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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Tarde del lunes, 2 de mayo de 2011

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de El Ventorrillo (de diferente presentación, descastados y mansos en general).

Diestros:

El Juli: De gris plomo y oro. Estocada casi entera (silencio); media estocada trasera (saludos desde el tercio).

Miguel Ángel Perera: De verde oliva y oro. Dos pinchazos, media estocada trasera (silencio); estocada (silencio).

Daniel Luque: De nazareno y oro. Dos pinchazos bajos, otros dos pinchazos, bajonazo (silencio); estocada (palmas).

Saludó: Joselito Gutiérrez, de la cuadrilla de Miguel Ángel Perera, en el 5º.

Presidente: Fernando Fernández-Figueroa.

Tiempo: Nublado, con rachas de viento.

Entrada: Lleno.

Crónicas de la prensa: Onda Cero, El Mundo, El País, Diario de Sevilla, ABC, El Correo de Andalucía, EFE, la Razón, Firmas.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Me dicen y me susurran que esto de El Ventorrillo se hunde a toda máquina. Que desde que cambió de dueños va cuesta abajo. Por lo visto hoy en Sevilla debe ser verdad. Corrida desigual de presentación, fea en su conjunto, mansa, floja, descastada, huida, a la defensiva, escarbones, topones… A los seis no les faltaba un defecto. Los tenían todos. El Juli lo tuvo imposible ante el primero a la defensiva y enseñó al cuarto en tres o cuatro pases. Pero cuando el toro se desengañó de la muleta, dijo que nanay. Le ovacionaron la voluntad toda la tarde. Miguel Angel Perera no tuvo mejor suerte. Puso voluntad ante el gazapón segundo y no pudo hacer nada ante el quinto que no fue malo sino mulo. Daniel Luque pudo hacer algo. Yo todavía no entiendo por qué tardó tanto en coger la zurda en el tercero. Lo había visto toda la plaza que ese pitón era el potable. ¿No tiene a nadie que se lo diga?. En el sexto, que brindó al público -tampoco le aconsejó nadie-, cogió la zocata antes y sirvió para que diera algún natural suelto. Pobre balance. Bien las cuadrillas: Benito Quinta - y no el que la grada ovacionó equivocadamente- con las varas, y Joselito Gutiérrez, Alvaro Montes y Juan Sierra a pie.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: la soledad de un natural

Torear con la mano izquierda es complicadísimo. Se requiere temple, valor y mucho tino en los toques para no desplazar la embestida de la res fuera del trazo del muletazo. Además se precisan altas dosis de valor porque, a parte de ser la mano enchufada al corazón, no se dispone de ayuda y, como consecuencia, las dimensiones del engaño, son menores. Estas premisas las conoce a la perfección la mente más preclara actualmente del toreo, D. Julián López, que en el cuarto de la tarde esculpió un natural subterráneo, recóndito, dominador y poderosísimo. Con ese mando que caracteriza su toreo, el matador madrileño quebró la feble acometividad del rajado toro de El Ventorillo, que en cuanto pudo se salió por la tangente en busca de la puerta de chiqueros, por la que pretendía huir despavorido. Tan recio toreo, tan rigurosa tauromaquia, tan insultante valor requiere de un cuatreño bravo, exigente, fiero y endiabladamente repetidor… características de las que adoleció toda la mansada de El Ventorillo. A pesar de la disposición de El Juli y del embrujo de su muleta no tuvo material con el que hilvanar una faena impactante. Sin embargo, quedan esos tres naturales que son pepitas de oros en un río escaso de bravura.

Ayer vimos uno de los mejores puyazos de lo que va de feria. Su autor fue Benito Quinta. El veterano picador se dejó llegar a un torazo de 565 kilos, señaló arriba, le echó perfectamente encima la cabalgadura y se apoyó en la vara para picar. Se mantuvo firme a pesar del zarandeo y consiguió hundir la puya en lo alto del morrillo. En el segundo envite, viendo que el astado buscaba la salida, perfiló el caballo, dio el medio pecho, y cuando lo tuvo en jurisdicción, señaló arriba. Otro buen puyazo que hizo de la suerte del primer tercio una alegría para los buenos aficionados que, sabiamente, aplaudieron a rabiar.

Lo peor: la ausencia de casta

Cuando el centro neurálgico de la lidia falla no hay manera de que la gente se emocione. Hubo algunas arrancadas potables en algunos de los toros pero sin emoción, sosísimas y sin transmitir lo más mínimo. Por otro lado, la presentación del segundo de la tarde es la antítesis de un animal bravo. Alto en demasía, acochinado, echo cuesta arriba y sin cuello. Tenía más pinta de buey de carreta que de raza brava. Con esa conformación morfológica es un milagro que pudiera embestir con rectitud y largura.

El resto de la corrida careció de casta, raza y emoción. Todos se repucharon, metieron las caras entre las manos y cuando se sintieron podidos por las muletas de sus matadores intentaron encontrar un lugar donde les dejasen tranquilos.

A ver si de una vez por todas los matadores aprenden que en Sevilla para solicitar el cambio del primer tercio no se deben desmonterar sino pedírselo al alguacilillo. El Juli lo hizo en dos ocasiones y no es de recibo.

