Herramientas de usuario

Herramientas del sitio


sevilla_300411

REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

<img width="300px" height="200px" src=" http://www.elpais.com/recorte/20110430elpepucul_19/LCO340/Ies/Jose_Maria_Manzanares.jpg">

Sábado, 30 de abril de 2011

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Núñez del Cuvillo (bien presentados y excepto el 4º y el 5º, muy buenos para la lidia y aplaudidos en el arrastre; el 2º fue devuelto a corrales por claudicacón de las extremidades; el 3º, Arrojado, nº 217, de 500 kilos, negro mulato, resultó indultado).

Diestros:

Julio Aparicio: De azul pavo y oro. Estocada baja y desprendida (silencio; estocada caída (silencio).

Morante de la Puebla: De verde esperanza y oro. Pinchazo hondo, descabello (saludos desde el tercio); pinchazo hondo, tres descabellos (silencio).

José María Manzanares: De azul turquesa y oro. (Dos orejas simbólicas); estocada (dos orejas). Sale por la Puerta del Príncipe.

Saludaron: Paco Peña y Ángel Otero, de la cuadrilla de Julio Aparicio, en el 1º; Juan José Trujillo y Curro Javier, de la cuadrilla de José María Manzanares, en el 3º; Juan José Trujillo, de la cuadrilla de José María Manzanares, en el 6º.

Incidencias: el toro Arrojado, lidiado en tercer lugar por José María Manzanares (que no simuló la suerte de matar), resultó indultado. Es la primera vez en la historia que se indulta un toro en la Real Maestranza de Sevilla. El 12 de octubre de 1965 el torero Rafaelito Astola indultó un novillo llamado Laborioso, de la ganadería del Marqués de Albaserrada.

Presidente: Julián Salguero.

Tiempo: Soleado, con nubes y rachitas de viento sobre todo al principio.

Entrada: Lleno.

Crónicas de la prensa: ABC, El Mundo, El País, El Correo de Andalucía, Diario de Sevilla, EFE, La Razón, Firmas.

<iframe width="384" height="241" src="http://www.youtube.com/embed/K9IUlseyvHc" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Yo no había visto indultar ningún toro en la Maestranza,en varias décadas. Algún día tenía que pasar y fue hoy. Se llama “Arrojado”, pesaba 500 kilos exactos y era el 217 de Núñez del Cuvillo. Fue pronto al caballo dos veces, donde empujó y, después, una máquina incansable de embestir. Me da igual que algunos puristas de Madrid y por ahí critiquen el indulto. Porque no critican los numerosos e injustificados indultos que hay por ahí, en plazas de importancia. Para un indulto en Sevilla en cincuenta años, bien está. Fue una gozada ver al mejor Manzanares con ese toro. Pases eternos, bajando la mano y templando hasta el límite, rematados con pases de pecho de trescientos sesenta grados. Si lo hubiera matado a la primera por no ser indultado, la faena era de rabo. Mérito tuvo la faena al sexto, con más picante, al que también manejó con el temple que atesora. Extraordinaria Puerta del Príncipe, soñada por su padre. Los de Núñez del Cuvillo fueron prontos al caballo y sirvieron casi todos. Además de los de Manzanares, el primero, al que hizo bello quite Morante, era desorejable y el tercero lo pudo ser, pero el de la Puebla falló con la espada, tras una faena desigual. Lo de Julito Aparicio es de que alguien le aconseje. En fin, que no ha empezado la feria y ya tenemos a dos triunfadores claros, indiscutibles.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: el milagro del arte del toreo

José María Manzanares cinceló el toreo rotundo, ronco y divino con dos faenas distintas y distantes en las formas y en el fondo. En la primera destacó la cadencia afinada y en la segunda sobresalió un poder roto y quebrado. El toro del indulto, un animal de justa presencia, lavado de cara, con dos pitones sospechosamente astifinos y de embestida acompasada, y Manzanares encontraron la diapasón de una obra poética sublime, de sabor inefable, de compás excelso y armonía hechizante que contaron con la imperfección de algunos enganchones al final del muletazos propios de una obra culmen del toreo. Cada muletazo era un verso endecasílabo de rima susurrante que se abrochaba con un cambio de mano eterno o un pase de pecho inmarcesible para conformar una estrofa pletórica de imágenes subyugantes.

El compendio de semejante embriaguez de magia taurina lo ponía la inspiración. Cambios de manos, pases por la espalda, recortes, pases de pechos a pies juntos… así fluía sin pausa pero sin prisas el discurso poético de José María Manzanares. Tras cada serie se oía un nerudiano rumor de olas quebrándose gracias a esos derechazos crepusculares, a ese ritmo celestial y mágico a ese temple endiabladamente seductor. El cuatreño de Núñez del Cuvillo se deslizaba encantado por el hechizo de la tela roja que lo arropaba, que lo envolvía, que lo confundía debido a un pulso de muñecas de cristal de Bohemia de las que brotaban el sortilegio de la Tauromaquia. Una, dos, tres y hasta cuatro series con la diestra, salpimentadas con algunos naturales inconmensurables.

La faena del sexto tuvo el color del mando, la fuerza del toreo desgarrado entremezclado con los sones del toreo mecido y acariciado. No se puede estar más lúcido, ni más esperado. Manzanares fue el amo de una tarde histórica por el indulto de un animal de excepcional embestida que manseó en algunas fases de la lidia, que no afearon un comportamiento excepcional.

