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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Domingo 30 de abril de 2023

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: Toros de La Quinta (bien presentados, con diferente juego; el mejor, el 1º, inválido y pitado el 4º; devuelto el 2º por partirse una pata, 2º-bis de la misma ganadería).

Diestros:

Julián López El Juli. Estocada trasera y caída (vuelta al ruedo tras fuerte petición y bronca al presidente); tres pinchazos, estocada (silencio).

Daniel Luque. . Estocada (ovación); estocada en su sitio (oreja).

Pablo Aguado. Estocada caída (silencio); media estocada (silencio).

Banderilleros que saludaron: Iván García y Jesús Arruga en el 2º de la tarde.

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: soleado, caluroso al principio.

Entrada: lleno con huecos.

Imágenes

Video resumen AQUí

Crónicas de la prensa

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Lección de magisterio de Luque con los de La Quinta

Los toros de La Quinta era un dije cada uno, láminas de arte, por eso el público los aplaudió de salida. Eso bellos animales, puros “buendías”, después tuvieron el mismo comportamiento en el caballo, yendo prontos y apretando fuerte, y al final unos se apagaron y otros se quedaron con una embestida a propósito de faena. El mejor el primero, al que Juli toreó despegado con mucha habilidad y técnica y despachó de “julipié” trasero. El quinto no era fácil pero tenía una embestida que sólo Luque podía sacar a relucir a base de atacarle para acabar con un arrimón no exento de estética. Y el sexto, que también sirvió, se le fue entre dudas a Pablo Aguado. La oreja del de Gerena, merecidísima, viene a ratificar su Feria y su momento. El Juli también tuvo petición casi unánime, pero el presidente esta vez, tal vez porque le había dado una de más el otro día, se guardó el pañuelo y aguantó la bronca.

Por Patricia Navarro. La Razón. Luque enmienda a La Quinta y a El Juli

Iba camino de los seis años «Detenido» y como a todos se nos notan. Salió a la espera de que ocurrieran las cosas sin ir a buscarlas ese primer ejemplar de La Quinta, que apuraba esta Feria de Abril repleta de éxitos en el ruedo y en taquilla. El Juli se fue a buscarlo y nada más verlo fue como si las piezas le encajasen de pronto. Fue lo único raro que hizo el toro. Animalito. Después fue todo temple, ritmo y nobleza en el engaño de Julián, al que se entregó de principio a fin. La larga faena del madrileño contó con muchas intermitencias, un sí pero no, correcto pero sin llegar a romperse de verdad con la calidad del toro que embestía muy por abajo y despacio. Ya al final por el derecho le tomó la medida en la mejor tanda alcanzando el momento más explosivo, que supo rematar con la espada. Se le pidió el trofeo, que el presidente no dio. La vuelta tuvo sabor y enfado monumental. Había calado.

La tarde había cambiado de manera radical cuando llegamos al cuarto. Apenas nada quedaba de aquellos ánimos. El de La Quinta fue austero en sus arrancadas, al paso y de nulo poder. A El Juli no le gustó, no lo vio claro y tardó nada y menos en andar por la cara y coger la espada, con la que resolvió como pudo.

Iván García y Arruga se desmonteraron con el segundo bis, entre otras cosas porque son dos buenos toreros. El titular se había partido una pata y a este la faltaba las ganas de comerse el mundo, las mismas que le sobraban a Luque después de su faenón al principio de feria, con todo lo que había pasado después. No hubo lugar. Así que se justificó y fue a por la espada. Esta vez el toro dijo nones.

El quinto fue uno de esos toros de La Quinta que tenía buen fondo, pero reservón, paradote. Cualidades suficientes para que muchos justificaran que el toro no servía. Fue una delicia ver a Daniel Luque con el animal. Su manejo de las distancias, su capacidad para tocar con los vuelos, siempre bien colocado, dando las ventajas al toro, sin tensionar. La cosa fluía ahí abajo, entre los pitones del toro logró lo imposible: meter al reservón en la muleta y que las largas embestidas del animal se cosieran al engaño del sevillano. Una auténtica maravilla de oficio y corazón. Es la versión mejorada de Luque. Sin aspavientos, sin conformarse, capaz de cruzar líneas y queriendo hacerlo en honor a la verdad para sostener el toreo auténtico, porque en algún momento se ha debido preguntar quién quiere ser en esto y la respuesta la tiene clara. Se fue derecho por la espada y el trofeo supo a gloria.

