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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Tarde del jueves, 28 de abril de 2011

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victorino Martín (justos de fuerza, sin casta ni raza, sosos).

Diestros:

Juan José Padilla: Media estocada tendida (palmas); estocada en su sitio (saludos desde el tercio).

El Cid: Meteysaca, estocada (saludos desde el tercio); estocada (silencio).

Salvador Cortés: Media caída y atravesada (silencio); pinchazo, estocada (vuelta al ruedo).

Incidencias: Salvador Corté brindó el 6º de la tarde a su hermano, Luis Mariscal, que excepcionalmente salió al albero por haber sido retirado de los toros en este ruedo por grave cogida el pasado 15 de agosto.

Presidente: Julián Salguero.

Tiempo: Soleado.

Entrada: Casi lleno.

Crónicas de la prensa: ABC, Diario de Sevilla, El Mundo, El Correo de Andalucía, El País, EFE, La Razón, Firmas.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Las alimañas no eran alimañas. Tal vez alimoños de pitiminí. O sea, que los seis cárdenos de Victorino -el primero también era entrepelao, a pesar de lo que decía el programa- fueron hermanitas de la Caridad. Bien presentados pero con poca, poquísima casta. Aunque hubo algunos que se dejaron, y eso quiere decir que los toreros estuvieron por debajo de sus oponentes. No Padilla, que no pintaba mucho en la corrida y que ni en sueños pensó que algún dia le ovacionarían con el capote en la Maestranza. Cumplió, pero en banderillas estuvo peor que vulgar, aunque pegó una estocada en el hoyo de las agujas. El Cid sigue una temporada más en lo mismo, en prolongar el quiero y no puedo. Se le nota que le falta oxígeno entre tanda y tanda. El mejor lote le tocó a Cortés. El tercero se le fue por empezar desconfiado y en el sexto pegó naturales extraordinarios, con media muleta arrastrando por el albero, pero la gente, algo fría tras el pinchazo, no pidió la oreja. En fin, que el Plan B -que dirían los políticos-.que Victorino prepara para Sevilla no funcionó esta vez. Mañana será otro día: comienza la Feria torerista.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: Morante o la acaricia del toreo

Lo mejor: el capote y la muleta

¡Sorpresa! ¡Albricias! El saludo capotero de Juan José Padilla al cuarto de la tarde fue una dádiva primorosa, sublime, excelsa. El espada jerezano recibió al toro de Victorino jugando los brazos con temple, enganchando la embestida adelante, esperando que el humillado oponente cogiese los vuelos de la capa y empujándolo con mimo hacia el final. Fueron seis u ocho verónicas elegantes con el sello del empaque y perfectamente abrochadas con dos medias lentas, eternas, perennes, casi indestructibles para nuestra memoria.

Al sexto lo entendió a la perfección Salvador Cortés. Le hacía falta tirar la moneda, pues le había pasado la oportunidad del tercero por su lado y ni se inmutó. En su último cartucho se fue decidido a buscar el triunfo. Tardó en saber que el pitón del éxito era el tercero y con la mano enchufada al corazón desgranó dos series de naturales dibujados con hondura y bello trazo. Supo dejarle la muleta en la cara, esperar a que arrancase la embestida y empapar al toro de tela para endilgarle muletazos plenos de cadencia y ritmo. La plaza crujió porque es sumamente difícil aguantar a un toro con esas guadañas que está esperando el error para echarte mano. Sin embargo, como el torero se entregó el público rujió a los sones de la música. Toreo caro y puro de un matador que se busca los contratos a diario. Lástima que la espada no entrara al primero intento. Fue una pena porque Salvador se tiró recto, dando el pecho, jugándose la vida… y el pinchazo arriba no fue suficiente para que el animal se echase.

El quinto de la tarde se apagó pronto y aprendió con una ligereza inusitada. Mas estos comportamientos no restan mérito alguno a su bella estampa. Bien hecho, bajo, engatillado, con cuello y con peso suficiente para mover su esqueleto. La pena morena estuvo en que soportó dos tandas… y luego se hizo el zonco.

Lo peor: la espada marchita

Hay toreros, como el caso de Salvador Cortés, que no se pueden permitir el lujo de fallar lo más mínimo, porque todos tienen la escopeta cargada para rendirles cuentas atrasadas. Y, mañana se hablará de la faena, de sus naturales, de la rotundidad de su muleta, pero se echará en falta la oreja… ésa que se fue porque la tizona no viajó certera en el último instante. Los aceros deciden los triunfos, pero lo malo para el torero de Mairena del Aljarafe es que en esta ocasión arrastran la suerte de la temporada y con ella la de los contratos.

