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PLAZA DE TOROS DE LAS VENTAS

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Miércoles 30 de mayo de 2012

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: toros de Carriquiri (muy desiguales de hechuras. Mansos y deslucidos todos. El 6º se arrancó de lejos en el caballo pero no se empleó después en el peto, manejable en la muleta pero a menos).

Frascuelo. Silencio y silencio.

Ignacio Garibay. Silencio y silencio tras aviso.

Javier Castaño. Palmas y vuelta al ruedo.

Entrada: tres cuartos de entrada.

Crónicas de la prensa: COPE, El País, El Mundo, La Razón, EFE, Marca, Sur.

COPE

Por Sixto Naranjo. Javier Castaño o la emoción de una lidia

Se iba la tarde por el despeñadero del aburrimiento y la mansedumbre por culpa de una deslucida corrida de Carriquiri, Nadie ya esperaba milagros. Todos menos Javier Castaño. El salmantino, en un gran momento de forma, salió a por todas en el sexto y no dudó en ofrecer la emoción que depara una lidia completa. Tan fácil, tan difícil. El torazo de Carriquiri que cerraba plaza era un tanque de 633 kilos, con hechuras más propias de un charolés de carne que de un toro de lidia. Un primer picotazo lo tomó al relance en toriles, pero después, ya en la contraquerencia, llegó el momento culminante y más espectacular del festejo. Castaño generoso hasta decir basta con el toro, poniéndolo de largo y el toro arrancándose con poder desde la distancia. Tito Sandoval, a caballo, toreando y picando de forma sublime. Cada vez más distancia y cada vez menos entrega del toro en el peto. El público en pie tras tres puyazos de ley. Y después, dos pares de banderillas brillantes de David Adalid. Las palmas echaban humo.

Siguió con la montera calada Castaño para iniciar la faena saliéndose a los medios con un cambio de manos y un pase de pecho que presagiaban algo grande. Firme, cruzado al pitón contrario y encajado, el salmantino tiró del toro, que se venía con todo a la muleta. A derechas mejor, por la zurda llegó algún enganchón con el toro soltando la cara más descaradamente por este pitón. Y un final de torero valiente, entre los pitones, apabullando al toro que terminó podido de veras. Media estocada y un golpe de verduguillo dieron paso a una petición escasa que devino en una vuelta al ruedo ganada a ley por Javier Castaño.

Antes en su primero, había apostado por un animal que se frenaba al llegar a la muleta. Sólo en la cabeza de Castaño existía la posibilidad de robar una tanda al natural de perfecto trazo y temple. También hubo toreo de cercanías ante de una ovación que sonó a reconocimiento. El viernes espera la corrida de Cuadri. Castaño sigue cotizando al alza.

Menos opciones tuvieron Carlos Escolar ‘Frascuelo’ y el azteca Ignacio Garibay con sendos lotes deslucidos. Lo del veterano torero madrileño sólo hay que valorarlo desde la sensibilidad de ver a un hombre de 63 años enfrentándose a dos toros en la plaza de Las Ventas. Las ganas y la ilusión por vestirse de luces suplen la lógica falta de facultades que a veces aparecieron en las faenas de Frascuelo. Digno se mostró con el parado primero que huyó a toriles y al que extrajo algún redondo a base de insistir y provocar su embestida. Menos posibilidades sacó el cuarto, que tras pasar por el caballo llegó parado a la muleta midiendo siempre al veterano diestro.

El segundo del festejo pareció tener viajes más claros en los primeros tercios, pero un sanguinario segundo puyazo dejaron al de Carriquiri para el arrastre. Ignacio Garibay alargó sin motivos una faena ante un marmolillo muerto en vida. El quinto fue otro pedazo de toro de 624 kilos y dos puñales por pitones. Se movió a su aire en el último tercio y el azteca, pese a su disposición, no terminó de apostar antes de que el toro se rajase.

