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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Martes, 17 de abril de 2012

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Cuadri (de buena presentación y juego desigual; algunos con mucho peligro, el 3º fue aplaudido en el arrastre).

Diestros:

Antonio Barrera: media estocada atravesada, aviso, descabello (silencio); estocada caída, cuatro descabellos (silencio).

Javier Castaño: pinchazo hondo que escupe, estocada tendida, dos descabellos, aviso, dos descabellos (saludos desde el tercio); pinchazo, estocada tendida (silencio).

Alberto Aguilar: estocada desprendida, aviso, cuatro descabellos (saludos desde el tercio); media estocada caída, aviso, ocho descabellos (silencio).

Banderillero que saludó: David Adalid, de la cuadrilla de Javier Castaño, en el 5º.

Presidenta: Ana Isabel Moreno.

Tiempo: soleado, primaveral.

Entrada: más de media plaza.

Crónicas de la prensa: La Gaceta, El Correo, EFE, COPE, ABC, El País, La Razón, El Mundo, Diario de Sevilla, Marca.

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Complicada la corrida de Cuadri. Y muy complicado también el juicio a la misma. Ha sido espectacular de presencia y menos mal que no salió el sobrero, de 680 kilos - un elefante, vamos, aunque es mejor no hacer bromas de paquidermos en este momento-. Algunos fueron de lejos al caballo, otros cantaron en el segundo envite. En la muleta unos se dejaron por un pitón, otros por el otro, y otros por ninguno. En general, corrida interesante, que hay que seguir viendo. Eso sí, para gente decidida, dispuesta. Barrera empezó bien con el primer paradito y no pudo hacer nada con el cuarto. Castaño estuvo muy bien con el segundo, valentísimo, en los pitones, y hasta pudo tener trofeo. En el quinto, con la montera puesta -una forma como cualquiera de llamar la atención sobre aspectos que no son de la lidia- puso voluntad. El tercero fue el mejor y Alberto Aguilar aprovechó el pitón derecho, tal vez hubiera cortado oreja si no pincha. En el sexto, más peligroso, logró corregir algunos defectos y hasta sacarle pases, pero con el descabello se eternizó. Hubo cuadrillas a destacar, como los picadores Pedro Iturralde, Tito Sandoval y Javier Sánchez. Y un derribo muy peligroso a Juan Carlos Sánchez. De los de a pie los mejores David Adalid y Rafael González. En definitiva, hubo toros y la corrida tuvo interés. No nos aburrimos, vamos. Lo que no pasa con otros, ya lo verán ustedes.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: la disposición de Javier Castaño

Ante un lote tan complejo como cualquier fórmula de física cuántica Javier Castaño tiró de inteligencia y tocó todas las teclas del toreo para redondear una actuación más que notable. Al primero le acortó las distancias, le retrasó la muleta para enseñarle los muslos y lueo taparle la embestida corriendo la mano con soltura y un valor estoico a prueba de miradas y probaturas. Y con el quinto, un tanque de aviesas intenciones por el pitón izquierdo, supo pelearse suavemente con él. Por el pitón derecho, a base de quitarle la muleta y dejarse ver, pudo encelar una acometida tramposa y sin transmisión que no permitía el más mínimo descuido. Aunque la lógica elemental prescribiese que la zurda no debería cogerse, el espada leonés se la echó sin ningún tipo de miramiento. Casi lo cazó, pero ni por esas vicisitudes se le mudó el color del semblante. Una de las demostraciones palpables de ese valor recio, seco, sincero y sin aspavientos de los toreros castellanos fue protagonizada ayer por un desconocido para muchos aficionados que en el tendido se preguntaban por los argumentos taurinos que justificaban la presencia de Javier Castaño en el abono. Ojalá que tras su brava actuación hayan encontrado la respuesta.

Lo peor: el desencanto

Lástima que la corrida tan esperada de Cuadri diera un juego tan escaso. Es verdad que hubo algún que otro toro potable, que se dejó con las características típicas del encaste onubense, pero a buen seguro que el bueno de Fernando habría deseado que el juego de su corrida hubiera sido otro. Desde mi punto de visto, hubo demasiados kilos y sobró que estuviesen agarrados al ruedo casi todos. El quinto tuvo peligro y no permitió el toreo de lucimiento, como a todos nos hubiera gustado.

El Correo

Por Víctor J. Vázquez. ¡Valor de ley

Cada vez que salía de toriles, la gente exclamaba y aplaudía la belleza de un ejemplar único del toro de lidia, los Cuadri. La gesta de esta ganadería es una gesta romántica y el buen aficionado tiene la ilusión de presenciar una de esas tardes que forjan una ganadería, decir yo estuve allí con una corrida de Cuadri legendaria. Hoy no ha sido. La impecable presentación de cada uno de los toros ha ido de la mano de un comportamiento deslucido. Todos muy pegados a la arena, descastados, faltos de fondo y peligrosos. Muy peligrosos.

Los buenos augurios que algunos de ellos dieron en el caballo, como el primero, segundo y quinto, se perdieron en el último tercio donde todos los toros se quedaron en media embestida. Solo el tercero tuvo algo de recorrido y nobleza para poder intuir todo lo que este hierro puede transmitir en una plaza y la tarde de ayer podría haber sido tediosa de no ser por que ahí han estado tres toreros con valor de ley. Tres dignos depositarios de los fundamentos de este oficio que han hecho de la tarde una tarde interesante.

