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Plaza de Toros de Las Ventas

Jueves, 30 de mayo de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Adolfo Martín Andrés (de diferente presentación, encastados y complicados; destacó el sexto).

Diestros:

Manuel Escribano: estocada trasera y caída tras avido (silencio). En el 4º resulta cogido. Herida en el muslo izquierdo con trayectoria de 25 centímetros que produce destrozos y contusiona la vena femoral. Pronóstico: grave.

Román: estocada casi entera y atravesada, descabello (saludos); dos pinchazos y estocada trasera -aviso y segundo aviso- (ovación en el que mató por Escribano); estocada, -aviso- (oreja). Sufrió una herida en la región glútea de 5 centímetros que lesiona fascia superficial y glúteo mayor. Pronóstico: leve.

Andrés Roca Rey: pinchazo y estocada (silencio); pinchazo y estocada (ovación).

Entrada: lleno de “No hay billetes” (23.624 espectadores según la empresa).

Incidencias: al festejo asistieron el rey emérito y la infanta Elena.

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-30-de-mayo-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1134200819031707656

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista El orejón de Román y el temple de Roca Rey, altas cotas en Madrid

La espada dejó sin premio gordo una excelsa faena de Roca Rey. Fuerte cornada a Escribano tras otra notable actuación y oreja de Ley a Román frente a un encastado “Mentiroso”. Gran corrida de Adolfo Martín.

Tarde de las que hacen afición. Idilio romático en Las Ventas al son de un día de absoluta expectación. La reventa por las nubes, el bombo que emparejó a Roca Rey con los Adolfos y el triunfo de la Tauromaquia presente en Madrid, al reclamo del cierre del aniversario de los Albaserrada, que por cierto fue todo un acontecimiento. La corrida de Adolfo Martín con tres toros (cuarto, quinto y sexto encastados y de encomiable tranco) ganó por goleada los desafíos ganaderos, si bien es cierto que el encierro de José Escolar del martes estuvo muy condicionado por la presencia del viento, y los tres últimos toros de Adolfo fueron precisamente para engrandecer a los tres toreros.

El figurón del momento: Andrés Roca Rey, volvió a emerger como lo que es. El torero que más revuelo causa entre el público. El más taquillero. Su sola presencia con los Adolfos cautivó a unos tendidos repletos semanas atrás. Perdió un premio importante por la espada del gran “Madroñito”, un toro para encumbrarse en Madrid. Embistió de forma excelsa e importante por abajo. El mejor de la tarde de largo. A cámara lenta cimentó una labor, siempre a favor del toro. Se contaron hasta cinco tandas soberbias con el hocico del Adolfo surcando el albero. Magistral toro. Los aceros restaron un trofeo que solicitó el respetable, aunque no hubo mayoría. Ovación al arrastre. En su primero, la expectación que hubo desde los primeros compases se tornó en decepción. El Adolfo no hizo nada extraño. Se quedó corto de ambos pitones, y el peruano lo muleteó sin el corazón de otras ocasiones, antes de vérselas con el encomiable “Madroñito”. Fue su debut con Adolfos y no decepcionó.

Parecía que Román, iba a estar como telonero de Roca Rey y ni mucho menos. El valenciano, fue otro gallo de batalla para el peruano. Otro de los jóvenes valores que tiene mucho que decir y que cada tarde en el ruedo, lo asume como un auténtico compromiso dando lo mejor de sí. Cortó una oreja soberbia, gracias a su firmeza y valentía con otro gran toro de Adolfo. El quinto embistió con franqueza y duración. Román tuvo que tragar de lo lindo para ligar los muletazos, y cuando fue el toro hizo el avión y acudió con alegría y prontitud. Tarde importante del valenciano. Enterró la espada al primer encuentro y paseó una importante oreja. En su primer turno, saludó una ovación tras lidiar una prenda a la desesperada. Tragó una barbaridad frente a un Adolfo que repuso y probó la valentía del torero valenciano. Máxime cuando resultó prendido sin consecuencias. El parte de guerra hablaba de 5 cm de cornada. Más mérito tiene aún su firmeza y verdad que tuvo con el segundo de su lote.

