Ganadería: toros San Pelayo (nobles, con juego) y de García Jiménez (bien presentados, sin fuerzas, descastados, pitados en el arrastre).
Caballero rejoneador:
Pablo Hermoso de Mendoza. Cinco pinchazos, rejón de muerte y descabello (palmas); rejón de muerte caído (oreja de despedida).
Diestros:
Juan Ortega Pardo. Media estocada (saludos desde el tercio); estocada (saludos desde el tercio).
Pablo Aguado. Media estocada (silencio); media estocada (saludos desde el tercio).
Banderilleros que saludaron: Juan Sierra y Francisco Javier Araujo en el 3º.
Incidencias: Ambos matadores brindaron sus primeros a Hermoso de Mendoza, que se despide de plaza. El rejoneador brinda a su hijo Guillermo Hermoso de Mendoza su último toro.
Presidente: José Luque Teruel.
Tiempo: soleado, temperatura agradable.
Entrada: lleno de no hay billetes.
Video resumen AQUí
Una despedida sin mucho motivo y una “matillada” para terminar
Se acabó la temporada, aparte del bendito festival que nos queda, con la despedida de Pablo Hermoso, que lo cierto es que no tenía mucho motivo. Ha sido una figura del rejoneo pero está en un ocaso manifiesto. Además ha vetado durante casi 20 años en todas las plazas de Madrid para arriba al rejoneador sevillano que le ponía las peras al cuarto y viene a despedirse a Sevilla, donde nunca le han vetado a él. Estuvo mal, muy mal, en el primero el presidente se olvidó del pañuelo y le perdonó todos los avisos. En el segundo también falló y el complaciente público de esta plaza, no por mayoría, junto con el presidente, le consiguió un trofeo de consolación a todas luces injusto. Lo demás, lo que esperábamos: una “matillada” de tomo y lomo, cuatro toros sin fuerza, sin casta, sin alma y uno, eso sí, con pitones. Como se apagan en seguida sólo pudimos ver a Ortega con su capote a velocidad super lenta y una réplica de Aguado también con la capa y algunos detalles sueltos con la muleta en los primeros inicios de faena. Y con esto, y otro lleno total y sin televisión, se acabó la feria de San Miguel, así que, como decía Belmonte, el que quiera más que venga mañana. O sea, el año que viene.
Por Álvaro Rodríguez del Moral. EFE. Los toros de Matilla emborronan el duelo sevillano en la despedida de Hermoso de Mendoza
La tercera y última corrida de la Feria de San Miguel de Sevilla se ha saldado con el solitario trofeo paseado por Pablo Hermoso de Mendoza después de lidiar el último toro de su vida profesional en la plaza de la Maestranza de Sevilla. Ortega, que dio un recital capotero, y Aguado, muy dispuesto, se estrellaron con el pésimo encierro de la casa Matilla.
El argumento principal del festejo, más allá de la oportunidad de encajar la despedida de Hermoso de Mendoza en un festejo mixto, giraba en torno al duelo hispalense forzado por la ausencia inevitable de Morante de la Puebla que puso en bandeja a la empresa Pagés su sustitución por Pablo Aguado, único sustituto natural del matador cigarrero.
Pero ese atractivo enfrentamiento entre los herederos del genio de La Puebla se iba a ver empañado por el juego decepcionante de la ganadería de los Hermanos García Jiménez, los toros de Matilla, que ya habían sido escogidos en abril para levantar el telón de la temporada y ahora tenían la llave de la clausura del abono.
Todo iba a quedar resumido en el impresionante recibo capotero de Juan Ortega con el segundo. Fue un macizo y extenso ramillete de verónicas que remató con una sensacional media verónica. Esa excelencia capotera se iba a mantener en el quite posterior, dictado por chicuelinas y presidido por un sentido de la gracia que se desbordó en las dos medias.
Aguado replicó por el mismo palo cuajando otra tanda de chicuelinas de distinta expresión y cadencia. Pero el toro ya había anunciado que su motor no era infinito y claudicó por completo después del sabroso inicio de faena de Juan Ortega y una ronda de derechazos de rabioso y templado clasicismo. El quinto, manso y aquerenciado, tampoco le iba a dar demasiadas opciones.
Muchas menos son las que barajó Pablo Aguado pese a su evidente disposición y sentido de la responsabilidad en una tarde de máximo compromiso en la que había entrado por la vía de la sustitución. Lanceó entonado al tercero, que blandeó desde el primer momento hasta pararse por completo después de cuatro o cinco muletazos de cristalina naturalidad.
Tampoco iba a ser posible con el sexto, último toro del abono 2024 en la plaza de la Maestranza. Fue un animal con más disparo que embestida, que engañaba en sus viajes incompletos y que obligó al joven matador sevillano a emplearse en un esfuerzo estéril que sí sirvió, al menos, para probar su actitud.
