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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Lunes, 15 de abril de 2013

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Núñez del Cuvillo (justos de presentación, con juego desigual, sosos y descastados en general).

Diestros:

Morante de la Puebla. Media estocada (saludos desde el tercio); pinchazo, estocada casi entera (saludos desde el tercio).

Sebastian Castella. Pinchazo, pinchazo hondo que escupe, pinchazo, estocada entera (saluds desde el tercio); estocada tendida y caída (saludos desde el tercio).

Alejandro Talavante. Dos pinchazos, estocada tendida, tres descabellos (silencio); pinchazo, media estocada (saludos desde el tercio).

Banderilleros que saludaron: Lili y Sánchez Araujo, de la cuadrilla de Morante de la Puebla, en el 4º. También destacó José Antonio Carretero actuando en la cuadrilla de Talavante.

Incidencias: el diestro Alejandro Talavante resultó herido con la espada al entrar a maatar a su primer oponente. Tras la faena fue atendido en la enfermería y no le impidió continuar la lidia. Parte médico: «Herida incisa, producida por el estoque, en el dorso de la mano izquierda, que interesa a planos superficiales, se comprueba integridad en los tendones extensores y se aplica sutura bajo anestesia local».

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: soleado y caluroso al principio.

Entrada: lleno.

Crónicas de la prensa: El País, La Razón, El Correo de Andalucía, Diario de Sevilla, El Mundo, Toromedia.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

El cuarto toro manso como una burra huía en todas direcciones cuando Morante logró enganchar esa media de cartel, que vale por una tarde o por una temporada. O para el recuerdo de toda una vida, para los creyentes del morantismo religioso. Antes en el primer había estado bien, con muletazos de gran calidad pero, oh sorpresa, no hubo pañuelos para oreja. Y eso que se la darán a otros en la Maestranza, ya verán, con menos mérito y con muchísimo menos arte. No quiso dar la vuelta que habría sido apoteósica, pues por el Arenal todo el mundo trata ahora de imitar esa media. Y en las redes muchos que no la han visto -pues en la plaza caben los que caben- siguen ensalzándola. Castella estuvo valiente y firme pero no tuvo toros en la fase final de las faenas. Y Talavante pudo cortar un merecido trofeo en el sexto, algo mejor presentado que sus hermanos, y anduvo decidido toda la tarde a pesar del corte en la mano. Y qué decir de los toros. Pues que si estos eran los enanitos, cómo sería Blancanieves. Si estos seis -terciados, escurridos, mansos en general- se salvaron de la quema, los otros siete debían ser aún más impresentables. Claramente impresentables en una plaza como la Maestranza. En una gala en la que se ven pases excelsos como esa media, aunque sea detrás de un mansito que no quiere.

Lo mejor, lo peor

Por Sandra Carbonero

Lo mejor: ¡Bendito Morante! Se llama José Antonio Morante Camacho. Lo llaman Morante de la Puebla. Decían que su toreo de capa era diferente, incomparable con nadie. Aún así, imaginaba cómo parar el tiempo en algún momento. Ya lo había hecho momentáneamente en alguna ocasión. Galiano de Cuvillo saltó al albero maestrante. Él había oído hablar de Morante mientras pastaba en El Grullo. Cuando José Antonio lo recibió con el capote cerca de las tablas, entre el tendido 2 y 4, supo en la primera verónica que por la magestuosidad de sus muñecas, era él. En la segunda ya, no tenía dudas. Galiano quedó impresionado, y tras ir al caballo y saber que no reunía las cualidades para que su torero triunfara con la muleta, decidió que no podía irse así. Morante y Galiano se miraron a los ojos. Era el día, la hora y el lugar. Y en una media de ensueño, el corazón de todos se paró. Lenta, muy lenta. Fue eterna. Y el de La Puebla se fue tras Galiano. Quería seguir toreando. Agarró el capote y siguió por verónicas. Únicas, espléndidas. El público se dio cuenta y estalló en júbilo. Morante lo había conseguido. Había detenido el tiempo. Lo vivido hoy será imposible de borrar. Por lo demás, Castella quería agradar y entrar en Sevilla, pero fue un espejismo. Sí se le vio con más ganas de agradar que otras tarde, y más teniendo en cuenta que era su única comparecencia. Talavante desplegó sus aires de toreo mexicano. En el sexto, hubo una gran serie con la zurda que hizo que la música sonara.