Lo peor: cuando no se está es imposible

Se fue un toro, el primero de la tarde, porque el arte del toreo exige mentalización, forma, capacidad y sacrificio. Y cuando no se dispone de esas condiciones es preferible no dejarse anunciar en el abono maestrante. Se arriesga la vida innecesariamente, se debe pasar un rato espantoso, te silban, te pitan y te arriesga a que te toque un toro bravo que los espectadores y el ganadero no pueda ver.

No es de recibo el castigo inmisericorde que recibió en varas el cuarto de la tarde. ¡Cuándo no puede ser, no puede ser, y además es imposible! A esperar a otras ferias a que salga el toro menos exigente, con menos cara y que con un puyazo se quede suave como la seda.

<img src="https://www.plazadetorosdelamaestranza.com/images/stories/galeria/temp2011/30abr/_mg_4796.jpg "/>

ABC

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/andres_amoros_bn.jpg"/>Por Andrés Amorós. «Arrojado» a la gloria

Pocos espectáculos más hermosos pueden contemplarse en una Plaza que el indulto de un toro: con su bravura sostenida, extraordinaria, consigue burlar a la muerte y volver a la dehesa. Esa gloria la ha conseguido hoy «Arrojado», de la ganadería de don Joaquín Núñez del Cuvillo, lidiado en tercer lugar por el espada José María Manzanares, que ha realizado una gran faena. Se han vivido momentos de enorme emoción.

Hasta aquí, la noticia escueta. El acontecimiento es tan insólito que muy pronto se han planteado preguntas. La primera: ¿desde cuándo no sucedía esto en Sevilla? Yo, la verdad, no lo había vivido. Mi amigo Eugenio, memoria viva de esta Plaza, recuerda un novillo de Albaserrada, a mediados de los sesenta: hace ya cuarenta y cinco años…

Segunda pregunta. A Manzanares le han dado dos orejas simbólicas: ¿cuentan estos trofeos para la salida en hombros? La realidad nos lo confirma: José Mari corta otras dos orejas en el último y vive la emoción única de abrir la Puerta del Príncipe, entre un clamor popular extraordinario…

Vayamos por partes (como decía Jack el Destripador). Durante todo el día no ha parado de llover. Parecía imposible que se celebrara la corrida: gracias a la lona, el suelo se ha mantenido. Y gracias a Dios, que esta vez sí se ha mostrado buen aficionado, ha salido el sol y hemos vivido una tarde dorada. Me dice mi amigo Ildefonso: «Ayer por la mañana, todos hablaban de Mourinho; hoy, toda Sevilla habla de toros». ¡Qué alegría! ¡Y mucho más que van a hablar mañana!

La corrida de Núñez del Cuvillo ha estado bien presentada, con varios toros ovacionados de salida, y tres han dado excelente juego: el primero de Aparicio y el lote completo de Manzanares.

Vayamos ya al tercero, de cuatro años justos, negro mulato, astifino. Humilla bien pero vuelve al revés y muestra tendencia a toriles. Hay un gran puyazo de Chocolate y unos estupendos pares de Curro Javier. El toro va un poco suelto pero se mueve mucho y humilla. Al llegar a la muleta, saca toda la nobleza y bravura que llevaba dentro. Desde el comienzo de la faena, embiste casi al ralentí. Manzanares brilla en derechazos suavísimos, de mano baja. Parece que se duerme en los muletazos. Enlaza derechazos, naturales, de pecho, cambiados, con una estética verdaderamente fuera de lo común. Y el toro no para de embestir, con clase extraordinaria. La Plaza hierve. Comienzan a asomar pañuelos blancos, pidiendo el indulto para el toro, que embiste incansable. Manzanares mira a la presidencia: no se cansa de torear ni el toro, de embestir. Es difícil ver torear de una manera tan relajada: como si bailara un chotis, en un ladrillo, dice una bella espectadora. Los tendidos son ya un volcán y el presidente saca el pañuelo naranja: emoción de verdad inenarrable. Manzanares da la vuelta al ruedo con el ganadero, Alvaro Núñez del Cuvillo.

Si analizamos fríamente la cuestión, el indulto sería discutible por lo que hace el toro en los primeros tercios; no tiene duda, en cambio, por su forma de crecerse al castigo, de embestir sin parar; ni, por supuesto, por el extraordinario clima de emoción que se ha creado.

Tiene fortuna también José Mari con el último, más pegajoso, que pierde en varas la funda de un pitón, flaquea un poco pero embiste a la muleta alegre, pronto, con casta. Saluda Trujillo en banderillas. El alicantino vuelve a torear de maravilla: acompaña con la cintura, manda, liga los muletazos, traza arcos lentísimos y de pecho inacabables, con una estética innata a la que ha unido ya la madurez. Un estoconazo culmina la obra de arte y la tarde; y, de momento, su vida torera: sale triunfalmente por la Puerta del Príncipe.

