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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Tarde del domingo, 4 de abril de 2010

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Daniel Ruiz (de correcta presentación y diferente juego. El 1º fue devuelto a corrales por debilidad manifiesta. 1º, 2º y 6º, pitados. 5º, aplaudido. 3º, manso.

Diestros:

Morante de la Puebla: Dos pinchazos, media estocada (silencio); estocada entera caída (oreja).

José María Manzanares. Estocada entera, caída y trasera (silencio); estocada en su sitio (oreja).

Miguel Ángel Perera. Estocada entera (palmas); estocada trasera (silencio).

Saludaron: El picador J. A. Barroso, de la cuadrilla de José María Manzanares, en el 2º: el banderillero Joselito Gutiérrez, de la cuadrilla de Miguel Ángel Perera, en el 6º.

Presidente: Francisco Teja.

Tiempo: Soleado y fresco.

Entrada: Hasta la bandera.

Crónicas de la prensa: La Razón, El Mundo, El País, ABC, Diario de Sevilla, El Correo de Andalucía, Siglo XXI, De Toros en Libertad, Agencia EFE.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Un año más estamos aquí y allí, junto a la puerta de arrastre de la Maestranza, el único sitio del mundo donde hay que estar este día y a esta hora. Por culpa del viento todas las faenas se iniciaron allí, en el 7. Bueno, la verdad es que hubo dos corridas: los tres primeros toros de Daniel Ruiz, inválidos, para olvidar, y los otros tres. El primero fue el único negro y se fue a los corrales nada más salir. Los otros seis fueron castaños, coloraos y un jabonero. El cuarto bonancible le sirvió a Morante para hacer una faena justa e inteligente y para darle unos capotazos de cartel. No importó la espada, valía la oreja. El quinto, bautizado “Rabanito”, fue el mejor. Como casi siempre acierta el refrán. Manzanares, que venía seriamente lesionado, le hizo una faena medida y estética, también mereció la oreja. Perera tuvo mala suerte y eso que brindó a Sevilla su primero por su ausencia del año pasado por una apuesta que no salió. Quiso y en el último -¿se puede llamar un toro “Feminista”?- todo el mundo lo esperaba menos el bicho, que no puso nada. Las tres cuadrillas muy bien: Curro Javier, Barroso, Joselito Gutiérrez…Y el presidente Teja, que volvía a la plaza, hecho inédito, triunfó en su redebut. No se le notó, como a los buenos árbitros.

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Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: Morante o la acaricia del toreo

Cuando un genio del arte se siente cómodo expresa todo lo que lleva dentro, se da por entero, se vacía… y el resultado de la obra no puede ser otro que magnífico. El torero de la Puebla bordó cinceló derechazos de aroma inmarchitable. Los naturales fueron caricias suaves, dúctiles, jugosas… tan mimadas que empujaron la embestida de Rejonero para enrolarlo en las caderas de su matador. El milagro del temple obró el milagro una vez más y el saludo con el capote se transformó en un elogio a la verónica. Los pies asentados, las muñecas sueltas, los riñones encajados, la cintura cimbreándose al compás de la arrancada y las verónicas meciéndose una tras otras, lentas, pausadas bamboleadas.

José María Manzanares descubrió en el quinto que tenía un oponente para apostar y lo hizo sin reservas. Se plantó en el centro del albero, presentó el engaño plano y arrastró la bamba de la muleta con su empaque habitual. Bordó algunos derechazos de calidad suprema, un cambio de mano devino casi eterno y los remates a dos manos tuvieron el empaque de los elegidos Lástima que hubiese tan poca continuidad.

Lo peor: Eolo en los toros

Este dios griego no sabemos si es taurino o anti-taurino, sin embargo, su presencia siempre es de desagradable. No fue un huracán iracundo pero algunas rachas desconfiaron a los toreros. Hay que anotar en el debe la flojera de por lo menos tres ejemplares de Daniel Ruiz, 1º; 2º 3º Fueron tan nobles, suaves y fijos en la muleta como escasos de fuelle. Apenas si podían mover su esqueleto, y así el lucimiento es casi una entelequia. Si falta la emoción, es imposible que la chispa de la pasión prende la mecha del arte en los tendidos.