Lo peor: Sin trofeos. Hubo muchas cositas buenas en la tarde hoy. Tanto que la gente se fue toreando y olvidando que no hubo trofeo. No importa. Lo que se presenció fue inmenso. Lo peor de todo fue el corte que recibió Talavante entrando a matar al tercero en la mano, aunque todo quedó en un susto.

El País

Por Antonio Lorca. La eternidad de una media

Es lo que tienen los genios: que un día se levantan, cogen el pincel, la partitura, el cincel, he aquí que les llega la inspiración y crean una obra de arte que deja al mundo boquiabierto. Esta tarde tarde, sin ir más lejos, uno de ellos, conocido por Morante de la Puebla, tenía el capote entre las yemas de los dedos y, como quien no quiere la cosa, se puso a torear y volvió loca a la plaza de Sevilla, que todavía anda dando capotazos en su ensoñación torera.

La corrida iba cuesta abajo hacia el precipicio del aburrimiento más soberano, propiciado por una corrida infame, de esas que deberían dar vergüenza a sus criadores por su lastimosa falta de fuerzas que raya en la farsa. La corrida tenía toda la pinta de erigirse en un tostonazo cuando sale al ruedo el cuarto de la tarde, Galiano de nombre, y de 511 kilos de peso. Su matador, Morante, lo espera en los terrenos de sombra, y allí dibuja cuatro verónicas y media monumentales, lentas, hermosas, auténticas y hondas. Pura sensibilidad del artista. Y la Maestranza, imagínense, explota de emoción. ¡Morante, su Morante, ha sido preso de la inspiración!

Sale el toro del caballo donde no le hacen sangre ni para un análisis, y el torero lo cita en los medios, parsimonia pura, y lo torea por chicuelinas con las manos muy bajas, recreándose en cada una de ellas, sin prisa, dejando que las notas expiren allá a los lejos. Pero, ay, el toro sale suelto y se va hacia el picador que hace la puerta. Cuando consiguen sacarlo hacia el centro, se acerca Morante con su capotito entre las yemas y, como quien no quiere la cosa, sin más importancia, dibuja una media verónica que dicen los que no exageran que comenzó el óle a las ocho y eran las ocho y cuarto y aún no se había despegado del toro. Eterna, sin duda; al menos, así lo pareció en la plaza. Una de las estampas más bellas que se puedan contemplar en un ruedo; la razón más contundente de que el toreo es una de las bellas artes. Se asegura aquí en Sevilla, y será verdad, que esa media verónica subió a los cielos y allá que andan todavía los diablillos extasiados con el vuelo mágico de un capote genial. Sonó la música para homenajear el arte, y el artista, enrabietado ante su propia obra, volvió a citar al toro por verónicas y dibujó otro ramillete de cuatro trazos celestiales rematados por una larga que quiso detener el tiempo.

Es lo que tiene la inspiración, que en un momento todo lo transforma y lo convierte en gracia, embrujo, sensibilidad y armonía.

Se esperaba, claro, faena grande como merecido broche de oro. Pero la inspiración, también, es volátil e inconstante. Brindó Morante a Ángel Peralta, otro artista, se hizo el silencio más absoluto, pero toda la energía de la Sevilla taurina no fue suficiente para que el artista encontrara de nuevo la senda genial. Lo intentó de veras por ambos lados, pero no consiguió acoplarse con el animal que enganchaba la muleta en cada pase y torcía la esperanza. Ahí quedó para siempre, no obstante, la eternidad de una media verónica para la gloria de esta plaza y felicidad de quienes tuvieron la fortuna de ser testigos de esa ráfaga de luz que aún brilla en las alturas. Quiso el público que diera la vuelta al ruedo, pero el torero se inclinó ceremonioso ante el respetable, declinó la invitación, se encerró en el callejón y dejó que los demás soñaran.

Todo esto ocurría en el cuarto, pero ya al que abrió plaza, un medio toro por falta de casta y fuerza, Morante lo recibió a la verónica con galanura, y aprovechó la noble y tullida condición del animal para desgranar algunos detalles de su excelsa torería. Tres ayudados y un remate templados y suaves constituyeron el prefacio de una labor limpia y solemne, ayuna de emoción, pero preñada de estética. Derechazos largos, cuatro naturales hondos, detalles torerísimos, pero solo detalles porque no había toro.