Hoy es la tarde de José Mari. Julio Aparicio lancea con empaque al primero y consigue momentos muy airosos, con salero, pero no culmina la faena. En el cuarto, en plena resaca de la borrachera general, se muestra desconfiado, muletea a media altura, mata mal y es pitado. Tampoco es la tarde de Morante, que se lleva los dos toros más complicados. En el primero, de Aparicio, consigue un quite extraordinario: tres verónicas y media, meciendo el capote, que son una verdadera maravilla. ¿El quite de la Feria? Supongo que sí. En el segundo, da una serie de derechazos maravillosos, que hacen sonar la música, pero no culmina la faena. Peor suerte tiene en el quinto, que se lesiona en un encontronazo con la barrera.

Recuerdo un verso: «De la gloria a tus pitones…» Hoy ha sido al revés. Con sus pitones, ha subido «Arrojado» a la gloria de los toros bravos. Y, con él, un gran torero, José María Manzanares. Tarde inolvidable. Cierro con otro verso: «¡Hermoso toro de España!»

El País

Por Antonio Lorca. Tarde histórica: indulto y Puerta del Príncipe para Manzanares

El toro, acompañado por los cabestros, se marchó a los corrales galopando, y dio la impresión de que miraba a los tendidos con el orgullo y la dignidad de los vencedores. La plaza lo despidió puesta en pie, con las palmas de las manos rotas por la emoción, mientras el diestro José María Manzanares, su lidiador, y el ganadero, Álvaro Núñez del Cuvillo, se fundían en un abrazo interminable y juntos daban una apoteósica vuelta al ruedo.

Se trataba, sin duda, de un momento histórico; una fecha para enmarcar, de esas que se recuerdan siempre y sirven para decir aquello de 'yo estaba allí'. Ha sido el triunfo de la fiesta; el triunfo del toro, la grandeza del toreo, expuesto y venerado en el altar del arte supremo.

Y Manzanares ha culminado después otra grandiosa faena ante el sexto de la tarde y ha salido en volandas por la Puerta del Príncipe. El acabose; lo nunca visto en esta plaza.

Arrojado es su nombre, pesó 500 kilos, y nació en abril del año 2007. Un toro correcto de presentación, bonito de hechuras y cómodo de pitones. Salió con pies de los chiqueros, y Manzanares solo pudo lucirse en una verónica. Acudió con alegría al caballo en dos ocasiones y recibió poco castigo, como corresponde a los toros de hoy, pero hizo bien la suerte el picador Chocolate. Galopó con brío en banderillas y permitió el lucimiento de Curro Javier, que clavó dos magníficos pares, y Luis Blázquez, que fueron obligados a saludar. Y llegó la muleta de José María Manzanares, un torero elegante e inspirado, con empaque y embrujo en las muñecas, y va y se encuentra con un toro artista, suave como la seda, que embiste con cadencia, suavidad, con ritmo, alegría y suprema bondad. Y toro y torero se funden en una armonía de destellos artísticos. Los derechazos surgen lentísimos, largos, hondos, auténticamente majestuosos; y los de pecho se tornan en circulares, mientras la plaza estalla de vibración incontenible.

Manzanares despliega toda su tauromaquia, basada en una estética personalísima, en unos movimientos corporales que se acercan al ballet, y se crece en la medida que el toro colabora en una obra de arte que estaba resultando grandiosa. Una tanda, y otra, los tendidos enloquecidos; los naturales, pocos, un prodigio de belleza. Y Arrojado que deslumbra por su forma de acudir al cite, siempre presto, siempre largo y con mayor entrega a medida que avanzaba la faena.

Surgen los primeros pañuelos en petición de indulto. Y el toro sigue embistiendo, con más brío si cabe; y la faena se alarga mientras el presidente medita, y, finalmente, se rinde a la evidencia y decide que Arrojado y Manzanares pasen a la historia del toreo.

¿Ha sido merecido o no el indulto? Primero, no existe un protocolo que dicte las normas exigidas para tal caso. Ante la calidad superior de un toro, surge la subjetividad. Pero los árboles de la emoción a flor de piel no deben impedir ver el bosque de la realidad. Arrojado no ha sido un toro perfecto. No ha empujado con los riñones en el caballo, ha sido banderilleado en los terrenos del sol y allí se ha desarrollado gran parte de la faena de muleta. Ha sido, eso sí, el paradigma del toro moderno, el referente del toro del siglo XXI, que no destaca ni por su trapío, ni por su fiereza ni poderío, sino por su calidad, bondad y entrega. Ese es el toro bravo que exige el toreo de hoy. Ese es Arrojado, un bombón, un merengue, con capacidad ilimitada para embestir. Por esos méritos ha entrado en la historia, después de Laborioso, un novillo de Albaserrada, que fue indultado en esta misma plaza el 12 de octubre de 1965.

Pero ha habido más: dos pares de banderillas de auténtica categoría de Juan José Trujillo en el sexto, y otra faena excelsa de Manzanares en ese toro, otro de bandera, que persiguió la muleta con acometividad y codicia. Y el diestro, en estado de gloria, ha dibujado el toreo y, en verdad, lo ha elevado a la categoría de arte. Los muletazos por ambos lados, los cambios de manos, los pases de pecho compusieron toda una sinfonía difícil de explicar. Los naturales, una sola tanda, emotivos, hermosos, magníficamente abrochados y ligados, perfectos de colocación y remate. Y la estocada, hasta la bola, ejecutada con el cuerpo entero. Y la Puerta del Príncipe que se ha abierto de par en par para el torero artista.