El tercero fue al caballo en un tercio de interés y casi ahí acabó la gracia de la faena. Llegó a la muleta al paso, con la raza justa y embistiendo muy despacio. En algunos momentos en los que Pablo le cogió el aire al toro el muletazo olía a lentitud tremenda, pero no fue lo normal. Aguado abusó de querer dejársela muerta y se quedaba él por detrás y entre eso y que el toro apenas tenía nada hubo poco que hacer. Más complicado fue el sexto. Por el derecho se metía por dentro por arriba y tenía menos entrega, era más incierto. Aguado quiso, pero le costó imprimir poder a su faena y el toro eso lo notaba. Al filo siempre, acabó por pasar al toro, no torearlo (siempre detrás). La feria se había puesto cara estos días como para que valiera todo.

Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. De la ilusión a la frustración

Estábamos ante la corrida más esperada en el aspecto ganadero, pues desde los tiempos de don Joaquín Buendía, estos santacolomas no hollaban el amarillo albero y por si fuera poco formaban la terna dos triunfadores y una ilusión de Sevilla. Tanto El Juli como Daniel Luque venían de desorejar un toro, mientras que Pablo Aguado es una de esas esperanzas que surgen en el toreo según Sevilla. Pero las expectativas fueron tornándose en decepción según iban saliendo toros que iban de más a menos de manera alarmante. La corrida estaba compuesta por seis dijes cárdenos, preciosos de lámina, armónicos y con esas miradas que el santacoloma saca para hacerse respetar. Ya el primero, que era una preciosidad, hizo que la ilusión se disparase por el juego que dio en el caballo de Salvador Núñez. Aquello parecía de corrida concurso, con El Juli poniéndolo lejos de las rayas, luciéndolo para gozo de la plaza. Y en la muleta iba a ser el mejor de todos, con una embestida suave que, aunque no transmitía demasiado, sí permitía que El Juli se luciera. Brindó a la plaza y muy pronto entabló diálogo con Detenido para una faena como de salón en la que se sucedían redondos y naturales sin solución de continuidad. Muletazos llenos de temple y embestida almibarada que restaba emoción pero añadía estética. Lo mató fulminantemente, la plaza pidió la oreja y el palco hizo oídos sordos, por lo que la bronca fue de época. Su segundo se llamaba Jabalí y de eso no tuvo ni un pelo. Ni se empleó en el caballo, rompió en gazapón y viendo que no había nada que hacer, Julián abrevió, pero se dilató con el estoque. Y en su cara se reflejaba el desencanto por la ilusión que tenía en este hierro.

Daniel Luque, que está en un momento que puede con todo lo que le echen, quiso sacar agua de un pozo agostado. Su primero se rompió la pata derecha y fue suplido por Conejillo, que a la postre sería el único negro en un reino de cárdenos. Daniel lo intentó por todos los palos, le cambiaba los terrenos, probaba la distancia, iba ahormándolo, pero el toro embiste a ralentí hasta que dice que hasta aquí hemos llegado. Visiblemente contrariado, el gerenense lo mató de un estoconazo por arriba.

Ese silencio de la Maestranza a su labor en el segundo lo llevaba Daniel en sus adentros, por lo que salió a revienta calderas en su duelo con Ibarreño, un toro asaltillado que escatima las embestidas en el capote. Y sin encomendarse a Dios ni al Diablo, Daniel arranca al natural y va engatusando al toro hasta convencerlo de que lo mejor para todos es que embista y lo que empieza a media altura va ganando cada muletazo en categoría a base de bajarle la mano poco a poco. Daniel Luque en estado puro y la Maestranza entregada a su sapiencia y poderío. Parecía un imposible, pero este torero no tiene límites en esta etapa de su carrera. Tras domarlo al natural, le liga una gran tanda en redondos para volver al principio, a ese toreo al natural que Daniel recita con la impronta de su personalidad. Magnífico Daniel Luque, que logra revalidar su memorable tarde con la del Parralejo. Fue un recital en toda regla lo que este torero dictó en ese quinto toro de la tarde, otra vez triunfo en el quinto de la tarde. Lo mató de estocada fulminante y para él una oreja que el presidente concedió, pero sin darse prisa, como pensando que si se la había negado al Juli, a ver qué… Y así, en triunfo sale Daniel de una Feria más.