Fue difícil, correoso y tobillero el segundo del festejo, sin embargo, obedecía a los toques y se desplazaba hasta donde lo mandaba su matador. El Cid nunca lo vio claro, se ponía y se quitaba sin convicción y con los saltillos de Santa Coloma no sirven las medias tintas. Quizá podría haber dado más de sí la faena pero su trasteo se fue diluyendo a medida que se apagaba la embestida de su oponente. ¡Lástima!

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<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/andres_amoros_bn.jpg"/>Por Andrés Amorós.

Mejor El Cid que Victorino

En la comida ofrecida por el Rey, con motivo del Premio Cervantes, muchos me hablan de toros: Esperanza Aguirre, de la corrida sevillana del Domingo de Ramos, que vio junto a la Duquesa de Alba —y de Mourinho—. Recién llegado de América, Mario Vargas Llosa quiere acudir a alguna corrida de San Isidro. La ministra de Cultura presume de su chaqueta, color capote de torear. Mercedes del Palacio se interesa por Morante. Víctor de la Concha ha leído los artículos sobre Juan Pedro Domecq. Álvaro Pombo, que prepara una novela sobre un héroe trágico, me pregunta si encajan en ese tipo Joselito o Belmonte…

Muy fácil lo tiene Victorino después de los petardos ganaderos pero tampoco logra remontar del todo. Sus toros son serios, bien presentados, pero varios flojean y se paran demasiado. A Padilla le tocan dos de estos marmolillos. El primero pelea sin codicia. Lo banderillea el matador sin gran lucimiento. Lidia con oficio y lo mata con eficacia: no cabía más.

El cuarto, largo, más escurrido, sale con alegría y Padilla consigue verónicas vibrantes. ¡Parece que sale el sol! Pero pronto escarba, hace floja pelea en varas. Nuevas banderillas del matador, muy desiguales. En la muleta, como ahora dicen, el toro «se agarra al piso». Lo mata con guapeza: una gran estocada de rápido efecto. Ha tenido los dos toros más parados: no es diestro exquisito pero ha mostrado oficio y disposición.

A Salvador Cortés, que necesita mucho un triunfo, le tocan los dos mejores toros. El tercero es pegajoso, reservón, pero, tragándole, embiste bien. Logra el diestro algunos derechazos suaves pero la faena es intermitente y la estocada, caída.

El sexto parece muy flojo, hace pobre pelea. Lo brinda Salvador a su hermano, el banderillero que sufrió tan grave cornada. Después de pararse, el toro resulta ideal, de dulce, por la izquierda: consigue buenas series de naturales, arrastrando la muleta. Pierde la oreja al pinchar antes de una gran estocada pero da la vuelta al ruedo. Es un gesto de figura el del Cid al apuntarse, sin necesitarlo, a los toros de Victorino (y, pronto, en Valencia, a los Miuras). A su primero, que humilla mucho pero flaquea, lo pica bien Manuel Jesús Ruiz Román y lo lidia de maravilla El Boni. El Cid está muy firme, adelanta la muleta, lo enseña a embestir. Consigue derechazos muy suaves. Un metisaca precede a una gran estocada: podía haber dado la vuelta al ruedo.

Las buenas sensaciones se confirman en el cuarto: buenas verónicas y un trasteo clásico, muy en corto, sin una duda, a un toro paradito. Otra gran estocada. Lo mejor es comprobar su plena recuperación.

Aunque no corte orejas, ha estado mejor El Cid que Victorino, sin duda. No nos hemos aburrido como las tardes anteriores. Recuerdo unos versos que mi memoria debe de haber alterado: «Con victorinos flojos, que se paran, / sobre el dorado albero, El Cid cabalga».

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Salvador Cortés, al natural; victorinos, desnaturalizados

Después de los dos descalabros de Victorino Martín en Sevilla en los dos últimos años, la expectación era menor en la Maestranza. De hecho, cuando retornó después de muchas temporadas a la Maestranza, la reventa hizo su agosto. Ayer, ni siquiera se llenó la plaza hasta la bandera. Para colmo, la corrida de Victorino, desnaturalizada, sin la casta que se le supone y caracteriza, tampoco convenció en la quinta de abono. Más bien lo contrario. Desigualmente presentada, aunque mejor que en las dos últimas ediciones, careció de ese poder, de esa vivacidad y de ese punto de casta añadido que buscan los seguidores de este hierro y espera el espectador.

Sin la vibración que se añora, el festejo se fue decantando hacia lo anodino, con pasajes aislados a cargo de una terna compuesta por Juan José Padilla, Manuel Jesús El Cid y Salvador Cortés. Fue el torero que cerraba cartel, quien logró los momentos más redondos y ovacionados, cuando toreó al natural con suma lentitud al nobilísimo y humillador 'victorino' que cerró plaza.