La cara más amarga de la tarde, se la llevó Manuel Escribano que sufrió una durísima cornada de 25 cm en el muslo izquierdo. El percance le sobrevino cuando toreaba con la muleta al cuarto, en una faena que rozó altas cotas y porqué no decir la perfección. El sevillano, fue todo disposición en banderillas arriesgando con un par por los adentros que puso el nudo en el estómago. La faena alcanzó grandes momentos frente a un “Español” que embistió franco y con ritmo. Durabilidad. Tras la cornada, la plaza enmudeció. La sangre brotaba a borbotones. Se hizo cargo Román que tomó precauciones, y se ovacionó el arrastre del toro. El de Gerena, inauguró la tarde frente a un toro soso que pronto se le acabo la gasolina.

El País

Por Antonio Lorca. Grave cornada a Escribano

Roca Rey tuvo en sus manos la puerta grande y la perdió en el último momento al fallar con la espada. Le tocó en suerte en mejor toro de la tarde, el sexto, el de más calidad y casta -el menos adolfo de los seis, si se exceptúa el dulzón primero-, y lo muleteó lo mejor que sabe, como si toreara un domecq. Aprovechó la pronta embestida del animal, su fijeza y humillación, y las tandas brotaron con la intensidad que produce el toreo largo, hilvanado y bien abrochado con el de pecho. Bien plantado en todo momento, toreó, es verdad, al hilo, despegado, con la pierna retrasada, ventajista y escasamente profundo. Pero el público de Las Ventas, generoso siempre y más con las figuras, no repara en tales tecnicismos y se entusiasmó con la labor del torero peruano. La faena bajó de tensión con la mano izquierda, el toro también ya exprimido en su fortaleza, y la euforia colectiva la apagó el pinchazo que precedió a la estocada final.

Pero ¿estuvo bien Roca Roca, a la altura del compromiso de los toros de Adolfo Martín que le tocaron en el bombo?

Pues no.

La impresión que produjo es que estuvo sin estar en él, muy presionado, apesadumbrado, embotado, como superado por el serio compromiso. No hubo toreo de capote, ni quites, ni chicuelinas, ni gaoneras, ni arrucinas. Precavido en todo momento, sobre todo ante el descastado y complicado primero -una y no más-, se tentó la ropa, y supo -lo sabría de antemano- que un adolfo es cosa seria. De ahí, que pasara inadvertido ante su soso primero, despegado y sin confianza.

El comienzo de la corrida fue de película. Atentos. Suenas clarines y timbales, y Escribano, capote en mano, se encamina hacia la puerta de toriles. ¡Qué valor!, comentan unos; ¡qué locura!, otros. Y se hace el más absoluto silencio cuando el torero se arrodilla en los medios e indica al torilero que abra la puerta de los miedos.

Más de 23.000 almas posan su mirada en el lugar de los hechos y aguantan la respiración. Escribano, inmóvil, y la frecuencia cardiaca en alto voltaje.

Uno, dos, tres, segundos, quizás… La plaza entera esperaba que saliera ese toro de bella estampa, alto, desafiante, bien cornamentado y que, posiblemente, se frenaría antes de llegar al torero y lo pondría en apuros.

Y salió… una sardina (“Oye, cuidado con lo que dices, que es un adolfo”). Bueno, pues salió un torete; mejor, un toro armónico, bonito, estrecho de sienes, como dicen los muy cursis, justísimo de trapío e impropio de esta plaza.

Y oh, sorpresa. Los tendidos quedaron en silencio porque era un adolfo, respetabilísimo hierro, pero si el toro luce otra divisa se forma aquí la marimorena.

Lo que es la vida…

Después, el toro fue un bendito, pariente cercano de los artistas de Domecq. Blando, nobilísimo, soso, que embistió, cuando lo hizo, con fijeza y dulzura. Un artistón indolente. Escribano, que lo banderilleó con mucha soltura, insistió sin mucho sentido, en una faena de muleta eterna y cansina, y nada bueno pudo sacar del bonancible comportamiento de su oponente.