Quedaba, no obstante, lo más grande, lo más hermoso, un rayo de luz que da sentido a esta fiesta. Y la plaza de la Maestranza fue testigo de ello.

El resto del festejo fue otra historia. Castella y Talavante manejaron también los capotes, pero no era su día. El lance cuando carece de alma de nota a leguas. Ambos, sin embargo, derrocharon pundonor. Castella, por ejemplo, recibió a sus dos toros de rodillas frente a la puerta de chiqueros, pero no delante, sino allá en los medios, y mientras muleteaba -es un decir- al moribundo segundo, media plaza dormía y la otra media bostezaba. Quiso aprovechar la mejor condición del quinto, y comenzó la labor de muleta con tres pases cambiados por la espalda que despertaron una ilusión que no se materializó. Cuando bajó la codicia del toro se diluyó la faena y quedó la impresión de que su toreo tan impersonal hizo que volara la emoción.

Insulso resultó el quehacer de Talavante ante el tercero, otro animal soso que solo permitió al torero estar sin estar en él. Mejoró sensiblemente ante el sexto, más enrazado, al que consiguió ligar estimables tandas con ambas manos en muletazos ajustados y ligados. Alargó la faena, mató mal y la oreja se la llevó el toro al desolladero.

Sevilla, no obstante, mantuvo la sonrisa. Morante le había devuelto la esperanza de seguir soñando con el toreo eterno…

La Razón

Por Paco Moreno. El capote de Morante embruja Sevilla

La tarde en La Maestranza se presumía de toreo grande. Morante, en cartel, tras el Domingo de Resurrección. Castella y Talavante se jugaban la feria a una sola carta. Llenazo al auspicio de este guión en el inicio de Farolillos. Y hubo justificación. El hechizo de Morante con el capote –todos embrujados–, la buena faena de Talavante al sexto y la disposición de Castella nos quedaron en la retina.

Morante de la Puebla vio pronto la calidad que llevaba en los pitones el jabonero de Cuvillo que abrió la tarde. Tanto es así, que lo recogió pronto con el capote y se estiró con ese empaque tan suyo. El animal metía bien la cara, aunque salía distraído de la suerte. Verónicas cadenciosas gustándose mucho y tirando con suavidad del animal. Castella se sumó a la fiesta en un estimable quite por chicuelinas. Mandó dosificar el castigo en varas el de La Puebla siempre muy a gusto con este animal, pese a costarle acoplarse en ocasiones. Por ello, hubo de todo en su faena. Predominó lo bueno. Destacó una serie por la derecha llena de belleza. Hubo otras en las que le punteó la muleta y bajó el nivel. Llegaron entonces dos tandas de naturales tan limpios como sentidos en los que el torero se rompió con el toro. Lástima los enganchones posteriores. Tuvo interés, pero faltó continuidad. Mató de eficaz media estocada.

Lanzado comenzó su labor ante el cuarto «Cuvillo», que tuvo buen son de salida. Morante lo toreó sensacional con el capote. Primero, en los lances de recibo, y luego en los quites. En plural. Porque tan a gusto estuvo, que repitió en su repertorio. Primero chicuelinas, luego verónicas. Tuvo naturalidad y despaciosidad cada uno de los movimientos del torero. El público se volcó y parecía como si el de La Puebla quisiera reconquistar el cetro de esta plaza, que nunca ha perdido, pese a ocupar otros toreros el corazón de la afición sevillana. Cuando parecía seguro el triunfo con esa faena tan soñada de Morante, el animal se vino muy a menos y no pudo coronar tan magna obra, brindada a Ángel Peralta.

A chiqueros se fue Sebastián Castella en el segundo. Portagayola. Muy dispuesto en su única cita de este año con el tendido sevillano. Tras la larga cambiada, se entregó con unas verónicas vibrantes. Entusiasmado. Tanto que, al final, fue arrollado por el toro. Le quedaron secuelas de dolor toda la lidia, pero afortunadamente no de herida. Con la pañosa, planteó una labor basada en el temple y la suavidad en los muletazos. Al principio es posible que atacase al animal en exceso y éste lo acusase. Más pausado a continuación, permitió reposar más al astado y extrajo algunas tandas estimables, pero ya sin remontar el vuelo. Animal con nobleza, pero sin chispa. No bajó la intensidad Castella en el quinto, tomó el camino de toriles y otra vez lo saludó a portagayola. Estuvo muy entregado con el capote y quiso rubricarlo con la pañosa. Inició la faena en los medios con el cambiado por la espalda. Sobre la derecha alcanzó momentos vibrantes y se justificó con la zurda hasta que rehuyó su oponente la pelea. Acabó la faena en chiqueros. Mala suerte en el lote para el galo.