El País

Por Antonio Lorca. Seis mansos, un valiente y un picador

Afirmar que la corrida de ayer fue una mansada no refleja con exactitud el comportamiento de los toros. Quizá, mejor, una mansada infernal, o una pasarela de bueyes o de mulas. Imposible corrida, desde el primero hasta el último, a pesar del espejismo del último, que acudió desde los medios al caballo del picador Tito Sandoval, pero huía que se las pelaba cuando sentía el hierro en sus carnes. Toros huidizos de salida, cobardes que buscaban con desesperación la puerta al campo, rajados ante los caballos, con las caras siempre por las nubes en un terco intento por quitarse el palo de encima. Y parados, descastadísimos y sin clase alguna en la muleta, tercio, en el que no sirvió ninguno. De ahí, que no hubiera un solo capotazo airoso en toda la tarde, ni un muletazo que se recuerde, ni ná de ná…

Bueno, tampoco esa es la verdad. Hubo cosas, y algunas importantes, como suele ocurrir cuando aparece un torero dispuesto a hacer frente a la adversidad y a jugarse los muslos sin trampa ni cartón.

Se llama Javier Castaño, y superó con nota el dificultoso examen que le presentaron dos toros complicados, broncos, con malas ideas y sin una gota de sangre brava en las venas. Y lo aprobó con decisión, con un valor digno de elogio, con una deslumbrante firmeza, con pundonor, con entrega y con raza de héroe. Como ha ocurrido siempre cuando un torero ha querido demostrar que es capaz de estar por encima de su oponente.

Protagonizó, además, un gesto infrecuente: se cruzó en sus dos toros. ¡Qué estampa más torera cuando buscaba el pitón contrario y citaba con la muleta planchá! Qué torera y qué extraña, porque eso no lo hace hoy prácticamente ningún miembro del escalafón de matadores.

La plaza se lo agradeció, como no podía ser de otra manera, y le obligó a dar la vuelta al ruedo tras matar al sexto como premio a toda una actuación muy seria, muy emocionante, aunque no brillante porque la nula calidad de lo toros impidió el lucimiento.

Y hubo un picador, Tito Sandoval, que se sintió lo que es, torero a caballo, y realizó la suerte de picar en el último con enorme brillantez. Llamó la atención del toro, le ofreció el pecho del caballo y señaló en todo lo alto hasta cuatro veces, las mismas que el animal acudió de largo desde los medios en un espejismo de bravura, pues no presentó pelea en ninguno de los encuentros.

Y hubo dos señores vestidos de luces: Frascuelo e Ignacio Garibay.

Si se tiene en cuenta, -que se debe tener-, la nulidad de sus oponentes, nada hay que objetarles, pero la torería no consiste solo en la búsqueda del triunfo, sino en los andares por el ruedo, en la actitud, en la disposición…

Frascuelo, que fue recibido con una ovación que agradeció desde el callejón, decepcionó. Esa es la verdad. Es un torero admirable, pues lo es quien con 63 años hace el paseíllo y mantiene la ilusión. Pero hay que hacerlo con todas sus consecuencias. Y ayer se le vio desganado, precavido en exceso, sin recursos, desconfiado, como fuera de la lidia, sin el ánimo necesario para solventar la difícil papeleta. Vamos, que no respondió a la expectación que en esta plaza crea siempre su presencia. Si inhibió con el capote e intentó justificarse con la muleta, pero, tan despegado siempre, que lo empeoró.

Y el mexicano Garibay quedó inédito. No parece torero para toros tan ásperos. Su primero se desplomó dos veces en la arena cuando intentaba pasarlo con la muleta, y la gente protestó con razón cuando el torero hizo un desplante ante lo que era, no un toro, sino un proyecto de cadáver. Y el quinto solo sabía andar mediante arreones y tornillazos. De todos modos, también al torero se le vio afligido, y esa no es una buena carta de presentación.