Pero todo había comenzado con los mejores augurios. Acababa de salir al ruedo el primero de la tarde y se hizo presente un instante mágico, una ráfaga de estética sublime. Julio Aparicio lo había recibido con una verónica y dos medias excepcionales. Volvió sobre sus pasos en el quite y dibujó otras dos verónicas excelsas, que cerró con dos medias de cartel y una larga airosa. Y héte aquí que Morante da un paso al frente, abre su capote y en la Maestranza no se oía una mosca: una verónica lenta, una segunda grandiosa y eterna y una media de oro puro. Sonó la música y la plaza quedó extasiada y conmovida. Después, se comprobó que a Aparicio le acompaña un ánimo muy corto, y Morante no llegó a entenderse con su primero, que lo desbordó, y abrevió ante el quinto, que se vino abajo.

La tarde era de Manzanares y Núñez del Cuvillo, la ganadería referente, hoy por hoy, de la fiesta. Para bien y para mal. Pero el público fácil y aplaudidor de la Maestranza se lo pasó en grande. Hoy, es evidente que se prefiere al arte con toros como Arrojado que hazañas con toros fieros, encastados y poderosos; con toros de verdad.

<img src="https://www.plazadetorosdelamaestranza.com/images/stories/galeria/temp2011/30abr/_mg_5085.jpg "/>

El Mundo

Por Carlos Crivell. El toreo, por la Puerta del Príncipe

Se manifestaron los antitaurinos, pero hay un Dios del toreo que quiso darles una lección. Mal día eligieron, porque esta tarde se escribió una página de oro de la historia del toreo en la Maestranza. Algunos deberían haber presenciado la orgía torera que se vivió en el coso del Baratillo, porque es posible que se hubieran percatado de la grandeza de la tauromaquia, capaz de perdonarle la vida a un toro y poder ver torear como lo hizo Manzanares. Fue una borrachera de torero y de bravura. Es la mejor promoción de la Fiesta.

Ahora queda la discusión sobre la justicia del indulto del toro «Arrojado». Si alguien tiene un baremo objetivo para saber si el de Cuvillo mereció el indulto que lo diga. Sólo cabe decir que tomó dos varas de bravo en el caballo de Chocolate, que embistió por derecho en los soberbios pares de banderillas de Curro Javier, para acabar embistiendo con nobleza y suavidad cuantas veces le citó el torero. Un toro de calidad suprema, para algunos demasiado dulce y falto de algo de chispa; otros podrán recordar un amago de rajada ya muy al final. Se indultó, no es momento de cargar contra el presidente, porque la plaza era un clamor. Y si no merecía el indulto, la plaza se equivocó, pero la mayoría de los presentes saltaban de gozo ante la maravilla de «Arrojado» embistiendo hasta el final.

Para que un toro tan bueno pueda embestir de semejante forma debe tener delante un torero pleno de inspiración. Manzanares se ha consagrado definitivamente en Sevilla como gran figura. Sus muletazos fueron una sinfonía encadenada de ritmo, elegancia, cadencia y profundidad. Y qué despacito todo. Se emborrachó de torear bien y la plaza bebió del líquido embriagante. Toda la plaza estaba transportada, así que sobran discusiones sobre el indulto. Sevilla vibró de emoción con un toro y un torero. Si algún antitaurino lo hubiera presenciado, si es que tiene un mínimo de sensibilidad, habría saltado de alegría al ver que un toro se ganaba la vida en el ruedo y que el arte grande del toreo es una manifestación única en el mundo. Manzanares siguió en el mismo plan con el sexto, otro excelente astado, al que también toreó con una lentitud pasmosa en tandas con ambas manos que quedaron marcadas a fuego para siempre sobre la Maestranza. Tarde cumbre del alicantino que pudo nacer en Sevilla; también tarde de entronización para Núñez del Cuvillo, que cuatro años después demostró los motivos por los que la afición pedía su vuelta a la plaza sevillana.

Tres toros de máxima categoría, primero, tercero y sexto. El segundo titular, devuelto por flojo; el sobrero, con menos fuerzas que el devuelto; el cuarto y el quinto, muy parados. Cuvillo ha roto una barrera soñada. El último indulto en al Maestranza data de 1965, el novillo «Laborioso» de Albaserrada por Rafael Astola. ¿Toros indultados? Es posible que «Arrojado» sea el primero. Sólo por ese detalle, la historia del toreo escribió ayer una nueva página de gloria sobre el albero de mayor prestigio, el de la Maestranza.

A Morante no le tocó ningún toro bueno. Ya tenía ganas el de La Puebla de cuajar uno en su plaza. También es mala suerte. El sobrero, justo de fuerzas, y el quinto, sin recorrido. Los gestos del matador en este quinto eran expresivos, mitad enfado, mitad desesperación, al ver que no le devolvían el toro a los corrales.

Dejó dos verónicas y media en el quite al primero que fue amenizado por la música. A Morante lo quieren en Sevilla, es su plaza. A partir de ahora tiene que compartirla con José María Manzanares, desde ayer definitivamente sevillano hijo adoptivo por obra y gracia de un torero celestial. Por delante Aparicio. Decían que no vendría a Sevilla. La pregunta es si estuvo en la plaza. Sí era el torero de azul que se dejó escapar un toro de gran calidad como el primero. Decían que se caía del cartel. Como si se hubiera caído, aunque mató dos toros.