Alejandro Talavante ya había cantado sus intenciones en un quite por chicuelinas al segundo, pero en el primero de su lote no pudo hilvanar con lucimiento su disposición. No acabó de romper la faena del extremeño. Estuvo correcto y sacó tandas por ambos pitones con un burel rebrincado y a menos en su codicia. Además, en el primer embroque para la suerte suprema, se cortó en la mano izquierda con el estoque. Manó la sangre con abundancia. Ni facultades ni valor le restó este percance. De la enfermería, directo a la boca de toriles. De hinojos lo recibió con largas cambiadas. La misma disposición sacó en la muleta con una faena cincelada desde la quietud y la variedad. Se dejó llegar muy cerca los pitones en el tramo final. Pudo ser de oreja, pero los aceros no funcionaron. Y mientras Sevilla seguía hipnotizada por ese capote pendular de Morante. De ensueño.

La Razón

Por Andrés Muriel. La media al toro negro de Cuvillo

El toro huía de Morante y se refugió en el picador que hacía puerta. Runrún de cosa grande en la Maestranza. Un ramillete de chicuelinas habían servido de enigmática, pellizcada, obertura. El de Núñez de Cuvillo que buscaba los adentros y allí, cerca de toriles, más cerca del tornasol que divide la plaza, Morante le dio la media verónica más larga y cadenciosa que probablemente él haya dado nunca en la Maestranza. El cite negro como el toro de Cuvillo. El animal entrando a la suerte mucho antes de coger los vuelos del capote. Porque la suerte ya estaba hecha con la media luna del torero.

Torearon los dedos de los pies, los muslos, el pecho - «lo más noble que tiene el hombre», decía Domingo Ortega-, los hombros, la cara, el pelo… y las palmas de las manos. Hasta el embroque llegó el toro, allí se quedó la eternidad entera y en los riñones se ató Morante la embestida como quien se ata al cuello un pañuelo de seda que no quiere que se rompa. No pregunten a qué supo el quite. Porque supo, como todos los caprichos del arte, a esos zumillos del mundo que nadie ha descrito todavía. Y no pregunten cuánto duró la media, porque sigue allí, flotando entre los que la vieron o la soñaron o se la llevaron guardada como un exvoto.

Tampoco pregunten si fue clásica o barroca. Fue el arte puro. Barroca sólo en la acepción de Gómez de la Serna: «Quizá no haya manera de realizar la creación vital de los dioses; pero si de algún modo se puede ensayar es con la barroquidad más que con la perfección ortodoxa». No vi a Rafael de Paula el día del quite al toro de Julio Robles. Aquel San Isidro pasó a la historia como el San Isidro del «quite de Robles».

Han pasado ya cosas grandes esta feria: la descerrajada Puerta del Príncipe de «El Juli», pero muchos aficionados se acordarán de esta feria como la feria de la media de Morante. Igual que es difícil no asociar aquella feria de 2009 al ramillete de naturales, dando el medio pecho, al toro «Señorito» de Juan Pedro. Decía Pepe Hierro que cuando un escritor decía menos de lo que decía, no decía nada, si decía lo que decía, escribía en prosa y si decía más de lo que decía, escribía en verso.

Yo tengo claro en qué escribió Morante la media verónica al toro negro de Cuvillo. No fue un trueno capaz de romper todos los cristales de España (Valle Inclán), sino la infinitud de una brisa, suave y arrebatada.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Algunas gotas del mejor Morante

El toreo brotó aquí y allí; nació a fogonazos. Morante quería y se le notaba en cada gesto, buscando toro hasta en el turno para amparar las salidas de los peones en el tercio de banderillas. Al jabonero sucio que hizo primero ya le había recetado tres verónicas arrebatadas y rematadas por una sensacional media verónica. Los que aún buscaban su asiento se quedaron quietos. Lo de Morante es otro mundo y aún se explayó en un sabroso y hondo inicio de faena, enroscándose el toro e instrumentado un intenso y exigente toreo ayudado que mermó las pocas fuerzas del animal. Con su enemigo protestando, aún le recetó una serie al natural que hizo crujir la plaza. La música, una vez más, entró tarde y mal con Suspiros de España, el pasodoble que mejor cuenta ese aire regionalista -de la Sevilla de la Edad de Plata- que encarna Morante.

