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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Domingo, 17 de abril de 2022. Domingo de Resurrección

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq (bien presentados y nobles; escasos de fuerza, flojos y descastados; 3º y 4º devueltos, el uno por partirse una mano, el otro por invalidez manifiesta; 4º-bis de Virgen María, inválido también. Todos fueron pitados en el arrastre).

Diestros:

Morante de la Puebla: pinchazo, estocada (saludos desde el tercio); media estocada caída (silencio).

Juan Ortega Pardo: estocada (saludos); pinchazo, estocada baja (silencio).

Pablo Aguado: dos pinchazos, estocada (silencio); pinchazo, estocada (silencio).

Banderilleros que saludaron: Perico y Abraham Neiro, de la cuadrilla de Juan Ortega, en el 2º de la tarde.

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: soleado, temperatura agradable.

Entrada: lleno de No hay billetes.

Imágenes

Video resumen AQUí

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

La primera (juan)pedrada en la frente

Era el día soñado, tres años después de la última Corrida de Pascua, el cartel más deseado, tres toreros sevillanos de arte, la tarde magnífica y la plaza preciosa como siempre, plena de expectación para alegría de la afición y la reventa. Y falló el impresentable encierro de Juan Pedro, sin fuerza los seis, dos devueltos, ni casta alguna ni bravura, andaban, que no embestían, por el albero como muertos en vida. Si le salen así las dos que quedan en Lo Álvaro, debería castigarse a este hierro, al menos, una década sin venir…otros, por menos, llevan cincuenta años sin pisar la Maestranza. Y como dice el aserto taurino la tarde de expectación fue de decepción. Sobre todo porque desde hace más de setenta años - desde, tal vez los tiempos de Pepe Luis, Pepín Martín Vázquez y Manolo González- no se daba esta conjunción de tres toreros sevillanos de arte en el mismo cartel. Como el cartel de los tres se está anunciando en muchas plazas, algún día se conjuntarán los astros para una tarde grande. Nos queda la esperanza de que alguna vez sea en la Maestranza.

Lo mejor, lo peor

Lo mejor. La expectación, la fuerte ovación de Sevilla recibiendo a la terna más deseada; el ovacionado capote del de la Puebla en su primero, y el de Juan Ortega por verónicas al salir el siguiente; y los lances de Pablo Aguado en el tercero. Y la firmeza del presidente con el pañuelo verde, y los rehileteros Perico y Abrahan Neiro, y el aplauso a Iván García a la brega, y Aurelio Cruz aguantando con la pica el empuje del de Virgen María, y el monosabio valiente. Y el quite de Morante y el desquite de Aguado; y el ambiente en el Arenal, y el público en la Maestranza, y las ganitas del respetable. Y el sol, el tiempo y la primaveral temperatura… Y el saber que una temporada de lujo comienza ahora en la plaza de Sevilla.

Lo peor. La infumable corrida de Juan Pedro… Y que figure dos tardes más en el abono.

Crónicas de la prensa

Por Antonio Lorca. El País. Fiasco de Juan Pedro Domecq (y aún le quedan dos corridas más)

El tópico del Domingo de Resurrección en Sevilla no tiene rival. Ni siquiera una pandemia puede con él. Han transcurrido dos años de cierre en fecha tan señalada y parece que fue ayer.

Amaneció un día luminoso, como no podía ser de otra manera. La belleza de La Maestranza permanece inmarcesible. Sevillanos y forasteros visten sus mejores galas. Cartel de ‘no hay billetes’, como manda la tradición. Y calor en el ambiente como si no hubiera un mañana (los servicios de la Cruz Roja no dieron abasto para atender desmayos y bajadas de tensión).

Una terna de lujo en la puerta de cuadrillas. Los toreros adelantan unos pasos en el albero, se detienen, la gente pide silencio y suena —novedad en esta plaza— el himno nacional. El paseíllo es un clamor e, instantes después, el público obliga a los tres matadores a saludar desde el tercio.

Un Domingo de Resurrección en Sevilla como Dios manda. Y para que no faltara un perejil, la Infanta Elena asistió al festejo y recibió un brindis de Morante de la Puebla.

Tampoco faltaron los toros de Juan Pedro Domecq, esa ganadería tan querida y exigida por todas las figuras a pesar de sus reiterados fracasos. Hoy, uno más (¿hasta cuando el empresario y el ganadero abusarán de nuestra paciencia?), y lo peor es que aún le quedan dos más en el abono.