La Razón

Por Patricia Navarro. Castaño se inventa un toro de una mansada

Dábamos todo por perdido, incluso se pensó en ese momento que Javier Castaño se iría a por la espada. El toro manseó a gusto, pero hubo muchos candidatos para quitarle el récord de huidas. Éste, el tercero, además de salir suelto, además de no querer caballo después, miró de tú a tú al torero cuando fue a pararle con el capote. Frenado, con la cara alta, mirando más de la cuenta, radiografía al paso, un trago. La faena tenía mala pinta antes de empezar. Se tragó el primero, y el segundo, sin humillar, claro, pero al tercero se revolvía rápido en busca de presa. En la misma barriga le puso los pitones una y otra vez. Javier Castaño, que venía envuelto en el halo de gesta histórica de Nimes, (seis toros de Miura para él solo) multiplicó su entrega por tres de lo que merecía el Carriquiri. Cogió la zurda, ahí pensábamos en el final, amordazó al miedo, en una armoniosa verticalidad, cruzado hasta invadir el terreno del toro, y convenció al animal para coger el engaño sin otra opción. Aplomo y firmeza. La misma que tuvo para entrar a matar en la dolorosa rectitud.

Tito Sandoval fue picador de los buenos con el sexto. Hasta tres veces le puso Javier Castaño el toro en suerte. En la distancia, muy larga, es verdad, ahí acudía el animal. Pero olvídense de apretar, de humillar o de entregarse en la pelea. En la boyantía del viaje olvidaba la bravura el toro, sin embargo Madrid aplaudió a rabiar a Tito, normal, a Castaño, también, se reivindicaba el tercio, y al toro, y eso se entiende menos. Adalid se llevó otra ovación de justicia. Buen banderillero y sin necesidad de venderlo.

No perdonó Castaño en esa carrera al infinito ni una ni media. Qué convicción delante del toro, qué infranqueable valor para hacer el toreo puro a un animal que hizo lo mismo que en el peto: acudir pero sin humillar y sin entrega. Duró poco el toro, una eternidad el torero. De haber encontrado el sitio con la espada, Javier Castaño se hubiera dado la vuelta al ruedo con un trofeo de los que marcan distancia en el escalafón.

Frascuelo a sus 64 años saldó su paso por Madrid con mucha dignidad y dos toros mansos e imposibles para el lucimiento. El cuarto puede que se alzara con el primer puesto de mansedumbre. Desde que salió de toriles, carrera para un lado y el otro, siempre a la huida. Saltó en el caballo en vez de entregarse en el encuentro y hubo después un poema interminable de capotazos encadenados hasta que el torero cogió la muleta. El toro tuvo nobleza, sin humillar y pocas aspiraciones de dejar a Frascuelo robarle muletazos con hondura. Anduvo centrado el torero. Digno. Dignísimo y sin renunciar a dejar el aroma al torero de siempre. Si en Madrid se le quiere, se le podía tratar mejor.

Fernando Galindo bregó perfecto al quinto, manso, agarrado al piso, que hizo pasar lo suyo a los banderillos, mientras el matador, por momentos, se desentendió del toro, hasta que no hubo más remedió que empezar la faena de muleta.

Ignacio Garibay, uno de los ocho mexicanos que han hecho el paseíllo en Madrid, imprimió voluntad al trasteo pero sin compromiso, sin atacar al manso toro que salía con la cara alta, sin entrega y que no tardó en rajarse. La faena no tuvo continuidad. Tampoco había mucho más. Su primero, segundo de la tarde, tuvo tanta nobleza como invalidez. Qué mérito Javier Castaño inventarse toro y faena en una mansada.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Vuelta al ruedo de ley para un inteligente y valiente Javier Castaño