Pero el toro no quiso mucho más aunque el diestro de la Puebla aún le endilgó algunos muletazos con la izquierda, después de que le arrancara la muleta de las manos en un peligroso gazapeo que también cortó la música cicatera. Los muletazos finales, en las rayas y con el toro muy aplomado mantuvieron el sabor pero había faltado enemigo y la media estocada final terminó de enfriar los entusiasmos.

No importó. Morante guardaba lo mejor para el final. Cuajó con el capote al cuarto de la tarde en un recital de verónicas barroquizantes que volvieron loca a la parroquia. Después de quitar por chicuelinas el toro se marchó al relance y acabó siendo picado en la puerta de caballos. Estaba cantando su condición de manso pero a Morante le daba igual. Se convirtió en escultura al pararlo con una media verónica de antología -un auténtico tratado de son y cadencia- que puso en pie a todo el mundo. Pero aún se emperró en arrancarle media docena de verónicas en la mismísima puerta de chiqueros.

Aquello iba camino de la apoteosis, pero los más avezados sabían que el toro no podía, no iba a dar más. A pesar de todo, el diestro cigarrero apostó todas las fichas en el mismo casillero. En el tercio de banderillas su fiel Lili se había jugado el pellejo colocando el tercer par y Morante, montera en mano, brindó con elegancia antigua a don Ángel Peralta, flamante poseedor de la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Volvía a brotar el toreo, el arrebato barroco de un grandioso artista que no pertenece a este tiempo. Pero el toro, como estaba cantado, empezó a quedarse cada vez más corto desarrollando un peligro evidente -le llegó a tirar dos cornadas por debajo del trapo- que nos hicieron bajar de las nubes. Un pinchazo y una estocada corta ponían fin a un sueño que no fue. Con leves reverencias rehusó dar la vuelta al ruedo. Se la había ganado.

De poco sirvieron los esfuerzos de Castella y Talavante para no marcharse de vació en una tarde en la que fallaron estrepitosamente los toros de Núñez del Cuvillo. El francés, que se fue a portagayola en los dos toros resultó prendido por el segundo sin consecuencias. Parecía reparado de la vista pero Castella no se dio coba en una faena valerosa, bien preparada por el capote poderoso de su banderillero Chacón, que no logró levantar el vuelo por la mala condición de su enemigo. A pesar de todo lo toreó con suavidad al natural y acabó tragando tela cuando el bicho se desentendió de la pelea. Tampoco pudo cambiar las tornas con el quinto, un toro de mejor inicio que final al que cuajó un vibrante inicio de faena y una gran serie diestra antes de que se rajara por completo.

Talavante volvió a desconcertar: fallando en el toreo fundamental y brillando en remates y detalles. Al tercero lo pasó con trazo deslavazado y excesivamente escondido detrás de la mata para citar por el lado diestro. Se hirió en la mano al entrar a matar y tuvo que pasar a la enfermería pero pudo salir para lidiar al sexto al que también recibió en la puerta de chiqueros. Ése fue el toro más potable de un mal encierro con el que volvió a brillar más y mejor en lo complementario aunque pegó varias tandas meritorias en las que sigue fallando el trazo. Pero hizo un sincero esfuerzo -muy metido entre los pitones al final de la faena- que podría haberle servido para cortar una oreja si la espada hubiera entrado pronto y bien. La música tampoco le ayudo y cortó cuando el pacense andaba entregado a tope. El director se lo tiene que hacer mirar.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Morante, capote de seda y fuego

De seda fue una media con la que paró el tiempo Morante. Abrió el capote de manera suave y con la fragilidad de las alas de mariposa, ondeó en vuelo eterno para fundirse con el torero en bronce sobre la arena. De fuego, varias verónicas cargando la suerte, sepultando sus zapatillas en la arena y hasta hundiendo al toro con lances en los que cargó la suerte de manera implacable, rematando con una media honda, antítesis de la anterior. El torero de la Puebla, uno de los mejores capoteros de todos los tiempos iluminó la Maestranza con alto voltaje de emociones en cada lance. Porque hubo mucho más toreo de capa que ya ha quedado grabado sobre el albero dorado de la plaza de Sevilla. Por ejemplo, en el recibo a ese cuarto, dibujó tres verónicas de escándalo. Y llevando al astado al caballo, con suavidad pasmosa, estuvo a punto de ser cogido. Volvió a abrirse de capa y entonces nacieron verónicas de fuego, raciales, toreando con todo el cuerpo y llevando sometido al toro para rematar con una media brutal. Las ovaciones se sucedieron, con un público enardecido por la emoción, entre tanto sonaba un pasodoble para un pasaje de belleza cumbre.

