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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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FERIA DE SAN MIGUEL

Tarde del sábado, 26 de septiembre de 2009

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Parladé (sin raza ni casta, pitados en el arrastre; el 2º fue devuelto a corrales por dificultad en la vista).

Diestros:

Morante de la Puebla: 2 pinchazos, aviso, descabello (silencio); pinchazo, estocada (silencio); pinchazo, pinchazo hondo, descabello, (silencio) .

Sebastián Castella. Media estocada, 2 descabellos (silencio); estocada caída (aplausos); estocada entera (oreja).

Banderillero que saludó: Curro Molina, en el 6º.

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: tarde gris de agradable temperatura.

Entrada: Hasta la bandera.

Crónicas de la prensa: Diario de Sevilla, El Mundo, ABC, El País, El Correo de Andalucía.

©Sebastián Castella/EFE.

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Qué petardo de corrida. El petardo nacional, vamos. Y es nacional, porque aunque los toros de Parladé son portugueses de “pacienda”, son hermanos de los juanpedro que pastan en Higuera. Este año han venido a Sevilla cuatro corridas, cuatro, si no me salen mal las cuentas. Y esta fue de las peores, o igual que todas. El que hizo bien fue El Cid quedándose en casa. La verdad es que hizo bien porque, aunque la corrida hubiera sido buena, era una temeridad torear en las condiciones en que estaba. El mano a mano se quedó en nada por culpa de la infame corrida, sin clase, sin raza, sin fuerza. Todos, porque el sexto fue igual de malo, aunque el frances Castella le cortó una orejita -bondadosa, eso sí- a base exponer e inventarse. Morante tuvo detalles de su torería, pero poco más. No había materia prima alguna para su toreo. Y, por otra parte, está al final de una buena temporada, pero con dos cogidas, que siempre quitan un poco de sitio. Primer acto de San Miguel: aburrimiento y lleno en la Maestranza.

Lo mejor, lo peor

Por Carlos Javier Trejo.

Excelente ambiente y extraordinaria expectación la que había en la Real Maestranza en esta primera de San Miguel. Pero una vez más, el juego del ganado dinamitó el atractivo mano a mano. Los mejores muletazos de la tarde los firmó Morante de la Puebla en la faena del 1º de la tarde. Un ramillete de naturales de un sabor especial, esencia pura de torería barroca. Ansiosos de que la obra del de la Puebla tuviese continuidad, nos quedamos esta vez con la miel en los labios. Lo mejor de Castella fue el vibrante inicio de faena en el 6º, por alto los primeros, hilvanando una buena serie con la derecha que hicieron arrancar la música. El astado pedía series cortas, y en el momento en que se vio sometido comenzaron a aflorar los defectos. Una faena de más a menos que tras una estocada caída le valió al francés para cortar una oreja muy barata.

Lo peor de la tarde, sin duda, el ganado de Parladé. Una vez más el ganadero Juan Pedro Domecq envía a la Maestranza una corrida desrazada, sin un ápice de casta. Tres corridas el año pasado con un comportamiento similar, dos en esta temporada. ¿Las veremos el año que viene anunciadas de nuevo en los carteles? ¿Cuántos fracasos más son necesarios para que se tomen medidas? Podremos ver en los carteles ganaderías como Núñez del Cuvillo o Victoriano del Río (por ejemplo), triunfadoras en las grandes citas de la temporada…o seguiremos disfrutando en Sevilla con los “juanpedros”.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Sevilla, tan lejos… y tan cerca de Las Vegas