Completamente distinto fue el cuarto. Lucía dos pitones largamente astifinos en el cuerpo de un serio señor toro de gran trapío. Lo picó muy bien Juan Francisco Peña, acudió alegre y con fiereza a las banderillas, y Escribano se lució en los dos primeros pares, y falló en el tercero, que citó sentado en el estribo y con intención de hacer el quiebro por dentro.

Sobre el papel, era el toro de la tarde. El torero lo esperó en el centro del anillo, citó de lejos y lo recibió con dos pases cambiados por la espalda en otro de los momentos verdaderamente emocionantes del festejo. El animal embistió con templanza y fijeza, y el torero estuvo a la altura en dos buenas tandas con la derecha. El tendido apostó por el toro, cada vez más tardo en sus embestidas, al tiempo que el animal no olvidó su sangre, y en un muletazo por la izquierda enganchó al torero y lo corneó gravemente en el muslo izquierdo.

Román salía de la enfermería cuando entraba Escribano. Le había producido un puntazo el segundo de la tarde, soso y de malas intenciones. Y se desquitó ante el quinto, encastado y fiero, al que el valenciano le hizo frente con firmeza, valor, pundonor y una muy valiosa entrega. Muchos muletazos de su intensa faena tuvieron enjundia y profundidad, y paseó con todos los honores una muy merecida oreja.

¿Adolfos? No te puedes fiar. No perdonan. No son toros fáciles. Miden y aprenden. Las figuras huyen de ellos. Y Roca ya habrá pensado aquello de “Una y no más”.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La grave cornada de Escribano ensombrece la victoria de Roca Rey con los adolfos

Un caño de sangre oscura ensombreció de pronto la tarde. El derrote seco del pavoroso toro le reventó el muslo a Escribano. Desde el parón en mitad de la suerte, por el el imponente pitón izquierdo. Tan cambiante. La peña hostil, la grey hosca, seguía viendo al adolfo bueno de los inicios. Y le recriminaban al torero que se le estaba yendo el toro que ya no era. No era como había embestido en la distancia generosa, por el derecho humillado y largo. Hasta que iba perdiendo la inercia y la entrega. El espejismo del lío de péndulos y una serie enorme duraron como una mala resaca. La descomunal testa veleta del Español de Adolfo fue pensando de otro modo. Desarrollando, que se dice.

Y Escribano quiso torearlo como le exigían las chirriantes voces ciegas. Y vino el derrote, y el caño de sangre oscura, y la gresca tabernaria en los tendidos. Mientras se llevaban al matador de Gerena con el rostro desencajado, los brazos inertes y un boquete en el muslo como para meter un puño. Cuando Román dio muerte al toro hiriente, todavía los sabios recalcitrantes aplaudieron el arrastre. Algo impropio aunque fuere el toro como creían que era: no se aplaude un toro que ha partido por la mitad a un hombre. O entramos en los terrenos inhumanos, de vomitiva educación taurina.

Las perspectivas se habían torcido para Roca Rey. Entre la sangre y la gloria serena de Román, el círculo rojo del 30 de mayo prendió en llamas pero con otro incendio. Desde que el bombo de Simón Casas unió los nombres de Adolfo Martín y Roca Rey, o viceversa, el morbo venía en bandeja de plata. Como el cartel de «no hay billetes» y el agosto de la reventa. La suerte juntó a la única pareja que dotaba de cuerpo y sentido el azaroso invento del azar. Sobre Las Ventas caía el peso íntegro del universo taurómaco; y sobre RR, su creación. El denso aire del paseíllo podía cortarse a cuchillo. Ni una palma para el astro del Perú. Como si el gesto se lo achacasen a la diosa Fortuna. Que era la otra lectura de entrar en la jaula y que te tocase la bola negra. Pero ahí estaba el tío, y ahí estuvo hasta el último aliento. Hasta que apareció Madroñito.

De tabaco y oro había desfilado Roca Rey entre Manuel Escribano y Román Collado. Que vendrían de acompañantes pero no dispuestos a acompañar. Para cuando sonó la hora de la gran figura, lo habían demostrado con opuesto material: lo de Román había sido de trilita y cloroformo; y lo de Escribano imposible con la sosería desesperante. Brindó Roca al Rey, y la expectación extendió su manto de silencio sobre la ruidosa plaza. Sombrerillo le daba credibilidad con su armada testa y sus hechuras de toro bien construido. Como toda la corrida. Las cosas que había apuntado en capotes -abrirse en los vuelos- ya empezaron a complicarse en banderillas y terminaron de joderse en la muleta. Como el Perú.