No terminó de centrarse Miguel Ángel Perera en el sexto en el que aunque volvió a demostrar que está sobrado de valor no resolvió las complicaciones del burel, que embestía a oleadas y a media altura. No dio con la techa de la técnica y su labor fue a menos. Todavía le queda mucha feria… Estaremos expectantes.

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La Razón

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/alvaro_acevedo.jpg"/>Por Álvaro Acevedo. ¿Acaso no es esto arte?

Iba y venía el capote como las olas que rompen y vuelven con la resaca, hechas ya agua mansa. Morante, José Antonio Morante de la Puebla, jugaba las muñecas como el que baila con la muerte, e hinchaba el pecho como un gallo de pelea en aquellas verónicas abrochadas con media oliendo a Belmonte. No repuesto el público de su asombro, otros cuatro lances de capa, ya con la suavidad del toro picado, convirtieron el toreo en caricia, que es lo que sucede cuando las yemas de los dedos suplantan a los brazos. Primero, pues, fue el duende, luego, la seda, y ya con la muleta, la inspiración sólo posible en artistas excepcionales. Únicos. Todo el toreo, profundo en los redondos rondeños; juncal en los ayudados; cadencioso cuando la hondura dio paso a la naturalidad más etérea; angélico en aquel kikirikí y en ese molinete a pies juntos por sevillanas… Y todo roto de cintura y sentimiento. Y antiguo; toreo antiguo cuando abaniqueó al enemigo y se desplantó como lo hiciera El Gallo ante el clamor del gentío. La oreja fue tan merecida, como inútil si con ella se intentaba simbolizar lo contemplado.

La sublime lección torera de Morante ante ese cuarto ejemplar de Daniel Ruiz condicionó el resto de la tarde. Manzanares toreó con prestancia y cierta tensión, como afectado por lo anteriormente visto. El quinto era un gran toro pero demandaba ser toreado en rectitud. Y el de Alicante lo hacía al principio de cada serie para luego enroscarse demasiado la embestida. Por eso lo que empezaba bien acababa mal, y la limpieza se convertía de repente en amontonamiento. Hubo muletazos excelentes en redondo y con la izquierda, un cambio de mano apoteósico y, siempre, ese aroma de torero caro. Y emoción, porque el bravo no se toreaba fácil. Le cortó una oreja tras gran estocada, pero el toro era de dos. En su primero, que embistió a regañadientes, se le vio voluntarioso, que es como no debe estar un torero tan bueno como él.

No tuvo opciones el lote de Miguel Ángel Perera. Fueron dos toros con peligro y velocidad en sus embestidas, así que se convirtieron en extremadamente complejos. Cuando sometió al primero con ese valor tan de ley, el oponente claudicó porque su pelea iba de mentira, y la del torero, de verdad. Rajado el toro, se acabó la lucha. Con el sexto, muy áspero y avispado, se esforzó y hasta se jugó la cornada sin trampa. La faena fue meritoria pero no podía tener premio. Su actuación, creemos, fue muy digna; la de Manzanares, buena debiendo ser mejor; y la de Morante, esclarecedora para cualquier recién llegado, pro abolicionistas incluidos. El toreo es arte. No lo digo yo. Lo dice uno de La Puebla.


El Mundo

Por Zabala de la Serna. Suspiros de Morante y lo que no fue

Resurrección siempre fue Romero. Una fecha que no existía en el calendario, Curro se la inventó. O le cosió el sentido don Diodoro. Hace cincuenta y tantos años muertos y vividos. Cada fecha un milagro, o una pena. Ayer la nostalgia de la tarde la traían los toros de Daniel Ruiz, así como de los años sesenta. Algunos feos, casi todos sin remate y sin porte. Pesaron en unos los huesos, la altura, la largura; la báscula también pesa cuernos y algunos sólo se tapaban por los mismos. Un día habría que sacar en la foto a los veedores y demás patulea táurica, a los que en las previas vienen con la última noticia: «La corrida es muy torera». Y entonces ya te puedes ir recogiendo las enaguas para no emponzoñarte.