Salvador Cortés rozó el triunfo con el cárdeno Heredero, de bella lámina, que decepcionó en los primeros tercios, pero que persiguió la muleta con suma humillación y suprema nobleza. El sevillano brindó la faena a su hermano, Luis Mariscal, quien el pasado 15 de agosto estuvo a punto de perder en este mismo ruedo de la Maestranza la vida por una cornada terrorífica. Luis salió al ruedo, semicojeando y recogió con orgullo la montera de Salvador, en cuadrilla toreaba aquel día y para el que trabaja ahora como apoderado junto a Tomás Campuzano. Salvador cogió el aire al astado, por el pitón izquierdo, de inmediato hasta el punto de la faena se abrió con una templada y suave tanda. A continuación, una serie de naturales fueron lentísimos. Y en la siguiente, dibujó muletazos en los que arrastró literalmente la bamba de la muleta por el albero. Dio otra tanda, con pases muy largos y un cierre muy torero, girando sobre sí mismo y saliendo gallardamente. A la faena le faltó tono por el pitón derecho. Y lo peor, con el público entregado, entró con rectitud y de verdad, pero pinchó en lo alto. Precisó de otro envite, en el que enterró el acero. Hubo petición de oreja, pero no alcanzaba la mayoría. Todo quedó en una vuelta al ruedo.

Con el terciado tercero, bien armado, que era tardo y mirón, pero que descolgaba tras la tela, basó la faena en la diestra, con dos tandas con muletazos muy templados. Con la izquierda, por donde el animal no se entregaba tanto, Cortés destacó en un suave pase de pecho.

Juan José Padilla brilló con el capote y la espada en el conjunto de su actuación. Con el deslucido primero, bien presentado, que desarrolló sentido por el pitón derecho, el trasteo no dijo nada, tras un correcto tercio de banderillas.

Al toro más ensaltillado del encierro, el cuarto, que salió con pies, Padilla lo toreó espléndidamente a la verónica, con dos medias con enjundia y un remate airoso con una larga. En la muleta, con el toro rajado y escarbador, el jerezano no daba con la distancia y parecía incómodo. La estocada, contundente, entrará sin duda como candidata a la mejor.

Manuel Jesús El Cid se las vio con un lote muy desigual, al que toreó bien con el capote. Su difícil primero le atrapó al comienzo de faena, sin calarle, tras lanzarle un derrote por el pitón derecho. El trasteo fue un pulso que el público agradeció con una ovación al torero por su constante entrega. Fue el ejemplar que más recordó la agresividad de la ganadería. El quinto, por contra, resultó blando y descastado, un astado muy cercano al típico toro comercial. Poco decía. El Cid se hinchó de darle pases, con protestas de parte del público por alargar tanto el trasteo. La estocada fue muy buena.

La tarde despegó a medias y sólo al final, con un Cortés, al natural, y unos victorinos desnaturalizados.

El Mundo

Por Carlos Crivell. Un buen toro no salva una mala corrida

La ganadería de Victorino Martín debutó en Sevilla el 18 de abril de 1996. La terna de esa fecha estaba compuesta por Ortega Cano, El Tato y Pepín Liria. Fue una buena corrida y tanto el espada murciano como el maño cortaron una oreja.

La corrida del año siguiente, el 11 de abril de 1997, fue triunfal. Los toros de Victorino dieron un gran espectáculo en un cartel que formaron Jesulín de Ubrique, El Tato y Pepín Liria. Aquel día se lidió el famoso Veraniego, al que El Tato le cortó las dos orejas. Volvieron los toros asaltillados a Sevilla en los años 98 y 99, ya con un juego inferior. Tras unos años en la reserva, volvieron en 2004. De esta segunda etapa son inolvidables los toros Melonito y Borgoñés. Es decir, hay una historia brillante de la divisa de Victorino en Sevilla.

Desde hace algunos años, las corridas de Victorino en Sevilla ya no son las de antes. El mínimo llegó en el famoso mano a mano de Morante y El Cid de 2009. Cada corrida de Victorino es una esperanza para el aficionado al toro. En la corrida de ayer, Victorino ha seguido por la senda del fracaso, porque no se puede justificar una corrida por un solitario toro.

Ese toro fue el sexto, el clásico animal de esta divisa que embiste pastueño por abajo. No es un toro fácil porque necesita una muleta muy templada. Es, por contra, un toro muy agradecido si el lidiador consigue amoldar la lentitud de las embestidas con el pulso de su muñeca. Es un toro muy frecuente en México, donde la semilla de los toros asaltillados domina la cabaña brava.

La corrida de Victorino tuvo ese toro sexto y alguno más, pero logró el enfado de la parroquia maestrante porque, en general, fue un encierro carente de casta, de una sosería llamativa y que no propició el espectáculo.

Pero no toda la corrida fue así, el segundo embistió en la muleta de El Cid, lo mismo que en algunos momentos el tercero. Ocurrió que fue un lote por debajo de lo esperado, sobre todo el primero, cuarto y quinto, lo que facilitó que el público llegara a tocar palmas de tango en señal de protesta.

