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Plaza de Toros de Las Ventas

Lunes, 14 de mayo de 2018

Corrida de rejones

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Las Ramblas, bien presentados, nobles y con juego. Tercero y sexto, sosos. Cuarto, devuelto por manso. Cuarto-bis, de José Cruz, mal presentado, manso y noble.

Diestros:

David Mora: de verde manzana y oro. Gran estocada (saludos). En el cuarto, dos pinchazos, media estocada y dos descabellos. Dos avisos (silencio).

Juan del Álamo: de blanco y plata. Estocada algo tendida. Aviso (saludos). En el quinto, estocada (silencio).

José Garrido: de verde botella y oro. Dos pinchazos y estocada rinconera. Aviso (silencio). En el sexto, tres pinchazos, media tendida y varios descabellos (silencio).

Destacaron:

Entrada: 15479 espectadores

Imágenes: https://t.co/p08CCx7PHV

Video: https://twitter.com/twitter/statuses/996137236767879169

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Otra tarde de bueyes en el letargo isidril

Las Ramblas hacia su aparición en el largo ciclo madrileño, tras la tarde del curso pasado donde Ferrera cortó una oreja. La de este año fue otro auténtico despropósito, como el de varias tardes que llevamos de feria, con el letargo descalabro de la bravura y la casta que aterra al campo bravo. Una vez más, se puso de manifiesto con el encierro albaceteño que llevó a Madrid kilos y pesajes para dar y tomar. Muchos fuera de tipo y al menos cuatro por encima de los 600 kilos que para colmo desnudaron las vergüenzas de la terna. Lo dicho, un despropósito.

David Mora que se estrenaba en San Isidro, dejó un par de tandas al abre plaza de buena composición. Hubo poder y sintonía frente al primero, un zancudo colorado de Las Ramblas, al que corrigió los defectos y deleidades. A contra estilo iba y venía por el percal del de Borox. Dispuesto y firme durante toda la actuación, le dio distancias frente a un toro con un peligro sordo que se hacía más que patente conforme la faena tomó vuelo. Dejó una estocada sin puntilla y saludó una ovación desde el tercio. La anécdota de la tarde vino con el cuarto, un encomiable castaño de irreprochable fachada. Dos puñales por delante, que echaron por tierra su desnudada borreguez. Y es que el Las Ramblas daba de todo… menos miedo. Huía desconsolado de los engaños. Ni un capotazo, entre el griterío y la sorpresa que se apoderaron de los tendidos. Sin síntomas aparentes, el Presidente optó por la devolución. Todo muy lógico. Incomprensible. En su lugar, salió un impresentable zapatito de Jose Cruz que se dejó por ambos pitones, lo que aprovechó el de Borox para ligarle tandas con la armonía y la elegancia que le caracteriza. Volvió a fallar con los aceros, y fue silenciado tras sonar un aviso

Quien no pasó del sesteo durante toda la tarde fue Juan del Álamo, que dejó algún retazo suelto frente al segundo, un toro con posibilidades que conjugó movilidad y buen tranco, con el que se alivió en exceso. Indiferencia generó ante el quinto, otro deslucido y bajo de raza en una labor sin ningún eco, ahogándose entre el trapazo y el trallazo.

Por su parte, José Garrido terminó la feria como llegó. De vacío. Pierde fuelle en este San Isidro, que debió convencer y dejó muchas dudas. Al tercero le perdió pasos en una faena a media distancia frente a un toro de embestida descompuesta, sin respuesta en los tendidos. Con el sexto, se empeñó en una faena larga y espesa porfiando con los aceros.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La estafa de dar buey por toro

A la séptima corrida de San Isidro le precedían los rumores. Alguien soltó el bulo el día anterior de que David Mora no torearía por problemas físicos. Y otro dijo que el primer toro de Las Ramblas había estado en Colmenar Viejo en una tarde lluviosa que se suspendió a finales de agosto. Sólo que esto último, su estancia pasajera por la sierra, lo confirmaba la posverdad de sus pitones. No es que estuviera gordo en su caja baja, en que estaba atacado. Sus 600 kilos apretados a presión y su encendida piel chorreada en verdugo le conferían una morfología de extraño animal. El morrillo tapaba la culata en vista frontal. Y la culata, el morrillo en plano posterior. Bastote desde sus cortas manos. Una excepción de todos modos en el sexteto de Las Ramblas. Que por la alzada y la construcción en cuesta arriba del resto de los toros se podría traducir por Las Rampas.