Toros elegidos con mimo, guapos de cara, sin aparatosidad en los pitones (qué casualidad que los únicos astifinos fueron los dos sobreros), de dulce carácter, buenos de verdad, de docilidad perruna, y escasos, muy escasos, de fuerzas y de casta. Ninguno soportó una lidia completa a pesar de la dulzura del trato recibido. Pero ahí siguen, año tras año, porque el público acude a la plaza y las protestas son inapreciables.

Con ejemplares tan bonancibles —quizá son una condición indispensable para el toreo artista—, los tres toreros tuvieron ocasión de desplegar su hondura y gracia con el capote, y así hubo momento singulares henchidos de plasticidad.

Como ese manojo de verónicas irregulares con el que Ortega recibió a su primero, mejorado después con un quite por chicuelinas que compitió en elegancia con otro de Aguado, detalles todos ellos de preciosismo barroco.

El propio Pablo Aguado recibió al tercero con ocho verónicas, ganando terreno en cada una de ellas, y las culminó con una media en la boca de riego; repitió el episodio en el sexto y acabó con el capote enroscado en el cuerpo en una imagen de singular destello. Entonces, le respondió Morante, también a la verónica, y de nuevo Aguado, a pies juntos para acabar el cuadro.

Pero costó trabajo que la tarde pasara de ahí. Fue Morante quien lo intentó con un lote más propicio, y pudo lucirse con un inicio de faena de muleta en el primero con ayudados por alto templadísimos, y ráfagas intermitentes de toreo diferente y único ante un animal con las fuerzas tan justas que no hubo opción a premio alguno. El cuarto, que lo brindó a la Infanta, no le dio opciones.

Sus compañeros de terna se estrellaron con sus respectivos lotes en el tercio final. Un inicio con el ‘cartucho de pescao’ de Ortega ante su primero, unos trincherazos por bajo un trincherazo y todo se diluyó como un azucarillo, y ni siquiera eso le permitió el aborregado quinto.

Aguado lo intentó de veras, pero tuvo oponentes en ninguno de los suyos.

Y que no se olvide: los toros de Juan Pedro Domecq se lidian porque estos toreros los exigen. El ganadero y el empresario son responsables, pero no los únicos. ¡Y aún le quedan dos corridas más en el abono…!

Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. Vísperas de mucho, días de nada

Dice el viejo refranero que vísperas de mucho, días de nada; también viene al pelo lo de corrida de expectación, corrida de decepción. Y la verdad es que no se sabe si esta corrida tan esperada empezó a gafarse el día que la terna se comprometió a torear un día antes en La Línea. Era el cartel más esperado por Sevilla, ya que los tres comulgan con la idea que del toreo se tiene a la vera de la Giralda, pero nuestro gozo en un pozo, ya que el envío que vino de Lo Álvaro no sólo no cumplió las expectativas, sino que arruinó literalmente la tarde.

Desde que se supo que a Morante le había pegado una voltereta un toro junto al Peñón, todo fue un runrún que no presagiaba nada bueno. Y eso que las circunstancias ayudaban al éxito, ya que consistían en tarde sin una pizca de viento, los tendidos a reventar y los ánimo por las nubes demostrándose cuando se rompió el paseíllo y Sevilla le dedicaba una ovación fuerte, muy sostenida, a la terna más deseada, pero sólo eran presagios.

Loable esfuerzo el de Morante por no faltar a la cita, pero a las primeras de cambio le sale Terciopelo, un toro que no hace honor a su nombre. Tan poco ayuda que ese poderoso capotero que es el de La Puebla no puede darle un solo lance. Con la muleta hace una faena como de salón, perfecta en todo, pero sin la mínima transmisión que se le presume a un toro bravo. El cuarto juampedro es devuelto al partirse una mano y sale en su lugar un cornalón y astifino toro de Virgen María que brinda a la Infanta Elena, imagino que más por cortesía que por las posibilidades que ofrecía el morlaco. Pero cuando surge de verdad Morante es un quite de cante grande al toro que cerraba plaza. Verónicas excelsas que contestó Aguado por delantales más voluntariosos que lucidos.