Jornada para la historia. El tópico puede funcionar. La gente salió toreando de la plaza, Cuvillo demostró su categoría ganadera, Manzanares paró el tiempo con su muleta. Se fue a hombros por la Puerta del Príncipe y junto a él se iba todo el toreo, que ayer demostró a los irracionales que no nada hay más racional y hermoso que un gran toro y un enorme torero.

El Mundo

Por Zabala de la Serna. Manzanares, cuatro orejas a placer, Puerta del Príncipe, un indulto

Quería la gente jarana desde un principio. De esas cosas que se sienten. Que se palpan en el ambiente. Tarde proclive para el toreo. Y al final para el toro. Volvía Cuvillo y Morante y Manzanares. Y Aparicio claro. Lo que fue una maravilla de ambientazo degeneró en un cachondeíto. Un indulto innecesario para un toro de mucha clase y temple. Esta vez si que se puede decir que tal torero indultó un toro. Manzanares indultó un cuvillo. Se empeñó a conciencia. Ya al final donde la acusada querencia del toro siempre marcó desde que pisó el albero. “Arrojado” se llamaba. De 500 kilos justos. Muy bajo de hechuras.

José María Manzanares lo toreó a placer. Muy, muy, despacio. Conseguido el pañuelo naranja de un presidente que ya era la segunda vez que la cagaba en la tarde (la primera fue la devolución precipatada del segundo), Manzanares se olvidó de todo. Hasta de simular la suerte con la mano o con una banderilla. Incluso sacó a dar la vuelta al ruedo a Álvaro Cuvillo antes de recoger los trofeos simbólicos. Que fueron dos orejas para excelsa faena, convertido el toreo en un juego. Bueno de verdad por bravo había sido el primero que Aparicio se dejó ir. “Halcón” se llamaba aquél. El toro perfecto de Sevilla por todo. Ritmo sostenido, bravura, calidad, entrega, fijeza. Lo que se vio en un quite de Morante a la verónica acongojante en respuesta a uno de Aparicio muy apaulado.

Morante pagó los platos rotos del presidente, Joaquín Salguero, que como el otro día se tragó la devolución de un toro de Dolores Aguirre ayer precipitó la de un segundo que no había hecho apenas perder una mano para devolverlo. El feo sobrero embistió de salida descoordinado y luego muy pegajoso. Morante estuvo por encima y con sus momentos de arte y corrección para los defectos del toro, que hacía hilo. El quinto, un zapato, salió con genio, derrotó abajo en un burladero, nunca apoyó bien de los cuartos traseros, se derrumbó con estrépito de alma y para colmo se dio un volatín. Morante abrevió sin pensárselo dos veces o darse la absurda coba que Aparicio se dio con un cuarto que asesinó en varas. ¿Quién le ha puesto bola negra a Morante de la Puebla? La cuadrilla de Morante, como el Domingo de Resurrección, fue un lujo. También con el lavado sexto. Manzanare de nuevo a placer paró el tiempo. Otras dos orejas. La consagración.

<img src="https://www.plazadetorosdelamaestranza.com/images/stories/galeria/temp2011/30abr/_mg_4520.jpg "/>

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. La perfección sí existe

Los amantes de las estadísticas y los ratones de biblioteca tienen ahí el indulto para cuadrar sus efemérides. El toro, marcado con el hierro de Joaquín Núñez del Cuvillo y bautizado como Arrojado en el herradero mereció el perdón de su vida como premio a su excepcional clase y nobleza, a una toreabilidad que se enhebró con hilo de oro a un matador en estado de gracia que sublimó el arte de torear. Pero esa circunstancia, siendo histórica, queda en mera anécdota al lado del antológico y sensacional faenón cuajado por el diestro alicantino, oficiante de un arte mayor que despertó el delirio de un plaza que debe escribir en sus anales el acontecimiento.

Nadie se movía de sus asientos cuando el grandioso artista levantino daba las últimas vueltas al ruedo antes de ser sacado a hombros por la Puerta del Príncipe. Pero antes, había vuelto loca a la plaza y a todo el toreo instrumentando uno de esos trasteos que contaremos de viejos sabiéndonos dueños de un secreto antiguo; una de esas faenas míticas que quedarán en los libros y en las estanterias de nuestra memoria de aficionados. ¡No se puede estar mejor! Manzanares se rebozó de la Sevilla de Turina y Salinas, de Juan Manuel y Aníbal, de Bécquer y Cabral Bejarano, que pintó un paisaje de azules prusia y crepúsculos de otro tiempo para envolver una obra que ya está dentro de la mejor historia del toreo.¿Qué quieren ustedes que le cuente? Busquen por ahí el pasodoble Cielo Andaluz y sueñen con el mejor toreo. La perfección existe, sí, ayer la materializó Manzanares expresándose a la verónica; dejando que Chocolate administrara la nobleza del cuvillo en el caballo; que Curro Javier lo bordara con los palos… De la compostura y la retórica inicial se pasó a la expresión y la cadencia; al toreo expresado como una emoción estética que estalló como una tormenta de verano en un cambio de mano imposible que reveló el secreto.