La corrida no fue brava en el caballo. Es verdad que la suerte de varas sigue siendo un problema de difícil solución en estos tiempos. Ni se ponen los toros en suerte en el sitio adecuado, ni tampoco los picadores están acertados, aunque en la tarde de ayer hubo buenos picadores y excelentes puyazos. No fueron bravos porque casi todos huyeron de las cabalgaduras.

Esta corridas están bendecidas por los aficionados, que siguen las peripecias de la lidia de forma distinta a otras fechas.

¿Cómo estuvo la terna? Cada cual según su momento y posibilidades. Padilla había pedido este año dejar a un lado la de Miura, encierro que lleva estoqueando desde tiempo inmemorial. Padilla es un profesional honesto del toreo, capacitado para lidiar las reses más complicadas. En la tarde de ayer ha solventado la papeleta frente a dos animales sin posibilidades. Lo mejor de su actuación fueron las dos estocadas, con mención especial para la del cuarto, un estoconazo que queda apuntado para llevarse algún premio.

Se mató bien la corrida, excepto el toro que fue mejor toreado, el sexto, que por culpa de un pinchazo fue arrastrado con las orejas. Salvador Cortés necesitaba esa oreja para reflotar la temporada. Sus naturales al buen toro de Victorino resultaron muy templados. La ligazón con los pases de pecho fue perfecta. La plaza, carente de emociones en tardes pasadas, se entregó al torero de Mairena. La faena tuvo ese punto de emoción que proporcionó la embestida boyante del toro de Victorino. Un pnchazo lo dejó sin premio. Así de cruel puede ser la fiesta de los toros, que un pinchazo se lleva un trocito de gloria.

La otra faena de la tarde fue la de El Cid al segundo, un toro con buen pitón derecho, algo mirón, pero muy posible. El de Salteras hizo un esfuerzo incompleto, se quedó fuera de cacho en ocasiones y no logró la contundencia necesaria para rematar su labor. En el soso quinto recetó una buena estocada tras una porfía inútil.

Se acabó el llamado ciclo torista de la Feria. Visto lo visto, se impone una reflexión, porque el fracaso ha sido mayúsculo. A partir de hoy llegan otras ganaderías. Que todo cambie por el bien de todos.

El Mundo

Por Zabala de la Serna. Vuelta para Cortés con un exquisito victorino

En el ecuador de la tarde había una sensación extraña de que nada había roto aunque el interés había crecido respecto a los días anteriores. Una entrada buena y ambiente de expectación en torno a la victorinada y El Cid básicamente.

Que la gente había venido a ver al Cid fue obvio y manifiesto por todo lo que se aplaudió sin motivo. De salida el segundo había parecido mejor de lo que luego fue, pero en esos momentos ya humillaba muchísimo. Ya entonces se ovacionaron al torero de Salteras capotazos en sones de brega como si fuera el Boni. Un quite entero por el derecho de dos amplísimas y templadísimas verónicas marcó el lado del toro. Manuel Jesús Ruiz, el hermano de Espartaco, picó sensacional. Luego su tocayo y jefe de filas se sacó sobre las piernas el toro a los medios. El victorino ya no parecía tan dulce y sí más remontado. En el tercer derechazo de un Cid muy abierto sobrevino la voltereta y el susto, un derribo más que volteó en sí. La voltereta pasó, pero al torero de Salteras no se le entonó el cuerpo, que se le iba para el lado contrario de donde venía el toro. Aunque tragaba apenas nada, el personal aplaudía como si estuviera viendo a Diego Puerta jugarse las femorales. Nadie dice que fuese fácil, más bien exigente, pero para tirar una moneda al aire que El Cid se guardó para mejor ocasión. A la Maestranza le encantó su actuación y lo sacó al tercio después de un metisaca y una estocada.

Juan José Padilla se había estrellado con un mazacote de casi 600 kilos cuyo cuajo reñía con su nula bravura. La estocada corta en todo lo alto fue fulminante. Se desquitó con el capote ante el recortado y más liviano cuarto, colocado de cara por delante. Bien Padilla a la verónica y estupendo en tres medias de broche de supremo temple. Volvió a estar fácil y poderoso con las banderillas. Pero todo el ímpetu del victorino se había quedado por el camino. Ya había escarbado hace mucho tiempo. Se encogió, incluso reculaba. Y no tenía mala condición. La estocada entrará entre las mejores de la feria.

Salvador Cortés entendió muy bien durante la primera parte de la faena al alto y larguísimo tercero. Las series cortas, la muleta retrasada, la espera. Bien. En una cuarta tanda de derechazos se habían perdido el aire mutuamente. Ni el noble toro, un punto gazapón, fue le mismo. Y Cortés tampoco. Muy insistente.