Pero la corrida estaba organizada para amparar la despedida de Pablo Hermoso de Mendoza en una de las plazas que mejor le han visto. El rejoneador navarro recibió los brindis sucesivos de sus compañeros, el cariño del público de Sevilla y mostró su magisterio con un primero de más a menos y con un manso cuarto que le obligó a un gran esfuerzo, brindado a su mujer, hija y definitivamente a Guillermo: su hijo, pupilo y heredero artístico.
Hermoso pasearía finalmente la única oreja concedida en el festejo gracias al cariño y la sensibilidad del público que abarrotaba la misma plaza en la que cortó un rabo en la lejana Feria de Abril de 1999. La ovación de despedida fue clamorosa.
Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. Pablo dijo adiós y no pasó nada
Marcaba el reloj de la plaza las nueve menos diez de la noche y se resarció el clarinero de sus fallos lanzando a los aires del Arenal el último clarinazo de la temporada. Solemne y sostenido, mientras Pablo Aguado se disponía a enfrentarse a Clandestino, el último toro de la última corrida de la temporada. Una temporada que pasará a los anales con gruesos y brillantes caracteres, rica en salidas triunfales por el Paseo Colón y sin que se haya tenido que lamentar ningún suceso desagradable.
Corrida con una fórmula fuera de lo común, ya que se trataba de una mixta en la que había entrado el que quizá sea el rejoneador más importante de todos los tiempos y lo hacía por un motivo tan especial como era su despedida de Sevilla. Pablo Hermoso de Mendoza, navarro de pura cepa, ha liderado el escalafón de los centauros durante treinta años, debutó en Sevilla el 30 de abril de 1995 en una matinal de rejoneo alternando con Rafael Peralta, Antonio Ignacio Vargas, Luis Valdenebro, Javier Buendía y Ginés Cartagena, cortando una oreja a un toro de Luis Albarrán. Pero su cumbre sevillana se produjo cuatro años después cortándole el rabo a un toro de Bohórquez.
Y ayer se despedía de Sevilla, veintinueve años después de su debut. Pablo no pudo redondear la tarde por su mal uso del rejón de muerte en su primero, un codicioso toro de El Capea. Su recital con los bellísimos Nómada, Ilusión y Berlín se vieron eclipsados por la suerte suprema. Sí, aunque se tratase de un trofeo cariñoso, su labor con Nairobi y con Berlín se vieron refrendadas con el certero rejonazo que llevó a José Luque a concederle una oreja con toda la emotividad que encierra el adiós de un rejoneador tan importante.
Lo poco que proliferan estas mixtas hizo que el curso del festejo fuera anormal. Se pasaba del correteo de caballos y sus huellas para que la lidia ordinaria (así se calificaba cuando estos festejos eran habituales) tuviese que esperar un acondicionamiento del ruedo mucho más laborioso, de ahí que la corrida no alcanzó nunca el ritmo adecuado. Bueno, tras el acondicionamiento surgió lo mejor de la tarde y también de muchas tardes, el monumento al toreo de capa que dos especialistas nos brindaron.
Cumbre indiscutible de la tarde con Terremoto, un toro negro mulato, serio y bien hecho, de colaborador esencial. Fue recibido con todos los honores por el capote de Juan Ortega. Fue un ramillete de verónicas de tiempo parado a un toro mecido, casi acunado, hasta donde da la cadera. Revoloteando por la vertical del Baratillo los espíritus de Cagancho y de Curro Puya. Fragua trianera en perfecto mano a mano con el duende. Y volvió al toro Juan para que le aflorase Sevilla en unas chicuelinas que bien pudo haber firmado el genio de la Alameda o, sin ir tan lejos, Paco Camino. Seguidamente, Pablo Aguado también se acordó de Chicuelo y por la plaza corrió el runrún de que la rivalidad estaba servida. Con la espada y la muleta, Juan parió ocho o diez carteles de toros, pero Terremoto no estaba por la labor y aquí sí tuvo un error; fue el de insistir más de lo debido. Con su segundo volvió a caer en ese error de la insistencia y el voluntarismo. Si me lo permite usted, matador, un torero de su clase no debe dar opción a que desde el tendido salga la voz de ¡mátalo! y a usted se lo gritó uno del 11 cuando intentaba sacar agua de ese pozo seco que fue Veraneante, otra acémila de las que envió Matilla a la Maestranza. Además, torero, qué le vio usted para brindárselo a Sevilla, por Dios bendito.