Uno de ellos es Javier Castaño, un torero de esos que ha pasado su travesía en el desierto para regresar con las canas propias del que se encuentra a sí mismo. Cuando uno ve torear a Castaño tiene la sensación de que ha nacido entre unos pitones. No es que domine las cercanías, es que las disfruta, tiene este torero una genética hecha para las caricias de los pitones. Y hoy, como muchas tardes, se ha visto a Castaño sereno entre las astas de su peligrosísimo primero, al que ha sacado unos derechazos de valor, aguantando lo imposible delante de la cara del toro y precisando su sitio entre muletazo y muletazo. Ha llegado con esta lucha Castaño a los tendidos, a los que ha ofrecido una faena de corte didáctico, en la que al final, iba explicando con lentitud cuáles son las distancias, los pasos, los toques que hacen embestir a estas bellas moles.

Con su segundo, más peligroso aún, Castaño se ha vuelto a asomar al acantilado de las cornadas, solo que la gente ya se sabía la lección y no ha valorado igual la exposición del salmantino. Toreó Castaño a este su segundo sin desmontar, haciéndolo todo despacio y con una torería visiblemente curtida por el tiempo. Quien se tuvo que desmonterar por justicia fue su banderillero David Adalid, quien banderilleo los dos temibles toros en un alarde de técnica y arrojo.

El mejor toro de la tarde fue el tercero, que cayó en las manos de Alberto Aguilar. Fue este el más noble y el de recorrido más largo, pero lejos estuvo de ser un toro fácil. Lo citó Aguilar por ceñidas chicuelinas en los medios después de que el toro hubiese derribado al caballo cogiéndolo por los pechos. Ya en la muleta, la faena de Aguilar fue un prodigio de colocación, entendimiento y técnica, que sacó todo lo que ese toro llevaba en el pitón derecho.

Toreó Aguilar cruzadísimo y firme, con la muleta plana y con todo el canon del toreo honesto a sus espaldas. Como en todos los toros de la tarde, descabellar se convirtió en un suplicio. Duro de piernas y alto de cara, necesitó cuatro intentos Aguilar para doblar al toro y enfriar al tendido. Entendió el torero peor a su segundo, al que no consiguió templar su desclasada embestida. Fue ya al final cuando la plaza estaba de despedida, cuando consiguió arrancarle dos naturales limpios y templados. Seguramente sabía que ya casi nadie lo estaba viendo pero como los buenos toreros Aguilar lo hizo por él.

Ha estado en su sitio Antonio Barrera aunque la afición sevillana ya le trate como a un viejo conocido con el que tienes la confianza suficiente como para echarle de casa en una tarde hostil. No se merecía los pitos cuando intentaba robar algún derechazo a su peligrosísimo segundo que no dejó en ningún momento de apuntarle con los pitones en el pecho. Tampoco el comportamiento del toro era merecedor de un aplauso en el arrastre. Eso sí, si se lo dieron por bello, bien dado está.

La Gaceta

Por José Antonio del Moral. Destacó el valor de Castaño en otra corrida aburridísima

Mejor tiempo y algo más de público. Aunque el cartel no fue para tirar cohetes, al menos los toros de Cuadri, pese a soler dar tantas sorpresas buenas como malas, casi siempre son interesantes. Ayer, por desgracia, predominaron los malos. Además, como al segundo de la terna, Javier Castaño, le vimos un gran progreso en Fallas con la determinación que no tuvo en sus comienzos, a esa esperanza nos agarramos. Solo se cumplió medias aunque su valor consciente fue lo más destacado del festejo. Antonio Barrera estuvo para el arrastre. Y Alberto Aguilar simplemente estimable aunque por bajo del tercer toro, el más potable del envío.

La actitud de Javier Castaño al recibir al primer Cuadri fue la esperada aún sin poder cuajar ningún lance. Tardeó en varas y quedó muy parado, como ajeno a la lidia, esperando y persiguiendo a los banderilleros. Enclenque, abriéndose descompuesto y echando la cara arriba en la muleta, no impidió que Javier Castaño lo sometiera sobre amabas manos con mando y firmeza aunque sin poder recrearse. Muy por encima del toro anduvo el salmantino. Fue una pena que pinchara antes de agarrar una estocada que necesitó del descabello. Escuchó una gran ovación.

Muy quieto lanceó al quinto que, sin fuerza, no tardó en doblar las manos tras pegarse en costalazo. Y lo cuidaron en varas, pero llegó muy áspero y con malas intenciones a la muleta. Castaño aguantó las tarascadas que no cesó de pegar, pero no encontró manara de templarlo. La faena no pasó de su ejemplar exposición jugándose una cornada con un valor sin tacha. Volvió a pinchar antes de enterrar el acero en lo alto. Pese al fallo.

