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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Tarde del Martes, 26 de abril de 2011

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Dolores Aguirre (bien presentados, inválidos para la lidia, devuelto el 6º).

Diestros:

Antonio Barrera: De albero y oro. Tres pinchazos, media estocada atravesada, aviso, descabello (silencio); estocada tendida (saludos desde el tercio).

Salvador Cortés. De blanco y oro. Meteysaca (silencio); puntilla, pinchazo, dos puntillas (silencio).

Alberto Aguilar. De berenjena y oro. Dos pinchazos, estocada (silencio); pinchazo, pinchazo hondo, aviso, pinchazo y bajonazo (silencio).

Presidente: Julián Salguero.

Tiempo: Sol y nubes.

Entrada: Más de media plaza.

Crónicas de la prensa: El Mundo, El País, El Correo de Andalucía, EFE, La Razón, Diario de Sevilla, Firmas.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Yo no he visto una corrida más mala en todos los días de mi vida. Me lo decía Sandro Marangoni, un amigo de la peña taurina de Milán, a la salida. Y me lo repitieron unos y otros durante toda la noche. Era verdad. Salieron siete toros de Dolores Aguirre, los siete mansos, descastados, sin fuerzas, sin un pase y con peligro. Bueno, es que en toda la corrida no hubo ni un solo pase de muleta, ni un solo capotazo. El primero y el tercero, Pitinito y Pitillito, se parecían en el nombre y en la casta, aunque el tercero fue el más peligroso. El segundo era Caracorto y de lo que estaba corto no era de cara sino de fuerzas: un auténtico inválido. El quinto se llamaba Carafeo, igual que el sobrero -supongo que uno era cinqueño, si eran hermanos de madre- y los dos fueron malísimos, todo un desastre a la hora de matarlos. Barrera se llevó una ovación por la única estocada de la tarde y por porfiar en una faena de rebullasca. Cortés paso sin nada que poder hacer y el madrileño, y pequeñito, Aguilar diría: para esto he venido yo a Sevilla… En fin, lo siento por la ganadera, pero no deben venir más en un tiempo.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: el valor de los toreros

“Hoy me alegro de no ser torero” ha sido la frase categórica del magnífico aficionado a los toros Pepe Varona. Y la realidad de la corrida de Dolores Aguirre ha sido ésa, considerar a los matadores como verdaderos gladiadores que en todo momento han tenido que robar los muletazos a base de mucha exposición y no torear, que es una cosa muy distinta. Según Rafael Ortega, el toreo consiste en parar, templar y mandar y, sin embargo, con los toros de la ganadera bilbaína intentar aplicar esos preceptos se convierte en puro ejercicio de ficción. Los toros arrancaron a los engaños, que no es lo mismo que embestir, con el freno de mano echado, buscando a los toreros, rebrincados y sin ninguna opción de lucimiento. Antes semejantes adversidades, lo más destacado de la tarde fueron las faenas de Barrera al cuarto, cimentada en el conocimiento, el valor y el tesón. Se fajó como un verdadero héroe que en cada envite salvaba su vida del precipicio.

También estuvo magnífico en la brega Rafael González ante el tercero del festejo. Le bajó las manos con suavidad y lo sometió por bajo intentado siempre desplazar al cuatreño. Su misión era casi una entelequia, mas, a veces, conseguía su propósito.

Finalmente Francisco J. Sánchez, el picador de la cuadrilla de Alberto Aguilar aplicó con buen tino el castigo necesario a un elefante con pitones que jamás debió salir por los chiqueros. Sin embargo esto es un símbolo de la Fiesta, cuando se anuncian los segundones sale lo que debería ser carne de matadero. Cuando lleguen las figuras, los sobreros serán otra cosa.