Sería interesante que alguien explicara por qué ayer dos insignes figuras -Morante y Castella-, con el beneplácito de la autoridad y la bendición de la empresa, lidiaron una corrida con menos trapío que la mayoría de las novilladas veraniegas a las que hemos asistido en la Maestranza. La primera corrida de la denominada Feria de San Miguel quedó en un mano a mano entre los citados diestros, al no haberse podido restablecer El Cid de una cornada reciente. La plaza presentó un lleno hasta la bandera y la mayoría del público, que llegó predispuesto a divertirse, protestó en varias ocasiones a los astados de una corridita de Parladé, sin presencia, a excepción del quinto toro, y que en su juego careció de poder, fue descastada y resultó muy deslucida. Una corridita en la que el tercio de varas fue un auténtico simulacro en la mayoría de los casos. De nuevo, fracaso estrepitoso de este hierro en el coso del Arenal. Fracaso sin paliativos y corrida indigna para Sevilla. Cuando se enteren algunas de las figuras de cómo era el encierro de Parladé de ayer en Sevilla se tiran de los pelos, pensando en lo que se habrían ahorrado en tiempo y en dinero en un viaje a Las Vegas para esa pantomina que están realizando allí estos días en festejos incruentos. Porque en la Maestranza, catalogada como plaza de primera categoría, tampoco hubo toro, elemento primordial de la Fiesta. No queremos ese animal feo, entre bisonte y elefante, que ha servido este año como cartel, pero sí un astado bien presentado y con poder, que sirva para un espectáculo auténtico. Faltó toro y se escamoteó el primer tercio en casi todos los actos.

El presidente, Gabriel Fernández, estuvo muy desacertado. En primer lugar, por aprobar tal corridón; en segundo, por devolver al segundo astado, que manseó, pero no presentaba problema físico alguno, entre tanto mantuvo en el ruedo al primero, protestado por su manifiesta invalidez. Y en tercero, por conceder una de las orejas más baratas que se han entregado en el coso del Baratillo, donde los trofeos son cada vez más y más baratos, más y más baratillos. En estas rebajas otoñales, hasta la música se permitió amenizar algunos pasajes sin venir a cuento.

El festejo, un mano a mano de guante blanco, sin quites ni piques, en el que no se respiró la más mínima rivalidad, se saldó con un trofeo para Sebastián Castella, que fue quien más se entregó. El premio llegó en el sexto, con parte del público anhelante de contar que había vivido una proeza en la Maestranza. La labor de Castella fue meritoria, pero sin apenas lucimiento artístico debido a las condiciones de un toro al que el presidente cambió el primer tercio tras un puyacete. Castella concretó una faena marca de la casa, que abrió en los medios y de lejos, alternando muletazos por la espalda con uno del desprecio para enmarcar. Con la diestra consiguió alargar las remisas embestidas del animal. Ya por el lado izquierdo, en las afueras, el toro se paraba. El francés volvió a la derecha, con un capeína inicial y varios derechazos, con sacacorchos, de uno en uno. Tras un frustrado circular invertido, plagado de enganchones, llegó otro de ensueño, muy logrado por su ligazón y temple. El epílogo, con un arrimón final, fue decisivo para calentar al público. Y lo más meritorio fue una contundente estocada. Su banderillero Curro Molina rezumó torería y casta y prendió un par de banderillas de categoría al astado, tras salir medio lesionado de otro par meritorio. Castella no tuvo opción con el manso segundo, que no descolgó, embistió a topetazos y no tuvo recorrido. En un descuido, el incierto animal le propinó una fea voltereta, afortunadamente sin consecuencias. Y con el cuarto, que no llegó a entregarse en ningún momento, el torero galo tragó lo indecible en un estatuario con el que abrió faena. Apertura brillante en una labor que fue desdibujándose ante un ejemplar de Parladé, sin poder ni recorrido.

Morante se dejó ver en algunas pinceladas. Entre sus chispazos más ovacionados, un natural con empaque al flojísimo torete que abrió plaza. Al tercero, un animal sin clase, lo finiquitó de inmediato. Y ante el deslucido quinto intentó remontar en una labor porfiona que fue a menos, en consonancia con las condiciones del toro. Una faena que tuvo como uno de sus puntos álgidos un bellísimo comienzo por bajo, con singulares muletazos genuflexos del torero de La Puebla.