Finalmente hemos de reseñar la puñalada vergonzosa, trapera y perversa que recetó Daniel Luque a su primer oponente. Es verdad que no humillaba, es cierto que le esperaba con la escopeta cargada… pero no se puede consentir tirarse a la paleta de manera tan poco profesional y descarada. La hombría debe demostrarse incluso ante las mayores adversidades.

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Onda Cero

<img src="http://t1.gstatic.com/images?q=tbn:LFcRGG4iGmZICM:http://www.diariosigloxxi.com/fotos/ignacio_de_cossio.jpg "/>Por Ignacio de Cossío. Se vende una corrida de toros para El Rocío

Desecho de cerrado, eso es lo que hemos tenido ayer en Sevilla. Menuda corrida de toros desigualmente presentada nos han puesto por delante. Los había bonitos y los había también de carretas. Amigos los de El Ventorrillo quien os ha visto y quien os ve. Tostón de primero y garbanzos de segundo. Claro que uno acostumbrado al dulce de leche de Cuvillo, los garbanzos de Toledo no entran ni con aceite de ricino. Por cierto, comparto la opinión que a estos toros les vimos algo extraño, me explico. Tenían reacciones poco vistas en el campo y mucho menos en la plaza. Lo mismo corría desde lejos que se paraban nada más llegar a la jurisdicción del torero.

No es justo que El Juli le toque en primer lugar un asesino en serie a otro menos docto en la materia, le arranca seguro la cabeza de un varetazo. Tres chicuelitas y una media receta el Juli con arrojo. Tan cerrado llegó a ser el triplete que el toro se enroscó en la capa y a punto estuvo de enganchar al madrileño es un santiamén. Con el caballo no se empleó y si por el contrario en banderillas, demasiado diría yo. Ahí otra vez casi hace hilo. Menudo resultó ser este Infame, de nombre e intenciones, claro. Por la izquierda le busca y por la derecha le encuentra. Parecía saber latín, estar toreado o venir cabreado de la suspensión de ayer. Estocada trasera y El Juli le susurra: buenas noches criatura. Con el cuarto se asienta a la verónica. No me imagino lo que tienen que tirar los gemelos de El Juli para que se arrime como se arrimó ayer, después de su triunfo apoteósico del viernes. En el caballo de nuevo reacciones raras. Lo mismo voy que lo mismo no vengo. En la muleta embiste y se frena. Frena y embiste sin fuelle ninguno. Julián muy valiente expone todos los alamares que no le arrancaron el viernes. Lo mejor de la tarde llega de inmediato, dos naturales que suben corriendo a la Giralda, pronto el toro se apaga como una vela y a dormir el personal. No hay derecho despedir así al gran El Juli de su gran feria y una racha imbatible.

Perera no estuvo a gusto en ningún momento y es comprensible a tenor de lo que tenía delante. Una bueyada digna para cualquier matadero. El primero gazapón, pegando derrotes a mitad del muletazo y siempre echando la cara arriba. ¡Cuanto hemos echado de menos la clase, el recorrido y el son de Arrojado, Halcón y Campanito! Vamos, primos hermanos de éstos por los cojones. Esta claro que hay que gastárselo para ver una corrida digna. Una verdadera desgracia, que Miguel Ángel tuvo que sortear sin dilación. Corrida sosa, sin emoción ninguna, un desastre monumental. Fatal finiquitó el torero de la Puebla del Prior al primero de su lote y magistral a su segundo.

Señores no se olviden. Quién verdaderamente estuvo mejor que ninguno fue el Daniel Luque. Qué valor tiene este hombre, asusta al miedo. Verónicas de arriba hacia abajo casi caídas del cielo ponen en suerte al toro frente al caballo. Un tordo que se lo está picando todo en esta feria. Agarrado a la perilla estaba el varilarguero Benito Quinta, que es la quintaesencia de la suerte de varas. Poco a poco Benito llama al toro, pica suavemente con una espuela y le tira el palo nada más echar andar el toro. Como se agarra con uñas y dientes, es un maestro del primer tercio en donde todo su oro reluce desde las muñecas hasta el castoreño. Benito suelta riendas, deja que empuje el toro, vuelve a andar de costado y suelta en el último instante cuando ve dolerse al toro. Daniel sabe que hay que cuidarlo pero que no se puede relajar por que se puede dispersar a la mínima el toro y puede complicarse la cuestión. Toreo a media altura, hay que torear tapado, el toro es violento y el aire tampoco ayuda. Ante la brusquedad Luque se asienta y torea en redondo como si de un Cuvillo se tratara. El toro no se emplea, no llega ni a un muletazo pero Daniel poco a poco lo va metiendo en su canasto made in Gerena. Que listo es el tío, nadie lo ve pero el canasto bien que lo llevaba consigo. Una serie impensable con la derecha nace de la portentosa cabeza de este chico que aún le queda por hacer su gran faena en Sevilla. Lo primero que tendrá que arreglar es su espada. Otro sainete imperdonable. En el sexto me gustó más. Un toro muy blando que él quiso torear y hasta brindar al público. Tiene personalidad incluso para esto, le gusta llevar la contraria a todos, algún día muy pronto se saldrá con la suya. Se pegó arrimón de órdago al natural. La primera serie tuvo mucho mando, firmeza y largura. El resto es historia. Muy por encima estuvo Luque en este toro. Quizás el público más preocupado por abandonar la plaza no le agradeció lo suficiente una faena muy meritoria de un torero que aún no ha dicho su última palabra en esta feria.

