porque se quedó debajo del estribo y el cuatreño se cebó con él. Que sólo tuviese magulladuras se debió a otro milagro.

El País

Por Antonio Lorca. ¡Glorioso Manzanares!

Fue la de ayer una de esas tardes mágicas que surgen muy de vez en cuando. Fue una tarde absolutamente gloriosa de un torero en estado de gracia, prendido en una estética sublime, que llegó a sublimar el toreo y trasladó a la Maestranza a un sobrecogimiento especial. Inexplicable, quizá; inenarrable, seguro, pero lo ocurrido ayer fue algo muy parecido a la magia.

Importante, sin duda, la calidad excelsa de toda la labor de José María Manzanares; pero quizá fue más llamativa su actitud, su entrega absoluta para conseguir el triunfo, y, también, su serenidad y su solemnidad desparramadas a lo largo de una actuación que puede ser calificada como histórica según los cánones de la tauromaquia moderna.

Pero la feliz jornada tuvo, además, su punto de extremado dramatismo cuando el primer toro derribó a Luis Blázquez a la salida de un par de banderillas, y lo arrolló contra las tablas que dan paso a la Puerta del Príncipe en una cogida estremecedora. El animal se enceló con el subalterno, de modo que todas las cuadrillas no eran capaces de retirar al toro de su presa. El torero salió desmadejado del encuentro y fue trasladado a la enfermería con la impresión general de que llevaba una fuerte cornada. Milagrosa y felizmente, no fue así, y solo las contusiones por todo el cuerpo aconsejaron su traslado a un hospital.

Para entonces ya vibraba la plaza de emoción torera. Manzanares se había plantado de rodillas en la puerta de toriles para recibir a su primero con una larga cambiada, cinco apasionadas verónicas, una ceñida chicuelina y una media belmontina que hicieron saltar los sones de la banda y a la Maestranza al completo.

Tras el revuelo de la espantosa voltereta, el alicantino toma la muleta, se hace el silencio y se mastica algo grande. El toro, mansote y con las fuerzas muy justas, hizo acopio de casta y exquisita nobleza y permitió muletazos monumentales, un par de ellos con la derecha, seguidos de un prodigioso cambio de manos, ligado con un largo de pecho; y otros, suaves, con todo el toro embebido en el engaño, naturales bellísimos. Era tal el éxtasis que el torero se confió en demasía y el toro le levantó los pies sin consecuencias. Un circular perfecto fue la antesala de una estocada recibiendo que enloqueció a los tendidos.

Pero no acabó ahí la obra. Otra vez se dirigió a toriles para recibir al segundo. Y tras la larga cambiada, cuatro chicuelinas tan ajustadas que resultó de nuevo atropellado. Juan José Trujillo clavó dos soberbios pares de banderillas; Raúl Blázquez no anduvo a la zaga en el suyo, y Curro Javier lidió primorosamente. Sonó la música y los tres saludaron al respetable. Este toro de Juan Pedro era un artista sin fuelle, agotado y moribundo.Quedaba, sin embargo, el quinto, blando y noble, como todos, y codicioso en la muleta. Otra vez la magia, la inspiración, el temple, la lentitud, el sabor y el olor del toreo grande. Arreciaba el viento —toda la tarde fue un invitado molesto—, lo que no impidió otra ristra de bellos muletazos, limpios, hondos, largos, hermosos y perfectamente ligados, ora tras un cantado circular, ora tras una trincherilla preciosa. Y la Maestranza, de nuevo, feliz y emocionada, levitando ante un espectáculo tan inesperado como sorprendentemente bello. Manoletinas y ayudados no fueron esta vez el broche de una estocada, lo que redujo el premio a una sola oreja.

Compartió cartel con Alejandro Talavante, que no tuvo una tarde feliz; o, quizá, es que las comparaciones son odiosas. Hizo el esfuerzo, seguro, por estar a la altura de las circunstancias, pero se mostró sin sosiego, sin mando, sin temple; abusó de los tirones, fueron demasiados los muletazos enganchados, y toda su labor quedó muy diluida. Le concedieron una oreja del cuarto, pero supo a premio de consolación. Se esperaba más, sin duda, de un torero que acaba su temporada con menos interés que en el mes de abril.

Se abrió la Puerta del Príncipe. Salió a hombros José María Manzanares, figura excelsa del toreo moderno, que luce, y de qué manera, con el toro que tanto gusta, cómodo, artista y de exquisita nobleza, como los de ayer.