Morante quiso más. Pero el toro, no. En faena arrebatada y dedicada a Ángel Peralta, brilló al comienzo del trasteo en varios pasajes de mano baja, pero el toro se rajó. El de la Puebla, exhausto tras despachar de pinchazo y estocada al toro, recibió otra enorme ovación. No quiso dar una vuelta al ruedo, que parte del público le solicitaba.

Los citados momentos brillantes y fabulosos no pueden esconder una corrida de Cuvillo, con deficiencias en su presentación y en su juego y que llegó precedida de un nuevo lío en los corrales. Hasta 16 toros tuvieron que examinar los veterinarios. Habían rechazado siete por falta de trapío y otros tres por falta de peso.

Morante, con el que abrió plaza, un precioso jabonero con el que el tercio de varas fue un simulacro, ya había dibujado dos verónicas preciosas, cargando la suerte. Había comenzado la faena con bellos ayudados. La labor, con muletazos de calidad en sus comienzos, bajó de tono, con el toro a menos.

Sebastián Castella dio la talla ante el quinto, un ejemplar chico, pero con movilidad, al que recibió con una larga cambiada de rodillas frente a toriles, que continuó con un farol, también de hinojos. En el platillo, llegó a alternar hasta tres falleros con muletazos diestros, con el toro acometiendo desde la lejanía para cerrar con un pase de pecho solemne. Con la derecha, mayestático, hilvanó cuatro derechazos templados empalmados al pectoral. Enorme ovación y ¡musica!. Cuando el francés se echó la muleta a la izquierda, el toro estaba ya rajado. El trasteo acabó en chiqueros. Estocada. El toro tardó en caer y el torero no empleó con celeridad el verduguillo.Sonó un aviso y el posible premio se esfumó.

El segundo, Ricardito, parecía un empollón cegato, un toro burriciego de cerca, con extraños en sus acometidas. También renqueaba. Se apagó pronto. Castella, que había lanceado con fibra, sufrió una cogida, afortunadamente sin consecuencias, como también lo fue la costalada que se llevó su picador Josele. El diestro se entregó en una labor de difícil lucimiento, por las dificultades del astado.

Alejandro Talavante también brilló más con su segundo oponente, el que cerró plaza. El torero, que había pasado por la enfermería por un corte con su estoque en la mano izquierda, salió muy decidido en busca del triunfo. Larga de rodillas a portagayola. Faena con un comienzo torerísimo. Si con la derecha brilló, brotaron en una serie con la izquierda cuatro naturales largos y limpios excelentes, rematados con un soberbio pase de pecho. Acompañado por los sones de la Banda de Tejera, concretó una serie diestra con suaves muletazos y un cambio de mano deslumbrante que fueron muy ovacionados. Con el toro ya apagado, arrimón y unas bernadinas de infarto, por lo ajustadas. Se había pasado de metraje. Sonó un aviso. Perdió premio al no acertar en el primer envite en la suerte suprema.

Con el manejable y flojísimo segundo, al que aplicaron otro simulacro como tercio de varas, no llegó a entenderse. Al entrar a matar en el primer envite, se cortó con la espada. Se mantuvo en el ruedo, con una fuerte hemorragia en la mano izquierda, hasta despachar al toro con otro pinchazo, estocada y cuatro descabellos.

La tarde fue memorable. En letras de oro, un Morante con capote de seda y fuego.

El Mundo

Por Carlos Crivell. Un capote para la historia del toreo

No fue una sorpresa. O tal vez si. Que Morante esculpiera el toreo más bello del mundo no es ninguna novedad. Lo que superó las previsiones fue cómo toreó ayer con el capote este genio de La Puebla. Una vez admitido que ahora mismo nadie lo hace con tanta hondura y belleza, Morante dio un paso más adelante para crear una estatua al toreo de capa, porque fue capaz de parar el tiempo con sus verónicas, medias y chicuelinas. No cabe soñar un concierto más completo de lances. La plaza de toros saltó movida por el poderoso resorte del toreo de cante grande. Todo esto se sabía que Morante podía hacerlo, pero lo que no sabíamos es ese detalle de que era capaz de parar el tiempo cuando se enrosca el capotillo a su cintura con media verónica tan lenta, tan solemne, con un torero hecho tan despacito que duró más que una eternidad.