También fue Pablo Aguado otra víctima de la mala corrida de toros que nos vino de Salamanca en una feria sevillana sin un solo toro del campo andaluz. Recibió a su primero con unas verónicas marca de la casa y, como anteriormente había hecho Ortega, le brindó a Pablo Hermoso de Mendoza la muerte del otro Veraneante que entró en la corrida. Dos tocayos que no dieron opción de triunfo. La ilusión que nos entró en vena por la vía de los lances de Pablo se fue al traste después de una serie de redondos con esa naturalidad y sentido del temple que este torero trae de fábrica. El toro se paró de improviso y aquello tocó a su fin mediante media estocada de efecto fulminante.
Quedaba en toriles Clandestino para mostrar bravura en el caballo tras haber toreado Pablo para el toro en unos lances sobre las piernas que remató en la boca de riego. Fue muy de agradecer la suerte de varas que realizó Salvador Núñez y muy ovacionado el último clarinazo del curso, pero ahí se acabaron los gozos, pues el morlaco dijo ya no embisto más en clara intención de comportarse como sus hermanos. Era esta última corrida del año un festejo que ilusionaba desde el principio, que se desinfló con la ausencia de Morante y que volvió a tomar aire con que fuese Pablo Aguado el sustituto. Pero el hombre propone y el toro descompone como descompuso una tarde tan esperada los dichosos toros de los hermanos García Jiménez, Matilla en el mundo.
Por Jesús Bayort. ABC. Juan Ortega, apóstol del toreo sagrado, destroza la física, el tiempo y la costuras del escalafón
De las ovaciones no se vive, pero de la categoría, despaciosidad y armonía sí. Y con ellas ha cerrado Juan Ortega la temporada de su consagración, la que empezó como personaje del papel cuché y ha abrochado demostrando que tiene mimbres, y argumentos ya consolidados, como para que más pronto que tarde sea considerado el torero de Sevilla. Con el permiso de Morante, claro. Una esclarecida ovación despertó a la Maestranza a las siete de la tarde tras el mutismo que había despedido el primer pasaje de Pablo Hermoso de Mendoza. La gente hasta se ponía en pie. Alargadas las piernas y palmoteadas las manos, la Maestranza parecía volcarse nada más ver el visón y oro de Juan Ortega asomar por el burladero del tendido 3. Una reacción que decía mucho, tanto como que Sevilla venía a ver a sus discípulos, a resolver las dudas sobre la sucesión.
A ellos correspondía la misión evangelizadora tras las herejías del fin de semana. Y de Ortega fue todo el escenario nada más asomar a las siete y un minuto de la tarde Terremoto. Un temblor sacudió esta orilla del Guadalquivir tras recoger Juan, el apóstol pagano del toreo sevillano, las huidizas y premonitorias oleadas del primero de Matilla. Media docena de lances después, ya junto al patio de arrastre, desplegó su capote como si abriera el baúl de los pinceles para pintar su joya más personal. Altote, aunque estrechito de sienes y sin mala expresión, se arrebujaron toro y torero a través del capote más bragado del sevillano. Ligeritas sus muñecas y eternas sus palmas. Del toque brusquito para tratar de desplazarlo al lentísimo pasaje bajo su bragueta.
Un terremoto con el que Ortega derribó las leyes de la física y el tiempo para destrozar las costuras de todo el escalafón. Sabiendo que el animal se vencía y que apenas se salía, pareció convencido de que este día no podía pasar en blanco. Y tomó la tarde color albero. Color ocre. Color dorado. El color de la Giralda, el color de Sevilla. Más ceñido que nunca. Con la plaza rugiendo, con Emilio Muñoz dando los mismos botes que un cuarto de siglo atrás daba Miguel Ríos Mozo ante aquella cimera faena a Jarabito. Cumbre su media verónica, entre Sevilla y Triana, entre lo sencillo y lo abigarrado, entre Belmonte y… Que no fueron las únicas, como aquellas dos tras el singular galleo por el palo de Chicuelo, con sólo medio pasito, con las yemas de los dedos. Un día de los que como decía Antonio Ordóñez, algo tenía que pasar. Y en ese momento salió Aguado, con la plaza exaltada, sobrepasado el paroxismo en la Maestranza, muy cortito se quedaba Terremoto tras sus chicuelinas, llegadas hasta el patio de caballos, también eterno su broche a pies juntos.