Para una de las tres grandes fechas señeras de la temporada española –Resurrección, Beneficencia y Ronda– hace falta una piara de inútiles para no cuajar una corrida en los albores de la primavera; será por eso, por los albores, la primavera y el agua invernal. Descargada la tormenta, hágase la luz: Daniel Ruiz lidió un quinto toro, de nombre Rabanero, extraordinario por los dos pitones y un cuarto muy bueno en mansito. Y aquí Morante de la Puebla inspiró a la banda del maestro Tejera, que bordó Suspiros de España. Íbase Morante hacia los medios despacioso y los acordes le extendían una alfombra de notas, fusas y semifusas como senda hacia el toro. Pero en los medios no era. Después de cuatro lances dormidos a la verónica, de espera infinita y cuna mecida, el torete había hecho por rajarse sin rajarse, y así en el quite morantista pasó como si capote tan bello no fuera con él; la media arrebujo las telas más que la embestida.

Y en el tercio, con la muleta, Morante se abrió, muy despacio, muy sentido. Y le dio una distancia acorde a la necesidad de aire del toro, que galopó. La diestra siguió: dos buenos, un tirón y otros dos todavía mejor. Desde ahí caminó a lamisma boca de riego, pero en los medios no era. Ahí el toro se agarró de manos y el torero emprendió otro camino hacia toriles, donde ligó otra vez el toreo, los adornos, la belleza etérea de lo evanescente. Todavía sonaban los acordes de Suspiros de España para una faena hecha de suspiros, y el suspiro es un anhelo, un deseo, un te tengo pero quiero más, José Antonio Morante Camacho, que llenas el vaso a la mitad porque hay unos cuantos que cantamos siempre tu genialidad. Al lado de los sacos de huesos del primero –¡ay, piara de veedores!– y primero bis, pura lujuria, la oreja y la estocada baja, que daba igual.

La corrida despegó del cuarto en adelante: el vuelo de una perdiz. Debió ser más si JoséMaríaManzanares maja al quinto. Majar, macerar, cuajar, reventar. Pedazo toro Rabanero. Manzanares encorsetado por una hernia de disco que le va a traer de cabeza; Manzanares que no se rompió quizá porque esté ya roto. La embestida pedía otra velocidad o un ritmo uniforme, temple en definitiva. Claro que hubo muletazos de empaque. Pero eso no es. O no se trata de eso. Cansa el verso: El llamado crepúsculo/ ¿no es el rubor –efímero– del día/ que se siente culpable/ por todo lo que fue/ – y lo que no ha sido? La inapelable espada manzanarista igualó la historia con una oreja buena y fugaz, que aprovecha las sombras para irse.

Un jabonero sucio con más músculo e igual de inútil que sus primeros hermanos puso la tela para que la cuadrilla de Manzanares –Barroso a caballo y Curro Javier con el capote– volviese a reivindicarse como la más preparada y torera del escalafón.

Miguel Ángel Perera se encontró, allá por las siete y veinte de la atardecida, con el toromás redondo, de cinco años y medio, como algún otro, conmás empuje,más pechos y culata, pero bastorro en sus formas, el toro. Perera, muy firme en la avanzada con el capote, se lo echó a la espalda con unas tafalleras que alguien le debería recomendar que evitase en sumetro ochenta y tantos. El frenado sexto sólo se tapaba por la cara, y Miguel Ángel Perera no se tapó con nada de tan espeso. Mil veces antes un suspiro que un bostezo.


El País

Por Antonio Lorca. El duende y la suerte

Morante de la Puebla tiene duende, embrujo, gracia, empaque… Y suerte. Toda la suerte del mundo para ser el ídolo en un momento histórico del toreo en el que el toro importa un pimiento. Y da igual un becerrote que un borrego lisiado si Morante despliega su magia, se abre de capa o muleta y el resultante es un destello de lo que hoy se considera el arte que no se puede aguantar…

Nadie le puede negar a Morante su toreo solemne, su majestuosidad y virtuosismo. Pero con la misma consistencia se le debe exigir que, al menos, en Sevilla, mate toros. Sin embargo, está visto que el aficionado, si es que alguno queda, tiene la batalla perdida. El toro ha muerto. O está secuestrado. O escondido. Ciertamente, lo que ayer se lidió en la muy reconocida y prestigiada plaza de la Maestranza no era más que una vergonzosa caricatura de lo que pudo ser algún día pasado el toro auténtico: animales feos, mal presentados, lisiados, sosos y descastados. Dóciles todos como perritos falderos, pero simulacros, al fin, del toro. Y ya se sabe: si no hay toro, no hay fiesta. No hubo, pues, fiereza, ni fortaleza, ni bravura, ni casta. Ni tercio de varas ni toreo verdadero ante un auténtico toro bravo y codicioso que presenta pelea y vende cara su vida. Así, tres figuras de la modernidad, auténticos responsables del fiasco ganadero de ayer, se prestaron a dar gato por liebre a un público jaranero, festivo y generoso, porque lo de la sabia y exigente afición sevillana pertenece al pasado.