La apoteosis de Morante sucedió en el cuarto, toro noblón, al que recibió en tercio a la verónica profunda, de suerte cargada y mentón hundido. Le dio una chicuelina y se fue el toro para el picador reserva. Se fue el torero a buscarlo y lo encontró. Y allí, a mitad de camino entre el centro y la puerta de toriles surgió la media más lenta que se dio en la historia del toreo. Es imposible que nadie haya parado un lance como lo hizo Morante. La plaza quedó conmovida, zarandeada, no era capaz de comprender como se podía mover un capote al son de un toro con esa cadencia. Y rematado el lance de la historia, siguió toreando por verónicas y la música se puso a tocar y la plaza era un hervidero. Morante había sellado su definitiva comunión con Sevilla. Pasarán los tiempos, habrá nuevos toreros, pero todos hablarán de la media de uno de los más grandes artistas que ha forjado esta tierra.

Ese cuarto era noble pero muy justo de fuerzas y raza. El torero quería, algo que hablando de artistas es mucho, de forma que se fue a brindárselo al caballero Ángel Peralta. Tras un bello comienzo a media altura, dos tandas con la derecha, la segunda perfecta por la hondura; la siguiente, enganchada. Cuando se echó la muleta a la izquierda se acabó el toro. Frenazo en seco. No era posible crear más belleza. La ovación que la plaza dedicó al torero no fue una más. Fue un grito de júbilo de doce mil personas emocionadas.

Había querido Morante estar bien con que abrió plaza. También hubo lances de su corte, los ayudados tuvieron empaque, algunos derechazos sueltos se llenaron de enjundia, incluso redondeó una tanda con la zurda muy buena, pero todo fue intermitente, como impuso un toro de comportamiento irregular.

La corrida de Cuvillo fue amable. Es decir, que no asustó a nadie por sus hechuras, que cumpió sin excesos en el caballo y que se hundió pronto por la falta de raza. Es el toro moderno. El resumen es que faltó casta. Solo el sexto mejoró la media del festejo. En conjunto, fue un toro demasiado moderno.

La corrida tuvo ritmo. Además del suceso de Morante, sus compañeros de cartel Sebastián Castella y Alejandro Talavante salieron a revientacalderas. Castella se fue a portagayola en ambos. Fue arrollado al llevar al toro al caballo. no pasó nada de milagro. El torero francés fue un dechado de pundonor toda la tarde. Al segundo le hizo una faena muy templada con valor seco. La sosería del toro no le permitió rematar su labor. El quinto fue un manso que exhibió movilidad en los primeros compases, para acabar en los terrenos de toriles. Ligó muletazos con la derecha antes de la rajada del animal.

Talavante tropezó con un animal que no humilló nunca como tercero. Al extremeño le sobró velocidad en los pases y alguna brusquedad eb las formas. Al matar se lesionó con el estoque. Salía de la enfermería cuando la plaza estaba entregada a Morante. Seguro que se lo contaron. Se fue también a portagayola. Esto de recibir los toros en la puerta de toriles es muy emocionante, pero a este paso puede suceder que se convierta en una rutina, más en estos espadas que resuelven el trance sin inmutarse.

El sexto fue el toro de la corrida por presencia y esencia. Carretero lo lidió de manera perfecta. Tenía emoción en su embestida. Talavante puso en práctica su toreo de toque fuerte con muleta enorme. Ese tipo de toreo es muy valioso con algunos toros, pero cuando hay que torear con mayor suavidad, mandar y ligar los pases, a su toreo le sobra ese punto de dureza que impone el toque brusco. Alcanzó el temple por momentos, ligó los de pecho son solvencia, la plaza estaba entregada, pero a su labor le sobró alguna tanda, como el mismo arrimón que parece de obligado cumplimiento en algunos toreros, por no hablar de las bernadinas, que fueron valientes pero que tienen un punto rutinario. Un pinchazo le privó de cortar la oreja. En la corrida no hubo trofeos, pero fue de esos días en los que lo menos importante eran las orejas. Lucieron su entrega Castella y Talavante, pero la historia dirá que uno nacido en La Puebla paró el tiempo toreando con el capote

Toromedia

El capote de Morante, lo mejor de la tarde

Morante de la Puebla ha protagonizado los momentos más intensos de la tarde en sus dos toros. Al primero le dio naturales de gran calidad y al segundo de su lote lo cuajó con el capote, brillando de forma especial una media. De no ser por la espada, puede que el torero de La Puebla no se hubiera ido de vacío en esta tarde de gran expectación. Castella y Talavante brillaron por momentos pero no pudieron alcanzar el triunfo.