Está necesitado de un golpe en la mesa Pablo Aguado, pero no encuentra el material adecuado para ello. Muy buenas las verónicas que le da a Almonteño por el pitón derecho. El toro se comporta con bravura en el caballo, pero llega moribundo a la muleta, y lo que Pablo propone no emociona. La poca transmisión no admite lucimiento, Pablo mata bien, pero lo levanta el puntillero, que hay que ver el recital de desaciertos con la cacheta en esta Feria. Al último lo recibió con muy buenos lances a la verónica y una media resulta espléndida. Con la muleta insiste lo indecible, pero este último santacoloma no se sale de la muleta, Pablo cambia de terrenos, insiste, para nada. Mató bien y hasta otra. Y hoy, miuras para arriar el telón, qué Feria más buena, qué alegría.

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. Luque sobresale entre los ‘grises’

La Feria ya anda de recogida pero al Domingo de Resaca hay que unir el experimental lunes de Miura que alarga en una jornada un ciclo que ya pesa por la acumulación de fechas y el atracón de grandes acontecimientos que se coronaron como usted bien sabe. Pero, hasta el rabo todo es toro y la empresa había colocado en el confín del ciclo esta esperada corrida de ‘buendías’ que la familia Martínez Conradi marca con el hierro de La Quinta. No se llenó por completo la plaza pero la magnífica entrada daba idea de las ilusiones despertadas por un encierro que, por desgracia, iba a dejar casi todo en agua de borrajas.

Pero en la corrida hay que anotar, en medio de las grisallas, un gran toro que hizo primero y una faenón firmado por Daniel Luque que sacó lo que no tenía el tardo quinto. Pues vamos por partes… concluyendo que el maestro madrileño no terminó de apurar, ni de lejos, la embestida honda y humillada de ese ejemplar que rompió plaza con más aire de Saltillo que de Santacoloma. Fue un toro mucho más armado que el resto de la corrida; de salida fría y riñones metidos en el peto que don Julián no dudó en brindar a la concurrencia.

El bicho iba a mantener ese aire mexicano en sus viajes humillados, de profundidad creciente en una faena que pecó de superficialidades y sólo rompió en una rotunda, redonda y reunida tanda diestra después de demasiado sobo. ¿Había apurado al animal el veterano maestro? La impresión fue de labor incompleta, rematada con una estocada muy trasera. La parroquia pidió la oreja –es potestad del público conceder el primer trofeo- que el presidente Fernández Rey, dando un nuevo vaivén a su errática feria, se negó en conceder. A lo mejor tenía hasta razón. Poco hay que decir de la labor de El Juli con un cuarto que siempre se defendió en los capotes y llegó a la muleta sin brindar una sola embestida digna de tal nombre. Le costó echarlo abajo.

Más allá de la importancia de ese primer toro de La Quinta el único argumento sólido de esta tarde de resacas lo volvió a brindar Daniel Luque, uno de los toreros a seguir en esta temporada. El matador de Gerena pechó con un sobrero –el que hizo segundo- absolutamente falto de contenido al que consintió con paciencia de preceptor solventando los problemas de una embestida falta de alma, de convicción, de verdadera acometividad.

Con la corrida cayendo en picado, Luque volvió a hacer gala de esa proverbial paciencia para extraer hasta la última gota del potable fondo del tardo y aplomado quinto. Fue una faena dicha poco a poco en la que hay que subrayar esa virtud: la de saber esperar. Una de las claves era intentar tener al toro siempre en movimiento. Una valiosa tanda por el lado izquierdo captó la atención. Siguió sobre esa mano, uno a uno, templando siempre, llevándolo largo. Por el otro lado, metiéndole la muleta en el mismo hocico, logró ligar una meritísima ronda diestra antes de meterse por completo entre los pitones –cruzado sin aspavientos ni demagogia- sacando todo el jugo del animal antes de situarse en la mismísima cuna para redondear su maciza labor. La estocada rubricó el trofeo, de muchísimo peso.