Estuvo bien Morante en su segundo toro. Claro que sí. Es que este torero lo hace casi todo bien porque compone la figura como nadie, maneja los engaños con pasmosa suavidad, acompaña la embestida con suma elegancia. Entusiasmó con el capote a la verónica de salida y en un quite posterior, y deleitó, muleta en mano, con un remate airoso, un par de derechazos, otros dos buenos de verdad, otro de pecho largo y un desplante torero con la rodilla contraria flexionada. La música, a toda pastilla, y esta Sevilla morantista loquita de pasión con su torero. Y, delante, un borreguito. Pero qué más da, si Morante torea como Dios. Y si se quita el toro, mejor… Porque el torito, en el fondo, molesta, pues con su corto recorrido y escasa fijeza impide la apoteosis. Y Morante paseó la oreja con la sonrisa abierta.

Algo parecido le ocurrió a Manzanares, otro torero con aire sevillano, que aquí se crece entre el cariño de sus partidarios. Otro que torea como los ángeles, y algún detalle dejó ante el quinto, que le permitió un par de tandas largas de derechazos que supieron a poco. Y otra oreja, tan barata como la de su compañero, le concedieron sin motivo ni razón.

Y mucha voluntad derrochó Perera, pero se ahogó en su propio error. A ver cuándo se enteran estos toreros que deben despedir a toda la corte que los acompañan y que no hacen más que buscarles becerrotes inválidos ante los que fracasan. Perera es torero poderoso, y su figura resultó ridícula ante el lote amorfo que sus representantes le presentaron con la anuencia, eso sí, de una autoridad sin capacidad para poner a cada uno en su sitio. Lo de ayer, dicho queda, una burla de los señores Morante, Manzanares y Perera. Y del señor Teja, el presidente.


ABC

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/andres_amoros_bn.jpg"/>Por Andrés Amorós. Suspiros de España

En los tres primeros toros, parece cumplirse el tópico (expectación y decepción) con reses demasiado flojas. Luego, Morante endereza la tarde con una preciosa faena, a los sones de un bellísimo pasodoble, y Manzanares despliega su natural elegancia.

La corrida sevillana del Domingo de Resurrección es para mí, sin duda, la más hermosa del año. (Subrayo: digo la más hermosa, no la más exigente). Siempre la he comparado a la inauguración de la temporada de ópera en la Scala de Milán. Para los aficionados del mundo entero, es un lujo estar allí y todos los diestros se pelean por entrar en el cartel. El de este año es muy brillante en los diestros, con la entrada de Perera, que el año pasado, por no haber sido incluido en este cartel, no acudió a la Feria. Quizá se equivocó, cuando estaba en su mejor momento.

Esta tarde se planteaba la novedad —y el riesgo— de que, por primera vez en muchos años, los toros no eran de un ganadero andaluz: el albaceteño Daniel Ruiz; en realidad, una novedad relativa, pues es puro Domecq.

La flojedad de los tres primeros ha estado a punto de dar al traste con la tarde. El primero se derrumba y es devuelto: ¡vaya comienzo! El sobrero no tiene más fuerzas y está al borde de la devolución. El tercero mansea, tardea y se raja enseguida. Con esos toros, Morante dibuja naturales limpios y derechazos a cuentagotas: todo, sin la emoción que da el toro. Manzanares sólo logra ligar una serie de derechazos a mitad de faena; tiene que insistir mucho y el público se impacienta. Perera hace concebir esperanzas con sus impávidas gaoneras y se muestra muy dispuesto, pero los enganchones provocan la decepción.