El quinto acabó con la paciencia del personal, que vaya semana lleva. Se vino abajo tan temprano, con tan pobre poder…. El Cid estuvo más crecido, y largo por de más, y mató bien. Gran pitada en el arrastre.

Bonito detalle de Salvador Cortés al brindar el toro a su hermano Luis Mariscal, ahora su apoderado y en verano a sus órdenes, cuando cayó herido en este mismo ruedo de extrema gravedad. Aun se está recuperando. A tal honor respondió el toro en las dos primeras series con empleo y noble empuje; la tercera regular pedía ya el cambio de mano. Y fue. Templadísimas series con la zocata en las que el toro se bebía los vuelos. Un tacazo. Y una tercera puso la plaza a cien. La espada halló hueso y se hundió en el segundo envite. Los tendidos pasaron de cien a cero.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Ese pitón de los cortijos…

Cuando salió el sexto de la tarde el mosqueo ya subía de tono. Las increpaciones a Victorino Martín desde el anonimato de la grada, las muestras de impaciencia de un público que debería ser canonizado por Roma y Bizancio, comenzaban a enrarecer el ambiente después de cuatro días seguidos de toros que deberían haber sido embarcados para un matadero.

Manso en el caballo, distraído en los capotes y algo desentendido de la lidia, el sexto tampoco se libró de las protestas del personal, que reaccionó con cariño y elegancia cuando Cortés sacó a su hermano Luis para brindarle el toro recordándonos el brutal percance del pasado 15 de agosto y la certeza más terrible de esta profesión en la que se puede morir de verdad.

Salvador le metió mano un punto atropellado pero pronto se apercibió de que el animal estaba rompiendo hacia adelante en versión clase y cadencia. De alimaña, nada. El honesto diestro de Mairena del Aljarafe siguió sobándolo hasta que, como en una revelación, el toro se deslizó como una golondrina por el pitón izquierdo. El animal era de alta nota, de esos que te ponen a circular en el gran circuito del toreo. Salvador, de menos a más, acertó a instrumentarle un puñado de naturales de altísima nota.

Después del primer toque, el toro tomaba entregado la muleta, abriéndose con importancia culminado el embroque y quedándose perfectamente colocado para enjaretarle el siguiente muletazo. Hubo una tanda sin tacha, de alto diapasón y cadencia pero al conjunto de la labor le faltó algo de redondez para poner el tendido al rojo vivo. Un pinchazo hondo y una estocada contudente levantaron una leve petición que sirvió a Cortés para dar la vuelta al ruedo, seguramente pensando que lo había tenido en la mano…

El caso es que Salvador Cortés había sorteado el lote de mayores posibilidades del decepcionante envío de Victorino Martín, una vez más -y van tres años consecutivos- tan alejado de aquellos gloriosos encierros y ejemplares sueltos que le convirtieron en personal fijo de la plaza de la Maestranza. El tercero había sido un toro de escasa calidad en los primeros tercios, que esperó y desparramó la cara en banderillas pero que llegó a la muleta dejándose con cierta bondad aunque con claudicantes fuerzas. Salvador no mostró ésta vez su mejor versión y le faltó entendimiento con el animal para aprovechar y exprimir sus virtudes. El toro se fue quedando sin gas, es verdad, pero a Cortés se le notó algo agarrotado, sin desarrollar el buen toreo que lleva dentro.

Del resto del festejo, un día más, no hay mucho que contar. Abría cartel, vestido y liado de torero contemporáneo, Juan José Padilla, que se mostró en todos los tercios y todos los terrenos dispuesto a agradar y a dar espectáculo. El jerezano cambiaba este año el duro bocado de Miura por el más apetecible de Victorino aunque, visto lo visto, seguramente estará valorando ahora si le ha merecido la pena el empeño. Padilla no tuvo suerte con el toro que rompió plaza, un ejemplar flojísimo en el capote, que hizo hilo en los quites y que reponía y se quedaba corto de puro flojo.

El patilludo diestro banderilleó con sobriedad y eficacia pero poco pudo hacer con la muleta: el bicho se revolvía en un céntimo y perdía las manos, quedándose debajo del engaño con peligro evidente. La verdad es que el bicho no servía para nada.El jerezano se desquitó en parte toreando al cuarto con vibración y temple, revelando una sorprendente alma de artista con las tres medias verónicas con las que remató los lances de recibo. Galleó por chicuelinas y lo dejó largo al caballo, que se pasó de dosis. Se empezó a complicar el toro en banderillas y se acabó de estropear en la muleta. No tuvo ni un pase; completamente acobardado, llegó a recular cuando Padilla le atacó queriendo sacar agua de un pozo seco. Lo mejor fue la estocada, un espadazo contundente, como de torero antiguo, que hizo rodar al toro sin puntilla.Y El Cid, que volvía a apuntarse a una ganadería, la de Victorino Martín, sin la que no se puede entender la ascensión de su carrera. Y esta vez, y así lo celebramos, Manuel salió al ruedo sevillano despojado de ese aura de tristeza que empañó su feria del pasado año. Lástima que no hubiera toros para el reencuentro definitivo con su plaza. El segundo de la tarde nos engañó a todos humillando en la lidia con esa importancia del toro de Albaserrada. Pero en la muleta se rompió el hechizo. Después de agarrar al de Salteras por una corva se orientó por completo sin pasar en los engaños. El Cid vendió bien la mercancía y le ganó la acción recetándole de postre un gran espadazo que lo tumbó con las cuatro patas arriba.