Lo peor: la antítesis de la bravura

Un toro de lidia debe perseguir humillado y hasta el final el trazo del muletazo o de la verónica. Además, tiene que estar fijo en los engaños, contar con recorrido suficiente y empujar con los riñones y no con los pitones. Sin embargo, en la corrida de Dolores Aguirre, estas pinceladas sobre la bravura serán difíciles de encontrar. Ninguno de los seis dio opciones de lucimiento. Los hubo que toparon más que embistieron, otros salieron despavoridos de la pelea cuando se sintieron podidos, otros intentaban cazar moscas con los pitones e incluso el quinto se echó de aburrimiento. ¿Qué habrá pasado para que estos toros de encaste “Núñez” con el Conde de la Corte se comporten de manera tan diferente a los del Puerto de San Lorenzo, por ejemplo, con los que comparten estirpe? Han acertado ustedes: la selección…

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El Mundo

Por Carlos Crivell. Moruchada de Dolores Aguirre

Como la señora Dolores Aguirre es una ganadera escrupulosa, seguro que a estas horas ya ha eliminado las vacas y sementales de los que procedían las reses lidiadas en la tercera de abono.

Se podría escribir un tratado sobre el toro de lidia de estos tiempos. Nos quejamos, muchas veces con razón, del toro noble, de forma peyorativa llamado comercial, y muchos exigen toros duros. En todas las ferias que se precien hay corridas para el aficionado que disfruta con el toro duro de pezuña. A Sevilla ha vuelto Dolores Aguirre con una moruchada indigna de una plaza y una feria de esta importancia. Tiene trabajo la señora.

También tienen trabajo los veedores y los veterinarios de la plaza, que acuden al campo y permiten la lidia de astados como el tercero, sin cuello, más bien un búfalo. En general, una corrida alta de agujas, bajísima de raza y con muy pocas fuerzas. El colmo fue el quinto, probablemente enfermo, que se tumbó en el albero en señal de abandono de la pelea.

El toro puede ser bravo o manso, tener más o menos casta, pero hay algo que a estas alturas es inexcusable, como es la posibilidad de ser toreado. Pueden ser duros, pero deben obedecer a la lidia. A la corrida de Dolores Aguirre, además de los defectos apuntados, le ha faltado calidad, o le han sobrado malas ideas. Fue un conjunto de reses sin capacidad para humillar, mirones, sin recorrido y buscando a los toreros por abajo. Una moruchada en toda regla.

Todo lo cual es un atenuante para el desastre vivido en este festejo. Toros muy malos, cierto, pero también cuadrillas incapaces de afrontar los problemas de la lidia, de tal forma que en algunos momentos la corrida se convirtió en una capea, naturalmente de pago.

Los picadores naufragaron de forma clamorosa, unos porque abusaron de los puyazos traseros, otros porque marraron de forma reiterada. Se picó de mala manera, no se movió el caballo ni se tiró la puya como mandan los cánones eternos de la tauromaquia. Los hombres de plata se esforzaron a capotazo va y viene sin sentido. Lo dicho, una capea en una corrida muy mala.

Entre tantos despropósitos, el palco no podía quedarse atrás. El buen señor obsequió a la plaza con la lidia del segundo, un toro inútil desde que salió de los chiqueros. Y es que lo que no puede ser, no puede ser. Ese detalle puede ser una equivocación. El problema es que demostró que es mal aficionado al mandarle un aviso a Antonio Barrera cuando el cuarto estaba ya a punto de echarse.

Lo mejor que les pasó a los matadores de la terna fue irse al hotel por su pie. Se olía a cloroformo en la Maestranza. No pasó nada. Barrera se la jugó en ambos, sobre todo en el cuarto, al que le echó casta para robarle pases y matarlo bien. Dignidad de un torero.

Salvador Cortés tropezó con un inválido y un enfermo. Mala suerte. Se anuncia en una corrida dura y mata dos miserias. El palco le obligó a tragar con el tullido segundo. El quinto se murió en la plaza, quizás por su falta de casta, o porque puede que estuviera enfermo. La imagen del toro tumbado fue deprimente. Le ocurre al desparecido Juan Pedro y le atizamos fuerte.

Debutaba el joven Alberto Aguilar, que nunca olvidará la tarde de su primer paseíllo en la Maestranza. El tercero no podía embestir bien con semejantes hechuras. Aguilar hizo un esfuerzo tremendo para robar algunos pases.