El tercer espada era Pablo Aguado que despedía su particular Feria con una de sus ganaderías predilectas. No pudo ser con el tercero, un ejemplar muy en su sangre Buendía, que humilló en la brega e hizo cosas buenas en los capotes. Eso sí, la lidia se antojó demasiado premiosa… En la muleta no terminó de desplazarse por completo hacia delante, rematar las embestidas y la labor del matador sevillano, rematada con un eficiente bajonazo, nunca cogió vuelo. Muchas más esperanzas despertó con el sexto, al que toreó de cine a la verónica cerrando con una sensacional media. El aire le molestó en el inicio de una faena que hizo vislumbrar las verdaderas posibilidades del animal en una ligada tanda diestra. Aguado no fue capaz de seguir tirando de ese hilo y el personal, que había tomado partido por el toro, acabó perdiendo la paciencia. Se le ha ido la Feria muy en blanco.

Por Jesús Bayort. ABC. Un colosal Daniel Luque protagoniza, junto al presidente, el debut con matices de La Quinta

Entre despertares y dormiciones de una Feria de Abril con más luces que sombras nos plantamos en el tradicional domingo de Miura, que cedía todo su protagonismo al tan esperado debut de los toros de La Quinta. Una ganadería que había demostrado su categoría fuera de sus fronteras, así como cuando rechazó venir en 2022 por el tiempo y las formas de la petición. Para la que se barruntaba un triunfo importante entre los círculos taurinos de la ciudad, amplificado tras el soberbio primero. Que finalmente generó tantas dificultades en el ruedo como interés y momentos de descontento durante la tarde, con un colosal Daniel Luque que se comprometió y la comprendió magistralmente.

Detenido era digno de que lo disecaran íntegramente. Con el trapío de los cinco años, con la armonía única de Santa Coloma y con la expresión sublime de La Quinta. Salía oliendo el albero alcalareño. Descubriendo, como debutantes que eran, el ruedo de la Plaza de Toros de la Maestranza. Del quiebro primero con el que parecía tentar al Juli brotó un océano de casta, arreando al capote, apretando al caballo. Sin tomar la vara de largo, clavando siempre el pitón izquierdo. En los medios se plantaba Juli, en corto, atronando en cada toque por la derecha. Y el cardenito, en pausado gesto, colocaba la cara para embestir a cámara lenta. En una expresión talentosa. Con el mérito que tiene acompañar una embestida así, a ritmo de palio, escuchando inhalaciones y exhalaciones, que como racheos que rozan adoquines le acariciaban los machos. Y cuando parecía aburrirse el de La Quinta, cuando muchos intuimos el momento de coger la espada –que por eso escribimos crónicas en lugar de comprarnos fincas–, llegó el madrileño, único en su especie, y comprendió que había algo más. En una soberbia serie por la diestra, con el compás como las 12.30 horas, con los nudillos acariciando el albero, con un trazo de punta a punta de la plaza. Tremendo, que daba lugar a cantarle dos o tres «oles» en cada muletazo. Como en el último pase de pecho, extraordinario, hondo y magistral. Que nuevamente protagonizó Fernández Rey, con gritos de «¡fuera, fuera!», negándole la oreja. La vuelta al ruedo tuvo la misma intensidad que la bronca al presidente.

Jabalí mantuvo siempre su mal estilo, con cara de listo, metiendo el pitón contrario en los embroques. Señorón por delante, armónico en su conjunto. Que venía enlotado con la pintura primera. Con todo el esmero del mundo le dieron en el caballo, y aun así puso en apuros las banderillas, rápidas en su desarrollo. Como rápida fue la lidia de El Juli, que lo expulsaba en su salida de tablas, que le buscaba la cercanía de terrenos. Donde menos podía ver y pensar el animal. Con la mano izquierda y la espada ayudada. «¡Pendientes ahí!», le gritaba a la cuadrilla en la confirmación de su desconfianza por la apuesta. A estas alturas, el esfuerzo ante la incierta e insulsa embestida no parecía compensarle. Por tres veces lo pinchaba, mientras el prismático, apuntando en su dirección, cazaba por detrás al presidente (hoy suplente) Fernández Figueroa gesticulando con Luque Teruel una representación del clásico sartenazo. ¡Qué arte!