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El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Puerta del Príncipe para Manzanares

El milagro se produjo en la Maestranza cuando desde la enfermería se supo que Luis Blázquez estaba íntegro de la paliza que le había pegado el primero de Núñez del Cuvillo bajo el estribo. Apretaba hacia los adentros. Se enceló con Blázquez tras derribarlo a la salida del par. No había modo de quitárselo. Ni Manzanares coleando. Cuando lo sacaron, la color demudada. No era para menos. Se lo llevaron en volandas. No se vio sangre. Paliza incruenta. Vio la muerte de cara.

José María Manzanares forzó para torear este domingo en Sevilla dolido de su lesión y la ofensiva de salida fue total. Y a portagayola marchó. Y libró la larga por el pitón derecho antes de lancear entre verónicas y una chicuelina y el remate. Hacía viento. Sonó la música. La apertura de ataque manzanarista siguió. Talavante quitó por Chicuelo. Y Manzanares bajo el son de Eolo se hizo con la Maestranza con el extraordinario toro de Cuvillo. Hubo momentos más lentos. Como dos derechazos y un cambio de mano y uno de pecho. Al naturalo el aire molestaba más como es normal. Una tanda para las afueras. Todo envuelto de empaque. Tiempo entre series. La colocación en falsete. En redondo así como en la oreja. Un circular completo. La peña bramaba. La lenta escenificación de José María superaba a la interpretación veloz. Una voltereta indemne subió la pasión más aún. La estocada en la suerte de recibir brutal. Dos orejas al novio de Sevilla.

La cuadrilla de Manzanares lo bordó con el tercero, que era de Juan Pedro. Precioso. Manzanares volvió a irse a portagayola. Y volvió a rezar y santiguarse. Pero ahora soltó la larga por el izquierdo. Y se enredó en chicuelinas de arrojo donde el ímpetu del toro se imponía: se salvó de milagro al rematar. Las puntas lo despidieron sin calar. Luego el juampedro se desfondó a plomo en la muleta de un Manzanares más templado. Hasta echarse. La brega airosa de Curro Javier quedó como cumbre. Ovacionado tras correrlo a una mano hasta el burladero.

El montado quinto, de JP, fue de dulce. Muy mecido Manzanares. La faena de la tarde. Superior a la primera. Una tanda extraordinaria por la izquierda. José María en Sevilla se crece y transfigura. Pero en esta obra sentido no presentido. En redondo despacioso. Manoletinas de despedida. Y unos ayudados de categoría a dos manos por alto. Yo exijo este Manzanazares, qué pasa. La espada se quedó a medias. Muy tendida. Descabello. Puerta del Príncipe. Otra más. Y van… El abrazo con el padre y maestro duró una eternidad en el callejón.

Talavante también se fue a portagayola. Recordaba la tarde a aquel duelo de Liria y El Tato en la puerta de toriles una y otra vez. Delantales. El cornalón cuvillo, que por los mismos se tapaba, embistió mucho y bien, quizá soltando la cara. Alejandro Talavante fue la velocidad destemplada y acortada por su acodada mano diestra que empieza a ser siniestra, la pierna escondida. Se fue entero, superando y sorprendiendo casi siempre al matador. Pinchazo y media. Saludos.

Alejandro Talante tuvo sus mejores fases con el cuarto, de Juan Pedro, con la mano izquierda. Se vino arriba al toro tras los inicios de poca fuerza. Mucha muñeca. O muñecazo. En redondo el vicio de siempre que hace que el toro se le quede siempre encima. La tanda zurda final y los adornos de trincherillas y pases del desprecio fueron a más. Las manoletinas últimas y una estocada trasera condujeron a la oreja.