El sexto fue un sobrero. Es fácil echar al último de la tarde. Tenía que haber devuelto al segundo. En la lidia del sobrero, un tío de ideas perversas, el olor a enfermería se hizo penetrante, más cuando el de Dolores le hizo un par de radiografías al torero. A punto estuvo la prenda de cazarlo. El que lo cazó fue el torero, por suerte para todos.

El Mundo

Por Zabala de la Serna. Infumable mansada de Dolores Aguirre

Estaba esperando a algún motivo para empezar a reportar. Murió el tercero de Dolores Aguirre y seguía sin motivos. Infumable uno, imposible de fuerza y dañado otro y manso y con guasa el toro que marcaba el ecuador de la tarde. Ante tal material, Antonio Barrera se batió el cobre en pelea tabernaria, con el toro rebrincado, pegajoso y pendenciero. El esfuerzo del torero por hacer de la distancia un arma para darle inercia al viaje se agotó hasta que se le quedaba por debajo el largo animal del averno. Esfuerzo para robar el mérito y tirar en dos largos derechazos de la embestida loca. La cosa era que pasase. Barrera, como el que viene de fajarse, ya alcanzó la espada sin aire.

Ni para el !ay! perpetuo valía el recortado y serio segundo, que carecía de fuerza al margen de dañarse en los primeros lances. Luego ya parecía cojo de las cuatro. Y encima un volatín. Salvador Cortés se quedó sin opción. Con otro poder, el toro no tenía mala condición. Murió de un metisaca.

El chato tercero era de mansedumbre suprema en el caballo, condimentada con genio en la muleta. El cóctel perfecto para dinamitar un torero. Una tanda de Alberto Aguilar se tragó yo creo que por equivocación. No paró de rebañar. Aguilar se estrelló con la espada.

El tremendo cuarto rizó el rizo entre oleadas de misil Tomahawk teledirigido en banderillas. Arrancaba casi como los dibujos animados del Coyote cuando no agarra la velocidad de las patas al piso. Luego no parecía el lobo tan fiero como lo pintaban. Barrera, ya curtido de mil batallas, se curtió en otra más. Sobre la mano derecha sacó lo que dos minutos antes ni existía. Acabó el doloresaguirre reducido a mulo. Paciencia infinita y dosis de no tirar la toalla nunca las de Barrera. Saludó la que hasta ahora era la única ovación.

El quinto de tan descastado (y sangrado) se echó en mitad de la faena. Y se lo puso difícil al puntillero. Cortés inédito. Flojeó el sexto. Devuelto como debió serlo el segundo. El galapago que salió como sobrero asustaba verlo. De verlo tan manso también. Dispuesto y con reflejos Alberto Aguilar ante aquella forma de rebañar. Cambios de ritmo constantes. Arreones. Y contemplar al pequeño madrileño con aquella mole en los medios imponía. El hombre con la espada volvió a ser presa de la espada.

El País

Por Antonio Lorca. Lo peor de cada casa

El quinto toro de la tarde, en la agonía de su derrumbe y agotamiento, miró con sus ojos vidriosos a Salvador Cortés, que se afanaba una y otra vez ¡je, toro, je!, y movía la muleta con la esperanza de una embestida, siquiera una, pero el animal, cansado ya de sí mismo, le retiró la vista con desprecio, y se derrumbó en la arena.

Pero el sexto, que se revolvía con extrema malicia ante la presencia del debutante Aguilar, giró la cara a la velocidad del rayo, y el pitón, -no queda claro si el derecho o el izquierdo-, pasó rozando los ojos del torero. ¿O fue la yugular? Y el primero era experto en tornillazos y en el lanzamiento de finísimas guadañas al aire de la carne torera. Y el cuarto se tornó intoreable; y el segundo, un inválido mortecino y renqueante, y el tercero, con un peligro a veces sordo, y en otras, ensordecedor.

No será fácil presenciar de nuevo una corrida como la ayer en Sevilla: más deslucida, más mansa, más descastada y, por encima de todo, de peor condición. Un fracaso sin paliativos de la ganadera; de la cabaña brava española y de todos los que han pedido que acudan a esta feria estos toros, que se han ganado a pulso no volver en una larga temporada.