David Mora mató extraordinariamente al toro colmenareño. Torear, lo que es torear, más bien regular. Cuando una vez lo enganchó por delante y su brazo derecho se estiró, la embestida fue hasta allí. Normalmente la diestra de Mora tiende a encogerse. A recortar el muletazo. Y esto lo suple el torero agachándose. Lo que no puede sustituir es el tramo que le quita a la embestida. Que no era mala, por cierto. Curiosamente, DM se coloca y torea con otra soltura por la izquierda. Pero por ahí el viaje, aún corregido de las cosas feas que marcó en los capotes, no se repetía igual. Sin excelencias, el funo sirvió.

Desde entonces, la corrida de Las Rampas subió dos palmos. La altura de agujas y la astifinísima testa del segundo imponían. Claro, que desde la estratosfera había que olvidarse de la función motriz de humillar. Juan del Álamo sacó los brazos a la verónica de curioso vuelo y remató con tres medias. De menos a más la triada en bella ejecución. Si la tercera hubiera sido la primera, habría bastado con ella en soledad. Tres son multitud. También en el toreo. Luego Del Álamo se acopló a veces a la altura. Cuando más entendió que obligarle sólo valía para rebotarle. Así que a su aire fue por la ano derecha. Al natural costó más pues el viento enredaba tela y el terrorífico velamen iba por el palillo. La torería del prólogo por bajo ya podía haber sustituido a las manoletinas del epílogo. Resolvió con la espada y, como Mora, saludó una ovación. Buena la gente.

José Garrido pasó de puntillas con el tío de 618 kilos vacíos que hacía tercero. Obediente el bruto desde su alzada y tozudo el torero. Densa faena.

El suceso de la tarde los protagonizó el presidente Jesús María Gómez: asomó el pañuelo verde para un buey de 601 kilos que se asustaba de capotes y de su sombra emplazado en los medios. No dio paso ni a los caballos para devolverlo. Si la decisión respondió como rechazo a su mansedumbre, muy mal. Pero le diré algo para quitarle hierro: el peor pecado, el verdadero problema, no es equivocarse y rechazar un buey por buey, sino aprobarlo. Sellarle el pasaporte de toro por la mañana. Ese “error” es mucho más grave porque termina siendo una estafa para el aficionado. Más que devolverlo. Los aficionados se enfadaron (por la devolución, no porque nos echen bueyes un viernes y repitan el lunes) Y luego siguieron cabreados con el escaso trapío del sobrero de José Cruz. Si David Mora tendrá buen bajío, que le embistió. Que te embista uno de Cruz -con sus matices- es como que te toque el Euromillon. La faena tuvo fases, momentos, ratos. Desigualdades reflejadas incluso dentro de una misma serie. Sensación de desorden. Y de mucha extensión. Y siempre la actitud de querer de Mora. Que ahora se encasquilló con los aceros y oyó dos avisos.

El buey de todos los bueyes de Las Ramblas apareció como quinto. La piel colorada o castaña da más apariencia de Apis. 643 kilos también. Pegarle pases a aquella mole inocua ya tenía mérito. Juan del Álamo no volvió la cara y resolvió con la espada. Peor fue el último para desgracia de José Garrido. Ni uno tenía. Guasa por encima del palillo. Lo dicho, el timo del tocomocho: dar buey por toro es una estafa.

ABC

Por Andrés Amorós. Los mansos también tienen su lidia

La corrida de Las Ramblas, muy grande y bien armada, ha mostrado mansedumbre y sosería. Otra tarde de viento, faenas largas, avisos y aburrimiento.

El primero toma tres varas, a la muleta acude con brusquedad. Cuando David Mora se decide a atacarle, consigue dos tandas de derechazos con buen estilo, algo encorvado. Se vuelca en la estocada hasta la mano. El cuarto es devuelto sin haber llegado a recibir un solo lance… El sobrero de José Cruz, menos grande, saca movilidad, es un mansito que se deja torear. Rompe el hielo Ángel Otero, con dos grandes pares. Comienza Mora de rodillas, enlaza muletazos con empaque pero el toro es incierto y la faena se diluye.

El segundo sale dormidito, embiste suave, le permite a Juan del Álamo dibujar algunos lances. En la faena, resulta desigual, incierto. La faena de Juan también es desigual: cuando le coge la distancia, logra alguna serie ligada pero prolonga con manoletinas y sufre un desarme. Mata con decisión. El quinto es un «galán» que sale parado pero Jarocho se mete en su terreno, lo que hay que hacer. El toro es otro manso que se deja pero protesta: ni es imposible, ni de triunfo. Juan sólo se justifica.