El Mundo

Por Zabala de la Serna. Bueyes de El Ventorrillo

Muerto Bin Laden no se acabó la rabia. El primero de El Ventorrillo era su reencarnación, un asesino. Bajo, aleonado, cornalón, bastorro y cuajado. O en orden invertido. Se cruzó en el capote de salida, se soltó. Y se repuchó en el segundo puyazo. Un quite entre tanto de El Juli salió apretado. Bonita la media. Le pisó el capote al torero y lo desarmó. “Infame” se llamaba y a tal nombre respondió. Se metía por dentro, se vencía, buscaba. Agarrado al piso. Un pegador en corto. Siempre encima. Juli lo pasó por las dos manos obteniendo sólo respuestas directas al cuerpo. Abrevió y mató en su estiló. Una cosa es un tranquillo y otra matar en casa de Dios. Traserísimo. El cuarto traía otras líneas más finas, burraquito más liviano, una cara más cerrada, bien colocada de pitones. Al menos no tuvo la mala leche que el anterior de su turno. Fondo noble sin fondo. Cada fondo en su acepción. Juli corrió la mano diestra en largo y estupendamente y por abajo la izquierda. Tres naturales brillaron con luz propia. Y ahí se acabó el toro. Bueno, dos más y a tablas. Donde casi se echa. Una ovación reconoció a Juli.

Perera lo intentó sin suerte con un toro colorado como amontonado de hechuras por delante, atacado. Clase cero. Le faltaba el yugo. Gazapón, escarbador, un buey que pasaba por allí y a veces con su peligro sordo. Perera sobre la derecha insistió en una faena de tono plano por la embestida bueyuna. Pinchó dos veces con la espada perdiendo en engaño y saliendo de fea forma. El salinero quinto fue otro manso con el que Perera recorrió todo el albero. Se movía desacompasado. Mal. Lo que no huyó.

Daniel Luque compuso la figura y el lance a la veronica con el caballo que hacía tercero y que pasaba por allí como podía pasar un tranvía. Un quite por delantales tuvo el mismo aire. Por la izquierda en la muleta se lo cogió Luque tanto como la altura. Bien para el material que había. En cuanto le perdió la cara, le quiso echar mano. Pero el bien se deshizo con los estériles y horribles pinchazos en los bajos. Cinco hasta que llegó la puñalada que parecía perseguir. Es difícil adivinar cómo se puede traer una corrida tan fea a Sevilla.

El manso sexto blandeaba también. Menos mal que el presidente no lo devolvió (tampoco había motivo severo) porque lo mejor de la corrida era la brevedad. Luque lo brindó al público en un acto de fe y algo le sacó por el izquierdo, como en el otro. Ahora sí que mató como mandan los canones. Al menos con honradez.

El Mundo

Por Carlos Crivell. Las hechuras nunca mienten

En la resaca de los sucesos extraordinarios del sábado, con una mayor aceptación acerca de que ‘Arrojado’ merecía la vida, con el recuerdo de la actuación de Manzanares, la afición (escasa ya a estas alturas) volvió a la plaza de toros de Sevilla para ver de nuevo a El Juli.

Los mentideros venían anunciando que Julián saldría a por todas, que iba a replicar a Manzanares en el ruedo, que se entregaría para poner en discusión el premio al triunfador de esta feria.

Los mismos tertulianos esperaban al extremeño Perera, torero que ya conoce el triunfo en este coso, pero que en el curso pasado dejó una pobre impresión.

Y también era motivo de comentarios que Daniel Luque podía ser la sorpresa de este ciclo, porque el de Gerena es un joven dotado de valor y talento.

Así estábamos cuando comenzó la corrida y salió un toro de feas hechuras con el hierro de El Ventorrillo, de buen recuerdo para el madrileño porque con ellos abrió el pasado año la Puerta del Príncipe. Basto, grandote, espeso, de pezuñas anchas, el toro se movió con dificultad en los primeros tercios. Y así fueron saliendo al ruedo uno tras otros, algunos sin cuello, otros flojos, todos mansos, reservones y recordando los días felices en la dehesa.

La dehesa es para toros como ‘Arropado’, nunca para estos que mandó el ganadero y que le pusieron un borrón a su buena relación con la plaza sevillana.

La plaza llena, el público amable, el día gris sin llantos celestiales, todo estaba dispuesto para un día de toros en la Feria de Abril. Nada fue posible. Sólo el cuarto, segundo de El Juli era fino de cabos, y al menos tuvo un pitón izquierdo posible, pero duró un suspiro por su falta de raza. Bastó que El Juli le bajara la mano para que el animalito cantara la gallina de su mansedumbre en una rajada escandalosa. La corrida tuvo una virtud impagable el día del ‘alumbrao’. Fue breve. El público estaba hastiado de toros malos cuando salió el sexto, un castaño que fue dando traspiés cada dos por tres. El personal quería echarlo a los corrales. Palmas de tango, broncas, toda la parafernalia al uso cuando el deseo es que salga otro, en la confianza de que podía mejorar al inválido e inservible. Algo debieron decirle a Luque del sobrero, que pesaba 585 kilos, y según quienes lo habían visto en los corrales era feo aunque se llamara ‘Guapetón’.