Es como si hubiera hecho una operación mansedumbre y se hubiera elegido lo peor de la cada casa. Porque este toro de ayer no es el toro de antes, sino la expresión máxima de la degeneración actual: ni es bravo, ni tiene casta ni codicia; derrocha, en cambio, mala condición, bronquedad, peligro y mala sangre. Sobre todo, mala sangre.

Y la conclusión, discutible, pero aceptable, es que el toro no existe en el campo; ha desaparecido, lo han anulado en la búsqueda constante del animal comercial, artista y bobo, y los pocos ganaderos que se oponen al sistema de las figuras solo pueden ofrecer lo que ayer ofreció Dolores Aguirre. Que no vengan, pues, hierros nuevos, sino toros bravos y encastados; y si no existen, que los taurinos piensen, analicen y sopesen una revolución urgente antes de que el negocio se vaya a pique.

Es evidente que la alimaña no sirve. Y los seis toros de ayer salieron a morder, a comerse crudo al torero que se pusiera delante. Toros sin recorrido alguno, sin entrega, que acudían a oleadas y buscaban el bulto con descaro.

Afortunadamente, los tres toreros salieron de la plaza por sus propios pies, lo cual es auténticamente milagroso. Tres toreros cabales, heroicos, a los que hoy mismo nadie tendrá en cuenta su gesta. Solo se recordará que el 26 de abril no pasó nada en Sevilla. Pues, sí pasó.

Pasó, por ejemplo, que Antonio Barrera se ganó a pulso el respeto del público después de dos actuaciones presididas por la vergüenza, el arrojo, el pundonor y una entrega sin límites. Su lote fue bronco, duro y áspero, pero Barrera no se amilanó nunca, plantó cara por ambos lados, se jugó el tipo de verdad, y quedó claro que los toreros funcionan con parámetros distintos al resto de los humanos. Curiosamente, el cuarto de la tarde empujó en el caballo metiendo los riñones, pero volvió a las malas andadas en el tercio de banderillas. Salvador Cortés pechó con el lote más inválido: su primero, hundido de salida, y el quinto se echó en la arena hasta cinco veces antes de morir. No tuvo el torero opción de iniciar un solo pase. Y Alberto Aguilar pasó el durísimo examen con gallardía, sin perder la cara. Costaría un mundo estar delante del muy difícil tercero, y pasó un quinario ante el sexto, otro manso pregonao que huía de su propia sombra. Que descansen en paz los toros de Dolores Aguirre; y que no vuelvan. Son lo peor de cada casa, y solo sirvieron ayer para provocar taquicardias, aburrimiento y desagrado.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Los siete dolores de nuestra señora

Del primero al último e incluyendo al sobrero que hizo sexto, los siete pupilos de doña Dolores Aguirre trenzaron una corona dolorosa que convirtió en ascética penitencia un debut que había despertado algunas ilusiones después de los esperanzadores resultados cosechados por la vacada en la pasada campaña.

Pero no hubo motivos para celebraciones y los imponentes atanasios que cría la gran señora vasca en los cerrados serranos de Constantina habrían merecido morir a manos de un carnicero en un matadero oscuro o ser uncidos en la carreta de un gañán de otro tiempo. El petardo, y bien que lo sentimos, es indisimulable; de esos que te jubilan de una plaza hasta sabe Dios cuando.

¿Y qué contamos ahora? ¿Con qué damos contenido a esta larga crónica? Del extenso y aburridísimo festejo sólo se puede salvar el ánimo y la disposición de Antonio Barrera, que se llevó la única ovación de la tarde junto a un espectador guasón y vocinglero que comparó al presidente del festejo, don Julián Salguero, con el mismísimo Zapatero. Pero vamos al toro, que es un decir. Barrera se peleó con sinceridad y conectó con el público sorteando las acometidas de tigre del toro que rompió plaza. Dando la medida de todo el encierro, éste fue un animal que se repuchó de los caballos, se metió debajo de los capotes y se coló por todos lados certificando su condición de manso de carreta. Sorprendió Barrera citándolo muy de largo en el inicio de una faena que acabó en lucha libre. Pero el caso es que, aunque el toro tomaba el trapo dando saltos, aquello tenía cierta emotividad que caló en el público. El diestro sevillano volvió a citar de largo y su sincera pelea fue seguida con interés y agrado por la parroquia pero el toro, que corría como un camello, fue acortando cada vez más los viajes hasta desarmar al matador, que acabó desistiendo para machetear a su enemigo antes de enredarse con la espada.