Abrió la tarde un toro enorme que peleó impetuoso al caballo tras quedarse corto en el capote. Luego tardeó, se defendió y perdió las manos por falto de fuerza. ¿Por demasiado atacado de kilos? Sorprendentemente, Antonio Barrera lo brindó al público. Nada más empezar la faena, el toro le pegó un susto tremendo al verle moverse al dar un tercer pase con la mano derecha. Más atento a sus malas intenciones, pegó otros dejando la muleta puesta solo que por las afueras hasta que el toro se le ciñó. Y así continuó con ambas manos sin convencer a la gente. Ni toro, ni torero. Lo mató de media contraria y dos descabellos escuchando un aviso.

650 kilos pesó el enorme cuarto. Demasiado. Pero metió la cara en el capote de Barrera y acudió alegre al caballo y, aunque hizo cosas feas en banderillas, se movió en la muleta. Barrera, como siempre, le pegó pases totalmente descruzado. Y detrás de la mata, no se convence a casi nadie. Cuando lo hizo tras descalzarse no sé para qué, el toro ya estaba parado. Mató yéndose descaradamente.

De entre los sobradamente presentados ejemplares de Cuadri, el tercero mejoró a los dos anteriores. Más movilidad y más casta. Alberto Aguilar rebañó las chicuelinas del quite e hizo una faena excesivamente larga y con desigual acople que basó sobre la mano derecha, el lado más proclive. Pese a su disposición, no terminó de hacerse con el toro. Lo suplió entregándose al matar. La mala corrida terminó con otro de los peores, que ya es decir. Por eso le dieron estopa en varas. Luego, Aguilar se esforzó en sacar de donde apenas hubo pasándose de metraje.

ABC

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/andres_amoros_bn.jpg"/>Por Andrés Amorós. Con Cuadri, la emoción de la casta

Fernando Cuadri ha enviado una impresionante corrida de toros: magníficamente presentados, no descomunales pero muy serios, hondos, de piel muy lustrosa, con badana, bien dotados de cuerna. Pesan cerca de seiscientos kilos y da la sensación de que les caben bastantes más. Son toros encastados, con todo el interés que eso tiene (para los aficionados) y las dificultades que eso plantea (a los toreros). Eso es la Fiesta.

Este tipo de toros —antes, mucho más frecuentes— exigen a los diestros profesionalidad, técnica, oficio, dominio… Son conceptos que ningún aficionado puede desdeñar. A cambio, suscitan la emoción que es clave en este espectáculo y otorgan mérito a todo lo que se hace con ellos.

Varios toros han sido recibidos con una ovación; también se ha despedido con aplausos al segundo y tercero. A los dos les tenían cortada la oreja Javier Castaño y Alberto Aguilar. Menos fortuna ha tenido Antonio Barrera. En todo caso, una tarde de notable interés para cualquier auténtico aficionado.

Antonio Barrera merece respeto por una carrera prolongada y digna, con triunfos notables en España (en Barcelona, en el último año de esa Plaza) y América . El primer Cuadri embiste templado al capote de Antonio pero corta en banderillas. Lo brinda al público, creyendo que puyede haber faena, pero se le queda debajo, en un pase de pecho. Es reservón, soso, tardea. Faena aceptable pero sin lucimiento.

Recibe con buenos lances al cuarto, engatillado, cinqueño, que va de largo al caballo pero luego flojea, se defiende. Aunque le da distancia, el toro es reservón, se queda corto. Antonio sólo puede mostrar voluntad y oficio. Mata con decisión.

Vuelve Javier Castaño a esta Plaza después de diez años de ausencia. Estuvo en las Ferias al comienzo de su carrera como matador: entonces, era valiente pero encimista, su toreo decía poco. Ahora —como tantas empresas— se ha reconvertido y lo ha hecho, felizmente, atendiendo a la lidia clásica, luciendo al toro. Así ha triunfado en Zaragoza, Castellón, Arles… Me parece un diestro mucho más interesante de lo que era en su primera etapa. El segundo toro, poco claro, se cuela en el quite de Aguilar, hace hilo en banderillas. Castaño está muy firme, no duda, se cruza, alarga la embestida; encelándolo con el cuerpo, saca muletazos vibrantes. Es una faena de buen profesional, que el público sevillano sabe apreciar. Logra, a la segunda, una gran estocada pero, con el descabello, pierde los papeles y la oreja que ya tenía. El quinto se llama «Colladero», como su hermano, que ganó todos los trofeos den el San Isidro de 1970. Es bajo, cinqueño, bizco del izquierdo. Lo recibe con buenas verónicas pero el toro casi lo encierra en tablas. Destacan, como muchas tardes, el banderillero David Adalid, que saluda, y el piquero Tito Sandoval. Lo lidia Castaño con la montera puesta, al estilo de Esplá.. El toro tropieza mucho la muleta . Recurre Javier al encimismo. Aunque no es lo que aquí más gusta, se gana el respeto del público, al ver cómo le rozan los pitones.

El tercero, «Aldeano», era, por sus hechuras y su comportamiento en el campo, el preferido por el ganadero: «Es muy buena gente», decía, con su peculiar lenguaje. No se ha equivocado. Derriba espectacularmente en la primera vara; en la segunda, se va del caballo: es el único lunar de todo un gran toro. Las dobladas iniciales de Alberto Aguilar tienen auténtica emoción. El toro se come la muleta, en los derechazos; busca, por la izquierda. La oreja vuelve a desvanecerse por el descabello.