Todo cambia en la segunda parte. El cuarto y el quinto flojean, son sosos y mansean, pero se vienen arriba en la muleta y permiten el lucimiento. Y Morante de la Puebla nos deleita con su gracia sevillana, hecha —como me explicaba el maestro Pepe Luis— de improvisación, de sorprender al público con garbo…

Primero, buenas verónicas, que el toro toma a regañadientes; luego, un quite de verdad majestuoso, a cámara lenta. (No hago literatura, intento narrar con exactitud). Con la muleta, en el centro mismo del platillo, dibuja derechazos y naturales con naturalidad hoy muy rara. Y suena la música, esa música extraordinaria de la Maestranza, que acierta esta vez incluso en la elección del pasodoble: «Suspiros de España». ¡Qué belleza! Luego, hasta alardes de valor, aguantando parones. Y abaniqueos y desplantes: manes sevillanos de Rafael el Gallo, de Chicuelo, de Pepe Luis, de Antonio Bienvenida, de Manolo Vázquez…

No es raro que el público sevillano, tan sensible a este tipo de estética, se vuelva loco y ponga en sus manos la primera oreja del año.

Otra consigue Manzanares en el quinto, que mejora en la muleta, se deja por la derecha pero protesta por el otro lado. José Mari torea con clase, con armonía, manteniendo la muleta en la cara para ligar el siguiente muletazo. Brilla, sobre todo, en los preciosos cambios de mano, que encandilan a este público. Y mata a éste, como al anterior, de una gran estocada.

Decididamente, no es la tarde de Perera, tampoco en el sexto. No llega a acoplarse, sufre demasiados enganchones. Y el arrimón final aquí no gusta. Se justifica con valor pero nada más. Y se le va la mano en la estocada a un toro llamado «Feminista». (¿Qué diría Bibiana Aído?).

No ha acabado en decepción esta tarde, tan esperada. Para el sevillano —lo ha definido Antonio Burgos, maestro en estos saberes— «sacar la almohadilla en la Maestranza es el gran rito primaveral».

Lo hemos vivido gozosamente esta tarde. La luz de Sevilla ha convertido a la Maestranza, una vez más, en una joya de cal, albero y piedra centenaria. Recuerdo a Juan Ramón Jiménez: «Sobre la Plaza de Toros arde en oro la alegría». La alegría de ese momento único: Morante toreando, en la boca de riego, y los sones de «Suspiros de España», hermosos hasta en el título.

Por eso vale la pena aguantar tantas tardes aburridas y a tantos antitaurinos ignorantes: por poder seguir sintiendo, el Domingo de Resurrección, en la Maestranza, el arte español y universal de la Tauromaquia.


Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Retazos de bella torería

Ya se cambió la piel de cera por la cáscara alimonada del albero. Ya se guardaron capirotes y por Iris amanecieron monteras. Ya se abandonó el ruán por el brillo de las lentejuelas. Ya alcanzaron su hogar en los templos las imágenes y abrió el Templo de la tauromaquia su cancela. De un credo a un rito, sin que el tiempo ni la ciudad cambien, envueltos en la mezcolanza de una misma música y un silencio singular. Paso a la temporada: Domingo de Resurrección, donde la Semana Santa cede su trono a los Toros. Y lo hizo con un cartel de lujo: Morante, Manzanares y Perera, que debutaba en esta corrida, un cielo límpido, una temperatura agradable y un llenazo en la siempre bella Maestranza, que este año ha finalizado la remodelación de su graderío. Todo perfecto, salvo ese detalle de que la materia prima, los toros de Daniel Ruiz, debutante en esta fecha, fallaron en su conjunto.

Morante, con retazos de bella torería, se impuso en este primer espectáculo de la temporada sevillana en el coso del Arenal. Lo hizo ante el cuarto, un animal de anovillada cara, sin boyantía, pero que se entregó por momentos, principalmente por el pitón derecho. El de La Puebla se lució a la salida del astado en un par de verónicas, volando bien el capote, y se creció en un quite con cuatro verónicas lentas, lentísimas, casi al ralentí, rematadas con una airosa media. La faena, que la comenzó en sombra y acabó frente a un tendido de sol, estuvo impregnada de su ya asolerada torería y salpicada por fogonazos estéticos de primer rango, especialmente con la diestra, donde hubo muletazos con sabor, muy lentos. No faltaron añadidos de gran estética, tanto en la apertura de alguna serie como en el broche de otras, como fueron una capeína o un kikirikí. La estocada fue decisiva para que el sevillano paseara el primer trofeo que se concede en la presente temporada en la Maestranza. El que abrió plaza fue devuelto por su invalidez y como sobrero saltó otro tullido, con el que concretó un trasteo carente de emoción.