Barrera volvió a intentarlo con el cuarto a pesar de la nefasta deriva que iba tomando la tarde. Altón y largo, abanto y muy distraído, el de Dolores Aguirre cortaba los viajes en la esclavina del capote y obligó al piquero y a las cuadrillas a ir cambiando los terrenos hasta ser picado en la Puerta de Despejo. El bicho esperó en banderillas y puso a prueba a Paco Peña, que banderilleó con exposición y enorme mérito antes de que su matador cogiera los trastos dispuesto a fajarse otra vez. Un enorme arreón y una huida a chiqueros no presagiaron nada bueno pero Antonio Barrera le plantó cara a pesar de la cortedad de viajes y los frenazos. Con el toro cada vez más orientado, Barrera fue capaz de taparle la cara en un par de series obligándole a embestir. Luego se fue detrás de la espada y el personal, agradecido, le ovacionó con justicia. Y poco más se puede contar de una corrida de toros en la que no hubo tales. El resto de bueyes cayeron en manos de Salvador Cortés y Alberto Aguilar, que pasaron las de Caín para salir medio airosos de un trance que, lejos de convertirse en oportunidad, se trocó en un tormento para los actuantes y el sufrido y paciente público pagano.

A Salvador Cortés le tocó en primer lugar un toro descompuesto e informal en el caballo que blandeó en todos los tercios. El usía lo mantuvo en el ruedo pese a las protestas de la parroquia, que arreciaron cuando Cortés intentó plantear una faena más o menos formal. La verdad es que el toro apenas se tenía en pie y a Salvador no le quedó otra que matarlo de un metisaca tendido y atravesado que bastó para echarlo abajo. Aún no había salido el tercero y en los tendidos subía de tono el mosqueo, un cabreo que ya andaba más que consumado cuando Salvador Cortés intentaba en vano levantar al quinto para matarlo de una manera más o menos decente. El toro acabó siendo apuntillado después de echarse varias veces en el transcurso de una faena que nunca pudo ser tal. Aplomado, desentendido de la lidia, blando en todos los lances y en todos los tercios no podía servir para el primer capítulo de un pronunciamiento, el de Salvador Cortés, que por ahora no ha tenido toros. Esperamos y deseamos que encuentre otro material mañana, con el encierro de Victorino.

Se presentaba en Sevilla en calidad de matador de toros el menudo diestro madrileño Alberto Aguilar, que se mostró algo verde y escaso de recursos para afrontar una batalla tan desigual como la de ayer. Se picó fatal a su primer enemigo que fue a su aire, huyendo de su sombra, antes de que su matador viera como embestía a trompicones de puro manso, queriéndose quitar la muleta de la cara, haciendo hilo, rebañando y quedándose corto.

La decoración no cambió con el sobrero que hizo sexto, que sustituyó al titular para aplacar las iras del respetable y purgar las culpas de todo el nefasto encierro. Y para rechifla de la concurrencia salió del chiquero al paso, como un mastín de cortijo, antes de ponerse a galopar por allí buscando la salida sin querer nada de los caballos. No había quién le metiera mano pero Aguilar tampoco anduvo especialmente habilidoso ni sereno hasta dar la impresión de perder los papeles. Que rollo.

EFE

Por Juan Miguel Núñez. Aldabonazo de la emoción

Corrida infumable por donde se coja. De toros más para mandarlos al matadero que para lidiarlos en una plaza. Y encima en La Maestranza. Triste espectáculo el de los toros de Dolores Aguirre.

Sólo los complicados y peligrosos primero y cuarto -el lote de Barrera- sirvieron si acaso para emocionar por la actitud de valor y arrojo, de celo y firmeza del torero, que cumplió una muy seria actuación.