El último, «Mediador» (de la reata de «Tratante», con el que triunfó aquí Diego Puerta en 1965) es castaño, brusco, pegajoso. Alberto vuelve a estar valiente, salva la papeleta, le roba naturales, pero uno a uno, sin conseguir ligazón. Faena larga y desigual. El descabello, otra vez, lo estropea todo.

Hay que repetirlo siempre: sin reses encastadas, no hay Fiesta, por muy estéticos que puedan ser los muletazos. Cuadri ha ofrecido una tarde de toros auténtica, emocionante.

EFE

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Solo dos toros a la altura de las expectativas

Las facciones más toristas de la afición hispalense, y no pocos visitantes llegados de los campos de Huelva, esperaban mucho de este encierro de la familia Cuadri que implicaba el reencuentro de la divisa de Trigeros con la plaza de la Maestranza después de varias temporadas de ausencia.

Pero en el envío sólo hubo dos toros verdaderamente interesantes -tercero y cuarto- que se escaparon de una baraja común de defectos y mal estilo que sólo fue paliada por la entrega de dos de los matadores de la terna: el leonés Javier Castaño y el madrileño Sergio Aguilar.

Castaño pisó el acelerador a fondo a pesar de no sortear ninguno de esos toros posibles y se entregó sin fisuras con el segundo de la tarde, un ejemplar violento y bruto con el que también brilló David Adalid manejando los palos.

El matador leonés no lo dudó en ningún momento y se metió entre los pitones hasta someter a ese animal que pasaba siempre con reservas, sin humillar nunca. Pero Castaño expuso, se cruzó por completo y se encajó entre los pitones extrayéndole los muletazos de uno en uno con un movimiento de péndulo en un auténtico toma y daca en el que se jugó el tipo.

El arrimón final, completamente entregado, no fue rubricado con la espada ni el descabello que funcionaron con fatal premiosidad para todos los espadas durante toda la tarde.

Castaño volvería a entregarse por completo con el quinto, un toro peligroso y orientado con el que no volvió la cara en ningún momento hasta convencer al público -que estaba viviendo la faena muy de parte del toro- de sus dificultades hasta hacer entrar a todo el mundo en la importancia de su labor.

El madrileño Alberto Aguilar se encontró con el tercero de la tarde, un toro que no tuvo ni un solo muletazo por el pitón izquierdo pero que brindó un interesante aunque complejo comportamiento por el lado derecho -algo escaso de recorrido- a pesar de su tendencia a probar y tardear.

Con esos ingredientes, hay que revalorizar la labor de Aguilar, que extrajo cada uno de los muletazos en el filo de la navaja, aguantando un leve paroncito que debía helar la sangre del torero, que hasta se adornó en los remates por trincherillas después de sacar varias series diestras de mucho mérito pero, sobre todo, mucha exposición.

Aguilar se mostraría algo más atolondrado con el sexto de la tarde, bruto y descompuesto durante toda su lidia pero que dejó estar por el pitón izquierdo. Así lo vio el matador después de algunas desconfianzas y probaturas y llegó a extraerle a última hora un puñado de naturales de buen trazo. La espada, una vez más, funcionó fatal.

No fue la tarde del sevillano Antonio Barrera, que se tapó en parte toreando al primero de la tarde, que fue muy corto de viajes, aunque naufragó por completo sin decidirse a dar el paso con el cuarto, un toro de importante fondo que merecía mayor entrega y exposición. La gente se lo recriminó.

COPE

Por Sixto Naranjo. Ni buena, ni mala, pero se esperaba algo más

, Era la gran esperada. Tanto por los años que llevaba sin lidiar en Sevilla con corrida de toros como por los buenos augurios que traía tanto el año pasado en otros cosos como en el inicio de esta temporada en la Feria de Castellón. Corrida bien presentada y en el tipo de la casa, con varios toros ovacionados de salida. La ganadería de Cuadri era el maná ‘torista’ de esta semana de preferia.

Y sin embargo, los pupilos del hierro onubense se movieron en una indefinición que hizo que el balance final de su juego se mueva entre la ambivalencia del encastado tercero hasta el difícil y complicado quinto. Encierro eso sí con la personalidad propia de estos toros. Una corrida de toros con todos sus matices. Pero si hay que mojarse, la corrida ha dejado fríos a quienes esperábamos algo más de esta ganadería.

El único toro que hizo fama al comportamiento clásico de este hierro fue el tercero. Empujó con buen estilo en el primer puyazo para después salir de najas en el segundo. Pero “Aldeano”, que era la apuesta del ganadero”, llegó a la muleta de Alberto Aguilar embistiendo con todo, humillando y con mucha transmisión por el pitón derecho. Las tandas del torero madrileño se sucedieron a una velocidad de vértigo, con el toro queriéndose comer la muleta que le presentaba Aguilar. Faltó un punto de reposo y tras un conato de toreo al natural en el que toro no pasó, el torero firmó la mejor tanda de la faena de nuevo a derechas. Sonó la música y siguió por el mismo palo el diestro, que llegó a permitirse la licencia de rematar esta tanda con una bella trincherilla. Pero un desarme hizo que la banda cesase en su interpretación y la faena cayese en picado. La estocada necesitó del descabello y todo quedó en una ovación de reconocimiento.

