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Plaza de Toros de Las Ventas

Domingo, 15 de mayo de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: toros de Juan Pedro Domecq y hasta 3 sobreros, de Juan Pedro, José Luis Marca y Conde de Mayalde. Mansos y descastados.

Diestros:

Alejandro Talavante: silencio y silencio.

Andres Roca Rey: palmas y silencio.

Posada de Maravillas: confirmó alternativa, silencio y silencio.

Destacaron:

Entrada: no hay billetes.

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7027

Video: http://bit.ly/1VXSAw6

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Juan Pedro cede a la maldición del azulejo

Posada de Maravillas, torero dinástico de un siglo atrás, confirmaba alternativa con “Danzarín”, de Juan Pedro Domecq. Para los amantes de los datos: número 50, de 590 kilos y cinqueño. Del mismo nombre que el toro de Garzón que Antoñete inmortalizó en el 82.

Posada brindó a su apoderado Luis Álvarez. Había lanceado a pies juntos por delantales al alto y corpulento juampedro, de oscura piel, armado y listón. De salida. Luego en el quite quiso interpretar la verónica y lo mejor fue la media con la que se abrochó.

Danzarín apenas humillaba por pura morfología, apenas se empleaba y apenas nada decía. De cada envite, un enganchón. Hasta que Posada le encontró la distancia. Más la distancia (perdiendo pasos) que el sitio. De Danzarín a danzarín. Paró poco el nieto del inolvidado Juan, alternó las manos y se eternizó en una personal interpretación del volapié: perdió la muleta en todos los encuentros. Hasta el aviso.

Volvía Alejandro Talavante después de haber marcado el territorio el viernes y 13 con feroz capacidad. El colorado toro de Juan Pedro traía la anatomía en cuesta arriba. Montado el lomo. Cada embroque lo abandonaba con su seria cara alta. En el saludo a pies juntos de airoso remate a una mano y en toda la brega de Trujillo. No contó el quite por tafalleras y caleserinas de Roca Rey, obviamente. Suerte de nula obligación y tremenda exposición. Talavante acudió a ofrendar al Rey emérito el brindis que el otro día se olvidó. Y con el cartucho de pescao se fue a los medios. Una especie de dosantina prendió como un fogonazo. La zurda ofrecida tan pronto. Pero el juampedro sólo descolgaba en el tramo inicial del muletazo. Y perdía en seguida el celo, el gas y finalmente la vista. Talavante intercaló los pitones con el mismo eco: ninguno.

Roca pisó en silencio el ruedo de Las Ventas. Ni una palma después de su Puerta Grande. Discutida o no por un tantito así, el tipo se jugó la vida sin reservarse nada. Pura entrega. El tercero de Juan Pedro contaba con un dibujo de bajísima alzada. Recortada además. Lo que se dice un zapato. Un contraste de escalas con la estatura del peruano. No cambió la tónica del contado castigo en varas. Talavante interrumpió por verónicas con un esbozo simplemente por no molestar ni obligar. Roca Rey le hizo las veces a Don Juan Carlos y se clavó como un poste. Por alto el prólogo. Una primera tanda de derechazos de hallar el punto al buen y tardo pitón derecho. En las dos siguientes lo encontró. Con temple y el secreto de llegarle mucho al hocico y dejársela puesta después. Redondos de lento pasar e inmensos pases de pecho. La espaldina como sello de la casa sólo apareció en mitad de la única serie al natural. Esa mano no era. Y la derecha solo volvió a ser en tres redondos que extrajeron el último aliento del toro. Faltó final y ese extra de emoción y continuidad que el poderoso toreo de Roca necesita para trepar. Roca y cualquiera. No sé.

Juan Pedro Domecq había descubierto por la mañana el azulejo como ganadero triunfador de 2015 en San Isidro. La maldición del azulejo no debía por qué existir cuando la había anulado el año anterior por la gloria de 2014. ¿O fue con Parladé? El caso es que esta corrida de Juan Pedro Domecq, pese a contar con cuatro cinqueños, en poco se asemejaba a la del año pasado. Ni por fuera ni por dentro. Y cedió al conjuro. Así Alejandro Talavante desistió más pronto que tarde con la hueca embestida del trémulo cuarto.