Otra víctima del envío de Juan Pedro Domecq fue Juan Ortega que sólo pudo lucirse en el recibo a su primero. Verónicas de manos bajas y con las que logra que la velocidad del toro se atempere a los brazos del torero. Pero el toro no vale nada y ya en la muleta no surge la compenetración en ningún momento. Ya a esas alturas, segundo toro de la tarde, el respetable empieza a mosquearse y surgen las protestas extemporáneas que ya no pararán hasta el final. Juan Ortega lo intenta también en el quinto, pero la tarde se ha ido por los desagües de la decepción.

Pablo Aguado da un recital de verónicas al castaño Mofador desde el tercio hasta la boca de riego y parece haberle visto posibilidades al enemigo, pues le brinda su muerte a la plaza. Pero lo que tiene delante es otro borrico con cuernos que embiste sin clase y eso sólo cuando le da por embestir. Y cuando embiste no se sale de los engaños y Pablo está por encima, pero sin posibilidad alguna de éxito. En el sexto surgió lo mejor de la tarde y fue el quite de Morante como respuesta a cómo Pablo recibió y llevó al caballo a Rataplán. Las verónicas del genio cigarrero fueron la cumbre de una tarde que pasará a la historia como la de la tarde más esperada y que resultó decepcionante a más no poder. Y ya en ese toro último Sevilla estallaba contra todo porque no podía ser que nada se correspondiese con el grado de expectación que había por ver a los mejores intérpretes del toreo según Sevilla.

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. La (juan) pedrada fue en la frente

El lujoso festejo pascual estaba cargado de significados. Suponía la recuperación de la normalidad taurina en el coso del Baratillo, tres años después de la última corrida celebrada en esta fecha, con una pandemia por medio. Pero el evento, además, también había logrado reunir por primera vez en el mismo cartel a los máximos intérpretes del toreo según Sevilla, que ya habían llegado a estar anunciados juntos sin poderse verse las caras hasta ahora. Los tres venían de torear en La Línea en la víspera en un festejo que pudo costarle muy caro a Morante de la Puebla que salió a torear infiltrado sin acusar el fortísimo golpe recibido. Casi todo se acabaría yendo al garete –pese a la impresionante expectación levantada- por culpa de un claudicante y blando encierro de Juan Pedro Domecq que terminaría por colmar la paciencia de los aficionados. El gran lujo del festejo, iniciado con la Marcha Real antes del paseo de las cuadrillas, se vio así empañado a pesar de los esfuerzos de una terna que brilló más con el percal que con la franela.

Morante de la Puebla fue el torero que caminó más cerca del triunfo. Sorteó en primer lugar un ejemplar de cierta nobleza, no exento de clase, pero frito de fuerzas al que cuajó una preciosista faena iniciada con añejos ayudados que estuvo presidida por una belleza sencilla y natural. Y al natural, precisamente, llegó lo mejor de ese trasteo saludado por el pasodoble ‘Suspiros de España’ que apuró por completo al astado. Fue una faena en la que el diestro de La Puebla acabó poniéndolo todo, exprimiéndolo aún por el pitón derecho antes de despedir su labor con un sabroso molinete. El torero iba a salir apurado del primer pinchazo pero agarró una estocada entera en el ‘rincón’ que fue suficiente para recoger la primera ovación de la tarde. Con el cuarto, un ofensivo sobrero de Virgen María, iba a tirar de su repertorio más arqueológico después de brindarlo a la infanta Elena, presente en el palco de convite. Fue una faena de aires gallistas, que inició agarrado a las tablas, y que basó en muletazos de pitón a pitón de aire decimonónico y una lidia sobre las piernas no apta para públicos estandarizados. Media tendida acabó siendo suficiente.

El segundo espada de la tarde fue Juan Ortega que hizo honor a su fama de grandioso capotero cuajando de cabo a rabo el segundo de la tarde, en un recibo por verónicas que abrochó con una esplendorosa media. Siguió sobre ese palo para ponerlo en suerte y quitó por chicuelinas, el mismo lance que escogió Aguado para girar como una veleta en un alado quite que levantó al público. No hubo más que anotar por mucho que el toro pareciera venirse arriba en banderillas. Ni la calidad del astado ni las estrategias del torero se aliaron para que la faena fluyera. El bicho hacía hilo y pasaba sin entrega mientras Ortega descomponía su propio cuadro en medio de la impaciencia del público, la misma que se hizo evidente cuando salió el vacío quinto y Ortega quiso torearlo con compostura en medio de las protestas.