Cuando salió el quinto la parroquia andaba ya un poco a la defensiva y no aguantaron que El Cid tratara de sacar provecho de una embestida corta y sosa a pesar de su empeño de meterse entre los pitones. Una vez más, la espada fue un cañón.

El País

Por Antonio Lorca. ¡El hundimiento!

La tonta bondad del sexto, que tuvo la virtud de enseñar a torear por naturales a Salvador Cortés, no salva del naufragio la corrida de Victorino Martín. Un triste fracaso produjo la lidia de seis ejemplares de una ganadería mítica, pero que atraviesa, como todas, una epidemia de mansedumbre, invalidez, sosería y falta de casta. Qué imagen tan penosa ofrecían esos toros guapos, hundidos en la más pura miseria del descastamiento; amuermados, tullidos y paralizados por su propia falta de fuerzas y de raza. Todos hijos de un mismo tronco podrido, imposibilitados para la emoción. Ninguno acudió a los caballos con codicia -es más, a excepción del cuarto, ninguno fue picado-, midieron en banderillas y llegaron a la muleta sin un hálito de vida y sin capacidad de movimiento. Lo peor es que los victorinos no eran ni deslucidos, ni tobilleros, ni broncos… No eran nada. Pura basura. Carne de matadero.

El sevillano Cortés tuvo en sus manos una oreja y la perdió al errar con la espada. Hubiera sido barata, no obstante, porque siendo, como es, un torero con vergüenza profesional al que nadie le ha regalado nada, no está tocado por la fibra del sentimiento. A su primero, tan soso como los demás, incierto y reservón, lo muleteó siempre al hilo del pitón, muy despegado, sin cruzarse nunca, y su insulsa labor no despegó porque era imposible. Se encontró con el sexto, con escasa codicia y de una calidad bobalicona, y comenzó del mismo tenor. Y fue el toro, ya la muleta en la izquierda, el que arrastró el hocico, le indicó cómo debía colocar la franela, pegada al albero, y templándola con suavidad para no tocarla. Así, surgieron naturales largos, lentísimos, extraordinario alguno, rematados con pases de pecho ejecutados sin mucha confianza. Cortés toreó bien, pero muy por debajo de la nobleza que le presentó su oponente. Lo más emotivo, sin duda, es que ese toro se lo brindó a su hermano, Luis Mariscal, aún convaleciente de la gravísima cornada que sufrió en esta plaza el 15 de agosto del pasado año.

Aunque parezca mentira, hubo más. Y el protagonista fue Juan José Padilla. Salió el cuarto con muchos pies, y el jerezano se fue hacia él, pegado a las tablas del tendido 7, y allí aguantó la tremenda acometividad del animal en cuatro verónicas intensas que supieron a gloria, y las remató con una, dos, tres, cuatro medias y una larga, todo ello embarcando al toro en el capote, con templanza, seguridad, gracia y empaque. La plaza saltó como un resorte porque aquellos instantes fueron una pura vibración. Banderilleó bien y muleteó muy mal; colocado con ventajas siempre, muy despegado, un horror… Y llegó la hora de matar: se perfiló con parsimonia, se recreó en la preparación de la suerte, casi a cámara lenta, se volcó sobre los pitones, y enterró la espada hasta la mano en el mismo hoyo de las agujas. Como sería la cosa, que en menos de diez segundos estaba el toro patas arriba, muerto sin puntilla. Un estoconazo en toda regla. Su primero fue una nulidad total, que pretendió cogerlo con total descaro.

Y también estuvo El Cid. El picador Manuel Jesús Ruiz Román hizo la suerte como mandan los cánones y se le agradeció justamente. El matador se estrenó en un quite por verónicas, elegante, pero muy despegado. Brindó al respetable, y el toro lo engañó. Le propinó una voltereta sin consecuencias, y todo se empañó de desconfianza. Toro y torero, a menos. Algunos derechazos rápidos y adiós muy buenas. El quinto se paró, como todos, y cuando embestía, lo hacía como una burra, en el caso de que esta especie embistiera. Pero El Cid hacía su desplante torero, como si el asunto no fuera con él. Insistió tanto que la gente, cansada de estar harta, le pidió a voces que acabara. Qué triste que una figura no entienda que a eso no hay que llegar nunca. Y va y mata muy bien, cuando ayer no le hacía falta…

EFE

Por Juan Miguel Núñez. Cortés, “Salvador” de Victorino

Petardo ganadero en La Maestranza. Nada nuevo desde el Domingo de Resurrección que comenzó el ciclo abrileño. Pero hay que advertir que esta vez se trataba de los toros de Victorino Martín, y, ojo que no está el horno para bollos.