Dicen que en Cataluña, como sucedió en Canarias, la Fiesta desaparecerá por ley. Desde dentro del toreo no se han organizado para evitarlo. Pero me da la sensación de que los taurinos están haciendo también un daño irreparable, ofreciendo festejos como el de ayer en la Maestranza. Con una corrida que adolecía de falta de trapío, de casta, de poder… de todo, Sevilla, tan lejos de Las Vegas, parecía estar muy cerca. Ya me entienden…

El Mundo

Por Carlos Crivell. Oreja de pueblo a Castella y ruina de Parladé

Si hubiera seriedad en la Fiesta, después de la primera de San Miguel al aficionado bueno le gustaría saber que algunos taurinos han tomado algunas decisiones. Sería gratificante saber que los dueños de Parladé, la familia de Juan Pedro Domecq, han dado la orden de sacrificar las vacas que han parido a los toros lidiados y también a los sementales que las preñaron.

La seriedad también supondría que la empresa haría un anuncio, para tranquilizar a la afición, con la noticia de que en la temporada próxima no se comprará ninguna corrida ni de Juan Pedro ni de Parladé.

En un paso más de coherencia, los matadores que se enfrentaron a este tipo de reses nos harían llegar su decisión de no volver a exigir en mucho tiempo un encierro de Parladé.

Si hay seriedad, habría que exigir responsabilidades a la música por tocar sin motivo, al presidente, por conceder una oreja propia de un pueblo sin luz, y también organizar un cursillo acelerado de conocimientos mínimos para los que pidieron la oreja del sexto para Castella, para que sepan que después de una faena sólo decorosa y un bajonazo no se pueden reclamar trofeos en el templo del toreo.

Pero la seriedad no existe casi en ninguna parcela de esta sociedad. Si para entender cómo está España basta analizar cómo anda la Fiesta, se vuelve la oración y la Fiesta es el fiel reflejo de un estado de cosas lamentable a todos los niveles.

Seis toros de Parladé para el matadero, carentes de los necesarios atributos del toro de lidia. No hubo ni bravura ni fuerzas; de casta, ayunos, pero tampoco estaban bien presentado. El toro debe ser el reflejo de su encaste. Algunos de Parladé, altos y zancudos, perecían de cualquier ganadería menos de Domecq.

Y eso que la tarde prometía. Se cayó El Cid, por cierto, uno de los triunfadores de la tarde, y las taquillas no se resintieron. La Maestranza tenía el aspecto de las grandes tardes. La ilusión se palpaba en los tendidos. Todo se hundió conforme salían al ruedo los toros de la divisa amarilla.

Morante fue desparramando pinceladas sueltas de su torería y calidad. Lo hizo en el primero, tan flojo como noble, al que enjaretó tres naturales soberbios de entrada. Parecía una faena grande, pero ya no hubo limpieza en los derechazos ni por la izquierda surgieron muletazos parecidos. Quedó un torero con voluntad y algunos de pecho para enmarcarlos.

Al tercero, sólo dos verónicas y la media como detalle de su consumado estilo con el percal. El de Parladé embestía a cabezazos. Morante hizo lo que siempre se llamó una faena de aliño.

El quinto era un tío por delante. Sólo tenía presencia, porque fue manso y descastado. El torero de La Puebla dibujó un enorme muletazo por bajo con la rodilla en tierra, se echó la franela a la izquierda y dibujó dos pases limpios, pero todo duró un suspiro. El animal se frenó, levantó la cabeza y se paró. Hizo el esfuerzo y lo sacó al centro. El toro ya era una basura.

Castella estuvo toda la tarde dispuesto, valiente y fiel a su estilo. Con el capote, apenas unos detalles en las chicuelinas del quite al cuarto. El sobrero segundo fue malo, soso y con el freno echado. Castella se llevó una voltereta y se arrimó con ganas.

Recibió al cuarto con unos estatuarios solemnes, muy quieta la planta, vertical como un poste, con un valor seco de impresión. En adelante, de nuevo un toro sin recorrido, siempre con la cara alta y sin posibilidades. Acabó gazapón y rajado. A estas alturas, el francés parecía descorazonado, al menos se fue muy pronto por la espada.