Para Aguado, como Ortega, era su primer Domingo de Resurrección. Se mostró pletórico en los lances de salida al sobrero que hizo tercero, ganando terreno mientras las verónicas –rubricadas por una excelente media- ganaban en expresión y sabor. Esa fluidez no le iba a acompañar después en la faena de muleta sin que el toro, tardo y soso, terminara de hilarse con el planteamiento del diestro sevillano. La cosa iba a animarse efímeramente en la salida del sexto, al que volvió a lancear con excelencia en el recibo y en la brega para ponerlo en suerte al caballo. Morante, en su turno, le enjaretó dos y media de primor que fueron contestadas con capotazos a pies juntos y otra media arrebujada de toro. Ahí se quedó la cosa. Aguado se puso a torearlo con suavidad pero el toro, sin alma ni fondo, no daba para más. La gente, a esas alturas, ya andaba buscando la puerta.

Por Patricia Navarro. La Razón. Esfuerzo de Morante, roto, y esbozos de capa la tarde del todo que acabó en poco

La suerte o Dios sabe qué hizo que hacer el paseíllo en Sevilla en la fecha más significativa del año fuera para Morante un más difícil todavía. La plaza estaba espectacular. Por el llenazo o por esa luz que cae sobre la Maestranza que en Resurrección es una cosa especial. Hay que vivirlo. Pase lo que pase. El cartel era cien por cien sevillano. Un duelo en casa. Morante, a pesar de esa luxación acromioclavicular de grado 2, una lesión dolorosa y que limita la movilidad de la articulación, dijo sí a Sevilla, a su tierra, a su trono. Y entonces ocurrió el toreo sin compás de espera con ese noble Juan Pedro que saltó al ruedo en primer lugar. Hubo emoción en el toreo compacto y de corazón, una vez superado el tramo del capote donde el toro venía cruzado. Fue en la suerte suprema donde se le volvió a cruzar apretándolo y poniéndolo en apuros. Lo vimos estampado en las tablas. Eso es el toreo. Se pasa de la maravillosa fragilidad en la que se sostiene el arte a la tragedia en décimas de segundo. Antes, lo gozamos.

Juan Ortega tiene en las muñecas oro puro. Sacó los vuelos a la verónica y se ciñó por chicuelinas. Confió en el segundo Juampedro, como lo hizo después Abraham Neiro en dos palos espectaculares. Ortega estaba fino hasta que tomó la muleta. El toro se vino abajo, iba y venía sin más y así la faena de Juan. Lo vio fácil con la espada.

Era difícil ver al quinto, porque sus embestidas resultaban tan deslucidas que era complicado ver la luz y la tarde pesaba. Juan Ortega se fue largo para el poco contenido que tenía delante. El Domingo de Resurrección y su llenazo no estaba a la altura de lo esperado ni lo deseado.

Un tris duró en el ruedo el tercero hasta que salió el bis. Era el turno de Pablo Aguado. No tuvo prisa después y se entretuvo en llevar al toro hasta los medios por verónicas. Le fluyen. La tarde era, sin duda, un duelo de toreo de capa. Pensábamos que venían cosas grandes después, pero el suflé nos duró poco. El comienzo de faena de Aguado fue bonito, mas el toro fue a menos y se diluyó todo como si fuera una nebulosa.

Cuando salió el sexto la tarde distaba de lo esperado. De pronto quitó Morante y con dos lances y una media relató el toreo para ponernos en el sitio. Pablo Aguado, que era su turno, se picó y replicó con verónicas y algún delantal. Despertamos. El de Juan Pedro Domecq nos la volvió a jugar y duró nada y menos en la muleta de Aguado y antes de que nos diéramos cuenta la faena se convirtió en un sucedáneo de lo que debería ser. Una pena. El cartel tan bonito, esta plaza en fecha tan emblemática… Sevilla con tantas ganas y un vacío. La faena de Morante y el esbozo de toreo de capa en tarde de todo que quedó en poco.

Por Andrés Amorós. ABC. Morante vino en calesa, luciendo arte

A pesar de la luxación clavicular que sufrió el día anterior en La Línea, Morante sí torea en la corrida más importante del año para los sevillanos, el Domingo de Resurrección. Es un gesto torero, propio de su actual responsabilidad. Luego, los toros de Juan Pedro dan al traste con todas las ilusiones (lo mismo sucedió en Valencia, con este mismo cartel). Solamente en la primera faena, Morante roza el trofeo, después de un artístico trasteo. Ortega y Aguado sólo pueden mostrar detalles sueltos.