Aburrimiento y desesperación al cincuenta por ciento se enseñorearon una tarde más en La Maestranza. Lo que más daño le hace a “la Fiesta”.

Menos mal que el esfuerzo de la terna en los seis toros fue más que notable, y de vez en cuando, muy de vez en cuando desde luego, dio sus resultados positivos.

Sobre todo en el caso de Salvador Cortés, que con el único toro que se echó para adelante, el sexto, o lo que es lo mismo en los últimos suspiros de la fracasada tarde, llegó a cuajar una notable actuación. Cortés toreó tan bien que desbanca de los titulares al fracasado ganadero.

De no haber sido por ese último toro, y sobre todo por la disposición y acierto del torero frente a él, a estas horas lloverían comentarios y críticas poniendo en la picota al conocido ganadero.

Debe estar agradecido Victorino a Salvador Cortés, que entendió a las mil maravillas a un toro que de salida no prometía mucho, huido de los capotes y suelto en los dos encuentros con el caballo.

Cortés brindó a su hermano el otrora matador de toros Luis Mariscal, actualmente co-apoderado suyo, que un día de severa autocrítica decidió cambiar el oro por la plata para alistarse precisamente en su cuadrilla, y que el año pasado sufrió en esta misma plaza una de las cornadas más aparatosas de la temporada. La Maestranza, sensible con estas cosas, rubricó el abrazo de los hermanos con una sentida y cerrada ovación.

Y cuando parecía que hasta ahí iban a llegar las emociones, Cortés se puso muy de verdad frente al “victorino”, esperándole con paciencia. Tardeaba mucho el animal, que por fin en la distancia corta se decidió a embestir. Dos series a derechas con cierta parsimonia y limpieza, y hasta con ligazón. El toro, muy quedado, sin embargo, cuando se arrancaba iba bien. Fue cuando irrumpió toda el alma torera de Cortés, muy encima y muy quieto, enganchándolo en corto para llevarlo largo, muy largo, y mandón. Pases de notable estética, y mucho más.

El toreo al natural de una extraordinaria lentitud, muy fino y compacto. Firmeza y sentimiento. Y lío de olés. Naturalmente también la música. Algo inesperado en la tarde, y que valió mucho la pena. Todavía una tanda más al natural.

Y, lástima, se interpuso un pinchazo antes de la estocada definitiva. Hubo petición de oreja, pero insuficiente. No obstante, Cortés dio una vuelta al ruedo con sabor a triunfo grande. Toro quedado y de embestida insulsa el que hizo tercero, al que todavía Cortés le enjaretó algún muletazo por el derecho de buena enjundia, pero la colaboración del toro se redujo prácticamente a nada. Por el izquierdo además tuvo también su “guasa”.

En temporada de despedida, Padilla decía adiós a La Maestranza. Y no tuvo suerte con sus toros. Su primero se venía andando y sin fijeza. El cuarto, descompuesto primero y apagado después, fue lo que se dice un borrico con cuernos.

En los dos estuvo Padilla más que voluntarioso, fácil y seguro con las banderillas, y extraordinariamente bien a la hora de matar. La estocada al cuarto es hasta el momento la más firme candidata al premio de la feria en este apartado.

“El Cid” echó mano de la técnica para andar frente al quedado y “orientado” segundo, que estuvo siempre al acecho.

Y se puso machacón en el quinto. No vale decir que pesado porque en estos casos se agradece mucho la voluntad. Pero no merecía tanto tiempo el “victorino”, que ya había proclamado su absoluta falta de raza echándose a la salida del primer puyazo.

Mal asunto lo de Victorino Martín en Sevilla, que por segundo año consecutivo no le salen bien las cosas. Hoy debe estar agradecido a Salvador Cortés por “robarle” protagonismo.

La Razón

Por Patricia Navarro. «Heredero», el tren de la tarde

Salvador Cortés brindó el toro a su hermano Luis Mariscal por la terrible cornada que el torero de plata sufrió en esta misma plaza la temporada pasada y de la que todavía se está recuperando. Y el Victorino, misterios que sólo se despejan en las entrañas del toreo, pareció querer corresponder con el drama, con el gesto, con nuestra desesperanza, aburrimiento… En realidad, había tantas cosas con las que corresponder…

Se empleó por abajo, humillado, la mirada limpia, el trayecto largo y fue ganando poco a poco en calidad el toro. Tanto que daba la sensación de que cada vez acudía al engaño más despacio, para que el torero lo disfrutara más, se entregara a una embestida que poco tenía que ver con otras batallas del ganadero de Galapagar. Al sevillano se le despejaron las dudas al instante y se puso a torear. Si se entonó por el derecho, los pasajes más profundos llegaron en los naturales.