El sexto, un castaño al que le costó humillar por el pitón derecho, Alberto Aguilar le hilvanó una faena de creciente intensidad, primero en tandas por el pitón izquierdo para acabar extrayendo una a derechas de mucho mérito. Pero de nuevo tuvo que utilizar el descabello el madrileño para finalizar su actuación.

La faena de mayor poso y argumentos la firmó Javier Castaño en el segundo de la tarde. Toro de preciosas hechuras que fue ovacionado nada más aparecer por el portón de chiqueros, el animal de Cuadri nunca descolgó, pero el sitio que pisa el diestro leonés fue fundamental para desengañarlo. Faena sobria, de torero castellano, con aplomo y firmeza y siempre bien colocado. No hubo toreo exquisito pero sí mando y técnica para exprimir las embestidas de su oponente. Pinchó antes de la estocada y el premio se redujo a una ovación.

El quinto cumplió en el caballo pero rápido demostró que le costaba un mundo deslizarse tras las telas. Castaño no volvió nunca la cara y atornilló las zapatillas en el albero maestrante como receta ante el mal estilo en la embestida de su oponente. Se pegó un arrimón que levantó una ovación de reconocimiento en la última de las series interpretadas. El silencio pareció premio injusto tras una estocada recetada después de un pinchazo.

Quien no tuvo su tarde fue Antonio Barrera. El sevillano nunca se mostró a gusto ni con el noble pero flojo y soso primero, con el que estuvo monótono y demasiado precavido, ni con el exigente cuarto, que le puso en más de un aprieto.

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EL PAÍS

Por Antonio Lorca. Una amarga decepción

El fracaso de la corrida de Fernando Cuadri, uno de los ganaderos más respetados y queridos de este país, un reconocido científico del toro, ha supuesto una amarga decepción. Era la esperanza blanca y el triunfo necesario para volver a creer en el futuro. Pero, una vez más, se ha vuelto a demostrar que el misterio del toro es insondable. Es una lotería acertar con la manipulación genética para que la armonía exterior responda a un compendio de poderío, codicia, casta, bravura y nobleza.

Los toros de Cuadri tuvieron una presentación irreprochable, un trapío imponente, hondos y serios todos, aplaudidos la mayoría al salir al ruedo, una pasarela del toro guapo que produce una profunda admiración.

Pero ahí acabó su gracia. Los picadores los lucieron en los caballos, pero ninguno metió la cara en el peto y empujó con los riñones; antes bien, flojearon, se repucharon, hicieron sonar los estribos y cantaron, al final, la gallina. Ninguno de los seis acudió con franqueza a los capotes ni al cite de los banderilleros. Y ninguno llegó a la muleta con recorrido, con acometividad, con casta, con nobleza… Por el contrario, desarrollaron sentido, y se mostraron correosos, desangelados y sin recorrido. Una amarga decepción, y una prueba más de que la ciencia de Fernando es incompleta porque la bravura sigue siendo un misterio insondable.

Y frente a ellos, tres toreros valerosos, que ocupan puestos en la zona media del escalafón y que andan a la caza y captura de un éxito rotundo que los catapulte al estrellato. Pero tampoco pudo ser.

Vaya por delante que Barrera, Castaño y Aguilar se hacen acreedores de toda consideración y respeto al enfrentarse a cuerpo limpio con una corrida tan dura y dificultosa como la de ayer. Quizá, su única opción sea jugarse la vida ante estos duros hierros para aspirar a otros más cómodos o, sencillamente, salir airosos para continuar en la brecha de la dificultad extrema.

El problema se agiganta cuando toros como los de ayer exigen una entrega total para que se pueda tocar el triunfo con las manos. El valor no es suficiente; es necesario ese paso más que une el conocimiento técnico con la heroicidad.

Antonio Barrera, por ejemplo, estuvo valeroso y aseado, pero muy por debajo de la condición de su segundo oponente. Es difícil torear más despegado, más fuera cacho, más al hilo del pitón, más aliviado y ventajista que este torero ayer. Y así no se deja nunca de ser una promesa. Ese cuarto toro lo superó con creces, y nada pudo hacer ante el agotado primero.

El lote de Castaño, de cortísimo viaje y malas artes, solo le permitió mostrar una valentía rayana en la temeridad, metido entre los astifinos pitones, jugándose los muslos en cada trance. Y esa fue su victoria: asustar para poder seguir asustando. Muy meritoria, no obstante, su actuación.

Y la misma suerte corrió Aguilar, todo pundonor, temperamento y decisión. Quizá no estuvo a la altura del tercero, duro como los demás, ante el que le faltó mando en la muleta, y se la jugó ante el buey sexto, al que robó algunos pases por su ilimitado constancia.

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El Mundo

Por Carlos Crivell. Cuadri, bella estampa sin fondo

La vuelta de Cuadri a la Feria de Abril no añadirá ni un gramo de gloria a la divisa de Trigueros. Hablamos de juego. Si se valora la presentación, los seis toros de Fernando Cuadri fueron de estampa irreprochable, largos, lustrosos, bien encornados, muy en el tipo de la casa. Por fachada, máxima nota. Sin embargo, de los toros de lidia se espera mucho más. Por su presencia valen para un museo. Se espera que su juego sea propio de reses encastadas, bravas mejor que mansas, codiciosas y agresivas. Ninguna de estas virtudes adornó al encierro de Cuadri, cuya vuelta a la Maestraza ha sido poco afortunada.