Por la mañana, el redoble de las campanas de la Giralda lanza al aire la buena nueva: Jesús ha resucitado. Es uno de los misterios de nuestra fe y uno de los mayores motivos de nuestra esperanza: «Muerte, ¿dónde está tu victoria?», escribe San Pablo a los Corintios. Y Gustav Mahler anota, de su puño y letra, en el manuscrito de la partitura de su Segunda Sinfonía: «Moriré para vivir».

En Sevilla, vivimos la alegría pascual como en muy pocos sitios: después de la tristeza de la Semana Santa –aunque, aquí, la estética lo ilumine todo–, este domingo es una nueva 'Consagración de la primavera', más feliz que la de Stravinski. Lo dijo don Manuel Machado: «Todas las primaveras / tiene Sevilla/ una nueva tonada / de seguidillas». Este festejo supone, también, el comienzo de la temporada taurina sevillana: algo básico en la cultura de la ciudad. Ha pronunciado el Pregón Taurino, recuperando el que se suspendió por el Covid, Félix de Azúa: un culto ensayo sobre el toreo como arte y rito. El Covid le ha impedido presentarlo, como estaba previsto, a su amigo Mario Vargas Llosa, aficionado ferviente.

Por la tarde, resplandece al sol la joya que es la Plaza de los Toros. Ya no podrá escribir Juan Manuel Albendea su tradicional artículo, reclamando un premio a la ejemplar conservación del monumento. Somos afortunados los que podemos acudir a esta corrida, una de las más hermosas del año. El cartel, sevillanísimo, con Morante, el indiscutible número uno actual, y los dos jóvenes que están ilusionando a muchos aficionados, Juan Ortega y Pablo Aguado.

Lo más brillante se vive en el prólogo y en el primer acto. Por las calles del Arenal veo llegar a Morante, con su cuadrilla, en una calesa: una estampa decimonónica que provoca entusiasmo. Inevitable resulta recordar la letra de 'El Relicario':

Vino en calesa, luciendo arte, y yo, al mirarlo, me estremecí: con hombro bueno o con hombro malo, el de La Puebla ya está aquí y su Sevilla, enamorada, pronto, muy pronto le ha dado el sí. No se empleaba en el capote, ni parecía que iba a embestir. Por la faena, nadie apostaba ni un miserable maravedí pero los genios son de otra pasta y este Morante lo hace sentir: con su toreo con las dos manos, levantó pronto un frenesí. Sus naturales, tan naturales, a los tendidos hacían rugir mientras la banda nos deleitaba tocando, alegre, 'España cañí'. Por el pinchazo, no corta oreja pero la gente está feliz. Es la hermosura del toreo clásico, ése que nunca puede morir.

Después del recuerdo a la música y la poesía, toca volver a la dura prosa de los toros que frustraban todas las posibles faenas. Devuelto por flojo el cuarto, el sobrero de Virgen María, bien armado, pega arreones, rebrincado. Morante lo lidia con el capote, brinda a la Infanta Elena y comienza por alto, con la mano en la barrera: un recurso clásico, que tantas veces vi a Luis Miguel. Luego, José Antonio le da al toro la lidia que merece y que no todos comprenden, incluido el macheteo final por la cara. Con habilidad, se lo quita de en medio.

A Juan Ortega le he visto alguna faena memorable… y también dificultades técnicas, cuando el toro presenta dificultades. Levanta olés en las verónicas de recibo al segundo, bajando los brazos, clavando el mentón. 'Reservón' es un buenazo con las fuerzas justas, que le deja lucir con el capote, en verónicas y chicuelinas. Quita Aguado también por chicuelinas: ¡qué insistencia en lo fácil! Se luce mucho Abraham Neiro, clavando los palos de poder a poder, dejando que el toro arranque, algo que ahora vemos pocas veces. El diestro muestra su añeja torería en los ayudados iniciales pero el toro protesta al final, por flojo, y muy pronto se apaga. Ha intentado hacer el buen toreo pero no corrige las dificultades con la lidia adecuada. El quinto sale echando las manos por delante, protestando. Las buenas verónicas quedan a mitad y surge el grito: «¡Ganadero!» Después de algún momento de apuro, logra algún muletazo con aroma pero un par de desarmes frustran todo. Mata a la segunda, no bien.