Muy medido se mostraba Daniel Luque con el capote ante Conejillo, el sobrero, después de que el titular se partiera la pata. Entre caricias, a media altura. Reservando lo que trajera el de La Quinta, aún sin destapar cuando llegó el volantín. Portentoso fueron los dos pares de Iván García, sin la psicosis habitual por las complicaciones de Santa Coloma, con decisión. Una delicia era ver al de Gerena plantear la faena, prodigioso en tiempo, altura y distancia. Se hacía el silencio en la Maestranza, con el interés de ver cómo resolvía Luque la carencia de humillación del izquierdo, los apretones del derecho. Derrochaban categoría las palmas que lo acompañaban en su caminar a por la espada. El reconocimiento de unos tendidos más calmados y sensatos que en días de farolillos y gin-tonics. Pese a que siguiera el tío ofertándolos como almendras por las gradas. «Gin-toniiiiiics». ¡Qué vergüenza!

Lo de Luque con Ibarreño fue un recital para reproducir en las escuelas de tauromaquia. Un recital de sagacidad, valor, dominio y torería. Sin exageraciones con el capote, preservando todo para la muleta. Con gesto de pedir paciencia respondía el de Gerena al que le gritaba por el sol con el poco afortunado «¡má talo!», antes del primer muletazo. Seguramente le daría igual lo que terminó viendo, porque no fue fácil de comprender. Como difícil lectura tenía el de La Quinta, fino en su cuerpo, sin codicia y a regañadientes, pero con la emoción que daba su integridad. De presentación y carácter. Ordenaba Luque el planteamiento, preparaba el hito: de uno en uno, saliendo hacia la culata. Para que parara, para que se afianzara y fijara en su embestida. Hasta que encontró la oportunidad, en una serie suprema (siempre por la zurda). Suave en su llamada, hilada en su transcurso, bajísima en su final. Y por fin tomaba la diestra (anda que iba a medias tintas), con el brazo caído, suelto, teniendo que llegar al hocico. Y ni por esas se le venía, en un esfuerzo titánico. Que seguía nuevamente al natural, hundido el torero, ofreciendo la femoral, metiendo el muslo entre los pitones, sacando la franela desde atrás. Que terminaba pintando obras de arte sobre el lienzo inigualable de la Maestranza. La misma paciencia de la faena protagonizó el momento postrero. Cuadrando a Ibarreño, buscando la muerte. Que llegó en forma de 'La estocada de Benlliure'. Tremenda. Oreja de peso, con el peso de una tarde y una feria para el recuerdo de Daniel Luque.

De primera hora trataba Pablo Aguado de lancear a Almonteño. Precioso en su pelo –cárdeno girón–, preciosa también su hechura. Con mejor disposición que resultado, incomodado por la brisa, por el capote tan abiertamente agarrado. Y el de La Quinta empezaba a cantar cosas buenas, como en el capote de Diego Ramón Jiménez, como en el extraordinario puyazo de Mario Benítez, al que apretó con los cuartos traseros. ¿Cómo debemos llamar a los lances del quite? Parecían delantales, con el dorso de las palmas, con la pata 'palante'. Muy expresivos en su propuesta, con poco eco en la plaza. Sevilla hacia el silencio: había intuido cosas prometedoras, ansiaba por confirmarlas en la muleta. Y el enésimo petardo del clarinetero descomponía la liturgia para arrancar la ovación. De consolación, de guasa. Aguado parecía no brindar la faena, que le entregaba la montera al mozo de espadas para que se la llevara a Curro Romero con una nota en su interior, en que la que le explicaba «la manera íntima y discreta» con la que lo había querido homenajear, así como el «triunfo» por su asistencia. Con la misma dulzura y franqueza de Almonteño trataba Aguado de torearlo, lentísimo en su trazo, demasiado pegado a tablas. Resguardado de la brisa, coartando la libertad del animal. A mitad de faena parecía tomar vuelo aquello, con la seguridad en el cite, con el aplomo en su estampa. Que se desvaneció al tercero, cuando trató de redondearlo, sin que Almonteño saliera del engaño. Lo cazó bajito, suficiente para tapar bocas. Se ovacionó al animal en su arrastre, se silenció al matador.