Le brindó Juan a Pablo –Hermoso–, como también le brindó después Pablo –Aguado–. Muy de frente, con su muleta arrugadita, sin forzar el pinchazo del ayudado; así se abrió completamente hundido, como pocas veces se ha mostrado de entregado. A las siete y cuarto de la tarde el estruendo se hizo silencio. El silencio de Sevilla, que sabía que estaba ante algo fuera de lo normal. Preclara fue su primera tanda, rápidamente ligando, como hasta hace unos meses nunca había ligado a un toro. Sin tiempos muertos, sin parsimonia ni exceso de perfección. Y volvió a rugir la plaza. Muy pegado a tablas, entre el desolladero y la enfermería. Que fue lo que duró el de Matilla, sin raza, picado de más y forzado en los terrenos más imposibles. Una serie final, ganando el tranco al pitón contrario, y su manera tan especial de quitarle las moscas, fue todo lo demás. Acabó la tarde, y así acabó el primer encontronazo entre los discípulos del toreo sevillano, los herederos de…
De Morante de la Puebla. Y conste que pese a su dolorosa baja no se devolvió ninguna entrada. Pasó por tanto casi desapercibida la despedida de Pablo Hermoso de Mendoza, al que conviene recordar que lleva lustros vetando a la gran figura moderna del rejoneo, que llegó como convidado de piedra y que se llevó la única oreja de la tarde. Cariñosa, aunque limitada por su fallo con el acero y por la rigurosidad de un público demasiado distinto al suyo. La vuelta al ruedo se hizo eterna.
Fue el tercero, Veraneante –homónimo del quinto–, el más bajo de los dispares toros de Matilla. Cortito de cuello y cornidelantero, vino también huérfano de raza, fondo… y un ápice de estilo. De Juan Sierra y su arriesgado par de banderillas fue lo más destacado del pasaje. El mejor de toda la Feria de San Miguel. Una solitaria tandita le aguantó a Pablo, que rápido quiso cogerle el pulso junto a las tablas. Más rápido se apagó el de Matilla, que también sangró en exceso… Mayor brío tuvo el otro Veraneante, el segundo de Ortega, con chispa, pero sin ritmo y descompuesto tras una lapidaria primera serie al natural. El sexto fue un cohete: soltando la cara, a mil por hora y ganando en guasa. Quedaba tan lejos, y seguía tan presente, aquello de Ortega…
Por Toromedia. Pablo Hermoso de Mendoza corta la única oreja en el cierre de San Miguel
Pablo Hermoso paró al primero de la tarde sobre Alquimista doblándose muy bien con el toro. Clavó un solo rejón de castigo y en banderillas comenzó poniendo dos buenos palos con Berlín, con el que dio ajustadas galopadas de costado, adornándose con la 'hermosina' de forma ajustada. Puso otros dos con el caballo Ilusión y concluyó con Generoso clavando cortas. Pinchó reiteradamente y esto le apartó del triunfo después de una faena entonada.
El segundo de Hermoso de Mendoza lo paró con Nómada con el que clavó dos rejones de castigo. En banderillas se lució en galopadas de costado con Berlín, metiéndose por los adentros y clavando dos buenos palos. Puso una tercera banderilla con Nairobi y cortas con Justiciero, con el que intentó un par a dos manos. De nuevo falló con el rejón de muerte en un primer intento y mató a la segunda, pidiendo el público una oreja que le fue concedida.
Juan Ortega abrió su actuación con un toreo a la verónica para enmarcar. El torero embarcó al toro y ralentizó su embestida, sobre todo por el pitón izquierdo. Precioso el galleo por chicuelinas para colocar al toro en el segundo puyazo y enormes las dos medias que siguieron. Pablo Aguado entró al quite y lo bordó en dos chicuelinas y en una lenta media. Ortega brindó a Pablo Hermoso y comenzó la faena con bonitos muletazos de inicio a los que siguieron una serie templada y de precioso trazo con la derecha. A partir de ahí el toro, que había tenido mucha calidad, se rajó y limitó la faena. Mató de más de media.
Al segundo de su lote, el último de su temporada española, lo toreó con soltura a la verónica. Lo cuidó en el caballo y en la muleta le vio el pitón izquierdo y lo toreó con suavidad. En la segunda tanda ya marcó querencia a tablas e animal y allí buscó refugio. Lo sacó y le robó algún derechazo, pero el toro tuvo dificultad unida a mansedumbre y fue imposible. Mató de estocada.
Pablo Aguado recibió al tercero con bonitas verónicas y también dibujó algún airoso delantal en el quite. También brindó a Pablo Hermoso y comenzó la faena en terrenos del 7 viéndose limitado por el toro de Matilla, que apenas duró tres derechazos muy suaves y compuestos que dio Pablo. El astado se paró y por mucho que intentó el torero, fue imposible.
Aguado no pudo lucirse de capa en el sexto, un toro que salió algo descoordinado y que recibió serio castigo en el caballo. Este astado pesaba en la muleta pero Pablo estuvo firme con él e hizo un esfuerzo con un animal que no fue claro. El sevillano tragó mucho y estuvo por encima en una faena de mérito.