La devolución del quinto fue como penalti y expulsión. Derribó a Roca Rey cuando quitaba por saltilleras. Escapó el torero rodando con velocidad de molinillo. El juampedro rodó también con cara de yo no he sido. Tarjeta roja directa. Léase pañuelo verde.

Al sobrero de sacudidas carnes, también de Juan Pedro, Roca Rey le puso toda la leña en el asador ¡por gaoneras! Y libró aquel arrebato con una larga cambiada de rodillas. Bárbaro esfuerzo que se fue al garete con una nueva devolución. La banda atacó nuevamente un pasacalles. Y la peña coreando con espíritu de isidros “por la Puerta de Alcalá, la florista viene y…” así nos va. ¡Ay, Madrid!

Al tópico: tarde de expectación, tarde de decepción. A lo que vino a contribuir un sobrero de José Luis Marca. Genios haberlos, haylos. Y entre los taurinos sobran. Negro, bajo, armado y parado. Sin poder con su alma ni con el fondo que no tenía. ¿Se sorprendió alguien? Roca Rey a lo peor sí. Un marmolillo al que liquidó con brevedad.

El último y ligero juampedro andaba también levemente cojitranco. Posada le pegó un garbeo para que lo viera todo el mundo. O no se entiende. En cuanto dobló una mano en el caballo, el presidente, ya con el pañuelo flojo, lo regresó. Lo que tampoco se entiende. Noveno toro, tercer sobrero. Del Conde de Mayalde. Cuajado y sangrado a modo en el caballo. Posada de Maravillas cumplimento al Rey emérito. El noble toro acusó el castigo desproporcionado para las notables condiciones que apuntaba. El toricantano se quedó como cuando quiso hacer el cartucho: arrepentido. O a lo mejor no.

El País

Por Antonio Lorca. “Viva el toro”, dijo una voz popular

Andaba Talavante intentando justificarse ante su primero, un animalucho descastado y sin aire en los pulmones cuando una voz del tendido gritó “Viva el toro”. Momentos más tarde, cuando Roca Rey se preparaba para un quite ante el quinto titular, se oyó otra sentencia: “Viva la invalidez”.

Ya está dicho todo: no hubo toros y los animales de cuatro patas y de variadas capas que pisaron el ruedo padecían de una manifiesta invalidez. Hasta nueve salieron por chiqueros y ninguno hubo que mereciera la pena. Así las cosas, el personal se entretuvo con los compases de la banda de música, que aprovechó la festividad de San Isidro para interpretar el chotis Por la calle de Alcalá, seguido y bailado con entusiasmo por los tendidos, y la cantada general de la recogida (una, dos… y así hasta seis) de las banderillas que quedaron en la arena duranta la lidia del sexto.

En fin, que el festejo terminó cerca de las diez de la noche y no pasó nada. Bueno, pasó que, una tarde más, la figura, Talavante, el serio aspirante, Roca Rey, y el que pretende serlo, Posada de Maravillas, se presentaron en Madrid sin toros, lo que supuso otro fraude a la afición. Y, después, se quejan de que cada año disminuya el número de abonados. Ni San Isidro desde las alturas puede impedir que la fiesta decaiga cada temporada con engaños tan evidentes y continuados.

Parece que Talavante lo intentó, pero fue imposible. Recibió a su primero con unas verónicas suaves, sin hondura y comenzó el tercio final con la muleta plegada, al estilo del cartucho de pescao, y salvó la papeleta con un pase por alto cambiado. Parecía que el toro…, pero qué va. Ahí se acabó.

El otro era un inválido colmado de sosería, el torero lo intentó sin aparentes ganas y menos posibilidades. Hasta otra.