Muy descarado el sexto, cinqueño de Cuvillo, que de salida no hizo nada bueno. Peor por el pitón derecho. Por ello al natural Talavante se expresó mejor. Había jiribilla en la derecha que no somete y vuela. Como látigo sin mando. Decidido AT. Valiente porque había que estar. Pero la espada taponó el final.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Manzanares suma su tercera Puerta del Príncipe

José María Manzanares sumó este domingo su tercera Puerta del Príncipe tras una actuación en la que prevaleció la estética, junto a momentos de arrojo y gallardía. El alicantino continúa su idilio con la plaza de Sevilla, una afición que le adora. En una actitud inusual, el alicantino se fue frente a toriles para recibir al primero, un toro colorao y bien presentado, con una larga cambiada de rodillas para torear de pie a la verónica y por chicuelinas -en la última, de ceñida, salió trompicado-. Su banderillero Luis Blázquez salió vivo de milagro. Cerró el segundo tercio dando ventajas al burel, que le alcanzó y le propinó una terrible paliza junto a tablas. El astado no obedecía a los capotes, ni siquiera se revolvía hacia Manzanares, que coleaba denodadamente al bicharraco, encelado con Blázquez, que se levantó con un rictus de dolor tremendo. No podía ni tenerse en pie. Las asistencias lo llevaron de inmediato a la enfermería. Molestado por el viento, Manzanares realizó una faena con series intensas, pero muy cortas -de tres muletazos la mayoría-. En una de ellas el toro estuvo a punto de empionarle. Se libró con un fallero -muletazo por la espalda-. Con el público entregado, increíblemente, unos circulares fueron más ovacionados que los citados muletazos. Faltó toreo al natural. Mató recibiendo y la espada cayó algo baja. El presidente no se lo pensó y sacó dos pañuelos a la vez. Dos orejas -premio generoso-.

Donde Manzanares estuvo bien de verdad fue en el quinto, un 'juampedro', bajo y algo montado, al que cuidaron en varas por su flojedad. Tan nobilísimo que precisaba un temple especial: el de Manzanares, que le dejó refrescarse mucho entre tanda y tanda. Aquí, las series alcanzaron hasta cinco muletazos, más el pectoral, con el público rompiéndose las manos en ovaciones que no terminaban. En una de ellas, con la diestra, la composición fue tan perfecta, que parte del público aplaudía de pie. Anteriormente, una tanda con ligazón, en la que en empalmó un par de naturales en un uno. Un cambio de mano, adornos en los remates y pase del desprecio como rúbrica de una faena que supuso una explosción de emoción para los tendidos, fueron el epílogo de una obra preciosa y precisa. Tras una estocada y un descabello, fue premiado con una oreja. Desde luego, en ésta ocasión el trofeo era de ley.

Con el castaño tercero, un toro descastadísmo, que se echó antes de ser estoqueado, no tuvo opción alguna al lucimiento. Talavante contó con el peor lote y dio la talla. Se picó, algo necesario en los mano a mano. De hecho, también recibió a su primero -segundo de la tarde-, un toro de Cuvillo de generosas defensas, con una larga cambiada de rodillas, para continuar, de pie, por delantales. Cuando más arreciaba el viento, al trasteo del extremeño le sobraron enganchones.

Con el cuarto, que se metía por ambos pitones, apostó fuerte, sufriendo un par de coladas escalofriantes. Lo mejor lo consiguió al natural, con un par de tandas en las que tragó mucho y resolvió con muletazos muy ceñidos. Mató en el primer envite y fue premiado con una oreja.

Con el sexto, un galán, cinqueño, bien armado, que resultó peligroso, no se arredró. Hubo quietud en una faena con una buena apertura, en la que volvió a destacar con la izquierda. Por el derecho, salvó el pellejo por reflejos en uno de los viajes que le lanzó el colorao de Núñez del Cuvillo.

La salida a hombros de Manzanares por la Puerta del Príncipe fue memorable. Le llevaron hasta el Hotel Colón. El torero donó el terno purísima y oro a un puñado de aficionados. Partidarios que, emocionados, se repartieron, en trozos, el celeste tesoro. Fieles para quienes esos pedacitos azules son, a estas horas, reliquias inolvidables de una tarde histórica en la que Sevilla renovó su idilio con Manzanares.