Chapó Barrera, que dio la cara toda la tarde, jugándosela sin trampa ni cartón. En su descompuesto primero, que se revolvía y buscaba con muy mala saña en cada embestida, se corearon los muletazos con “ayes” de miedo en el tendido por la incertidumbre en el ruedo, por la forma de embestir del “doloresaguirre”, con ideas asesinas.

En éste no estuvo fino con la espada Barrera, lo que no justifica el silencio final del tendido, con tintes de indiferencia, ¿o acaso ignorancia?

Fue en el cuarto donde Barrera dio el aldabonazo de la emoción. Ahora sí, la gente acongojada por las violentas reacciones del animal, que ora se frenaba, ora se ponía por delante.

El animal (nunca mejor empleada la palabra) se dejó pegar en varas, pero protestó mucho en la brega, regateando el capote del valiente y eficaz subalterno Pepín Monje, que se las vio y deseó para hacerse con él, sufriendo varias coladas.

Dos astifinos pitones cortaban el aire. Mas no se arredró Barrera, que a base de valor, de tragar lo que no hay en los escritos, según frase de la jerga, poco a poco parecía desengañar al cruel “doloresaguirre”. Pases, la mayoría inacabados, pero de enorme mérito. Aquello fue la guerra. Y aunque la estética del toreo brilló por su ausencia -no podía ser de otra manera-, al final venció el hombre, su celo y tesón, su coraje y arrestos. Valor puro y duro de quien supo llevar la emoción al límite.

La rúbrica, una gran estocada. Barrera mató por arriba, como no se merecía el toro. Pero él quiso terminar así su apabullante demostración de arrestos. Y aquí sí, La Maestranza se rindió en una ovación unánime y fuerte, muy fuerte y sentida, que Barrera recogió en los medios capote al brazo y montera en la mano derecha, apretándosela al pecho, convencido de tan importante suficiencia demostrada.

Había interés entre los aficionados por ver en Sevilla a Alberto Aguilar, otro legionario del toreo que venía de triunfar en las primeras ferias del levante, Valencia y Castellón. Pero esta vez no fue posible por culpa de los toros.

Su primero no dejó ningún desahogo, amagando constantemente, cuando no se quedaba debajo.

El sexto bis, suelto en los primeros tercios, embistió a empellones y buscando al hombre como prácticamente toda la corrida. Aguilar sorteó tarascadas y gañafones, también hasta lo imposible.

Para Salvador Cortés, segundo espada del cartel, fue el colmo de la mala suerte. Se empeñó el presidente en mantener en el ruedo a su lisiado primero, que estuvo más tiempo en el suelo que de pie.

El quinto, queda dicho en la ficha que se echó hasta cuatro veces. También es cierto que le zurraron dos enormes trancazos en el caballo, pero aún así su mansedumbre fue desmesurada.

Cortés contempló, si no impasible cuando menos impotente el triste deambular de los dos pobres animales.

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La Razón

Por Patricia Navarro. Siete Dolores de cabeza

Ni uno ni dos. Los seis toros. Uno detrás de otro. Cual calvario. Penitentes sevillanos y visitantes. Estoicos aguantamos. Heroicos los del ruedo. Infumable todo lo que ocurría en el redondel, que más que misterioso simulaba un campo de batalla. De ahí a los motivos por los que uno paga una entrada para disfrutar del toreo, un abismo irreconciliable. Menudo petardo ganadero. Cuando pensábamos que la historia estaba fulminada, perdió las manos el que cerraba plaza. Tan determinante, que sacó el pañuelo verde el presidente, supongo que con la sensación, como todos, de que el sobrero de Dolores Aguirre que esperaba en toriles no nos traía nada bueno. El titular, al ver abierta la puerta por donde había salido se fue raudo, dejando en el ruedo a los cabestros. Y más de uno hubiéramos tomado rumbo al Guadalquivir si no hubiera sido por la profesión y el decoro. Dolores Aguirre lidió ayer una corrida seria, muy seria, y astifina. Pero ya está. Los «pendejos» de sus toros nada supieron de embestir, brusquedad, arreones a la defensiva y hachazos. Y huidas, en los capotes, ante el caballo, post caballo, miradita a tablas en la muleta, salían sueltos sin saber muy bien adónde acogerse. Qué trauma.