El tanteo de apertura desembocó pronto en la presentación de la izquierda, allá en los medios: el toro sólo contaba con la humillación del inicio del muletazo. Que acababa por el palillo. La inteligencia de RR para ganarle el paso y el pitón le dio por un momento cierta continudad al viaje tacaño. Absolutamente rácano y desaborido por la derecha. No había trato por esa mano. Y por la que existía se avinagró -entre algún ay, entre algún uy-, parado y defensivo el adolfo. Que ni respondió al toque del volapié, provocando el pinchazo pétreo. El crédito siguió intacto tras la estocada.

El invitado sorpresa fue Román con el grandón quinto, uno de los tres cinqueños del envío de los albaserradas de Adolfo. Una bondad templada y creciente propició que el joven valenciano mostrase un reposo inaudito. Un trazo paciente, inacabable. La gente bramaba como se brama con el toreo lento. Por uno y otro pitón, asentado RC. Hundido en sí mismo. Un espadazo levemente contrario ató una oreja de seria proyección.

Y a últimas Roca Rey. Y el toro de la esperanza: Madroñito. Y como la figura que es cuajó todas sus rítmicas virtudes. Una faena de calado grande, de cimientos inmensos. De echar los vuelos y traerse la embestida y romperse con ella. Incluso por la izquierda más remisa. Volvió a rugir la plaza como en las grandes ocasiones. Como lo que era. Un solo pinchazo agitó la perseverante obstinación del presidente Villa en errar. Y obvió la mayoritaria petición. Roca Rey marchó con la cabeza bien alta, con el sabor de la victoria. Sólo el caño de sangre de Escribano ensombrecía todo.

ABC

Por Andrés Amorós. Roca Rey supera su gran prueba en San Isidro

En la corrida de máxima expectación, Manuel Escribano sufre una grave cornada en el muslo; Román corta un trofeo; Roca Rey lo pierde, por la espada, pero supera con nota el examen. Los toros de Adolfo Martín dan juego variado; muy buenos, los tres últimos.

Además del cartel de «No hay billetes», la reventa por las nubes. La triple razón está clara: Roca Rey es el diestro con más «gancho», en taquilla. Además, su triunfo con el último toro de Parladé fue arrollador, de los que confirman a una primera figura y descartan cualquier duda. Todavía se añade algo y muy importante: por primera vez -si no me equivoco- se anuncia con toros de Adolfo Martín. Ya tuvo mérito que se anunciara en el sorteo de ganaderías, igual que Ponce, entre otros. La fortuna decidió que tenía que matar esos toros: ¿suerte, desgracia? Cada cual opinará. Para mí, está claro: el gesto ya merece aplauso. Creo, además, que Roca Rey está capacitado de sobra para lidiar esos toros. Pero ha de demostrarlo, delante de la afición más exigente. Y eso es lo que nadie quiere perderse.

Cierran el ciclo de Albaserrada los toros de Adolfo: todos, cárdenos; cuarto y sexto, muy abiertos de pitones. De nuevo asiste Don Juan Carlos, acompañado de la Infanta, al que brindan los tres diestros su primer toro.

Como acostumbra, Manuel Escribano va a portagayola y se luce en el par al quiebro, al violín. El toro es pastueño pero soso, paradito, no transmite nada. Mata fácil y se aplaude la voluntad. El cuarto luce dos «perchas» de aúpa: para colgar todo un vestuario, decían los revisteros. Lo recibe con buenos lances. Arriesga mucho en el segundo par, por dentro, y en el tercero, quebrando en tablas, también por dentro. El toro acude galopando a los cambiados iniciales, repite, incansable. Lo aprovecha Escribano con muletazos vibrantes, que levantan ovaciones pero también la división, habitual en estos casos, porque algunos se ponen de parte del toro. Por quedarse muy quieto, al final de la faena, sufre la grave cornada, que le atraviesa el muslo, con fuerte hemorragia. Mata al toro Román a la tercera.