Daniel Luque no tuvo la tentación de tirar al toro sobre el albero de la plaza, le echó el capote arriba y el animal no se cayó nunca más. El presidente, con toda la razón, lo mantuvo en la plaza. El Juli se fue de la feria en una tarde extraña para un matador en momento tan dulce. En el cuarto bajó la mano con la izquierda y logró algún natural espléndido, pero el toro no admitió más que algunos pases. Se rajó como un manso sin un gramo de casta. El Juli solventó la tarde sin sudar la camiseta. En la misma suerte suprema tiró de habilidad en dos espadazos traseros mortales. En realidad, la terna sudó poco. No es precisamente eso de sudar una actitud muy valorada en el toreo. Nos vale para dejar claro que los toros no quisieron pelea, pero a veces tampoco los toreros. Es el caso de Miguel Ángel Perera, ausente con el capote, ni un lance con cierto estilo, ni un quite de esos que tanto prodiga; nada. Se limitó a esperar la muleta. Muy desanimado debía estar que ni siquiera nos obsequió una pedresina en el centro del ruedo, como tampoco se dio su conocido arrimón. Es verdad que no había toros, que sólo intentó dar pases por la derecha y por la izquierda, pero sólo se perecía a Perera en su vestido verde hoja tan habitual en el diestro extremeño.

El que quiso sudar el traje de luces fue Daniel Luque. Fue un dechado de voluntad en el tercero, tan manso y descastado como sus hermanos. Y exprimió lo que pudo al sexto, otro toro que metió la cara bien en los primeros compases de la faena, justo hasta que se sintió sometido, momento en el que se paró como un buey y se acabó la corrida. Le quedó matar bien y dejar las puertas abiertas para su siguiente tarde en la Feria.

Los del Ventorrillo no engañaron a nadie. Eran bastos y así se comportaron. Las hechuras de los toros no mienten casi nunca.

El País

Por Antonio Lorca. Puñetera realidad

Decididamente, la realidad es molesta y fastidiosa. Tras el paréntesis del rejoneo suspendido por la lluvia, permanece en el corazón la felicidad disfrutada en la tarde ya inolvidable del toro Arrojado, que volvió a la vida, y del artista Manzanares, que subió a los cielos. Y mientras duele la piedra por el aburrimiento, el vecino mira con cara de congoja y comenta: “No me diga usted que lo del sábado fue solo un sueño”.

No. No fue un sueño, sino un milagro verdadero; de esos que elevan a las alturas a un toro y a un torero, y nos transporta a los demás a un estado de gloria que no necesitamos comprender. Fue un milagro porque existe la magia mientras persista la ilusión. Y un día, inesperado siempre, surge la chispa y brota esa llamarada que parece un sueño eterno.

Pero está visto que el vuelo idílico del pasado sábado no fue más que una luz en la espesura, porque, ayer, la realidad se volvió a mostrar puñetera.

Se lidió una de las corridas triunfadoras del año anterior, y fracasó con estrépito. Se esperaba que El Juli llegara a revientacalderas y las adversas circunstancias le aplacaron el ánimo; y se mantenía la esperanza de que Perera y Luque se sacaran la espina de la feria pasada, y no fue así.

La corrida no colaboró, es verdad. Los toros eran pura basura de la modernidad: mansos de solemnidad, sosos, cobardes, rajados todos y muy blandos. Imposible, quizá, sacar de donde no había.

Mal trago para El Juli, que salió el viernes a hombros como triunfador de la feria y volvía ayer como segundón después del aldabonazo de Manzanares. Intentó remontar la situación, pero la mala condición de su primero no se lo permitió; y solo su enorme capacidad lidiadora posibilitó que obligara al rajado cuarto en un par de tandas por naturales que fueron flor de un instante porque el animal cogió el camino y se refugió en toriles. Quedó, no obstante, la solvencia del torero, que se lució, además, en un quite por ceñidas chicuelinas en su primero, y recibió al otro con cuatro verónicas y una media muy bien trazadas. La revancha queda, pues, aplazada.

También quedó claro que Daniel Luque encierra un misterio. Después de demostrar una valentía incuestionable ante el deslucido y sosísimo tercero, al que veroniqueó con soltura, y Benito Quinta picó con mucha solvencia, se puso a dar pinchazos como un vulgarísimo pinchaúvas y terminó con un bajonazo infamante en los mismos costillares. Feo e imperdonable. Contra toda lógica, brindó al público el muy inválido sexto, al que arrancó un par de naturales, y cuando volvió a colocarse lo hizo siempre despegado y fuera cacho.

Y Miguel Ángel Perera, ni misterio ni nada que se le parezca: dos toros inservibles, un lote infumable, que permitió, eso sí, el lucimiento de sus banderilleros. Juan Sierra, en el segundo, y Joselito Gutiérrez, en el quinto, dejaron alto el pabellón. Pero el maestro salió cabizbajo; nada le salió a derechas, y, cuando iniciaba el cite, siempre con ventaja y alejado del toro. Puñetera realidad…

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Aberrante vendaval manso de El Ventorrillo

¿Ventorrillo?… Ni ventorrillo, ni mucho menos vientecillo. Qué va. Aquello era tal vendaval de mansedumbre que la Maestranza, en lugar del dorado albero donde se han inmortalizado toros bravos -mismamente como el del pasado sábado, Arrojado, de Núñez del Cuvillo- se convirtió en una verde pradera donde los toros de la ganadería de El Ventorrillo -propiedad de Fidel San Román- mansearon extraordinariamente. Eso sí, varios con genio. La corrida (procedencia Juan Pedro Domecq), fue de lo más dispar en hechuras y bien armada en conjunto. En el arrastre pitaron al primero, tercero y, con más fuerza, al quinto; entre tanto el resto fueron silenciados.