La faena estaba lanzada, absolutamente acoplada con la fijeza de un animal que se sabía destinado a entrar en la historia. Es imposible trasladar a estas líneas la sinfonía que vino después. La belleza de los naturales, el empaque intemporal del toreo en redondo, la armonía natural de una labor que tenía a todo el personal en permanente locura. Hubo molinetes por sorpresa, hasta una infrecuente arruzina que rompió en dos el monte Baratillo. Manzanares se encumbró en Sevilla aunque la banda de música, fiel a su proverbial incultura taurina, cortó antes de tiempo. ¿Qué más nos daba? Manzanares siguió toreando mientras aparecían los primeros pañuelos en los tendidos: unos pedían las orejas sin necesidad de entrar a matar; los más noveleros empezaban a demandar el indulto. Ojalá lo hubiera tumbado de un estoconazo y le hubiera cortado un rabo.

En cualquier caso, el presidente Salguero no se lo pensó demasiado sacando el pañuelo naranja que consagraba la vida eterna de Arrojado, el primer toro indultado en la plaza de la Maestranza en toda su historia. Sólo la vuelta al ruedo -sobraban las dos absurdas orejas simbólicas- fue un acontecimiento que Manzanares compartió con Álvaro Núñez Benjumea, ganadero victorioso de un largo pulso con la empresa del que sale crecido.Pero aún hubo más.

Y aunque los que no se enteran de nada andaban tecleando en la calculadora para decretar la salida a hombros de Manzanares, el propio torero se encargó de destrozar todos los estereotipos volviendo a torear con dulzura imperial, intensa calidad y metraje ajustado al sexto de la tarde, un toro con racita y movilidad que también propició el triunfo de los hombres de plata del alicantino: Trujillo con los palos y Curro Javier, ésta vez, con el capote. Pero el recital que ponía fin al milagro volvió a estar trufado de ese toreo monumental, intenso en el argumento y bello en la forma que volvió a reventar los tendidos regionalistas del coso maestrante. ¿Quieren que les hable de trincheras, de cambios de mano, de la música acoplada a la cadencia del mejor toreo?

Manzanares convirtió el toreo al natural en piedra angular y al comprobar las primeras protestas del toro no se hizo de rogar. Se fue a por la espada cobrando un gran espadazo que liberaba la tensión y le coronaba como uno de los grandes. Guarden las entradas. Cuéntenselo a sus nietos.

Por cierto, Morante de la Puebla acompaño en el paseíllo al gran diestro alicantino sin revelar sus mejores registros. No llegó a entenderse nunca con la encastada movilidad del sobrero que hizo segundo y torció el gesto nada más salir el cuarto anticipando sus escasas intenciones de meterle mano. La verdad es que, después de lo de Manzanares, apenas existió. Dejemos también para el olvido las ruinas de Julio Aparicio, inevitable primer espada de un encierro que estaba destinado a priori a desperdiciar dos reses. Que le den sopitas y buen vino.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Manzanares, sublime sinfonía a cámara lenta

En la previa del Domingo de Resurrección advertí sobre el palco presidencial de la Maestranza, por las improvisaciones por parte de la delegada de Gobierno, Carmen Tovar, con una dimisión ya en puertas de la Feria de Abril y con cambios de usías, algunos sin experiencia en plazas de máxima responsabilidad. Cuando todavía no se ha llegado al ecuador de la Feria, Julián Salguero rebajó ayer la categoría de la Maestranza, con un indulto inmerecido a un toro de Núñez del Cuvillo, Arrojado, negro, de 520 kilos, de excelente nobleza, pero que hizo una pelea normalita en varas, donde lo cuidaron y fue muy bien picado por Chocolate y que manseó durante su lidia. Lo del indulto es algo muy serio. Y en Sevilla no se concedía desde 1965. Fue a un novillo de Albaserrada. A un toro, como me comentaba uno de los aficionados más veteranos de la Maestranza, “no sucede desde hace siglos”.

El presidente no se atrevió a dar aviso alguno a Manzanares, que cuajó una faena que fue una auténtica sinfonía a cámara lenta. El usía, o bien asustado ante la insistente petición -no mayoritaria- del público, o bien porque perdió los papeles, o porque no tiene ni la más remota idea de lo que es un toro bravo, sacó el pañuelo naranja y lo que es algo extraordinario -el indulto- lo convirtió en un hecho insignificante. Porque este tercer toro, justito de trapío, con una pelea normalita en varas, buscó de inmediato refugio en tablas, junto al portón de caballos, donde tuvieron que ir a banderillearlo. Luego, el diestro tuvo que sacarlo varias veces de la querencia de tableros. Con la rebaja de exigencias en un hecho tan trascendental, ¿dónde acabará el prestigio de la Maestranza?