Antonio Barrera lo defendió muy bien en el primero, buscando en la inercia de la velocidad que al menos el animal avanzara en el viaje. Lo consiguió en alguna tanda, hasta que el de Dolores racaneó las arrancadas y entonces ya aquello más que embestir era un rebrinco y más que toreo la misión de salvar la papeleta. Arrollaba el cuarto, que había salido suelto de todos los tercios. Lo peleó Barrera, lo sudó y a mitad de faena medio engañó al toro para que se tragara algunos derechazos. Suponía un oasis en el desierto. Se tiró a matar con mucha entrega y verdad.

Salvador Cortés se llevó el lote más flojo. Al segundo lo dejaron en el ruedo y se cayó antes, durante y en el infierno seguirá lastimado también. Imposible. El quinto penaba de justeza de fuerza, y de ánimo, o desánimo, si es que los toros lo pueden tener. Intentaba Cortés buscarle las vueltas y el toro se echó. Tantas veces como fue necesario. Y tan a gusto. Al calor de las tablas hasta que aquello se acabó. Qué imagen más desatinada de la corrida ¿torista? ¿turista? Qué sé yo.

Alberto Aguilar se ganó el sueldo. Y hasta un sobresueldo le podría caer. Dos prendas le cayeron en suerte. Salió suelto el tercero desde que abandonó toriles. ¿Para qué?, pensaría el toro. Así que ya puesto, corrió sin rumbo todo lo que quiso y cuando no le quedó otra que ir a la muleta de Aguilar lo hizo con la idea de llevarse carne fresca. Muy complicado estar delante. El sexto, vamos ya al sobrero para no perder más tiempo, manso con peligro que en vez de embestir pegaba hachazos. Lo dicho, siete Dolores de cabeza y un alma caritativa que nos reconcilie con el toreo, por favor.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Dolorosa presentación

La ganadería de Dolores Aguirre, que pasta en tierras sevillanas, sucumbió en su presentación en la Maestranza. Ni convenció al público torista ni mucho menos a los toreros. Manso y peligroso el primero; inválido el segundo; muy peligroso el tercero; una alimaña el cuarto; muy descastado el quinto; y, tras un claudicante sexto, un sobrero del mismo hierro, que le reemplazó, resultó complicado y tampoco levantó la pésima nota de una corrida para olvidar.

La terna compuesta por Antonio Barrera, Salvador Cortés y el debutante Alberto Aguilar presentaron batalla como pudieron. Barrera fue el único que cosechó una ovación en una tarde que en lo taurino fue un auténtico funeral.

Antonio Barrera, muy peleón , llegó a manejar con desparpajo el capote en el que abrió plaza, rematando de manera airosa y de frente. Comenzó la faena, ante el manso, de feo estilo, dándole ventaja en la distancia larga, sin probatura alguna. El torero expuso. Y el galafate buscó reiteradamente al diestro, que tragó mucho por el pitón derecho. Cuando cogió la izquierda, el animalito ya sabía latín y lo desarmó cuando el espada presentaba como credenciales la tela encarnada en la mano. A partir de entonces, trasteo preparatorio para un rosario de pinchazos.

Con el cuarto, una auténtica alimaña, el sevillano tiró de épica. El regalito se tiraba al bulto con una facilidad tremenda y Barrera, en gladiador, porfió largamente. En medio del arrojado trasteo, el diestro sevillano llegó incluso a intercalar un cambio de mano. Si se había entregado hasta incluso llegar a pasarse de metraje, lo mejor llegó en la suerte suprema, que el torero ejecutó con gran confianza, metiendo la mano con decisión y por arriba a un toro que le esperaba para atraparle. Recogió una fortísima y merecidísima ovación.