Cuando un torero está en su momento, ve toro por todos los sitios aunque no haya toro por ningún lado. El caso de Javier Castaño con el tercero de abierta cara y lavadita expresión. Lo midió en el caballo. Se resistió a ir, pero fue. Y en la muleta iba pero se frenaba. Con la cara alta. Y con guasa por el derecho. En cada tercer muletazo de cada serie, se lo encontraba encima. O debajo. Castaño anduvo con un valor sordo. buscando la colocación con la izquierda y el pitón contrario. Y aunque el lucimiento quedara para mejor ocasión se inventó una serie de naturales a pulso. Y respiró en la cara en las distancias cortas. Paciencia y sitio para pisar el terreno. Mucho mérito. Lo mató de una estocada tendida y oyó una ovación.

Dentro de lo mansa que venía saliendo la corrida de Carriquiri, el segundo sacó buen estilo en la muleta. Pero no podía. Lo habían tundido en dos puyazos tremendos y traseros en la querencia. Dos lanzazos en el espinazo. Lo acusó mucho en la muleta de Garabay, que de principio no midió su violencia: uno bajo y lo tiró; otro trincherazo y lo volvió a tirar. Y un derechazo en los medios que volvió a dar con los huesos del toro en el ruedo. Cuando quiso templarlo a media altura, la embestida era humillada y dulce. Midió mal todo. Y peor con la espada.

Frascuelo se encontró con un manso para abrir la tarde redondo por todos los lados. Se hizo pronto presente y en el “7” el toro lo desarmó. Manseó todo y más el de Carriquiri en un mar de capotazos. Tardó mucho el veterano torero en mover los caballos. Luego el toro con la muleta se le fue a toriles y se paraba. Hacia dentro se tragaba algún muletazo sin terminar de humillar. Lo intentó Frascuelo sin resultados.

El cuarto fue un torancanazo huidizo y manso. Frascuelo anduvo más rápido en buscar con la acorazada del castoreño las querencias. El hombre se estrelló contra el muro. De medios viajes. Cazó una media estocada habilidosa. El quinto era un buque de 624 kilos camino de los seis años. Tremendo. Garibay ya el año pasado se llevó un pablorromero de 672 kilos. El hombre tiene mano… De caballo a caballo, lo majaron en un puyazo en la querencia con el jaco hasta los medios. No había modo de otra cosa. Fernando Galindo se ganó el sueldo en la brega. De uno en uno por la derecha viajaba el torazo. A su aire. De otra forma no lo hubiera consentido. Y aún así se rajó pronto.

Otro enorme era el sexto, largo y hondo. Un puyazo corrido de refilón en la querencia. Castaño lo puso en largo en la contraquerencia y el toro fue. Y lo volvió a colocar todavía más en largo en otro en el que también se arrancó con alegría. Y una vez más, aunque el toro al llegar no se emplease y se soltase. Pero fue un espectáculo el galope. ¡Qué generoso Castaño! La afición lo agradeció. Tito Sandoval valiente. No se desmonteró Castaño. Un cambio de mano enorme. Y un pase de pecho recio. En los medios, distancia y atadas las zapatillas. La arrancada del toro era con todo. Cuatro y el de pecho. Y otra vez igual muy encajado. Más por abajo el torero que la embestida por la izquierda. Ya estaba hecha la faena. Por la derecha lo aguantó ya apagado el fondo. Se arrimó como una bestia. Tenía la oreja. Media estocada tendida y descabello la impidieron. No suficiente causa para no pedir la oreja. La vuelta al ruedo fue de ley. De peso.

Marca

Por Carlos Ilián. Castaño es el sucesor de Luis Francisco Esplá

En el selecto sanedrín taurino del Abba Madrid, donde Guillermo Fuentes reúne a pocos y escogidos aficionados y no los bocazas de siempre, se dijo que ahora faltan toreros de escuela, que dejen a los jóvenes ese testigo que las anteriores generaciones se han ido pasando unas a otras y que se llama tauromaquia clásica.