Triunfó Pablo Aguado en Castellón, dentro de su línea estética. Lesionado el tercero al chocar con el burladero, el sobrero tardea pero va: Aguado se luce en las verónicas de recibo, jugando los brazos con naturalidad. Muy bien Iván García con los palos, como siempre. Pablo acompaña con gusto las suaves embestidas pero el bondadoso toro se para, es un marmolillo, la gente pide que lo mate. Así, sin que el toro repita, con muletazos uno a uno, es imposible que surja la emoción. Se muestra inseguro con la espada.

Con la tarde –y las ilusiones– ya vencidas, el sexto sale huyendo pero Pablo aprovecha las bonancibles embestidas para mecer el capote. Aunque apenas lo pican, se mueve claudicante. Dibuja Morante un precioso quite y Aguado replica por vistosos delantales. ¿Será éste el frecuente toro de Juan Pedro que 'se deja' y salva una mala tarde? ¡Ni eso! Sigue flaqueando en la muleta, aunque conduce con suavidad las embestidas. Sin emoción alguna, el bondadoso público le pide que lo mate, entre palmas de tango. Un triste final para una tarde tan prometedora.

Es la realidad indiscutible de la Fiesta: sin toros bravos, fuertes, encastados, no hay arte, ni música ni poesía que valga. ¿Aprenderán los profesionales? No lo parece. En Madrid, repetirán los mismos diestros con los mismos toros.

Posdata. En un acto organizado por la Fundación del Toro de Lidia, ha proclamado Carmen Calvo que, «en la pandemia, dije a Trabajo que yo no pasaba por lo de negar ayudas a los taurinos». De hecho, no le hicieron mucho caso hasta que los tribunales no les obligaron. Mejor hubiera hecho en reclamar a la también socialista alcaldesa de Gijón que cesara en su absurda guerra contra la Tauromaquia, en la que hoy mismo sigue.

Por Álvaro Acevedo. Toreteate. ¡Ya «sólo» le quedan doce!

Un fiasco de corrida de Juan Pedro Domecq frustró la apertura de la temporada en la Maestranza, apenas maquillada por una templada faena de Morante y por pinceladas con el capote del propio Morante, y de Juan Ortega y Pablo Aguado. La buena noticia es que a Juan Pedro ya «sólo» le quedan doce toros por lidiar. Y que, parafraseando a cualquier taurino de turno, los buenos estarán en el campo.

La clave está en señalar al responsable de tamaño desfase, justo el que va desde la posición privilegiada de Juan Pedro Domecq en los carteles de Sevilla hasta sus contadísimos méritos recientes. Casi el menos culpable sea el ganadero, si bien éste podría decir que no de vez en cuando: con una corrida en vez de tres, tendría más donde elegir y el público, menos donde cabrearse.

Luego está la empresa y los toreros. ¿De verdad no hay otra alternativa a este triplete injustificado? ¿Es de recibo una decepción tras otra a cargo del bolsillo del cliente? ¿Hasta qué límites hay que llegar para comprender, de una puñetera vez, que la ganadería de Juan Pedro Domecq no está en un buen momento, y que patina especialmente en las plazas de primera categoría por el volumen del toro y la exigencia de los dos puyazos?

Enumeradas estas obviedades, y sin embargo con urgencia por reseñarlas, el análisis de la tarde se queda en una faena de primor, templada y grácil, de Morante a su primero, al que acompañó a media altura sin hacerle daño. Los ayudados por alto, los redondos acompasados, unos naturales acariciantes, el molinete, el de la firma, el kikirikí… Todo medido y lento, y un pinchazo antes de la estocada. Recibió la única ovación de verdad de la tarde.

Y es que, tras la lidia y muerte del resto de reses las palmas sonaron poco y de compromiso. A saludar, señor Juan Ortega, le tiene que sacar a usted la gente rompiéndose las manos a aplaudir, en vez de salir al tercio por cuatro palmitas mal contadas, como si estuviésemos todavía sin picadores.