Almaviva parecía levantar el ánimo de Aguado, que cuajaba verónicas soñadas, que crujía a Sevilla. Siempre por el lado derecho, por donde rebosaba franqueza en su apertura. Se crecía el sevillano a su encuentro, levantado desde las puntillas, agigantado cuando obró una media lentísima, apasionada. Le cantaba la Maestranza su recibo, y los doblones para quitarlo del caballo. Enseñando los tirantes, tirando de ambas manos. Muy cerrado en tablas volvió a empezar la faena, desbordado entre coladas y arreones. Que corrigió cambiando de terrenos, casi en la Puerta del Príncipe, donde mejor le tomó el pulso, que encontró una serie al ralentí. Enganchando con la puntita de la muleta, dejando caer su figura, yéndose detrás de la embestida. Como cuando volvió a agarrarse a la culata, que tanto desesperó al pueblo. Que motivó que le pidieran el fin.

Por Vicente Zabala de la Serna. El Mundo. La perfección de El Juli y el volcán de Daniel Luque en Sevilla

Se acabó la feria y siguió la fiesta; se apagaron las luces y continuó el toreo. La faena con la que El Juli descorchó la tarde fue un trabajo de precisión extraordinario, de una seriedad inapelable, sin una sola concesión. Una concentración aquilatada de magisterio. Todo por y para el toro; todo por abajo y lentificado. Todo en punto muerto. Y todo con la figura hundida en el propio peso de lo que estaba haciendo, jugando con el tiempo, los tempos y la intensidad. Una atmósfera aquilatada envolvía a Juli y Detenido, tan reunidos, un toro cárdeno de trapío soberbio, expresión de viejo, con el que La Quinta debutaba en la Maestranza. Con una fijeza y una humillación irrenunciables, y un fondo que el torero de las siete Puertas del Príncipe potenció con la autoridad de toda una vida. Esa sabiduría macerada que el año pasado rindió Madrid con esta misma ganadería.

«Lo cierto es que hay una ley de gravitación universal a la que no escapa el toreo», escribió Alameda. Y se estaba dando en El Juli como núcleo de la tierra. Desde el prólogo de faena rodilla en ella y genuflexo echando la embestida hacia delante por el pitón derecho. Que era la mano buena del toro, la de mayor ritmo y continuidad. Erguido desgranó Juli dos rondas con el hocico de Detenido cosido en los flecos de su vuelo y su gobierno, tan ligado y atado abajo, que ya se ha dicho. Al natural, en tandas alternas, cargó JL a puro pulso con las intermitencias, arrastrando oles impensados. Sería, sin embargo, por la mano cara por donde la faena convocó el rugido de la Maestranza. Cinco en una gavilla de plomo y una trinchera; la apoteosis exigiendo muy despatarrado el último aliento del toro, entregado como la plaza hasta el final.

De esta lección de perfección, el único que no se enteró fue el presidente Fernández Rey, al que Morante le dijo poco. Despreció la abrumadora petición tras un espadazo trasero y rinconero, vale, que no justifica el ninguneo de un tratado de tauromaquia. Ni de la mayoría (absoluta) reglamentaria. Don Gabriel se puso a guardar precisamente este domingo el prestigio de Sevilla. Como para compensar la benévola segunda oreja que le concedió a Julián en Resurrección. Sólo que no es lo mismo.

Ante Daniel Luque no le quedó otra que rendirse. Como se rindió un quinto toro hecho de aristas, la cara abierta como la de otros que afeaban la corrida con la que el encaste Santa Coloma-Buendía volvía 40 años después (Barquero dixit). Luque, de nuevo, desprendió la importancia curtida en mil batallas, ese perfil volcánico capaz de inventarse mieles donde sólo había hiel. La formidable apuesta fue seduciendo al cárdeno en su izquierda, por donde parecía vencerse menos, siempre altivo y mirón. El voltaje prendió la música, que debió atacar con Wagner. DL pisaba terrenos de lava, ofreciéndose con valor de zapador. Hasta abrir caminos inhóspitos, insospechados y sombríos, también con su poderosa derecha. «¡No te pares!», se le oyó gritar mientras le daba todo, el ritmo, el celo y el alma. La pierna metida donde caen las babas de los toros, las dagas aquí arriba. Bragadísimo el tipo. Que se fue detrás de la espada como si no hubiera mañana. Un cañonazo arriba, una oreja de ley para rubricar su gran feria. Había carecido de posibilidades de éxito Luque con la sosería del sobrero, sin finales, perdiendo el objeto, que no valía ni para arrimarse. Ni un resquicio le dio a El Juli el cuarto, tan desabrido; bajo el deslucimiento escondía un peligro sordo no detectado que se puso de manifiesto de una vez a la hora de matar.