José Garrido no tuvo suerte en su primera actuación y hoy ha tenido menos fortuna todavía. El tercero es tan soso, transmite tan poco, que, a mitad de las verónicas, decide ponerse de rodilla para llamar más la atención del toro y del público. En la muleta, ha de repetir «¡je!» cuatro o cinco veces, en cada serie, con el aburrimiento que eso causa. Al toro le falta esa «chispa de la vida» que tiene la cocacola; al torero, poderoso, le hace falta más toro. Para colmo, la res se distrae, al perfilarse para matar, y lo hace sin convicción. El último, muy armado, lo brinda a Luis Durán (hermano de Manuel, el gran historiador de la fotografía taurina). El toro embiste muy destemplado, no le da opción. Sale de la Feria en blanco.

Anécdota insólita La anécdota insólita: el cuarto toro, enorme (parece ese buey Apis egipcio, citado en «Luces de bohemia»), no quiere pelea, huye a chiqueros, regatea a los diestros como si fuera un gambeteador, nadie se le acerca y el presidente lo devuelve. ¡Asombroso! Tenían que haber intervenido banderilleros y picadores para comprobar el grado de mansedumbre: así se ha hecho siempre. Los toros mansos sí tienen su lidia, aunque el público y los diestros actuales no estén acostumbrados a ella.

He recordado a Miguel Hernández: «Los bueyes doblan la frente/ impotentemente mansa/ delante de los castigos./Nunca medraron los bueyes/ en los páramos de España…/ No soy de un pueblo de bueyes/ (sino de otro) con cordilleras de toros/ con el orgullo en el asta/. Los bueyes mueren vestidos/ de humildad y olor de cuadra». Como si lo hubiera visto esta tarde, en Las Ventas.

Postdata. La negativa a conceder la oreja a Fortes ha desencadenado una gran polémica. He visto muchas decisiones tan absurdas como ésa pero lo que pasa en San Isidro tiene más repercusión. Cada Autonomía tiene su Reglamento taurino (es absurdo pero es así). Para presidir una corrida, ser muy aficionado es condición necesaria pero no suficiente. No basta con proclamarse buen aficionado para serlo. La concesión de trofeos, en San Isidro, tiene una repercusión artística y hasta económica grande: un policía garantiza, en principio, la independencia. Un curso para formar presidentes es bueno pero no puede ser requisito obligatorio, si no da un título oficial. Además de saber de toros, para ser buen presidente hace falta criterio claro y carácter ecuánime, algo que pocos tienen, en un mundo tan pasional.

El País

Por Antonio Lorca. ¡Fuera del palco!

¡Madre mía, cómo está el palco de Las Ventas! Para cerrarlo, oigan; para cesar a todo el equipo y renovarlo por completo. Tres errores, a cual más grave, en siete festejos son muchos para una tauromaquia languidecente y necesitada de presidentes con criterio y autoridad. El pasado viernes, la autoridad le negó a Fortes una oreja de libro; el domingo, otro presidente hizo lo contrario y se la concedió a Francisco José Espada sin motivo justificado, y ayer, en el colmo de los despropósitos, se devolvió un toro al corral ¡por manso!

Apúntese el dato: el 14 de mayo de 2018, se ha producido en la Feria de San Isidro un hecho insólito e histórico, prueba cierta del profundo mal que aqueja a la tauromaquia desde dentro.

El suceso acaeció en el cuarto de la tarde. Ordenada la salida del toro, el animal tardó un mundo en asomar los pitones, y lo hizo con preocupante parsimonia y evidente desgana. Anduvo unos pasos, oteó el horizonte, olisqueó la arena y alzó la cabeza cuando avistó a un humano vestido raro —el subalterno Ángel Otero— que se acercaba a sus lindes. Lo miró con desconfianza y, cuando el torero movió el capote para llamar su atención, el toro pegó un respingo que no se murió del susto de milagro. Acobardado, huyó primero hacia la puerta de toriles, ignoró las llamadas de los toreros y mostró un miedo impropio de un toro bravo.

El público comenzó a impacientarse ante la pasividad del presidente que, según el reglamento, debe ordenar la salida de los caballos y, en el caso de que no sea posible picar al toro, indicar la colocación de banderillas negras. Pues, no. En contra de toda norma, decidió devolver el toro a los corrales, lo que provocó el lógico enfado del respetable, que le dedicó una sonora bronca. Todo toro manso tiene su lidia; lo que no tiene solución es un presidente incompetente dispuesto a pasar a la historia por una decisión tan sorprendente como sonrojante.

En lugar del manso salió un toro escurrido de carnes, manso y noble en la muleta, con el que David Mora dejó dicho que no está en su mejor momento. Que está muy mal, en otras palabras. La faena fue larga. Mezcló muletazos largos y hondos con otros superficiales y detalles de una incomprensible cursilería. Se enredó a la hora de matar y escuchó dos avisos. Lo que no escuchó fue la bronca que hubiera recibido en otros tiempos no lejanos.