José María Manzanares, que actuó con un proceso de lumbociática y una hernia discal, fue premiado con una oreja tras una faena discreta al quinto, el toro más potable del mal encierro de Daniel Ruiz. En su labor, los mejores muletazos afloraron con la diestra -varios con empaque y elegancia-. Tampoco faltaron algunos naturales aislados con buen trazo y un par de remates con pinturería, auténticos carteles de toros. El alicantino, que es uno de los espadas más consumados de la actualidad, coronó la suerte suprema con una gran estocada. Con su primero, sin fuerzas, el trasteo no llegó a alcanzar altura.

Miguel Ángel Perera, que debutaba en una corrida del Domingo de Resurrección -el año pasado no toreó en Sevilla- y arrastraba una lesión en la rodilla izquierda, tuvo enfrente un mal lote. Con el tercero, incierto, escarbador y distraído logró los mejores momentos en un quite por gaoneras muy ceñidas, que tuvo como antesala una tafallera en la que aguantó lo suyo ante la incierta embestida del animal. El comienzo de faena resultó de gran firmeza, con muletazos a pies juntos. A lo largo de la lidia, aguantó con estoicismo un par de hachazos a la pechera. Pero no pudo lucirse. Tampoco lo consiguió ante el que cerró plaza, un ejemplar sin clase, que le dio un achuchón y un susto en uno de los pasajes en los que el torero extremeño pisaba terrenos de cercanías.

En el espectáculo, que no alcanzó las expectativas, los retazos de torería de Morante -más completo con capote y muleta- y de Manzanares impactaron a fogonazos en un festejo en el que Perera, con un mal lote, salió mal parado.


El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Corrida de Domingo de Resurrección: Del Mediterráneo y el Guadalquivir

Fueron cuatro verónicas y una media sin tiempo ni lugar. Cinco lances que revelaron un toreo que parecía viajar desde otra época pero que se materializaba en el inmenso ruedo sevillano tan clásico como eterno. El caso es que Morante dio un vuelco a una corrida que hasta entonces se vivía entre el resguardo del frío y el mosqueo creciente de un público variopinto que veía peligrar su propia fiesta ahogada en las escasas fuerzas del encierro de Daniel Ruiz. Pero allí andaba Morante, que ya había pegado tres o cuatro lampreazos de los suyos al primero de la tarde antes de ver como tenía que ser devuelto a los corrales. Y tampoco pudo ser con el castaño montado y abanto que lo sustituyó aunque allí quedaron algunos de esos chispazos inimitables que pusieron un poco de color a las pocas fuerzas de ese animal que, pese a todo, no tuvo mala condición.

Pero Morante iba a sacar lo mejor de sí mismo con el cuarto, un astado de templada embestida y motor un pelín claudicante que le sirvió para revelar el toreo más quintaesenciado. Fueron esos cinco lances de saludo que le habían dado la vuelta a toda la plaza, desde las banderas a la tierra del viejo monte Baratillo. La cosa prometía y sin demasiado brillo, el toro se empleó en el caballo para volver a desplazarse en el capotillo lacio del diestro de La Puebla, que dibujó un nuevo mazo de verónicas interpretadas con tanta despaciosidad como sentimiento. Era la materialización del toreo más utópico, del lance hecho caricia y expresado como un golpe de brisa, como un amanecer de verano o un crepúsculo de marzo. Morante se hacía presente definitivamente para sentenciar una tarde que, con otro ambiente y más lanzada, sin la frialdad climatológica de ayer, podría haber sido de triunfo apoteósico.

Pero no importó. La magia iba a continuar envuelta en ese pasodoble que viaja entre la guajira y la milonga, en ese himno a la nostalgia -sinfonía del mejor Regionalismo- que se llama Suspiros de España. Y mientras la plaza se despedía del último rayo de Sol de esta primavera perezosa, Morante se fundía con la embestida templada, enclasada y un puntito tarda del toro de Daniel Ruiz para crear una faena ajustada en la cantidad y desbordada en la calidad que nos bebimos como un bálsamo mientras nos rebozábamos de ese ambiente mágico, casi irreal, que a veces se dibuja en la plaza de Sevilla.