La corrida de La Quinta con un bache enorme fue duramente penalizada al caer un lote de Puerta del Príncipe en manos de Pablo Aguado. Un tercero como una pintura, el más bonito de los seis, humilló con categoría. Aguado lo sintió en su capote, pero luego no se entendió con él. Siempre yéndose hacia el rabo. El toro acusó su bravo gasto en el caballo, relativa justificación. Que no se encuentra con el extraordinario último, la joya de la corona de los Martínez Conradi. A la verónica lo meció a compás de salida, luminosa la media. Esa luz fue la oscuridad absoluta en la muleta, siempre adelantando el tiempo, a otra velocidad, dos cuartas por delante del hocico, sin enganchar nunca la embestida. Una incapacidad manifiesta, todo tan movido. Almaviva se fue sin torear

Por Toromedia. Daniel Luque corta una oreja en el debut de La Quinta en la Feria de Abril

El esperado debut de La Quinta en corrida de toros en Sevilla se saldó con una sola oreja para Daniel Luque en el quinto de la tarde, al que el torero de Gerena entendió a la perfección construyendo una faena de gran mérito. También El Juli brilló en el primero de su lote, pidiendo el público una oreja para él que el presidente denegó para enfado general. Pablo Aguado, por su parte, no pudo puntuar en ninguno de sus dos toros.

El Juli brindó al público la faena a su primero en una clara declaración de intenciones. Después de una tanda inicial lo abrió a los medios y lo templó mucho con la derecha. Supo bajar la mano y provocar con la muleta adelantada en la segunda serie. También templó al natural, ya con el pasodoble sonando, pero al toro le costaba más por ese lado. Estuvo a gusto, logrando la mejor serie al final, llevando despacio la embestida del de La Quinta con la derecha. Faena de maestro que fue a más. Mató de estocada trasera y hubo petición no atendida por el palco. Fue obligado por el público a dar la vuelta al ruedo.

El segundo de su lote demostró mal estilo de salida, sin permitir hacer nada destacado al Juli con el capote. Peor fue en la muleta, donde ni las manos expertas del torero fueron capaces de extraer ni un solo muletazo. Se tuvo que limitar a entrar a matar.

El segundo de la tarde se partió una pata después de su encuentro con el caballo y fue devuelto. El sobrero no permitió lucimiento en el capote pero sí fue bravo en el caballo. Puso dos buenos pares de banderillas Iván García. El toro llegó sin brío a la muleta, sin transmitir, y Daniel Luque estuvo fácil y templado, muy por encima de su oponente en todo momento pero sin poder conectar por la limitación del astado.

El quinto tampoco dio facilidades de salida y llegó a la muleta sin mucho fuelle. Luque fue capaz de encelarlo por el pitón izquierdo y sacarle partido al natural. Lo puso todo el torero de su parte con un toro a menos por el lado derecho. La faena volvió a subir de intensidad al natural con el torero literalmente metido entre los pitones. Serio arrimón del que extraía muletazos limpios y templados que crearon ambiente de triunfo. Se fue detrás de la espada y cortó una oreja.

Pablo Aguado dio buenos lances por el pitón derecho en el recibo al tercero. El toro fue medido en el caballo y Pablo hizo un quite por delantales. Lo entendió bien en las primeras series, en las que el toro no acababa de emplearse y no transmitía. Aguado lo templó bien por ambos pitones pero chocó con la falta de emoción del de La Quinta. Mató de estocada desprendida.

El mejor toreo de capa llegó en el sexto de la mano de Pablo Aguado, que dio tres lances y media por el pitón derecho excelentes. El toro recibió dos puyazos contundentes y no dio facilidades en la muleta. El sevillano dio algunos muletazos estimables con la derecha pero sin poder redondear faena con un toro que tuvo mucho que torear. Le cogió más el aire al final y enjaretó una serie ligada por el pitón derecho que no tuvo continuidad. Mató de media estocada y se fue de vacío.

Fotografías: Arjona/Toromedia.

30_abril_23_sevilla.txt · Última modificación: 2023/05/01 00:48 por paco