Los oles más fuertes de la tarde fueron para Morante de la Puebla, que hizo las delicias del público con su toreo de capote en el quinto de la tarde. Sonó la música en su honor después de un quite en el que sobresalió una media interminable. También en su primero Morante se acercó al triunfo con una faena que brilló en especial en el toreo al natural.

La tarde comenzó con un bonito recibo a la verónica a cargo de Morante a un precioso jabonero de Cuvillo. Hubo un buen quite por chicuelinas de Castella y Morante firmó un brillante comienzo de faena con ayudados por alto, un precioso natural y un buen pase de pecho. La primera serie fue ligada y bella. En la segunda el toro le echó la cara arriba y descompuso la serie. Dio una más por el derecho y cambió a la mano zurda y bordó el toreo al natural en tres muletazos soberbios. En la segunda sufrió un inoportuno enganchón y tuvo que cambiar de muleta. En la siguiente serie le tropezó en engaño y no pudo redondear, aunque la faena había dejado momentos de regusto. Mató de media y fue ovacionado después de una leve petición de oreja.

Castella se fue a portagayola en el primero de su lote, siendo cogido cuando le perdió la cara a su oponente después del recibo de capa, por fortuna sin consecuencias graves. Hizo un quite por tijerillas muy vistoso y Talavante aprovechó su turno para torear muy bien por chicuelinas rematando con bonita larga. El toro no se empleaba en la muleta pero Castella le sacó algunos naturales estimables a base de tratarlo con suavidad. Estuvo correcto pero la faena no pudo tomar vuelo. Pinchó varias veces antes de dar una estocada. Silencio.

El tercero de la tarde fue protestado por flojo al perder varias veces las manos. El presidente lo aguantó con buen criterio porque el toro aguantó bien la faena que le hizo Talavante, aunque sin transmisión en su embestida. Lo intentó por ambos pitones dejando momentos sueltos estimables pero sin poder calentar el ambiente. Para colmo se cortó en la mano izquierda al entrar a matar. Logró una estocada al segundo intento y tuvo que descabellar.

Morante se lució en un magnífico toreo a la verónica en el segundo de su lote, elevando el ánimo de la plaza. Sufrió una colada al llevar al toro al caballo y en el quite por chicuelinas el toro se rajó. Morante esperó y le dio una media monumental que puso la plaza en pie. Eso le motivó a seguir toreando de capa hasta hacer sonar la música. La plaza fue un clamor. Se desmontéraron Lili y Francisco Javier Sánchez Araújo. Morante brindó a Ángel Peralta y se empleó por el pitón derecho para sacar muletazos de mérito pero el toro pronto comenzó a quedarse corto e impidió la continuidad de la faena. Lo probó también al natural pero el de Cuvillo desarrolló más complicaciones. Morante fue largamente ovacionado.

Castella se fue de nuevo a portagayola en el quinto, resultando deslucido el lance al salir el toro muy suelto. Se le agradeció la intención. En la muleta planteó la faena en los medios y ligó una primera serie buena dejando la muleta en la cara para que el toro no saliera suelto. De hecho en la segunda tanda ya se rajó el de Cuvillo y cortó la faena a pesar de los múltiples intentos del torero francés en la misma puerta de chiqueros. Mató de estocada y fue ovacionado.

El sexto fue recibido por Talavante en chiqueros y protagonizó un buen recibo de capa. El toro peleó bien en el caballo y Talavante se lució en el comienzo de faena. En la segunda serie sobresalió un suave cambio de mano ligado a un pase de pecho. El diestro extremeño hizo que la faena subiera mucho de tono al natural en dos buenas series que fueron lo mejor de la faena. Finalizó con un arrimón dejándose llegar los pitones del toro a milímetros. Pinchó perdiendo una oportunidad de triunfo.

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Sevilla Temporada 2013.

sevilla_150413.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:24 (editor externo)