Algunos tan despacio, que de pronto uno recapacitaba lo que estaba viendo. ¡Qué el toro embestía! Muchos dábamos la tarde por perdida. Vencida la faena, se perfiló en la suerte suprema, la definitoria. Pinchó, ¡cómo puede ser! Entró después la espada y todo quedó en una vuelta al ruedo. Fue toro grande. Sorpresa grande. Naturales bonitos. En verdad, el único toro que tuvo nota. El anterior de Cortés se dejó, sin clase, con poca casta, pero de haberle atacado más, el conjunto hubiera resultado, igual, quién sabe, más importante.

Juan José Padilla dejó tres medias verónicas para quitarse el sombrero, después de recibir por lances al cuarto con decisión. El remate tuvo arte, a secas. El toro no valió ni para salir corriendo, pero la estocada puede ser la de la feria. Perfecta. Qué bellezón. De las que se explican por sí misma como suerte propia. Se justificó también con el orientado primero.

El segundo de Manuel Jesús «El Cid» pareció que iba a entregarse, por lo humillado que acudía en los primeros tercios. Daba gusto ver cómo descolgaba el cuello. Luego lo sacó a pasear demasiado rápido y se multiplicaron los problemas. La faena se valoró por arriba. Más firme estuvo con el quinto, parado hasta la saciedad. Menos mal que «Heredero» saltó al ruedo, nos espabiló y nos cautivó. Cuando un toro embiste así, sí hay Fiesta. Hasta ese momento, la corrida había sido un fiasco.

Firmas

Por Gastón Ramírez. Salvador Cortés salva a Victorino del petardo

El encierro de Victorino vino a Sevilla con el listón muy bajo y por eso la gente fue más generosa con el ganadero. Para este encaste, varios toros pesaban casi cien kilos más de lo adecuado y tradicional. La debilidad y la sosería fueron –desgraciadamente- el leitmotif del festejo.

El Ciclón de Jerez, el siempre auténtico y valiente Juan José Padilla, tuvo dos momentos cumbres en la tarde de hoy. Estos ocurrieron durante la lidia del cuarto victorino. Primero pegó una serie de verónicas templadísimas, rematadas con dos medias verónicas elegantes a más no poder, y una media larga cordobesa de cartel. No cabe duda que el arte está presente en todos los toreros y que Juan José está siempre en plan de agradar y lucirse cuando esto sea posible. Luego coronó su faena con una estocada que debe ser un modelo para los aprendices de aficionados que tanto alaban el julipié: hay que entregarse, dar el pecho, pasar, y pasarse el pitón por el muslo derecho. El toro rodó como la proverbial pelota y en otros ayeres de más sapiencia popular, le hubiera sido concedida por lo menos una vuelta al ruedo.

Del diestro de Salteras, Manuel Jesús Cid, poco bueno hay que anotar. Se le fue enterito su primer enemigo. Después de sufrir una cogida por detener el engaño a medio pase, las zapatillas del torero parecieron tener voluntad propia y gran energía, es decir, la quietud brilló por su ausencia. En el quinto, un animal que por momentos parecía estar disecado, El Cid se dedicó a sumarse al nutrido sindicato de los toreros aburridores, no sé si me expliqué.

Salvador Cortés, el gran e incomprendido torero del Aljarafe, se enfrentó en primer lugar a un toro que parecía bueno, pero que aguantó menos que un plato de jamón en una convención de obesos. Salvador pegó buenas tandas de derechazos pero sin llegar a transmitir de verdad porque el toro se apagó con rapidez. Otra cosa pasaría con el que cerró plaza, mismo que le brindó a su hermano, el colosal e infortunado banderillero Luis Mariscal. Ahí Cortés estuvo cumbre, y a base de citar con verdad y de consentir al bicho, logró tandas de naturales espléndidos. Eso se llama templar, torear con ritmo, geometría y dimensión. Se tiró sobre el morrillo al primer envite pero pinchó en lo alto, antes de cobrar una estocada entera de muy buena factura. Insisto, en otros tiempos, mejores y ya olvidados, eso valía una oreja. Apuntemos como colofón que Victorino debe tener buena relación con el Todopoderoso, pues sus evidentes plegarias para que el sexto animalito durara y le entendieran, fueron escuchadas; evitándole así el ser puesto en el mismo costal que Dolores Aguirre y otros ganaderos que han petardeado de lo lindo en lo que va del serial sevillano.

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©Imágenes: Salvador Cortés brinda el 6º de la tarde a su hermano, Luis Mariscal. Juan José Padilla, El Cid y Salvador Cortés.

Sevilla Temporada 2011.

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