La Razón

Por Patricia Navarro. Manzanares corta el tráfico en Sevilla

La tarde empezó a las seis en punto. La tarde de verdad. Sin preámbulos ni medias tintas. El lexatin vino justo después. Aquí nadie había venido a pasar el rato. Manzanares se fue a la puerta de toriles y se postró de rodillas. Una portagayola con todas las de la ley para recibir al primer toro de Cuvillo. Ni dolores de mano ni concesiones. Duelo desmedido. Se olía. Se palpaba. Toreó bonito con el capote y apretó el toro ya en el primer par de banderillas que le puso Curro Javier. El bravo toro, que fue Cuvillo profundo, no perdonó a Luis Blázquez en el segundo envite. Cerca de tablas arremetió contra él y lo empotró después en la barrera durante casi 40 segundos. Cogida espeluznante, interminable, ni una idea buena pasaba por la cabeza. Un espantoso momento del que cuesta recuperarse, incluso ahora, dueños ya del desenlace. Cuando entre todos, y todos en verdad estaban en el ruedo, lograron quitarle al toro y Luis se levantó, ya sólo eso, fue un soplo de oxígeno con el que no contábamos. Deshecho se lo llevaron a la enfermería. El milagro se había citado a una hora y en un sitio. Imposible creer si no. Para sobreponerte a eso, que nos tenía cortada la respiración, hay que ser de otro planeta. Héroes de carne y hueso con vestidos del ayer. Manzanares olvidó la imagen, rechazó el miedo, y se fue a por el toro, que el espectáculo que se dirime entre la vida y la muerte tenía que continuar. Toreó bonito con la derecha, y al natural a un toro importante. En una tanda, se quedó más corto el Cuvillo, quiso improvisar Manzanares con una arrucina y por poco le sale caro. Resolvió el torero después, encontró la sintonía con la faena y con el público y se cobró una estocada hasta la bola recibiendo. Dos trofeos para Manzanares. El tercero de Juan Pedro le cerró las puertas del cielo. Otra vez a portagayola. El toro se desfondó y se echó en el ruedo. Pero el quinto tuvo nobleza, motor y bondad para seguir las telas de un Manzanares pletórico de temple, exquisito de formas. Fue descubriendo y descubriéndose y cuando nos quisimos dar cuenta, había firmado tres tandas monumentales. Una media y otro trofeo más que le lograba la tercera Puerta del Príncipe, con abrazo incluido a su padre, ambos en lo más hondo del corazón de Sevilla.

Talavante cruzó el ruedo y a la boca del miedo se fue a recibir al segundo toro. Derrochó entrega ahí y hasta que rodó el sexto, con el que hizo un esfuerzo de torero grande y capaz. El segundo Cuvillo tenía movilidad pero no entrega. Ahondó Talavante camino por camino sin caer en la desidia. Se las vio después con el Juan Pedro bueno y fue improvisando una faena que iba ganando adeptos, sumando emociones, contagiando el poso de su toreo. Midió el tiempo. Qué clave. Y la magia que había implantado tuvo premio. El sexto Cuvillo sabía que algo dejaba atrás. Y ni un paso le cedió Talavante. Esfuerzo de vaciarse, de aguantar el envite del toro aunque en más de una ocasión sacara la cara a mitad del muletazo. Tragó sin fisuras. Y taponó el éxito con la espada. La dimensión quedaba.

A hombros por la Puerta del Príncipe sacaron a Manzanares de nuevo. Pero había más. La emoción que se derramó en el público para sacarle de la furgoneta y, quisiera o no, llevarle a hombros hasta el hotel Colón. Las calles cortadas y una muchedumbre detrás de José Mari. Imagen impagable. Emociones únicas al grito de «torero, torero». No había manera de poner fin al idilio. Al agradecimiento por lo vivido y sentido en una plaza de toros. Man zanares regaló su chaquetilla, azul cielo y oro, con la condición de vy repartirla. Un pedacito de ese vestido, de ese momento, era nuestro para siempre. De esto vive el toreo. Esa grandeza que te aboca al vacío.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Manzanares dicta su pronunciamiento

Veinticuatro horas antes del recital manzanarista se daba por hecho que el alicantino no podría estar presente en Sevilla. En Logroño se había resentido de la lesión que le obligó a cortar la temporada dos largos meses y los locutores de radio macuto ya andaban esbozando carteles fantasmas para recomponer este San Miguel adelantado. Pero el alicantino decidió hacer el paseíllo contra viento y marea y -sobre todo- en contra de la opinión de los médicos, que le habían aconsejado guardar reposo para no agravar aún más esa compleja fractura de tendones que tenía a todo el toreo sobre ascuas. Y el grandioso artista no se lió el capote para pasearse, sino resuelto a dictar un hermoso pronunciamiento torero que restableció el orden natural del toreo en el cierre de la gran temporada, que vivió ayer su último capítulo.