La plaza volvió a ser tomada por un selecto grupo de aficionados expectantes por gozar con el juego de estos famosos toros. A la corrida se la trató como si fuera un tentadero, algo que hace las delicias de los entendidos. Está bien, pero cuando lleguen los toros de los carteles de relumbrón hay que exigirles a los toreros que los lidien de forma similar. Algunas reses se pusieron varios metros por detrás de la segunda raya, cuando ya habían cantado que no eran bravos. A los picadores se les exigió, con acierto, que movieran el caballo y levantaran el palo. Se espera que con las próximas corridas el público se exprese de la misma forma. No es agradable cantar el fracaso de una ganadería tan particular. Y menos cuando su propietario es tan escrupuloso como Fernando Cuadri. No hay más remedio. Una cosa es la realidad y otra el deseo. La corrida, muy hermosa, careció de casta. Es la pura y dura realidad. Ponerle paños calientes es un engaño. Es evidente que esta divisa tiene poca suerte en Sevilla. Lo bueno es que en la finca hay casta buena como ha demostrado ya en múltiples ocasiones.

La terna de ayer era experta. Antonio Barrera está curtido en mil batallas. Javier Castaño tomó la alternativa hace once años. El más joven, Alberto Aguilar, comienza su séptima temporada como matador de toros. Esta experiencia no fue suficiente para solventar los problemas de la corrida. No es cuestión de poner reparos a la terna, que se fajó en busca del triunfo. A la corrida se la lidió mal, las cuadrillas anduvieron más atentas a su defensa que a mejorar el juego de las reses y a todas se las toreó en el tercio. El viento molestó, pero el toro de Cuadri de las rayas adentro peso mucho. Y eso también le quitó brillantez a su juego. Pero no hay que andarse por las ramas. Entre los que se pararon, los que se defendieron y los que no humillaron, el festejo se limitó a un concierto de buena voluntad.

El interés por ver a Javier Castaño en esta nueva etapa no tuvo el refrendo esperado. Es más, Castaño volvió a mostrarse encimista como en otros tiempos. Tal vez no tuviera otro camino.

Estuvo bien con el primero de su lote, segundo de la tarde, aunque el comienzo de la faena fue un concierto de toques violentos para desplazarlo en exceso. Siguió con pases sin ligar muy cerca del toro. Se quedó muy quieto entre los pitones como prueba de valor. Con el quinto, al que toreó de muleta con la montera puesta, toro que no quería fiesta por el lado izquierdo, volvió a torearlo en cercanías, ahogó sus arrancadas, le echó mucha voluntad, pero ese encimismo no gusta mucho en la Maestranza.

La pequeña estatura de Alberto Aguilar contrastó de forma llamativa con el volumen del castaño sexto. Ese toro fue una gran desilusión. Entre tanto toro guapo el llamado Mediador era para ponerlo en un marco. Era más alto que Aguilar.

El chaval madrileño, curtido en todas las guerras taurinas del mundo, sacó oficio para robarle pases a un toro de viaje corto y gañafón rápido. No hay nada que objetarle, pero sus maneras y el trazo rápido de sus pases no son precisamente los de un exquisito.

Ya lo había dejado claro en el tercero, otro animal que no admitió ni uno por la izquierda, y con el que Aguilar anduvo pleno de voluntad y velocidad. Le bajó la mano y sacó algún pase suelto estimable. Esa mano baja que no funcionó en el sexto.

Antonio Barrera se fue de vacío. Se diría que no fue su mejor tarde. El que abrió plaza se paró pronto; el muy hermoso cuarto se defendió con la cara alta. Muy mal lote el de Barrera. El torero acusó en su ánimo esta mala suerte y se afligió algo más de lo esperado.

Como remate de la tarde, todos anduvieron mal con la espada y con el descabello. Es un síntoma. Nada menos que veintitrés descabellos para despachar la corrida. Así se explica que para ver a seis toros de bella estampa, se tardara cerca de dos horas y media.

LA RAZÓN

Por Patricia Navarro. Del valor, el honor y el fallo a espadas

La corrida pesó lo suyo y lo de más allá. Se esperaba el hierro de Cuadri, con casi 600 kilos de media por toro, con presencia y los míticos pitones negros. Pero el volumen, la caja, se quedó a medias. A la contra, por si fuera poco, se lo pusieron con un ruedo que resulta inhóspito de principio a fin. Polvareda, exceso de arena, irregularidades en el terreno. Y el viento para acabar de descomponer una tarde, que no tuvo tirón taquillero. Y Sevilla así, preocupa. El ánimo en los tendidos se fue desinflando poco a poco.