Aunque bien mirado, picar hubo que picar poco, y ni así hubo raza ni fuelle para llegar con ímpetu al último tercio. Antes, aprovechó Juan Ortega para desgranar sus lances de pureza y unas chicuelinas lentas, soberbias. Y Pablo Aguado, para replicar también por Chicuelo pero por otro palo, más sevillano y más pinturero. A su primer toro además se lo llevó pegándole lances hasta los medios, quizá en el momento más meritorio de la tarde. Y en el sexto toreó a la verónica otra vez muy bien, con hondura y sentimiento, y respondió con delantales juveniles a un Morante que había pegado verónica y media de clamor en su turno de quites.

Con la muleta, ni Aguado ni Ortega hicieron milagros, y mucho menos Morante con el de Virgen María, un sobrero que incluso empeoró a los titulares de Juan Pedro Domecq. Una ganadería, por cierto, de la que dijo Morante que le aburría mucho. No hace falta que lo jure…

Por Toromedia. Buenos detalles y ausencia de triunfo en el esperado Domingo de Resurrección

El Domingo de Resurrección supuso la vuelta de los toros a Sevilla en plenitud de ambiente y expectación. A lo largo de la corrida hubo momentos de calidad a cargo de los tres toreros, sobre todo en el manejo del capote, pero ninguno de ellos pudo conseguir el triunfo. Morante, Ortega y Aguado, la terna más sevillana de la temporada, se fue de vacío.

La tarde del Domingo de Resurrección comenzó con el himno nacional en medio de un paseíllo esperado por todos como la vuelta a la normalidad en esta plaza. Expectación y emociones en un día grande para la ciudad y el toreo. La terna fue obligada a saludar después del paseíllo en el comienzo de una tarde que tendría momentos de calidad y muchos detalles, pero en la que no se concretó el triunfo.

Morante no se pudo lucir de capa en el toro que abrió plaza, que embistió con la cara alta de salida. El de Juan Pedro recibió dos puyazos contundentes. El de La Puebla, que llegaba tocado por una lesión en el hombro, comenzó con bellos ayudados por alto la faena y siguió con una tanda con la derecha que precedió a una excelente al natural. En la siguiente, el de Juan Pedro protestó más y Morante cambió a la diestra, rematando una faena medida con momentos de enorme calidad. Vivió un instante de apuro en el primer pinchazo porque el toro le hizo hilo contra las tablas y dejó una estocada en el siguiente intento.

El cuarto toro fue devuelto y en su lugar salió un sobrero muy ofensivo de Virgen María que no le permitió hacer nada de capa por su comportamiento brusco y violento. Morante planteó una lidia decimonónica con la muleta, comenzando con muletazos agarrado a las tablas y abriendo al toro con muletas por alto que recordaron faenas de Joselito. El toro no ayudó nada y el de La Puebla tuvo que abreviar.

Juan Ortega toreó bien a la verónica al segundo de la tarde y también se lució en un quite por chicuelinas de mucha sevillanía. Llevó el toro al caballo con dos chicuelinas y media. Pablo Aguado entró en quite y se lució por chicuelinas y en el remate a una mano. Se lució en banderillas Abraham Neiro y Ortega brindó al público. Se llevó al de Juan Pedro a los medios y el toro protestó y no empujó lo suficiente en su embestida. El sevillano lo intentó por los dos pitones sin lucimiento. Mató de buena estocada.

El quinto tampoco fue un toro colaborador. Ortega no pudo lucirse de capa y en la muleta se encontró con un animal muy limitado con el que nada pudo hacer. Mató de pinchazo y estocada. Fue silenciado.

El tercero de la tarde se partió una pata al rematar en un burladero y fue devuelto a corrales. El sobrero propició un magnífico recibo a la verónica de Pablo Aguado en el que fue ganando terreno hasta la boca de riego, donde remató con bonita media. Bien picado por Mario Benítez, el toro llegó a la muleta sin emplearse y Pablo lo intentó por ambos pitones sin lograr que la faena levantara vuelo. El de Juan Pedro era reservón y no facilitaba la labor. Silencio.

Aguado salió en el sexto con ganas de dar un vuelco a la tarde y se empleó con el capote logrando verónicas de buena factura. Morante entró en quite propiciando uno de los momentos más bonitos de la tarde. Toreó muy bien la verónica el cigarrero y cerró con media de cartel. Replicó Aguado con lances suaves y dos excelentes medias de remate. Y ahí quedó todo porque el toro llegó sin entrega ni emoción a la muleta. Pablo lo intentó sin resultado.

ΦFotografías: Arjona/Toromedia.

17_abril_22_sevilla.txt · Última modificación: 2022/05/06 01:17 por paco