Salvador Cortés contó con el peor lote: un toro inválido y otro descastadísimo. Su primero perdió reiteradamente las manos hasta el punto de que el público solicitó al presidente, con protestas sucesivas, el cambio. Un grito de “¡Presidente, eres más malo que Zapatero!” recibió la única ovación -junto a la que había escuchado Barrera- de la infumable tarde. Pero Julián Salguero mantuvo al inválido y el público se echó encima del torero para que cortara el simulacro de faena. El descastadísimo quinto se echó hasta en tres ocasiones durante una labor en la que Cortés porfió en vano.

El madrileño Alberto Aguilar, que debutaba en la plaza de Sevilla, también luchó con la adversidad de un lote difícil. El manso tercero le buscó siempre con mucho peligro. El albacetense le plantó batalla en la distancia larga en un comienzo de faena esperanzador. Pero la movilidad del toro no estaba acompañada de entrega ni clase. Y tras un arreón del toro cuando manejaba la izquierda, el manchego decidió cortar. Con el sexto, sin calidad alguna, que tenía peligro sordo, tampoco consiguió cosas destacables en una labor en la que no llegó tampoco el torero a entregarse con el arrojo que le habíamos visto en la pasada Feria de Fallas.

Sin duda, la tarde quedó marcada por la dolorosa presentación de la ganadería de Dolores Aguirre.

Firmas

Por Gastón Ramírez. Debacle ganadera y añoranzas de otros tiempos

Bueno, un debú ganadero para el recuerdo, ninguno de los toros tuvo casta buena, ni fuerza, ni nobleza, ni ná –como dicen los de aquí-. Además, el tercero, un toro cinqueño, más bien parecía un ñu gordo o un enorme becerrote barbado. Y uno que abrigaba tantas esperanzas sabiendo que esta ganadería ha triunfado en otras plazas serias…

El más torero fue Antonio Barrera, quien en sus dos turnos estuvo en plan de coletudo valiente, aguantando tarascadas, arreones y tornillazos. Antonio nunca perdió la compostura y jugándose la vida nos regaló los únicos momentos memorables del festejo. Había que verle en los medios con su segundo, intentando someter las embestidas y templar los muletazos. El bicho era más taimado que el moro Musa (o Muza como pronunciarían en Madrid) y quería coger al torero en cada embestida, pero el torero sevillano logró ganar la batalla.

La gente respondió bien a una faena de garra y riñones, pero uno hubiera pensado que la labor y la estocada certera merecían por lo menos una triunfal vuelta al ruedo. Mas no, está visto que si no hay toreo para señoritas con corte de apéndices, el respetable piensa que una salida al tercio es más que suficiente premio.

De la actuación de Salvador Cortés es difícil escribir aunque sea dos líneas, pues no tuvo toros a modo ni a contraestilo, simplemente no sorteó nada remotamente potable. Los dos remedos de animales de lidia de los que se componía su lote fueron mansos e inválidos, sobresaliendo el quinto, quien claudicó en hasta tres ocasiones, pidiendo que le despenaran echadito en el albero sin mediar estocada alguna. Además, el bisoño presidente pagó la novatada escuchando sendas broncas por dejar en el ruedo a los dos lisiados de Dolores Aguirre.

Alberto Aguilar estuvo voluntarioso, el peor de los adjetivos que puede aplicársele a un torero. Se le vio carente de actitud y de oficio al lidiar con la muleta en sus dos turnos. En el que cerró plaza los gritos estentóreos y las zapatillas bailarinas hicieron que el bravucón sobrero pareciera peor de lo que fue. Unas preguntas en el escabroso terreno del hubiera, ¿y si las cuadrillas hubieran estado un poco más toreras dando mejor lidia a los lotes de Barrera y de Aguilar? ¿Y si el diestro sevillano y el madrileño se hubieran acordado de los buenos tiempos, cuando se le ahormaba la cabeza a los toros al principio de faena, macheteándolos por bajo, castigando y dominando? No sé, quizá hubiéramos tenido una tarde más lucida y más lúcida.

Pero aquí no se conforma el que no quiere; como decía un viejo amigo muy aficionado: “Es preferible una corrida mala a una aburrida.”

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©Imágenes: Empresa Pagés.

Sevilla Temporada 2011.

sevilla_260411.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:09 (editor externo)