Pero no sería justo dejarlo ahí. Reducir lo que vimos a una sola parte. En el escenario siempre son dos los protagonistas y reyes del desenlace. Alberto Aguilar y Javier Castaño pusieron al servicio del espectáculo la entrega y la honradez. Y de qué manera. Ver cómo Javier Castaño se metía entre los pitones del toro, olvídense de babosa, un Cuadri, ese señor toro, con los señores pitones, y buscar hasta el infinito y más allá el pitón contrario, cortaba la respiración por momentos. Quizá no para la gran masa, sin duda sí para quien intuye cómo bombea el corazón del toreo. Castaño, en este caso, lo hizo ya en el segundo de la tarde, que no se empleaba en la muleta y de humillar ni hablamos. Tiró Castaño de valor sincero, sin alardes, para él y para quien quisiera verlo y le arrancó dos tandas muy cerquita, de uno en uno, muy de verdad. La espada descompuso y acabaría por ser la maldición del salmantino y de Alberto Aguilar: descabellos como si fueran a comisión. Con saludos desde el tercio quedó la cosa y en el quinto se superó. O más difícil se lo puso el toro, con el que anduvo sobrado David Adalid con las banderillas hasta desmonterarse. Castaño hizo un esfuerzo grande porque el Cuadri no era de broma. Por el izquierdo decidió coger el camino recto a la barriga y por el derecho, también algo orientado y agarrado al piso. Javier hizo lo mismo. Se puso sin afligirse. Y cuando el mérito estaba ganado, pinchó.

De eso supo también Alberto Aguilar, que se llevó el lote más propicio. El tercero tuvo mucho que torear por el derecho, una movilidad que transmitía pero que requería de valor seco para aguantar el tirón. Aguilar lo soportó, lo llevó y lo maduró en una faena que concentró la atención. Se sabía que lo que estaba ocurriendo costaba horrores y había conexión con el tendido. La espada, no. La espada no fue y el resultado se enturbió. Embistió con todo el sexto y cuando el animal bajó revoluciones, se atemperó más Aguilar.

Antonio Barrera pasó discreto con el primero, insípido, descastado y con el protestón cuarto. Si desde el tendido se vislumbraban las dificultades del piso, qué no pasarían los protagonistas ayer en el ruedo. Eso, al menos, tiene arreglo. Ante los tendidos vacíos, parece que todo el mundo quiere cerrar los ojos.

EL MUNDO

Por Zabala de la Serna. Castaño y Aguilar se dejan las orejas con la espada

Si hay algo que garantiza Cuadri es la la presentación. En cuadri, claro, para aguantar esos volúmenes, estos pesos (600 de media), se necesitan las cajas y las osamentas del toro de don Fernando. Al tercero hubo que añadirle que le faltó un puyazo, porque del segundo encuentro se escupió y en el primero derribó, con lo cual quedó tremendamente entero. Alberto Aguilar se encontró con una embestida fuerte y encastada. Se dobló por bajo y se produjo la emotividad de tío que quiere y el toro que ataca. Por el pitón derecho, que era la mano, aunque curiosamente en el capote se había metido no poco por debajo de los vuelos, Aguilar lo entendió muy bien, muy firme y toreando largo una embestida muy humillada. Al natural no es que no tuviera uno, es que sólo tuvo uno. Ni uno más tragó el de Cuadri. Volvió el pequeño torero a fajarse en redondo en dos tandas, que marcaron el momento de la muerte. La última sobró; sobrevino un desarme. Pero la pena, aun así, fue la colocación atravesada de la espada y el fallo reiterado con el descabello. Se le ovacionó con fuerza; y también en el arrastre a 'Aldeano', que era el nombre del toro.

No se dio ese caso con el anterior porque no mereció los aplausos. Todos los elogios fueron para Javier Castaño, que estuvo superior de entendimiento, sitio, espacios y valor. Frente a ese cuadri hondo, de pitón caído sello de la casa, grande pero armónico y sin humillar, Castaño estuvo templado y a carta cabal, abriéndolo lo necesario y sobre todo tapándole a su altura, en su línea, con la extracción de todo lo que había y más en los finales damasistas al pitón contrario. Apuró los medios pases con el reconocimiento unánime de la Maestranza. Se presuponía la oreja, pero la mano se le resbaló de la empuñadura; la estocada quedó tendida y la posibilidad del trofeo se diluyó. No así la entrega de la afición en reciprocidad a la suya.

La marca de todo el pesaje se la llevó el cuarto con sus 650 kilos. No fue malo en principio, en la duración de lo de Cuadri, pero para que Antonio Barrera se hubiera puesto antes de que se enredaran las cosas. No fue el caso. Hay mucha diferencia entre el toro de México y el de España y no digamos con el de Cuadri. A Barrera le costó un mundo y parte del otro estar y quedarse con un primero que se empleó en el caballo con más celo que en la muleta.

El quinto sí que era una pieza. Castaño, sin desmonterarse, estuvo con un par con aquellos cabezazos montaraces de defensa medieval. Un arrimón en serio y en corto. Mató en el segundo envite. Como nota curiosa: David Adalid banderilleó los dos toros.

Cerró la corrida un toro castaño. Alberto Aguilar se desquitó en el caballo de lo que no le dio al anterior. Medía el de Cuadri. Pero se dejaba por el pitón izquierdo. O Aguilar le encontró ese punto tras sobreponerse al desarbolado inicio de faena. De ahí pasó a encontrarse mejor. Se encasquilló con el descabello.