Julián López El Juli, quien exigió un encierro de este hierro, con el que el año pasado abrió la Puerta del Príncipe por primera vez en su carrera, se dio de bruces con un lote imposible. El Juli debía esperar un par de bombones como los que degustó el año pasado, pero se encontró con dos desagradables sorpresas. Algo así como esas personas que encargan un producto en la teletienda y cuando llega el de la mensajería y abren el paquete se quieren cortar las venas. Y es que se las vio en primer lugar con un toro bien presentado, manso, probón y que para colmo reponía con tal prontitud que ya en los primeros compases con la diestra arrolló al torero sin contemplación alguna.

El diestro madrileño, que fue muy aplaudido en un ajustado quite por chicuelinas, no se arredró y se echó la muleta a la izquierda, por donde Infame -¡qué ojo tuvo el mayoral al bautizarlo!- le lanzó otro hachazo de categoría. Probado por los dos pitones, sin tampoco insistir más, el madrileño despachó al peligroso manso con media estocada.

El Juli, con el mansísimo cuarto, un negro salpicado, no se anduvo con contemplaciones y, en las afueras, lo sometió en dos tandas con la diestra. Con la izquierda bordó un natural larguísimo, de mano baja, que fue como un rayo de esperanza, pero Peluco debió pensar, al verse dominado, que había llegado su hora y, rajado, allá que se fue a tablas. La estocada trasera, tras su típico salto en la ejecución, fue suficiente para acabar con este capítulo, en el que el torero escuchó una ovación.

El segundo, Huracán, un voluminoso colorao, quiso arrasar el caballo, al que se tiró al cuello y al pecho para luego no pelear como bravo, con fijeza. Sin llegar a huracán, fue un pequeño vendaval de mansedumbre en la muleta a la que embestía gazapón y lanzando sorpresivos tornillazos. Perera, en los medios y con viento, intentó el lucimiento en vano, consiguiendo una tanda estimable con la diestra y como contrapunto un desarme.

El quinto, de pinta salinera, que manseó de lo lindo en los primeros tercios, llegó aplomado y escarbador a la franela de un Perera que se desesperaba con un astado que topaba unas veces, otras amagaba al bulto y la mayoría salía mirando al tendido.

Uno de los mayores disgustos se los llevó el público con el tercero. Ojo con el mayoral, que es un lince para bautizar a sus reses. Berrinche fue uno de los que más disgustó al público. Toro, manso, sin clase, sin recorrido, sin humillación, que comenzó sin entrega en el capote, que el torero manejó con buen aire a la verónica, y que acabó esperando con instintos criminales a Daniel Luque, quien se peleó con el astado en una lidia en la que el sevillano anduvo listo y consiguió una serie con la izquierda muy meritoria, tras haber recibido en los comienzos del trasteo una seria advertencia en un hachazo brutal. El de Gerena lo pasó muy mal con la espada. Cuando las mulillas se llevaban a Berrinche, parte del público, con otro berrinche encima, pitaba y se enojaba.

El espectáculo se había desarrollado de tan pésima manera, que el público increpó al palco para que devolviera al castaño sexto por su flojedad, aunque si pecaba de algo era de una mansedumbre a raudales. De hecho, el presidente lo mantuvo y Garrochista ejerció de tal porque su juego fue una auténtica faena de acoso y derribo al espectáculo que sufrimos.

Daniel Luque -no hay palabras para agradecérselo- se jugó de verdad el tipo con un galafate que se le coló de manera escalofriante y le lanzó varios viajes terroríficos. El sevillano, en cercanías, expuso y quiso levantar la tarde.

Pero la tarde, amenazada por lluvia, ya no era de fuego, ni de llama de arte. La tarde era una casa en ruinas que no se había llevado ni un huracán, ni un tornado, sino el aberrante vendaval manso de El Ventorrillo.

ABC

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/andres_amoros_bn.jpg"/>Por Andrés Amorós. Mucho plomo y poco oro

Nos hemos librado de la anunciada lluvia pero la negrura del cielo ha marcado el signo de la tarde, que ha pesado como el plomo: la vuelta a la grisura cotidiana, a la triste realidad, después del ensueño.

Toda Sevilla sigue hablando de toros. Aunque la ciudad está encandilada con la estética de Manzanares, que encaja tan bien con su peculiar sensibilidad, no se puede olvidar lo que ha conseguido aquí El Juli en sus últimas actuaciones: abrir dos veces la Puerta del Príncipe, nada menos. Sus cualidades están claras: rapidez para ver al toro, seguridad, técnica, valor; sobre todo, ambición, no dejarse ganar nunca la partida; tiene, como decía el género chico, «lo que hay que tener». Por eso manda hoy en el toreo.

Mi inolvidable amigo Manolo Vázquez decía que, para ser figura, hace falta «querer ser torero» de verdad. No querer más o menos, según el toro, según las circunstancias: QUERER. La fuerza imparable de la voluntad.

Salvador Balil lo compara con el tenis: Federer tiene un estilo más perfecto, domina mejor todos los golpes que Nadal. Pero Nadal tiene más corazón: por eso le gana muchas veces.