Ya en su primero dejó la sensación de que su toreo está necesitado de mando, poder y estructura. El toro desarrolló movilidad y casta, y el torero —molestado por el viento— fue incapaz de enhebrar una faena con unidad y ligazón. Desconfiado y dubitativo, otra vez dibujó algunos muletazos ceñidos en el contexto de una faena sin emoción. Sí fue buena la estocada.

Tampoco brilló a la altura esperada Juan del Álamo. Lo mejor de su actuación, las aceptables verónicas y las tres extraordinarias medias con las que recibió a su primero y el inicio por bajo en el tercio final a ese mismo toro. El resto fue un trabajo mediocre y desordenado, un quiero y no puedo y la conclusión de que es un torero frágil, incapaz de estar por encima de un toro con problemas, pero, también, con la casta suficiente para aventurar un triunfo. Larga e insulsa fue su labor ante el quinto, de menos calidad que el segundo.

Y Garrido se va de la feria sin la mínima oportunidad para afrontar con ciertas garantías el resto de la temporada. Tampoco ayer tuvo suerte en el sorteo. El peor lote, el suyo. Apocado, docilón, sin clase y feo estilo fue su primero, con el que solo pudo estar afanoso, y muy deslucido el sexto, con el que, además, falló reiteradamente en la suerte final.

Y otra tarde lucieron los hombres de plata: Ángel Otero, en las banderillas, y Jarocho y Antonio Chacón, con los garapullos y el capote. Algo es algo…

La Razón

Por Patricia Navarro. Unos gigantones para el olvido

“Opaco” vino a Madrid a pasearse. Lo tenía claro. Salió al ruedo en cuarto lugar. Sorteado por David Mora. Ya se le vieron las maneras nada más asomar por toriles. Como quien se despierta de la siesta y se enfrenta, de pronto, sin cafelito de por medio, a 20.000 personas. Una locura. Desidia debió sentir. Pereza total. Atolondrado. “Opaco” protagonizó la historia desde entonces del toro no bravo. El no bravo que huyó de capotes y personas y buscó la salida por toriles. No consintió ni un solo lance, ni un relance, ni un atisbo de algo que se le pareciera. Le pidió David Mora el cambio de tercio ante esta situación y el presidente optó por atajar el problema a las bravas, las carencias del toro, y más que cambiar el tercio cambió al animal al completo. Se armó una buena. Reglamentariamente dejaba vacíos. Salió el sobrero de José Cruz y estaban los ánimos revueltos, eso sí, más despejados de lo que habían estado toda la tarde. Fue toro bueno, noble y repetidor, pero la cosa no fue. Sí en los comienzos, relajado Mora y bonito el toreo. Después se diluyeron uno y otro y la faena acabó por atascarse.

643 kilos tuvo el quinto. Una barbaridad y una exageración. A todas luces. O sin ellas. Salió el toro. Bueno se asomó más bien como una amenaza de la mansedumbre anterior. Pero esta vez el banderillero se hizo con la situación y salió a escena después Juan del Álamo. Nobleza y sosería el toro. Extensión una faena que no acabó de levantar el vuelo. Nobleza y repetición había tenido el segundo, que acudió al engaño con más inercia que entrega y escasa humillación, pero se dejaba hacer. En esa misma dinámica de no apretarse en el engaño diseñó Juan del Álamo la faena, correcta pero punto por fuera. Cumplidora pero sin grandes aspiraciones.

Antes, en el tercero, hubo un intento, como en mitad de la nada, de querer despejar la tarde, aclarar las ideas, renovar las ilusiones, enmendar la séptima de abono, rescatarnos del aburrimiento que, poco a poco, iba anidando en los tendidos. Poro a poro. Sin fisuras. El intento, hablamos en singular hasta entonces, acaeció en el tercero, en el saludo de capa, cuando a la mitad, quiso José Garrido torearlo a la verónica pero de rodillas. Intento frustrado. Se valora. Todo. Y más cuando no se tiene nada. Iba y venía el toro con cierta largura y ninguna apetencia. Así la faena de Garrido se convirtió en los siguientes intentos que, en verdad, no nos llevaron a ninguna parte. El sexto soltaba la cara, el cabezón, y llenó la faena de amargura ante la imposibilidad de lucimiento.

Entre silencios había transcurrido la faena de David Mora al primero de la tarde. Se movió el toro, sin humillar, con sus complicaciones, y más agradecido cuando el toro se sentía sometido y rompía la embestida hacia delante. La faena de David no rompió la frialdad que imperaba en el ruedo venteño. Y nos esperaba más. Y nos esperaba todo. Una tarde de gigantones, y frío, para el olvido.

Madrid Temporada 2018.

madrid_140518.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:21 (editor externo)