Lo que realizó en el ruedo José María Manzanares con este toro, al que en el argot, por su extraordinaria nobleza, se le denomina hermanita de la caridad, fue sublime. Abrió con una tanda con la diestra, muy suave, en un toreo en redondo maravilloso. En la segunda serie uno de los muletazos fue tan largo que casi llega su brazo y el toro allá, a Triana y lo envolvió tras un cambio de mano sensacional. El público coreaba los oles constantemente. Otra, moviendo la tela tan rítmica y suavemente ya apuntó que aquello era una sinfonía de toreo. Pero es que los naturales de la primera serie amanecían y se ocultaban con una lentitud pasmosa; como esos amaneceres y atardeceres a orillas del Gualquivir. Volvió a la diestra el alicantino con una tanda que cerró con un molinete y un parsimonioso pase de pecho. El público, en pie; la palmas echaban humo. En otra más, cuando el toro dudó, lo esperó con un fallero -un pase por la espalda- que ligó a uno de pecho en el que se fundió con el toro. El respetable saltaba de alegría en sus asientos. Ahí, el alicantino ya comenzó a alargar su faena en busca del indulto, con parte del público aflorando pañuelos en busca de ello. Tras una faena vibrante de Manzanares, el presidente sacó el pañuelo naranja.

José María Manzanares, uno de los solistas que mejor interpreta el toreo clásico, que hizo sonar su singular partitura de manera excelsa, recorrió el ruedo de la Maestranza, entre una atronadora ovación y las dos orejas simbólicas del astado, acompañado del ganadero Álvaro Núñez del Cuvillo.

Manzanares rubricó su gran tarde con el sexto, Campanito, al que correspondía tal diminutivo por chico. De cara aniñada, se partió un pitón al chocar con el peto. Comenzó embistiendo a brinquitos en la muleta, hasta que lo atemperó un Manzanares que, con temple privilegiado, le sacó muletazos bellísimos en dos tandas con la diestra. En otra, el ritmo, la cadencia y la enjundia de los pases volvieron a enloquecer al público. Con la izquierda, el torero alicantino volvió a brillar al natural. Y volvió a la diestra, con muletazos larguísimos y templados. Una estocada arriba y le concedieron dos orejas, con gritos de “¡Torero, torero torero…!”.

Julio Aparicio, salvo un quite a la verónica, con una media y una revolera y una apertura de faena al noble primero que fue de nota, con un cambio de mano mágico, el resto fue para olvidar, incluida la impotencia ante el descastado cuarto.

Morante no quiso ser menos. Y únicamente brilló en un quite en el primero, con un ramillete de verónicas marca de la casa -la tercera, un cartel de toros-, recibiendo una ovación extraordinaria. Con su primero, faena desigual, en la que que fue ovacionado por su esfuerzo. Y en el quinto, que se moría a chorros tras picarlo, tiró por la calle del medio y espada en mano lo cuadró de inmediato y mató malamente.

¡Gloria a Manzanares por su sublime sinfonía a cámara lenta de toreo eterno y adiós a un presidente que convierte en hecho corriente lo que siempre fue excepcional: la bravura del toro!

EFE

Por Juan Miguel Núñez. Manzanares indulta un toro y sale a hombros en Sevilla en una tarde histórica

El torero alicantino José María Manzanares ha bordado, con elegancia, con finura, con exquisita sensibilidad, el toreo más elegante, armónico y bello en la Plaza de Toros de Sevilla dentro de su primera actuación en el ciclon taurino de la Feria de Abril.

Una faena histórica ante el astado con el que cerraba plaza y al que toreó desde el comienzo en una de las lecciones más generosas y artísticas del toreo. Trincherazos, redondos, naturales con la mano baja y marcando los tiempos con la mayor belleza posible y dibujando con lentitud y esa templanza propia de la marca de un torero como es el del diestro alicantino José María Manzanares encumbrado, por sus propios méritos, en lo más sagrado de las cimas de la tauromaquia.

Al matar de una certera estocada alcanzó las dos orejas en el coso sevillano al grito unánime de ¡Torero, torero, torero!

Pero la faena cumbre se había producido en el primer toro de su lote en el que José María Manzanares toreó con primor, con maestría, con arte y con toda esa gama de pases que caben en el vocabulario taurino mientras llevaba al toro, de forma constante, en medio de la calidad, la templanza, la suavidad y la perfección.

Todo un toreo que provocó multuitud de olés en los tendidos. Se diría que uno por pase. Mientras toreaba con la pulcritud sublime y suprema del toreo perfecto, equilibrado, marcando los compases de una serie de tandas que ya son hisotira mientras el público sevillano, todo pasión, contagiado por una faena sin precedentes, pedía el indulto del toro.

José María Manzanares, que compartió cartel con Morante de la Puebla y Julio Aparicio, en una tarde calificada por todos como de épica y memorable, abrió la Puerta del Príncipe y salió a hombros del coso sevillano.

Tras finalizar la corrida el diestro alicantino señaló que el toro había sido extraordinario, que había tenido clase, que había tenido ritmo, y que disfrutó una barbaridad toreando, Manzanares dijo haber toreado con el alma y que ese toro le había permitido torear como sueña.