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DIARIO DE SEVILLA

Por Luis Nieto. Castaño y Aguilar destacan en una decepcionante corrida de Cuadri

El retorno de la ganadería de Cuadri a la Maestranza tras varias temporadas ausente y su reciente triunfo en el triangular con Victorino Martín y Miura en Castellón, constituían dos atractivos añadidos para una de las corridas toristas más esperadas. Pero tras lo visto ayer, la fachada se impuso al interior. El encierro, con un trapío excelente -segundo y cuarto fueron ovacionados de salida-, decepcionó en su juego. Dentro del festejo, destacaron por su pundonor el leonés Javier Castaño y el madrileño Alberto Aguilar; aunque no consiguieran trofeos.

Javier Castaño realizó una faena muy meritoria ante el segundo toro, que no llegó a romper. Sobó mucho al animal en una primera fase, fundamentalmente por el pitón derecho. Y llegó más a los tendidos cuando acortó distancia y se dio un arrimón importante, con muletazos y adornos en la misma cara del cornúpeta. En la suerte suprema, tras un pinchazo, se tiró de verdad para una estocada hasta la bola, que no fue decisiva y precisó de cuatro golpes de descabello.

Ante el quinto, muy peligroso, retomó su papel de gladiador, tras lucirse en un par de lances a la verónica. En banderillas, David Adalid prendió un primer buen par y se gustó en el segundo, escuchando una de las ovaciones más sonoras de la tarde. Ya en las afueras, con la montera puesta -rememorando a Luis Francisco Esplá-, Castaño intentó esbozar muletazos con la zurda, a cambio de hachazos a la velocidad del rayo. Con la diestra se la jugó en una labor desigual, con demasiados enganchones. Lo más valorado por el público llegó en un arrimón final, en el que asustó al respetable, que veía como una y otra vez, los astifinos pitones del cuadri le rozaban las femorales.

Alberto Aguilar, otro diestro curtido en la dureza, dio la talla. Tuvo en suerte en primer lugar un toro mentiroso en el primer tercio; ya que tras un puyazo de largo al relance, por el que derribó, cantó la gallina en el segundo, en el que huyó. En la muleta tuvo recorrido por el derecho y mucho peligro por el izquierdo. Aguilar, tras una apertura, con buenos muletazos, muy aplaudida, estuvo algo acelerado en un principio. Poco a poco, fue asentando las zapatillas y corriendo la mano más despacio. Se libró, por reflejos, de una cornada cantada cuando manejaba la izquierda. El madrileño, inteligente, tapó la cara al astado y le sacó el máximo partido. Tras una estocada, dio hasta cuatro descabellos.

Con el imponente y complicadísimo sexto, se mostró muy tesonero. Era imposible ligar los muletazos y, aún así, el torero se cruzaba, una y otra vez, para citar. En el cierre logró un manojo de naturales con calidad. De nuevo dio un mitin con el verduguillo.

Antonio Barrera realizó una labor anodina, con unipases, al primero, un toro tardo. Lo mejor del trasteo fue el inicio, con largos muletazos genuflexos, y un cierre en el que con la diestra llegó a ligar en una tanda bien hilvanada. Ante el cuarto, un ejemplar imponente de 650 kilos, aunque bien distribuidos y con una encornadura más que respetable, el sevillano expuso en un comienzo de trasteo, en el que el toro fue imponiendo su ley. Además, falló reiteradamente con el verduguillo. Lo mejor, los lances a la verónica de recibo.

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MARCA

Por Carlos Ilián. Javier Castaño, una lección de técnica y valor

La corrida que envió Fernando Cuadri a Sevilla ha tenido todo el respeto que debe adornar al toro que se lidia en la Maestranza. Ha sido un corridón de bella lámina y de seriedad indiscutible. Una corrida para buenos aficionados porque habia exigencia para las cuadrillas, aunque tal vez le pudo el exceso de kilos, lo que, en todo caso, no fue obstáculo para que tres toros se movieran lo suficiente y dieran la medida de quienes se pusieron delante.

En la dura prueba fue Javier Castaño quien enseñó sus credenciales de torero madura, de valor auténtico y de recursos sobrados para meter en la muleta sin aspavientos a un toro como el segundo que no dió ni una facilidad. Castaño se plantó delante y sobre la base de no dudar ni un instante y de arriesgar en un terreno prohibido metió al toro en el engaño, llevando la embestido mása allá de lo que el de Cuadri quería. Faena de torero poderoso, de firme lidiador y de quien acompasa a un ritmo coordinado el corazón y la cabeza. Tenía cortada una oreja que la espada evitó.

En el quinto toro, muy comploicado, supo tragar de lo lindo en una faena de valor sin demagogia. Y la tarde dejó una oportunidad para Antonio Barrera en sus dos toros, especialmente en el cuarto, en el que no se decidió sobre la mano izquierda. Quiso torear siempre al hilo del pitón, arriesgando lo mínimo y el resultado no pudo se más pobre para el torerom sevillano.

Y buena nota para Alberto Aguilar en el tercero, al que metió en la muleta sobre ambas manos, ligando especialmente en los derechazos, dejando el engaño en la cara para darle unidad a la faena. Todo lo echó a perder con el acero. En el sexto, un toro muy venido abajo, Aguilar se pasó de faena, sin medida.


©Imágenes: Javier Castaño, Alberto Aguilar, Antonio Barrera/Empresa Pagés/EFE/Juan Carlos Vázquez.

Sevilla Temporada 2012.

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