Lo mejor de su labor fue el comienzo de la faena al sexto con los pases por al espalda, los de la firma y el de pecho en una loseta. Se mostró valiente, pero apenas pudo consumar algunas tandas medio completas porque el de Parladé embestía sin vida. Animó el cotarro con un circular y lo mató de un bajonazo. La gente, para olvidar la ruina vivida, sacó el pañuelo en minoría y el palco, sin criterio ni categoría para presidir en la Maestranza, sacó el suyo. La plaza se había convertido en una verbena. Lo más curioso es que a la salida, la mayoría se echaban las manos a la cabeza por la oreja concedida.

En fin que si hubiera seriedad, en pocos días habría noticias sobre este festejo. Pero, tranquilos, no pasa nada. La seriedad es una virtud que está en extinción.

ABC

Por Zabala de la Serna. Sebastián Castella destapona a última hora la enésima juampedrada

Los días entoldados atontan. Sólo a un tonto se le podía olvidar ayer un minuto de silencio en la Maestranza en recuerdo de Paquirri. Y si fuese uno a secas, un tontito aislado, pase. Maestrantes, presidencia, empresa, delegados gubernativos, carajotes diversos y distintas especies de callejón y gorra nublarían el cielo si no se hubiera nublado. ¡Ay, si los tontos volasen! Veinticinco años de luto se respetaron en Madrid y Barcelona. En Sevilla, no. Y luego queremos que en las televisiones de vómito rosa no se mancille la imagen de un hombre, un torero, un figurón, que engrandeció la Fiesta en un pueblo de Córdoba con la serenidad de los héroes. ¿Existe mayor pisotón a la memoria de Francisco Rivera que su olvido en el ruedo en el que derramó su sangre, forjó su gloria y paseó su muerte en multitud?

Segundo acto de estulticia: la corrida de Juan Pedro Domecq versión Parladé. Enésima juampedrada de la temporada. Exactamente media docena de juampedradas en Sevilla en dos años. Culto a la idiotez del toro idiota. Y para colmo los idiotas de Juan Pedro estaban contrahechos. No todos pero casi. Qué hechuras, qué alzadas, qué zancudos, qué cuesta arriba. Y no lo eran tanto. Tan idiotas, digo. Descastados, mal construidos y con el peligro sordo del tontimalo. Dos o tres con la guasa de arrollar al menos. Las caras sueltas, distraídas las miradas, incómodos los taponazos.

Tuvo que venir Sebastián Castella desde las Galias y a última hora a destaponar la juampedrada. Como el fontanero de urgencia. Los pases cambiados por la espalda sobre la boca de riego cerraron la misma (boca) de una plaza que se había convertido en un bostezo irregular y sostenido. El toro volvió a arrancarse en la larga distancia, pero se defendía y topaba a medida que Castella le ligaba y acortaba espacios. Y así era siempre menos cuando Le Coq le ayudaba con pasos perdidos como balones de oxígeno. Valor frío, valor sereno, valor insistente y constante para aguantar hasta el final los parones y un arreón repentino que estremeció al mundo entero menos al torero. Los tendidos vibraron entonces con los circulares como en el principio pendular, y se embalaron a por la oreja obviando un bajonazo que no necesitaba el ojo de halcón del tenis. Antepusieron la actitud de ataque de Le Coq, la coda a la espada. Habían devuelto no se sabe muy bien por qué el desrazado segundo. Igual de alto el sobrero y casi igual de manso pero más mirón. Castella se puso cojonero y terco después de una voltereta en la que ya había tragado. Fue dos veces desarmado. Y valiente volvió a estar con un zancudo y mentiroso cuarto que apenas duró. Se había apretado lo indecible en un quite por chicuelinas, como luego en estatuarios. Brillantes pasajes de atragantón, a contracorriente de las embestidas sin ritmo.