Con Luis Francisco Esplá creíamos que se iba el último clásico, el que recogió el testigo de Antonio Bienvenida. Por fortuna ya tenemos a quien seguirá impartiendo clasicismo y torería. Se llama Javier Castaño.

En el último toro de una tarde que, excepto la firmeza del propio Castaño para exprimir las imposibles embestidas del tercero, transcurría en el mismo tono gris opaco y triste de esta feria, el torero salmantino encendió la plaza en un tercio de varas antológico. Javier y su picador Tito Sandoval se pusieron de acuerdo para resucitar una suerte devaluada por los intereses mezquinos del nuevo taurinismo.

Y de paso lucieron a Flamenco, de Carriquirri, de 633 kilos y al que Castaño fue dejando de largo hasta el cuarto puyazo que el toro tomó arrancándose del centro del ruedo. Qué emoción y que torería. Un tercio de varas que vale una feria, amigo.

En la muleta Javier Castaño se plantó firme y cruzado para engarzar los derechazos sin mácula y los naturales en los que soportó los derrortes del toro. Un pinchazo hondo y un descabello con torería liquidaron al toro. Por muchísimo menos se han cortado aquí orejitas de risa. El torero se tuvo que conformar con la vuelta al ruedo.

Frascuelo a sus 64 años pasó con dignidad ante su lote. Garibay no tuvo fuelle para soportar la embestida del quinto, un tren, que en otras manos serviría para formar un alboroto.

Sur

Por Barquerito. Javier Castaño y un inmenso toro de Carriquiri, fantástico espectáculo

No se empleó ninguno de los tres primeros toros de la corrida de Carriquiri. Palas claras, pitones rosados, colorado y largo, cargado de carnes, el primero, asustadizo, se distraía hasta con los penachos de los alguaciles, no fijó la mirada en nada y, ajeno y disoluto, remoloneó, se frenó, husmeó y oliscó. Frascuelo pasó página sin ruido. El segundo, salinero, carnes de más, se escupió de un caballo a otro pero acabó cobrando las dos varas de rigor en el picador de puerta. Ignacio Garibay trató de estirarse en muletazos imposibles. Dos o tres óles de burla. Cuatro pinchazos y una estocada tendida.

El tercero, colorado y montadito, fue otra cosa. Lo fijó enseguida Javier Castaño, activo y presente desde el arranque. El torero de Cistierna iba a dejar su impronta en esta corrida tan de trapisonda. Dos puyazos de mucho castigo dejaron mermado al toro, que, sin llegar a avisarse, se enteró, se encampanaba un poco, rebañaba, echaba la cara arriba, se agarraba y no llegó a estar en engaño.

El cuarto, engatillado y astigordo, respiró con el aire bueno de la sangre Núñez-Rincón. Seis puyazos, no todos igual de irreparables, dos de ellos con salida escupida, uno de entregarse y sangrar también. Sedado, el toro tuvo su sonecito en la muleta. Frascuelo no se confió en ninguna baza. Se le fueron los pies. Tampoco escondió al toro.

El espectáculo de trapisonda empezó después. Dos toros negros cinqueños de bestial cuajo. Un quinto con el tronco de un rinoceronte, 624 kilos, algo deforme, como los monstruos que dibujaba Sendak. Al quinto, por huidizo, costó mucho fijarlo. Lo hizo Fernando Galindo con serenidad. Y picarlo costó. Pero Briceño acertó a cazarlo cuando lo tuvo a tiro y no se anduvo con remilgos reglamentistas para cobrar fuera de las rayas una vara épica, de otra época, con el toro empujando hasta los medios, donde se soltó. Garibay no se afligió y resolvió.

La causa mayor fue la del sexto toro y un primer tercio a ratos clamoroso. Pues Castaño, embravecido, original, preparado, listo y dispuesto, tuvo corazón e inteligencia para lograr lucir al toro. Con brevedad, sin apenas artificio, surgió una imagen de toreo antiguo cuyo perfil pendía no poco de la propia estampa tan de toro viejo del toro.