Para subir peldaños, el joven Román ha de arriesgar; debe medir bien que la valentía no invada el terreno de la temeridad. Recibe con buenos lances al segundo, que pronto queda corto, pone en apuros a los banderilleros. Me cuentan, por teléfono, que ha concluido el brindis al Rey con una frase simpática: «Que disfrute de la jubilación». (¿Cuándo conectarán el micrófono de la Plaza para que se entere de los brindis el público, no sólo los que lo ven por televisión?). El toro se cuela por los dos lados; tragando mucho, Román le saca muletazos con mérito hasta que lo voltea. Mata con decisión y saluda. Brinda el acapachado quinto al ministro Ábalos: el mismo que mencionó «la caspa», en relación con la Fiesta, aunque es hijo de torero; esta tarde, acompaña en el burladero a Victorino Martín. En la muleta, el toro da buen juego. Román le va sacando muletazos, un poco embarullados pero ligados, con emoción. Tarda mucho tiempo, cuando va a coger la espada (Si la llevara en la mano, hubiera podido redondear mejor el triunfo). Se vuelca, al matar, y corta un valioso trofeo.

Roca Rey lidia con el capote al tercero, sin sus habituales alardes. El brindis al Rey incluye también a España, el Perú, la Tauromaquia y la juventud. El toro es muy decepcionante: tiene poca raza y recorrido, vuelve rápido. Por la derecha, no hay nada que hacer. Le saca algunos naturales con mérito, aunque surja en los tendidos la división, habitual en esta Plaza, con las primeras figuras. Acierta al no prolongar inútilmente una faena de imposible lucimiento pero no mata bien. Todo queda en tablas. El sexto, de nombre ilustre, «Madroñito» (El Cid indultó uno, en Santander), muy abierto de pitones, humilla mucho. Lidia Andrés con suavidad , sin quites espectaculares. Brinda al público. Dándole distancia, lo engancha en muletazos largos, mandones, «hasta allí lejos». Por la izquierda, el toro queda más corto, pero uno de pecho, que no acaba nunca, pone a la gente de pie. Pincha, antes de la gran estocada, y no le dan la oreja pero ha vuelto a armar el lío, demostrando, una vez más, su gran capacidad. Y lo ha hecho todo dentro del clasicismo, sin una sola de las «inas» a las que otras veces recurre, para calentar al público. Como Gary Cooper en el viejo «western», ha superado «La gran prueba». Tiene otras muchas, por delante.

Postdata. En muy pocos actos taurinos recuerdo tan unánime admiración y afecto como en el homenaje a El Viti. Todo eso y más se lo merece. Hablando de los toreros a los que ha conocido, ha dicho, esta mañana: «De todos he aprendido». Lo mismo que decía Marcial Lalanda, tomándolo de Goya: «Todavía aprendo». En un coloquio, en Alicante, le pregunté si era cierto que se puede amar a un toro como a una mujer. Con laconismo, sentenció: «Más». Como torero y como persona, El Viti encarna la hondura, la profundidad, la autenticidad: lo mejor de Castilla y de España.