Y volvió el ciclón Roca Rey, que viene apretando una barbaridad con un encomiable deseo de triunfo, valiente, entregado y comprometido en todos los tercios. Participa en quites y luces más en tafalleras, saltilleras y gaoneras que en la verónica clásica. Se ve que aún no le ha cogido el truco. Se le vio más sosegado que el día de su confirmación, con la cabeza en pleno rendimiento y no perdió la parsimonia, los andares lentos, y el gusto por los movimientos con torería. Su primero era un novillo regordío, y comenzó la faena de muleta con muletazos por alto, atornillada las zapatillas, confiado y seguro. Siguieron tres tandas de redondos en las que embebió la embestida del toro, el engaño siempre en la cara y ligó con suficiencia y gusto. Lo intentó con la zurda, pero el animal no respondió. Alargó la faena y escuchó un aviso antes de pinchar. Quedó, no obstante, su imagen de torero valiente que debe modular su juvenil y, a veces, aturrullada concepción del toreo. Devolvieron el quinto a los corrales, pero momentos antes se llevó un susto gordo: tras quitarlo por saltilleras, resbaló en la cara del animal, y se libró de la posible cornada porque el inválido se derrumbó mientras el muchacho se alejaba del lugar dando vueltas sobre sí mismo. Recibió al sobrero con apretadas gaoneras y una larga cambiada de rodillas, pero también el animal también volvió por donde vino y el toro de Marca topada en lugar de embestir, por lo que todo quedó en una actitud voluntariosa.

Y confirmó la alternativa Posada de Maravillas, un chaval que deslumbró en sus inicios como novillero, lo paró en seco una grave herida en los tendones de la mano derecha sufrida en los Sanfermines. Ha vuelto con escaso conocimiento y poco mando. No estuvo bien. Su primero embistió con genio, y exigió una muleta asentada que no existió. El examen fue muy difícil y no lo aprobó. Lo intentó de nuevo ante el sexto, pero el sobrero del Conde de Mayalde carecía de clase.

ABC

Por Andrés Amorós. Figuras y toros flojos, bronca segura

La flojedad de los toros de Juan Pedro da al traste con un cartel de gran expectación. La historia se repite: con toros que se caen y tres sobreros, es justo que el público se enfade.

Confirma su alternativa el extremeño Posada de Maravillas, de ilustre dinastía. En el primero, maneja el capote con estética barroca; brinda a Luis Álvarez, su apoderado; el toro es pegajoso y la faena no remonta. Pincha, entrando de lejos. El sobrero de Mayalde saca casta pero le hacen entrar tres veces al caballo y cinco, pasan los banderilleros. Posada brinda a Don Juan Carlos y se justifica con decisión. Nada más.

Con dos reses anodinas, Talavante no tiene opciones. Al segundo no le pegan (como a todos sus hermanos): protestas. La gente aplaude que, esta vez, sí brinde Talavante a Don Juan Carlos. El toro enseguida se viene abajo, se apaga por completo: «como una gaseosa de bolita», decían antes. Mata mal: la gente se consuela con vivas a los toros, a España y al Rey. El quinto va y viene sin decir nada, además de caerse. Sólo puede esbozar algunos naturales. Vuelve a fallar con la espada.

Le toca a Roca Rey mantener el altísimo nivel del día de su confirmación. Se le recibe con expectación y exigencia. El tercero flojea y surge la bronca. En el brindis al Rey –me dicen– le invita a que acuda al bicentenario de Acho. Se escucha una voz: «Hay que venir con toros». Y no le falta razón. Andrés, muy sereno, liga algunas tandas excelentes por la derecha, con la mano muy baja; por la izquierda, aguanta los parones (ya le critican la arrucina, que antes fascinaba). Al pararse el toro, se mete entre los pitones. Suena el aviso, toreando; por eso, se precipita y mata mal.