<img src="https://www.plazadetorosdelamaestranza.com/images/stories/galeria/temp2011/30abr/_mg_4614.jpg "/>

La Razón

Por Patricia Navarro. Manzanares indulta al primer toro de la historia en Sevilla

La Puerta del Príncipe no bastaba. Atravesó el umbral entre gritos de “torero, torero”. No cabía un alma ni en la plaza ni en los alrededores. Tantos queríamos acompañar a José María Manzanares en ese día que ya ha pasado a la historia. La tarde del indulto. Las cuatro orejas. La emoción desatada. Desbordada. Imágenes que nos acompañarán mañana. Feliz, radiante salió a hombros vitoreado. Llegó al coche de cuadrillas. Se abrazó allí con alguien. ¿Quién sabe quién? A lo lejos, tan sólo se vislumbraba el abrazo. La ilusión armada. Pero no bastaba. Como no bastaba con que “Arrojado” encontrara la muerte tras la espada. Y como no bastaba la afición volvió a tirar de él. La afición, gente de bien, que trabaja, o no en este país de paro. Gente que paga su entrada, que busca en el toreo, en el arte, la emoción, la sensibilidad. El levantarte del asiento porque algo, casi inexplicable, de pronto, qué decir, cómo decir, los vellos de punta, una envidia sana, el mundo olvidado. ¿Y todo por un pase? Sí, la bendita locura, el milagro que esconde un muletazo. Y decía entonces, que sacamos a hombros a Manzanares, aventurados ya, embriagados, extasiados, dispuestos a celebrarlo. Y se negó la gente a dejar al rey de la tarde en el coche, y tiraron de él, y a la vez una congoja se despertaba en la barriga. La gente tiraba, mundanos todos, tiraban del torero, último héroe del siglo XXI para pasearlo a hombros rumbo al Guadalquivir. Qué imagen…

Histórica tarde, que había marcado un hito mucho antes. Grandioso retorno de Núñez del Cuvillo a Sevilla. Ya el primero cantó verdades de bravura, de entrega, de nobleza. Ante las que Morante dejó un quite por verónicas y una media, que en otras tardes nos hubiera servido para hilar una crónica entera sumando los detalles de Aparicio capa en mano. No estuvo a la altura después. Una pena. Tampoco lo estaría con el cuarto. Poco más nos dejó después Morante. Ni en uno ni en otro.

Salió “Arrojado” el tercero. Cumplió en varas, como toda la corrida. Y se hinchó a embestir. Pero qué manera de hacerlo. Fijeza, descolgado el cuello, entrega en el viaje, claridad y bravura. José María Manzanares toreó a cámara lenta. No. Más despacio todavía. Largo, no, en busca de la eternidad. Y juro que la encontró. El toreo es, fue, será, una emoción incontenible que se nos fue de las manos, mientras ese toro no se cansaba de embestir y Manzanares depuraba los muletazos, más aterciopelados, cosidos al de pecho, metiendo al toro por dentro, profundo el remate, intenso. La gente en pie. La emoción en el ruedo, en el tendido. Los pañuelos que asoman, que piden la vida para el toro, que se le deje para semental. Manzanares que enseña al astado, que lo luce, su cómplice, amigo, y ante el júbilo general, asoma el pañuelo naranja por presidencia. Llora Manzanares, se abraza a Álvaro Núñez, corre el mozo de espadas por el callejón… Nadie se libra de la emoción. Todos presos. Conscientes. Aturdidos ya.

¿Dos orejas? ¿Dos orejas y rabo? Simbólico todo. La Puerta del Príncipe está a medio abrir. De par en par en nuestros corazones. Sale el sexto. Otro Cuvillo de cante grande que cierra un corridón, ganadero. Y ese Manzanares que vuelve a perderse, a perdernos, por los caminos más bellos que tiene el toreo. Y de pronto, los muletazos, de tan largos, tan largos, parecen unirse. Y sublima Manzanares así el arte más bello que hay en el mundo. Nuestro mundo, de nada salvaje. Belleza brava torero. Empaque y profundo. Contradicciones rotas. Y éxtasis total cuando entra la espada. Por la Puerta grande se fue Manzanares. Y todos. Has hecho historia, maestro.

<img src="https://www.plazadetorosdelamaestranza.com/images/stories/galeria/temp2011/30abr/_mg_4766.jpg "/>

Firmas

Por Gastón Ramírez. El vaso medio vacío o la faena sí, el indulto no

La faena de José Mari al segundo de la tarde no la olvidaremos jamás, punto. Fue de una grandeza y de una elegancia cumbres. Alguien decía que ni toreando de salón se logran cosas tan bellas muleta en mano. Yo diría más bien que no se puede llegar a esos niveles de profundidad y de estética ni toreando como creemos que toreamos los aficionados con las toallas, las perchas y las servilletas.

Lo del indulto es ya otra cosa. El ya legendario toro “Arrojado” de Núñez del Cuvillo estuvo justito de todo menos de nobleza, cosa a la que sólo una delgada línea separa de la bobería. La faena la hizo el torero con alguna pequeña ayuda de su amigo el cornúpeta. Que quede bien claro, el toro ni era bravísimo ni mucho menos de bandera. Pero así como hay temporadas de patos y de liebres, esta es la temporada de indultos y Sevilla no puede quedarse atrás.

Además, para mi gusto, las obras más memorables de la historia de la tauromaquia son las que se coronan con una estocada hasta los gavilanes. Personalmente, cuando vi que la faena de Manzanares estaba pasando al terreno de lo nunca visto, me ilusioné pensando que iba a matar recibiendo y que el toro rodaría sin puntilla. Bueno, ni modo hasta los milagros tienen un límite.

<img src="https://www.plazadetorosdelamaestranza.com/images/stories/galeria/temp2011/30abr/_mg_4756.jpg"/>

Sevilla Temporada 2011

sevilla_300411.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:21 (editor externo)