Algunos se frotaron los ojos cuando Manzanares -magníficamente vestido de turquesa y oro- cruzó de lado a lado el inmenso ruedo del Baratillo para recibir a portagayola al primero de la tarde. Era la primera declaración de intenciones de una tarde intensa y fundamental en la que el torero sumó su mejor y más armónico toreo a una entrega y un arrojo consciente y constante que le hicieron subirse encima de las olas para volver a conquistar una plaza que ya es suya. Le tocaron la música lanceando a ese primero a pies juntos. Algo falto de bríos en los primeros tercios, apretó hacia los adentros en banderillas hasta alcanzar a Luis Blázquez después de avisar a Curro Javier. El toro se ensañó con el buen subalterno valenciano bajo la Puerta del Príncipe en unos instantes angustiosos en los que tuvo que ser coleado. Se fue para la enfermería visiblemente conmocionado y ya no volvió a salir.

Pero Manzanares no se arredró y en dos tirones se sacó el toro a los medios enroscándoselo con un molinete a los que siguió tres excelsos derechazos y un sensacional derechazo de su mejor cosecha. La gente se agarró a los asientos; se lanzaba la tarde. El de Alicante se arrimó como un perro a la vez que trazaba una faena en el mismísimo filo de la navaja en la que la belleza del toreo se enhebraba al evidente riesgo asumido por el matador, que volvió a andar por sus mejores fueros en el toreo fundamental, un largo cambio de mano y un pase de pecho largo como un río saludado con el himno del manzanarismo según Sevilla. Sonaba Cielo Andaluz y Manzanares, atropellando la razón, se puso delante del tren en una arrucina imposible que cambió por una fea voltereta.

Estaba borracho de entrega y de toreo pero un redondo invertido nos sacó de la tiniebla y puso de pie a una plaza que a esas alturas -sólo era el primero de la tarde- empezaba a mascar la puerta de la gloria. La fulminante estocada recibiendo no admitía más dudas. Las dos orejas fueron a manos del torero, que las paseó jubiloso sabiendo que estaba escribiendo una de las páginas más hermosas de esta extraña temporada que ya camina hacia su desembocadura.La salida del tercero, marcado con el hierro de Juan Pedro Domecq, volvió a ser saludada con una larga a portagayola que rompió todos los esquemas. Las chicuelinas que siguieron desataron la locura y estuvieron a punto de costarle un nuevo disgusto. Pero el porrazo quedó en anécdota y la cuadrilla se empleó a fondo -Curro Javier con el capote y Trujillo con los palos- en una lidia magistral que hacía presagiar nuevas cumbres. Dispuesto a todo, Manzanares obligó al toro en los primeros muletazos a pesar de sus pocas ganas de embestir. Pero pronto empezó a acusar ciertos males -había recibido un horrendo puyazo trasero- hasta echarse irremediablemente sin que su matador pudiera montar la espada. El magistral puntillazo de Lebrija fue un sorbete para desengrasar. Había que esperar al quinto.Y salió ese quinto, otro toro de Juan Pedro Domecq friote en los primeros compases de la lidia que hizo torcer el gesto a más de uno. Pero el Manzana sabía que iba a triunfar sí o sí y pidió calma antes de ir desgranando un faenón magistral de creciente acople, estética y armonía que puso de pie al público sevillano desde el primer muletazo. El artista, sin prisa pero sin pausa, fue cincelando muletazo a muletazo una nueva cumbre en la plaza que más se le admira a la vez que consumaba ese emocionante pronunciamiento que ha dado la vuelta a la temporada. Es difícil narrar la sinfonía manzanarista, resuelta en un sinfónico toreo diestro -la muleta siempre puesta- y un toreo al natural rematado con alardes de imaginación, pases de pecho catedralicios, trincherillas o molinetes que fueron caricias en una auténtica borrachera de arte que volvió loco a todo el mundo. El triundo era redondo, incontestable, merecía ya la Puerta del Príncipe sin entrar a matar. Lástima que la espada, ésta vez a volapié, se resistiera a entrar por completo. El diestro necesito tirar del descabello mientras la gente sacaba los pañuelos. Era su séptima oreja en la Maestranza este año. Su segunda salida por la puerta que se mira en el Guadalquivir. Creo que todavía anda a hombros de los aficionados por las calles de su Sevilla.Y dicho esto, poco más hay que contar de un Alejandro Talavante merendado sin contemplaciones por un Manzanares desbocado que ha remontado sus males y dolencias en una sola tarde. El Tala debió tragar saliva cuando vio a su compañero marcharse a la puerta de chiqueros dos veces. Él lo hizo una, con un segundo cuvillo bravo y emotivo -también un punto brusco- al que cuajó una faena entregadita pero por debajo de las posibilidades de ese animal, que exigía apuesta y una mayor claridad de ideas que las que enseñó ayer el extremeño.