Morante dejó pinceladas sabrosas con el grandón que estrenó la torcida tarde. Per- día las manos el juampedro y no terminaba de humillar, aunque se dejaba a izquierdas. Entre las rayas, le dibujó tres o cuatro naturales. Insistió demasiado por el otro peor lado. Otros tres naturales de aroma, un molinete como un soplo, un kikiriquí, una espada frágil… El tercero se desinfló y orientó en el tercer par de banderillas. O con las dos pasadas en falso en las que esperó. Ni un muletazo tuvo. Y ni uno le dio el de La Puebla. Sólo una verónica quedó. El quinto de astifinos pitones fue áspero como un tinto peleón. Y violento. Hacía hilo, y las piernas de Morante tenían más plomo que el corazón. Como la tarde.

El País

Por Antonio Lorca. El toreo, una marca blanca

La corrida fue de derrota en derrota hasta el desastre final. Salieron seis becerrotes de la muy prestigiosa ganadería de Parladé, propiedad de Juan Pedro Domecq, sin hálito de fuerza, mansos, descastadísimos, sin atisbo alguno de calidad. Seis animalitos, todos ellos con la sospecha en sus pitoncitos de haber sido fraudulentamente manipulados, que acabaron con toda esperanza. Por allí anduvo un afanoso Morante, que dibujó dos naturales largos en su primero, y pare usted de contar. Macheteó a las primeras de cambio al segundo, que no tenía un pase, y desistió ante el quinto, sin recorrido. Ni un recuerdo más que en la memoria quedase. Y le acompañó Castella, sin toros también, reconvertido en pegapases infumable. Es valiente, pero su toreo no dice nada. Se justificó con pases insulsos ante el sexto, con algo más de codicia, pero aburrió sobremanera en su lote.

Como suele ser ya tristemente habitual en esta plaza, se aplaudió a los picadores por no picar, se jalearon pares de banderillas mal colocados y sonó la música sin causa justificada. Sólo un buen par de Curro Molina en el sexto arrancó la única ovación fuerte de la tarde. Un balance paupérrimo.

¿Qué está pasando? Quizás es que el toreo moderno se ha reconvertido en una marca blanca. Ha perdido autenticidad, integridad y esencia. Salen al ruedo animales de color negro y con cuatro patas, pero no son toros. ¡Pero si cualquiera es ganadero en este país! Basta haber hecho dinero para comprar una punta de vacas -de Juan Pedro, por supuesto- y ya estás colgado en los carteles de una feria. Se ha perdido el respeto al toro. Lo que hoy se cría es una caricatura infame. Y se hace con la complicidad necesaria de las figuras -los más grandes antitaurinos de la modernidad- y de un público festivalero que ni sabe, ni entiende ni le importa nada esta fiesta.

Una marca blanca -el toreo- descafeinada, superficial y aburrida, que supone un engaño. Y después se habla de la crisis… Pero, ¿acaso la económica es mayor que la de la propia fiesta? No se engañen: se ofrecen menos espectáculos porque lo que ofrecen los taurinos cada vez interesa menos. El público acude menos a las plazas cansado de aburrimiento y engaños.

Por perder, se han perdido hasta las formas: ayer se cumplieron 25 años de la muerte de Paquirri en Pozoblanco, y la Maestranza no tuvo a bien tener un recuerdo para el gran torero desaparecido. Y otra más: la convalecencia de El Cid dejó un puesto libre en el cartel. La empresa Pagés prefirió dejar un mano a mano antes que ofrecer una oportunidad a uno de los tres jóvenes triunfadores del pasado 15 de agosto en Sevilla, por ejemplo. A eso se le llama visión de futuro. No tengan duda: más pronto que tarde, los taurinos acaban con la fiesta. Por ésta…

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Una oreja con matices

El tesón de Castella y la generosidad del palco puso en la manos del francés la única oreja de un pobre espectáculo que, a priori, carecía de hilo argumental. Al mano a mano entre el diestro galo y Morante de la Puebla le faltaba un toque de competitividad que no fue óbice para que el personal abarrotara la plaza de la Maestranza a pesar de la caída del cartel del Cid, que apuró hasta el último momento la decisión de estar presente en Sevilla cuando todo el mundo -hasta uno de sus apoderados- daba por segura su comparecencia en la Maestranza en la primera corrida de la Feria de San Miguel. Pero Manuel Jesús no se perdió nada. La corrida de Parladé la podían haber mandado directamente al matadero por hechuras y un extraño comportamiento que desconcertó a partes iguales a público y asistentes.