La Razón

Por Patricia Navarro. Cornada, trofeo y faenón de Roca Rey con el Adolfo

Eligió el azar. En definitiva. Diez ganaderías había en el bombo, solo una de las denominadas duras, la de Adolfo Martín. La incógnita tardó poco en desvelarse aquella mañana de febrero, en la primera bolita unía el nombre al de Roca Rey, la figura del momento que tira de taquilla como ningún otro, salvo José Tomás. Y curiosamente, los caprichos del destino, nos hacían recaer en las casualidades de la historia. Un toro de Adolfo Martín fue el que se dejó vivo en esta plaza José Tomás aquella tarde de 2001. Como si la historia se retorciera por sí misma en el infinito intento de encontrar recovecos donde perdernos. El “no hay billetes” estaba asegurado desde hace tiempo, la reventa subió como espuma de cerveza después de su anterior comparecencia, la primera, aquella que abrió la Puerta Grande herido. Una explosión de emociones que hacía que justo antes de empezar el festejo la expectación fuera algo que se contagiaba. Estaba en las caras. El primero y el segundo fueron la antesala del encuentro de Roca Rey con “Sombrerillo”, aunque en el toro de Román sufrimos lo suyo y lo nuestro. Fue un toro cinqueño el que quiso el destino para el debut del peruano con los toros de Adolfo. No lo puso fácil. Medio pasaba por el pitón izquierdo, por donde afrontó la faena desde el principio, en el intento de sortear las cornadas que daba por el derecho. Lo probó también. Pero la faena fue más a la defensiva que en crecimiento. Expectativa top. Y silencio. “Madroñito” nos devolvió a Roca Rey en plenitud. Sin fisuras, ajustando su concepto y los prejuicios al toro, que fue cómplice perfecto para cerrar su apuesta en Madrid. Viajaba largo por ambos pitones y lo hacía con mucho temple. En ese ritmo bueno se recreó Roca Rey desde los comienzos, sobre la diestra en mitad del ruedo y al natural después. Logró que Madrid rugiera de nuevo en los vuelos de su muleta y en la trepidante arrancada del de Adolfo. La espada no entró, no a la primera, pero Madrid había entrado de lleno en el discurso de las emociones.

Con Román sufrimos nada más empezar. Y de qué manera. “Madroño”, el segundo toro de Adolfo le dejó las cosas claras, ya en el capote, pero mucho más cuando se puso a torearlo con la muleta. La primera colada por el pitón diestro fue la antesala de lo que nos venía. Bomba de oxígeno faltó por momentos cuando el toro apretó por dentro, recortó, hasta que le cogió. Le había avisado hasta la saciedad y Román insistió en plantarle cara por ese pitón diestro envenenado. Le metió la mano con habilidad, que ya era mucho, que ya era todo tal y como estaba el toro. Aguantó con el quinto lo que es de este mundo y del otro. Tenía cosas buenas el Adolfo, pero había que tragarle una barbaridad por lo indefinido de sus embestidas. En cada una podía haber la cara o la cruz, pero era agradecido. Se entregó con verdad, y esa verdad acabó de trascender. Al filo de la cogida, siempre, sin rectificar jamás. Una ecuación que no estaba a la altura de cualquiera. Y lo gozó. Volcánica fue la manera de entrar a matar, casi dio la sensación de que arrolló al toro de la fuerza moral con la que entró en la suerte. Meritazo. Cayó contraria, pero las emociones volaban más alto. El trofeo se pidió como si no hubiera mañana. Y para esta gente, capaz de afrontar la vida y el riesgo así, el mañana está muy lejos.

La emoción con la que llegamos a la plaza resultó inversamente proporcional a la que tuvo el Adolfo que abrió plaza. A portagayola se fue un Escribano valeroso, aunque resultó prendido después con el capote sin consecuencias. Franqueza en el viaje, pero sosería a raudales tuvo en la muleta, lo que se acusó en la eternidad de la faena de Escribano. Espectacular cornamenta tuvo el cuarto. Una vida cabía entre pitón y pitón. Se tomó sus tiempos laxos en banderillas y en el tercer par, sentado en el estribo, cerca del toro, hizo el quiebro cuando parecía inverosímil. Y casi lo fue. Dos pases cambiados le pegó a los que acudió el Adolfo como un huracán, pero luego embistió muy boyante y con entrega. Había toro, con todos los desafíos, casi intrínsecos de la divisa. Por la derecha se puso Escribano, firme y sincero, afrontando la incertidumbre de cada muletazo. Así al natural, viajaba hasta el final el animal con mucha transmisión a pesar de la lentitud. Le cogió. Fue una vez, la primera, pero no le perdonó. La herida debió ser brutal por lo rápido que sucedieron el resto de cosas: en segundos a Manuel Escribano le habían llevado a la enfermería. Mala pinta tenía. Don Máximo tenía todo que decir y con el tiempo contado. Los segundos pueden ser una eternidad en el contrapunto del lleno de “no hay billetes” de este lado del Olimpo.

Madrid Temporada 2019

madrid_300519.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:23 (editor externo)