La verdad es que Talavante había llegado a Sevilla algo tocadito y los comentarios de los profesionales -ésos que nunca osan cacarear en público- andaban cuestionando la auténcia capacidad de un torero prematuramente aupado a la primera fila que aún tiene que pulir muchas lagunas técnicas. Al Tala no le faltó el cariño de un público que le jaleó lo bueno y lo regular, también con un cuarto de Juan Pedro Domecq con el que se mostró tan voluntarioso como falto de hilo, enseñando un trazo deslavazado en todos los muletazos que amontonó sin cuajar por completo otro ejemplar que tenía que haber servido para acompañar a Manzanares en el triunfo. Una estocada trasera y tendida le validó una oreja de circunstancias que le servirá de poco. Con el exigente y difícil sexto, mientras el personal andaba pendiente de un ancho portón, volvió a esbozar una pelea tan sincera como falta de resolución. Cuidado…

EFE

Manzanares abre la Puerta del Príncipe en la última de San Miguel en Sevilla

Fueron tres orejas, pero pudieron ser cuatro y quizá más si el tercero de la tarde no hubiera acusado un mal puyazo que le hizo echarse durante la lidia. Daba igual, el pronunciamiento del diestro alicantino fue también una antología de su mejor tauromaquia y sobre todo una demostración de entrega y arrojo que borró a su contrincante desde el primer capotazo. El diestro alicantino se fue a portagayola en sus dos primeros toros y lanceó al que rompió plaza con capotazos a pies juntos que hicieron lanzarse la tarde y romper la música.

A partir de ahí toda la corrida fue suya. En la faena a ese primero -que apretó hacia los adentros en los primeros tercios hasta alcanzar a Blázquez- la entrega se enhebró a la armonía de una faena que se inició por sorpresa con un molinete cosido a tres derechazos y un sensacional trincherazo que enseñaron que el torero, con o sin lesión de tendones, no había venido a Sevilla a pasearse.

Un cambio de mano, otro de pecho y su mejor puesta en escena terminaron de lanzar un trasteo en el que llegó a resultar cogido cuando intentaba una arrucina imposible que le costó una fea voltereta. Pero Manzanares estaba lanzado y su entrega absoluta se materializó en un redondo invertido que terminó de poner al personal de pie. Las dos orejas estaban cantadas y la estocada recibiendo acabó por materializarlas.

Podría haber seguido cosechando trofeos del tercero, un 'juanpedro' al que volvió a recibir en la puerta de chiqueros con una larga que cosió a un ramillete de chicuelinas en las que estuvo a punto de ser cogido. Su cuadrilla volvió a funcionar como un mecanismo de relojería y aunque el toro amagó con pararse se entregó en dos series diestras antes de acusar alguna dolencia -el primer puyazo fue muy trasero- que le hizo echarse durante la lidia.

Pero no importó. Manzanares salió a revientacalderas a recibir al quinto a pesar de una fría salida y cierta blandura que no fueron óbice para que el toreo surgiera desde el primer muletazo en un trasteo de ritmo creciente en el que hubo sinfonía y expresión por ambas manos pero sobre todo una sabia colocación y una muleta adelantada en todos los cites que hizo romper por completo al toro.

El toreo al natural fue un prodigio de sencilla belleza y los derechazos, compuestos y empacados, fueron hilvanados con trincherazos de otra galaxia, sublimes cambios de mano y un sentido de la escena que enloqueció al público sevillano. Con el toro prácticamente rajado aún esbozó unas manoletinas y unos ayudados a los que siguió un volapié que ésta vez no quiso entrar. Daba igual, con o sin descabello la oreja era de cajón y la Puerta del Príncipe se abría de par en par. La verdad es que Talavante quedó borrado a pesar del cariño del público que lo alentó en todo momento y le jaleó lo bueno y lo regular en una actuación desdibujada en la que no le faltó entrega.

Pero era muy difícil navegar a la misma altura del alicantino. A pesar de todo cortó una oreja del buen cuarto sin mostrar sus mejores registros y se peleó sinceramente con el brusco sexto cuando todo el mundo estaba deseando ver salir a Manzanares camino de la gloria.