Y el caso es que el primero de la tarde, flojo y soso, nobloncete, alto de cruz y mal hecho, permitió hilvanar a Morante una faenita plagada de detalles que podría haber puesto en sus manos una oreja de haber atinado con los aceros. Hubo un puñadito de naturales de seda en las rayas, un molinete de otro tiempo y aunque las fuerzas del toro no daban para más, Morante aún le volvió a pasar por el lado izquierdo antes de improvisar un kikirikí marca de la casa que puso la firma al minueto.

El tercero de la tarde hizo albergar algunas esperanzas. Cambiante de comportamiento, una verónica brilló en medio de la lidia y despertó a la parroquia. Cristobal Cruz se pasó en el primer puyazo y le recetó un segundo de libro. Pero la lidia en el segundo tercio fue un auténtico desastre que el presidente acabó resolviendo al ordenar el cambio. El toro se puso a la defensiva, clavado en la arena, y Morante no se dio coba. Le quitó las moscas, le anduvo por la cara y sin más se fue en busca de la espada a pesar del enfado del público. Es lo mejor que hizo, andar diez minutos de reloj citando a un toro por aquí y por allí cuando el lucimiento es imposible aburre hasta a las ovejas.

El de la Puebla salió mucho más dispuesto a lancear al quinto de la tarde cuando casi nadie daba un duro por los toros de Juan Pedro Domecq Morenés. Lo saludó con un puñado de capotazos genuflexos y lo cuidó algo más en varas, pero el animal llegó a la muleta con una guasa sorda, un peligro escondido con el que se estrelló el empeño de Morante, que apostó todo llevándoselo a los medios aunque el toro sólo se mostraba probón y avisado. Definitivamente desengañado, se fue por la espada.

Castella tuvo que ver como le devolvían al primero de su lote por evidente falta de visión en un ojo. Pero el sustituto tampoco dejó de hacer cosas raras en la lidia y acabó cambiando a malo a pesar del templado inicio de faena del diestro francés, firme y resuelto a triunfar, muy por encima de un toro que pasaba siempre midiendo al torero y amenazando con derrotar hasta derribarlo sin consecuencias. El empeño de Castella le hizo arrancar una serie de muletazos, pero el toro tomaba el engaño a regañadientes, pegando cabezazos y venciéndose en los embroques hasta el punto de arrancarle la muleta de las manos dos veces. Parecida canción se iba a repetir con el cuarto, un toro que salió del caballo muy a su aire y que mejoró algo el tono en un quite sin llegar a entregarse. En la muleta, más de los mismo: extraños frenazos, peligro sordo y punteos al engaño a pesar de la inquebrantable entrega de Castella. Pero el francés se pudo desquitar con el sexto al que cuajó un brillántisimo, limpio y emocionante inicio de faena resuelto con dos pases cambiados por la espalda, un molinete y uno de pecho al que siguió una faena tesonera que acabó por reventar en la sobredosis final, muy metido entre los pitones hasta llevar al toro por donde no quería ir. Castella tiró de él en varios circulares invertidos y se jugó el tipo sin trampa ni cartón. Tenía el trofeo en la mano, es verdad, pero el bajonazo con el que culminó su notable faena empañó la oreja.

Por cierto, ayer se cumplían 25 años de la muerte de Francisco Rivera Paquirri en la plaza de Pozoblanco. Al gran maestro de Barbate le dieron una vuelta al ruedo póstuma en la plaza de la Maestranza antes de ser enterrado en el cementerio de San Fernando. En esa misma plaza nadie tuvo ayer la suficiente sensibilidad para honrar su memoria de una manera verdadera y sinceramente taurina -alejada del circo de las televisiones- con un minuto de silencio. A quien corresponda, que Dios se lo premie o se lo demande. Amén.

Sevilla Temporada 2009

sevilla_260909.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:13 (editor externo)