La gente empujó cuando Castaño, calada la montera, se fue por el toro sin más arma que una muleta pequeña y su ayuda de madera. Tres banderas preciosas, uno de la firma, el de pecho. No mucho más: desordenada la embestida del toro, que descolgó, pero pedía tiempo; demasiado encima Castaño, precipitado cuando el toro empezó a pedir árnica o una tregua. El viernes vuelve Castaño.

EFE

Por Juan Miguel Núñez. Enrachado Castaño

No es casualidad lo de Castaño, que viene arreando fuerte desde la pasada temporada prácticamente en todas las plazas importantes donde ha actuado, muchas de ellas “de primera”. La última, el pasado sábado en Nimes, donde cortó cinco orejas a una corrida de Miura que estoqueó en solitario.

Castaño triunfa por todos los atributos que hoy ha mostrado en Madrid. El oficio aprendido, la disposición y el valor, la claridad de ideas para andar con absoluta serenidad, y la ambición, entre otras razones, le han llevado a tan feliz coyuntura en su carrera.

Torero gozalón, suelen llamarlo los profesionales cuando se está en ese momento dulce, por hacer lo más difícil de la forma más fácil. Impensable en la tarde de hoy, como estaban saliendo los toros.

El veterano “Frascuelo” no pudo ir más allá de los pases sueltos en el primero, y a veces ni eso, si acaso medios pases, por la condición del astado, que se frenaba, echaba la cara arriba, tiraba derrotes y se desentendía hasta acabar en la querencia. Tampoco pudo armar faena en el cuarto, que lo poco que embestía era a base de empellones.

Al mexicano Garibay le pasó igual en su manso primero, flojo por si faltaba y duramente castigado en varas. Todo en contra para un trasteo que no llegó ni a las probaturas. El quinto, más complicado aún, costó un mundo llevarle al caballo, llegando a la muleta parado e insulso.

Merecen volver a Madrid uno y otro torero, puesto que se les contrató para matar una corrida en la que se supone que podrían demostrar lo que quieren ser en la profesión. Volver con otros toros que brinden una mínima oportunidad, no como ésta.

Y desde luego a quien se le espera ya en todas las plazas y ferias importantes es a Castaño, por esa capacidad que mostró.

Su apuesta en el tercero, dejándolo crudo en varas a pesar del riesgo que tiene un manso viniéndose arriba, sin embargo, fue la clave. El toro, abanto como sus hermanos, no andaba sobrado de fuerzas, y menos mal, pues se quedaba cortito y “rebañaba” por ambos pitones.

Muy cruzado Castaño, muy de verdad, le hizo pasar. De uno en uno, pero qué mérito tenía cada muletazo, con la “guasa” del toro.

Mejor aún en el sexto. Lección de temple, en el sentido temperamental. La plaza, atónita. El único que no sentía miedo allí era Castaño, que se puso por los dos pitones, imperturbable. Al natural fue tremenda tanta firmeza y serenidad. No faltó la torería en dos cambios por delante de especial regusto.

A todo esto, el toro sin humillar. Se movía el animal, y en el tercio de varas había dado a entender que podía ser bravo por acudir de largo, aunque la primera vez fue en la querencia y no se empleó, como en el segundo encuentro, y ya en el tercero salió rebotado. Es decir, manso.

Castaño terminó pegándose “un arrimón” también algo muy serio, completamente dominado el toro.

Mas no entró bien la espada, y el triunfo queda aplazado. Eso sí, el clamor del tendido en la vuelta al ruedo fue unánime. Javier Castaño, sin cortar orejas, sale lanzado de Madrid.

©Imagen: Inicio de faena de Javier Castaño al sexto toro de Carriquiri. | EFE

Madrid Temporada 2012.

madrid_300512.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:09 (editor externo)