Reciben al Juli con una ovación, después del paseíllo. Todos deseamos que redondee su Feria con otro triunfo. Pero la corrida del Ventorrillo, de bella estampa, resulta desesperantemente mansa y deslucida. Sería fácil hacer un inventario de los signos de mansedumbre de cada toro: reservón, huido, andarín, se cierne, se raja… Así, uno tras otro, sin resquicios a la luz: plomo total.

Con estos toros, El Juli resuelve la papeleta con dignidad: no cabe otra cosa; Perera queda prácticamente inédito y mata mal; Luque intenta enderezar algo en el último pero no lo consigue.

El primer toro flaquea y se va a toriles. Logra El Juli un quite de ceñidas chicuelinas y la media, en el platillo. En la muleta, el toro es reservón; por la derecha, se cierne; por la izquierda, se cuela. Julián hace lo adecuado: se dobla con él y lo mata sin más dilación, con su habitual saltito.

Al cuarto lo cuida en varas Salvador Núñez. Embiste a oleadas pero tiene algo más de movilidad. Julián lo ve muy claro y lo va embarcando, poco a poco, sin forzar. Tirando mucho del toro, consigue naturales de categoría, con mucho mando, pero se raja, huye descaradamente a chiqueros. Lo mata rápido y el público reconoce su esfuerzo.

El primero de Perera salta en el primer puyazo, es huido, incierto y, además, andarín. Lo prueba sin éxito por los dos lados y sufre un desarme. Sólo logra algunos derechazos aceptables, con muy poco eco, y mata mal.

En el quinto, un salinero de preciosa estampa, ídem de ídem (como decían los revisteros clásicos). Aplauden en banderillas a Joselito Gutiérrez. Como en una estampa antigua, el toro va barbeando tablas, huye descaradamente. Los derechazos no tienen brillo y el personal se impacienta.

En el tercero, se ovaciona mucho al picador Benito Quinta, que hace bien la suerte, con un caballo muy torero. Huye el toro y pone en apuros a los banderilleros. Con ilusión juvenil, Luque intenta meterlo en la muleta pero apenas lo consigue; en un descuido, hace por él y se libra por pelos. Da un mitin con la espada.

El último es protestadísimo por flojo. Sorprendentemente, Luque lo brinda al público: división. Consigue algunos naturales buenos y esta vez sí mata. Palmas a la voluntad.

El traje de luces ha quedado muy descompensado, con demasiado plomo y poquísimo oro: solamente la profesionalidad del Juli y el albero… Y el recuerdo de lo que hemos visto en días pasados.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Esaú Fernández corta dos orejas en su alternativa

La verdad es que el camero, nos pongamos como nos pongamos, le pegó un repaso a Morante de la Puebla y El Cid, que oficiaron de padrino y testigo respectivamente de una alternativa que llegó casi por sorpresa cuando la prensa especializada andaba maquinando las habituales quinielas previas a la presentación de los carteles del abono sevillano. Esaú Fernández no defraudó a nadie y, con las lagunas lógicas de un torero nuevo, se mantuvo siempre a la altura de las circunstancias con ese desparpajo y naturalidad que le han acompañado desde sus inicios. No parecía la tarde de un chico que accediera al grado de matador de toros. Tuvo la oportunidad y la aprovechó sin importarle la alcurnia de sus ilustres colegas, que no tuvieron su día.

Como el que sale a pasear el perro, Esaú Fernández se fue a portagayola en el toro del doctorado, que se hizo de rogar bastante antes de plantarse en el ruedo evidenciando no andar demasiado cargado de pilas. No importó; después de la cesión de trastos, el nuevo matador se templó en los primeros muletazos, cuidando bien de las febles fuerzas de su oponente, para revelarse como un muletero cadencioso en una enorme serie diestra que puso a la habitualmente extraña parroquia del martes de farolillos sobre alerta. Se entregó el toro por ese lado y Esaú también quiso pasárselo por el pitón izquierdo sin que hubiera la misma entrega del animal, que protestó al final de una faena entonada y solvente, rematada con una estocada suficiente que puso en sus manos la primera oreja.

Otra más cortaría del sexto manteniendo idéntico aplomo y frescura; volviéndose a ir a la inmensa puerta de chiqueros del coso del Baratillo para estirarse después manejando el capote. Ese sexto fue un descarado colorao y ojo de perdiz que blandeó en los primeros compases de su lidia pero mostró una embestida boyante y enclasada, un puntito rajada, que Esaú Fernández aprovechó con ese toreo templado y relajado que le puede poner a funcionar. La virtud del camero fue dejarla siempre puesta para recoger al toro después de los embroques paliando su tendencia a tomar la puerta. Posiblemente no hubo el mismo pulso al natural pero al grueso de la faena nunca le faltó el hilo argumental necesario. Otra contundente estocada terminaba de despejar las dudas. La segunda oreja cortada al buen encierro de El Pilar iba a parar a manos de Esaú Fernández, que tiene motivos para andar más que satisfecho. Enhorabuena.

Pero la corrida tuvo una cruz que fue especialmente rigurosa para un torero, El Cid, que no termina de sacudirse los malos vientos de la pasada campaña. Se le pudo conceder el beneficio de la duda con el decepcionante encierro de Victorino Martín pero no hay forma de tapar el naufragio de ayer, especialmente con el excelente ejemplar que salió en quinto lugar, que se fue para el desolladero entero y verdadero.