Toromedia

Buena tarde como cierre de San Miguel. El mano a mano entre José Mari Manzanares y Alejandro Talavante ha propiciado momentos de gran interés e importancia. Lo mejor ha corrido a cargo de Manzanares, que de nuevo ha dado lo mejor de sí en la Maestranza, plaza que ya le vio triunfar por todo lo alto en la pasada Feria y que esta tarde ha vibrado con una actuación completa y dos faenas para el recuerdo.

Manzanares sorprendió a todos yéndose a portagayola a recibir al primero de la tarde. Lo vació muy bien en la larga cambiada y lo toreó con mucho gusto a la verónica, provocando la primera gran ovación de esta última corrida de San Miguel. De la emoción se pasó al miedo en el tercio de banderillas al ser cogido contra las tablas Luis Blázquez, a quien el toro tuvo entre sus pitones larguísimos segundos, teniendo que ser conducido a la enfermería.

Repuestos del tremendo susto, Manzanares comenzó la faena con tres series diestras de gran empaque, resultando especialmente profunda la tercera, de mano baja y gran temple. Cambió a la zurda y hubo naturales largos. Al volver a la derecha imprimió hondura al toreo pero al intentar rematar con una arrucina resultó volteado, por fortuna sin mas consecuencia que el fuerte golpe. Se recompuso y remató con una nueva serie diestra y un circular. Concluyó esta excelente faena con una estocada recibiendo y cortó dos orejas.

También Alejandro Talavante se fue a chiqueros a recibir al segundo, al que toreó muy bien por delantales rematando con un recorte soltando una mano en los medios. El toro fue cuidado en el caballo y embistió en la muleta con la cara suelta por el lado derecho. Talavante le cambió el terreno y lo toreó bien en la primera serie al natural. En la segunda ya se puso más complicado el astado, apretando por ese pitón también. Cambió a la derecha y le molestó mucho el viento. Logró meter por ese lado a un toro que no era fácil. Mató de pinchazo y media y fue ovacionado.

Manzanares volvió a irse a portagayola en el tercero de la tarde, toreando por chicuelinas de forma vibrante con algún que otro susto incluido que volvió a tensionar a la plaza. El toro de Juan Pedro fue cuidado en el caballo y la cuadrilla de Manzanares saludó al completo en banderillas. Raúl Blázquez y Juan José Trujillo con los palos y Curro Javier por la brega.

Manzanares se llevó al toro en los medios y le dio tiempo. La primera serie fue ligada y estuvo presidida por la calidad. En la segunda al toro ya le costó más embestir e hizo amago de echarse al final. Parecía congestionado, como acalambrado en los cuartos traseros, el de Juan Pedro y el público pidió a Manzanares que matara con brevedad, lo que no pudo hacer porque el toro se echaba y tuvo que ser apuntillado.

El cuarto de la tarde, también de Juan Pedro, fue protestado en los primeros tercios por su falta de fuerza, pero el animal aguantó bien y Talavante comenzó la faena de muleta con dos series de naturales ligadas. En la tercera, que comenzó por la derecha y en la que se cambió la muleta de mano por la espalda, entonó su labor y sonó la música. Hubo más toreo por la derecha y una serie al natural antes de terminar con un estético toreo a dos manos y manoletinas. Mató de estocada y cortó una oreja.

El quinto se metía por dentro y no dejó a Manzanares lucirse de capa. Medido en el caballo y cuidado por Manzanares en los primeros muletazos, el toro responde bien en la primera serie. En la segunda, con muletazos largos y con empaque, rompió la faena. Cuando cambio a la zurda le molestó el viento, pero aun así dio una buena tanda. Volvió a la derecha y crujió al enclasado toro de Juan Pedro en una serie excelente. Hubo otra con la misma intensidad y un buen toreo por ayudados como broche. Mató de media tendida y descabello. Cortó una oreja que era la llave de la Puerta del Príncipe.

No se lo puso fácil el sexto a Talavante. Tenía que torear el de Cuvillo y el torero lo entendió bien por el lado izquierdo, el pitón menos malo del toro. Talavante estuvo valiente y por encima de las complicaciones de su enemigo en una labor de mérito. Mató de pinchazo y estocada.


©Imágenes: José María Manzanares y Alejandro talavante/E. Pagés. Manzanares, puerta del Príncipe/El Mundo.

Sevilla Temporada 2012.

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