En el quinto, en un quite, cae en la cara del toro, se libra por rodar muy ágilmente y el toro también se cae: lo devuelven. En el primer sobrero, protestado por chico, acalla las voces recibiéndolo directamente con el capote a la espalda: un gesto de torero. Pero el toro también se cae y es devuelto. (La gente sólo se consuela de tanta devolución escuchando el chotis «Madrid», de Agustín Lara, y «Los nardos», de «Las Leandras», que cantó Celia Gámez). El nuevo sobrero, de Marca, también claudica: se mete en su terreno sin éxito; cuando el toro se para, acierta al no prolongar. Le ha funcionado la cabeza. Esta tarde no ha habido suerte pero la gente sigue hablando y discutiendo de Roca Rey: es la miel y la hiel de que, en Las Ventas, ya se le considere figura del toreo.

Grupo Joly

Por Luis Nieto. Tres horas, nueve toros y cero triunfos

Gran expectación el día del Patrón, San Isidro, con Las Ventas hasta la bandera para uno de los carteles estrella del ciclo, con Talavante, uno de los diestros predilectos de Madrid, Roca Rey, quien abrió la Puerta Grande el pasado viernes y Posada de Maravillas, que confirmaba alternativa, con toros de Juan Pedro Domecq, ganadería triunfadora en la pasada edición. Una propuesta maravillosa que se resolvió con una función decepcionante, con los diestros de vacío y fracaso ganadero.

La leyenda taurina cuenta que a la ganadería que le dedican un azulejo en Las Ventas como triunfadora del año anterior, si lidia ese mismo día, como ocurrió ayer con Juan Pedro Domecq, fracasa. Pero fuera de supersticiones, vamos a lo sucedido.

El diestro que logró mejores cotas y pasajes del interminable festejo fue Roca Rey, a quien se le esperaba y a quien se midió. El limeño se las vio en primer lugar con un astado bajo, musculado, enmorrillado, con poco cuello y que con movilidad y nobleza embistió bien por el pitón derecho. El peruano realizó una faena larga, en la que logró notables pasajes con la diestra en una tanda despaciosa y otra con ligazón y embebiendo al toro. Por la izquierda, el toro no embestía bien. Cuando retornó a la derecha, al astado le costaba embestir. Tras un desarme en un pase de pecho ya no hubo más. Además, el torero se mostró desacertado con la espada.

En su segundo acto sucedió algo inédito. Hubo protestas por su flojedad y el presidente, que lo mantuvo, lo devolvió tras un lance comprometido en el que el toro se derrumbó cuando estaba a punto de alcanzar a Roca Rey, que había caído en la arena y se hizo el quite haciendo la croqueta. El quinto bis, del hierro titular, fue devuelto por su flojedad tras un recibo de capa clamoroso del peruano en los medios, dibujando gaoneras, rematadas con una larga cambiada de rodillas. Con el quinto tris, de José Luis Marca, musculado y con peligro, no tuvo opciones al lucimiento y a punto estuvo de ser herido en el abdomen a cambio de una estocada certera. Afortunadamente, todo quedó en un pitonazo que le rajó la taleguilla a esa altura.

Alejandro Talavante pasó sin brillo ante su lote, a excepción del manejo de la capa, con suaves verónicas. Ante su primero, de buenas hechuras, noble y sin entrega, concretó un trasteo que no pasó de correcto. Comenzó en los medios con una pedresina y únicamente tuvo cierto nivel una tanda con la izquierda.

Con el altote, largo, flojo y noble cuarto, el trasteo de Talavante fue anodino.

Posada de Maravillas quedó inédito. Se empeñó en lidiar en las rayas al noble que abrió plaza, al que lanceó con buen aire a la verónica. Brindó su faena de confirmación, sin sal ni ligazón, a su apoderado Luis Álvarez y mató mal.

El que cerró plaza fue devuelto por su flojedad. Saltó un sobrero de Conde de Mayalde que derribó en un encuentro y salió con pies, pero se vino abajo pronto tras una desacertada brega y un mitin de los banderilleros. A la muleta acudió sin entrega y se paró. Posada de Maravillas, que no es precisamente un lidiador experto, no tuvo opciones para el lucimiento artístico.

En resumen, espectáculo de casi tres horas, nueve toros y cero triunfos en el día del Patrón, San Isidro, en festejo de máxima expectación que acabó en decepción.

madrid_150516.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:15 (editor externo)