Imponente, ensabanado, calcetero y capirote, pidió plaza desde que salió por la puerta de chiqueros y aunque Manuel Jesús se apercibió pronto de su calidad y hasta le enjaretó un puñado de verónicas estimables, luego no fue capaz de mantener el tono.

El toro se movía en banderillas con ese galope de los toros buenos y llegó a la muleta pidiendo pulso, cadencia y una muleta que supiera estar a su altura. Desgraciadamente no llegó ninguno de esos factores y el El Cid se perdió en un mar gestual de dudas y vacilaciones, siempre con la marcha atrás, en una faena decepcionante que acabó con la paciencia de gran parte del público. Un feísimo espadazo despenó al gran ejemplar de Moisés Fraile, uno de los mejores toros que este año han saltado a la arena de la Maestranza.

Pero el caso es que el diestro de Salteras estaba confirmando los peores augurios. No había sido capaz tampoco de entenderse con el tercero de la tarde. Acelerado, a mil revoluciones, muy mal colocado hasta ser descubierto por su oponente, dio una pobre impresión que está obligado a enjuagar en el compromiso que tiene mañana mismo, en esta misma Feria.

¿Y qué quieren que les cuente de Morante? Pues que ya está bien de quites milagrosos, de esas dos y media con las que quiere redimirse demasiadas tardes. Ayer concluyó su particular Feria de Abril con un papel que cotiza a la baja. No anduvo a gusto con el segundo de la tarde, un toro que pasaba a trompicones y que tampoco llegó a emplearse por completo en la muleta de Morante.

Pero tampoco se empleó el de La Puebla del Río con el bizco que hizo cuarto a pesar del expresivo, hondo y desgarrado recibo capotero. Una vez más, ahí quedó la cosa y a Morante hay que exigirle más, mucho más. El cigarrero no llegó a encontrar el acople ni a templarse con ese ejemplar con la muleta en una faena intrascendente que remató de media lagartijera. Que poquito…

EFE

Por Juan Miguel Núñez.

Mansedumbre

Desesperación y hastío por la supina mansedumbre de “los ventorrillos”. No pudieron hacer nada los toreros en el ruedo, y en consecuencia no hubo diversión en el tendido. Y todavía una dura prueba para los periodistas frente al teclado: contar la nada.

Porque nada ocurrió. Nada bueno. Ni malo, que ya es el colmo.

Aunque quizás sea esta segunda circunstancia la que puede dar pie a la crítica, o simplemente al comentario.

Toros mansos, mansísimos, imposibles para el toreo de arte y lucimiento que ahora se lleva. Sin embargo, precisamente por ahí debieron buscar los toreros la alternativa de otra lidia que ya está muy en desuso pero que también es espectáculo.

Por ejemplo, al toro que abrió plaza había que poderle, bajarle los malos humos, pues tomaba la muleta andando, y volviéndose en un palmo. Pero “El Juli”, recibido con una fuerte ovación -a la que no correspondió con el pertinente saludo- por su “Puerta del Príncipe” de tres días antes, se dejó el ánimo en un desarme al rematar un quite.

El toro tenía malas entrañas, conviene dejar claro. Pero “El Juli” se limitó a un breve e insustancial trasteo. Ni se podía, ni quiso el torero.

El cuarto, una birria de toro, anovillado, impropio de una plaza “de primera”, manseó todo lo que quiso y más en el capote, peleó en el caballo con mal estilo, y blandeó en los primeros compases de la faena de muleta. Lo tenía todo… en contra.

Esta vez “El Juli” buscó afanosamente la posibilidad de hacer el toreo bonito, y aunque con intermitencias, algo consiguió por naturales. Fue un trasteo compuestito y sin ritmo, y breve porque el animal “se rajó” muy pronto, yéndose a tablas, donde faltó un tris para que se echara por su cuenta.

Menos mal que anduvo “El Juli” despierto, montando la espada enseguida, evitándole el mal trago al ganadero.

Perera también tuvo un primer toro gazapón (andarín) y que “embestía” de costado, lo que se interpreta como a la defensiva. Sin enemigo no hay guerra, y por eso fueron vanos los intentos de Perera, que para mayor sinrazón acabó desramado en un par de ocasiones.

El quinto, descolgado y con la cara entre las manos, fue un manso de libro. Y aquí Perera se limitó a enseñar la mala condición del astado, poniéndose por los dos pitones, pero sin resolver nada

Luque firmó los pasajes menos aburridos de la función, en el tercero, aunque el toro no pasaba del todo y su embestida tampoco era muy franca. Puso el hombre mucho empeño, sin importarle que el del Ventorrillo llevaba la cara por las nubes. Se vivieron momentos de cierta emoción por el peligro que tuvo el astado. Y hubiera sido el triunfo de la voluntad si le llega a funcionar la espada.

Ya en el sexto, manso y en la frontera de la invalidez, también lograría Luque algún natural de trazo firme, incluso notables apuntes a derechas, pero difuminándose todo cuando el buey terminó negándose por completo.

La Razón

Por Patricia Navarro. Ventorrillo nos despertó del sueño de Manzanares

Estaba en boca de todos. En los ojos, en la expresión. Ante el tibio reencuentro con amigos-conocidos, para el caso todo vale, la pregunta estaba clara: ¿lo has visto? Con eso, el argumento de ida y vuelta se sabía.

En la respuesta estaba el camino para soñar o para el lamento eterno. Esas dos Puertas del Príncipe. El Juli y José María Manzanares, con el indulto de «Arrojado». Cuánto nos acordamos de aquel toro de Núñez de Cuvillo ayer. Y de sus cuatro años de ausencia de Sevilla. Y de Halcón, el primero de la tarde. De lo que pudo ser y no fue. Y de ese sexto, al que también y tan bien toreó Manzanares, que si le premian con la vuelta al ruedo, honra no le hubiera sobrado.

Qué entrega tan bella y tan absoluta. Esa manera de acudir a la muleta tiene una expresión que llega a los tendidos. Sólo por eso merece la pena sentarse a la intemperie, y si llueve, que llueva. Que el rito de la tauromaquia nace por la admiración del toro, animal sagrado, y llega a su máxima expresión cuando vuelve al campo, sano, tras brillante faena, para dignificar más todavía el ganado bravo. Gran premio el de «Arrojado» que vivirá de semental.

La corrida de El Ventorrillo ayer nos bajó poco a poco, eso sí, en dos horas exactas, de esa nube en la que trasnochábamos desde hacía un par de días. Ahí me hubiera quedado yo a vivir, a sabiendas de que era una utopía. La seria corrida de El Ventorrillo lo tuvo todo de mansa, de rajada y poco o nada de casta, de fondo para embestir. Ni la mágica muleta de El Juli logró el milagro, aunque ante el segundo consiguió engañar al toro en un natural enorme. Hasta codilleó para traérselo más al cuerpo. Fue más estrechito de sienes este cuarto y el madrileño hizo el esfuerzo, pero ante tanta huída del toro, el toreo era imposible. Con su primero acortó la faena. Ni una idea tuvo buena. Y eso que hubo delante un monstruo del toreo.

Miguel Ángel Perera tuvo pocas opciones para entrar en la liga de esta feria. Andarín y sin ninguna clase fue su primero. Y no mejoraron las cosas con el descastado quinto. Todo lo puso el torero. Pero todo se quedaba en nada. Daniel Luque exprimió al tercero, descastado y sin fondo, y encontró más sintonía a izquierdas. Le sacó todo lo que tenía hasta que cogió la espada y restó. Más tino tuvo con el sexto, en una faena voluntariosa, que ponía fin a un mundo de mansedumbre. En un mundo de felicidad habíamos vivido hasta entonces.

Firmas

Por Gastón Ramírez. El funesto entusiasmo

Este festejo, con El Juli en el cartel, prometía grandes emociones y se daba por descontado que unos cuantos de los animales de El Ventorrillo embestirían. Pero, veníamos de asistir a dos corridas de toros milagrosas y era casi imposible que los dioses se mostraran tan generosos tan a menudo.

En resumidas cuentas, no pasó nada digno de contarse, salvo un ramillete raquítico de naturales importantes de Juli a su segundo; la porfía exagerada de Perera, su gran estocada al quinto, y ya. En cambio, hubo aspectos negativos que merecen ser señalados. El respetable, generoso, entusiasta y optimista, aplaude cada vez con mayor frecuencia cosas verdaderamente anodinas y hasta lamentables.

Vamos a dar ejemplos. El Juli adolece de un grave defecto en su tauromaquia, y ese consiste en su manera de matar. Se ha convertido en un maestro consumado de la estocada con brinquito y a la media vuelta, del espadazo traserísimo y perpendicular. Eso o bien no lo percibe el público, o cree que así se debe matar a un toro, y por lo tanto vitorean los arteros julipiés. A Rafael Ortega, el gran torero y estoqueador sin parigual de la Isla de San Fernando, el contemplar este remedo de la suerte suprema le haría sentir vergüenza ajena.

Luque, de quien no podemos decir algo laudatorio, es un digno apóstol del tristemente célebre julipié, y a la hora buena se perfila a un kilómetro de la cuna, cuartea y asesta sartenazos con gran entusiasmo. Algunas de sus estocadas casi a paso de banderillas caen más cerca del hoyo de las agujas que otras, como ocurrió en el sexto toro, y entonces el nefando entusiasmo vuelve a provocar que se batan palmas inmerecidamente.

Daniel Luque también conoce lo valioso que puede ser para un torero el provocar un ataque de optimismo y anticipación en los tendidos y brindó el sexto a la concurrencia. ¿Cómo se le ocurre si el bicho era una raspa inválida? Pues así, para asegurarse la aprobación y el generoso aplauso del público sevillano que es más bueno que ninguno.

El optimismo, la generosidad y el entusiasmo son aun más evidentes cuando los picadores y los banderilleros se llevan carretadas de aplausos y hasta saludan por picar casi en la penca del rabo, por poner pares a toro pasado, etc.

Esta bíblica plaga del entusiasmo ya motivó un indulto en La Maestranza y cuando la gente pierda aun más el pudor y la cultura taurinos a favor de la chabacanería, se verán cosas peores. Vendrán tiempos en que, al igual que en México, el letal virus del entusiasmo hará que los villamelones (mayoría en cualquier plaza del orbe) exijan que los coletas les regalen al sobrero, al otro sobrero y hasta al reserva, como una bonita manera de hacer que la corrida enderece el rumbo y todas las tardes sean apoteóticas.

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©Imágenes: El Juli, Miguel Ángel Perera y Daniel Luque/Empresa Pagés.

Sevilla Temporada 2011

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