Sería imposible trazar el esquema morfológico de un trasteo que se dictó a golpes de inspiración. Hubo seda y relajo en estos muletazos. Desgarro y quejido en los otros. Naturalidad del mejor tronco del toreo sevillano en aquellos naturales. Empaque en esos derechazos y una imaginación desbordada en el pase de las flores que abrió la faena como un abanico de varillas de sándalo. Pero Morante también se interpretaba a sí mismo en los golpes de filigranas que hilaban unas series con otras antes de que el cuerpo central de la faena se sellara en los terrenos de chiqueros con un toreo empacado y comprometido que dio la medida del valor del cigarrero.

A Morante aún le sobraban palomos en la chistera y se inventó dos o tres diabluras: un molinete apenas esbozado, un kikirikí por allí, un abaniqueo por la cara por aquí antes de acabar con su enemigo de una estocada caidilla que puso en sus manos una oreja que, a esas alturas, era lo de menos. La cuestión es que Morante se sale del pellejo y todavía queda mucha Feria.

Hubo quien creyó que la tarde se había acabado con ese cuarto. Pero la resaquilla que sigue al buen toreo se sacudió cuando el mejor Manzanares volvió a hacerse presente con un terso cambio de mano que abrió una faena creciente en metraje, intensidad y calidad que se basó en varias series interpretadas con empaque, armonía y naturalidad. El toro de Daniel Ruiz, un excelente colaborador, se entregó en la muleta del alicantino, que viajó entre el clasicismo más rabioso de los primeros muletazos a un desgarro más arrebatado, más arrebujado de toro en una serie intensa que cerró con un trincherazo de libro. Otro cambio de mano resuelto en escultura sirvió de nexo de unión entre las dos fases de una faena que se ajustó como un guante a las gotitas de mansedumbre de un animal que permitía a su matador colocarse perfectamente para cada muletazo.

Hubo algunos naturales sueltos de factura bellísima aunque el toreo fundamental volvió a subir de intensidad cuando Manzanares se volvió a echar la muleta a la mano derecha para hilar unos muletazos tan densos como llenos de ritmo en un final trepidante al que no le faltó sentido de la improvisación. La espada de José María Manzanares, su inconfundible manera de cuadrarse y entrar a matar, volvió a revelarse infalible. Y aunque el puntillero tardó el atronar al bicho, la oreja era de hecho y de derecho.

El artista alicantino no se había entendido del todo con el jabonero y carbonero que hizo segundo que se desplazó más y mejor en la excelsa lidia que le administró Curro Javier que en la faena de Manzanares, que tuvo que bregar con las discontinuidades y las miraditas de su desigual enemigo.

Y aunque Miguel Ángel Perera no pudo cortar oreja, justificó con creces su inclusión en la lujosa apertura pascual entregándose a tope en todas las fases de la lidia. Pero el tercero sólo tuvo genio y se acabó desinflando en la exigente muleta del diestro extremeño, que no dejó de pisar el acelerador con el sexto, un toro de enorme peligro sordo que no remataba los viajes en la muleta y con el que Perera se jugó el tipo sin cuento hasta resultar atropellado, afortunadamente sin consecuencias. La gente se impacientó sin demasiada razón, pero no se podía poner ni un reproche al trazo rotundo y a la verdad del matador, que encontró el mejor eco del tendido en el ajustadísimo quite por gaoneras que instrumentó al tercero. Al final, quedó claro que el toreo está en pie de guerra. Todos se arriman.


Siglo XXI

<img src="http://t1.gstatic.com/images?q=tbn:LFcRGG4iGmZICM:http://www.diariosigloxxi.com/fotos/ignacio_de_cossio.jpg "/>Por Ignacio de Cossío. El milagro de un quite

Al profesor Wolf, Pregonero Mayor de Sevilla y autor junto a Morante del mejor quite del día.

La tarde se presumía de petardo ganadero gordo. Uno, dos, y hasta tres toros saltan inválidos al ruedo. ¿Serán las copiosas lluvias de este año que no han dejado correr los toros de Daniel Ruíz por Albacete? Me preguntaba una y otra vez, por que no era normal tampoco lo que estábamos presenciando. De repente, en el último suspiro llega Morante con su genialidad a cuestas y nos regala un par de verónicas magistrales a cámara lenta en un quite providencial al cuarto de la tarde. La plaza cruje, ruge, y se postra a su mágico y celestial toreo de capa. Los toros ya pasan a un segundo plano y nadie piensa en Albacete, en sus lluvias y en sus campos, solo en el capote del torero de la Puebla, así es de revelador esto de los toros que nunca nos debe hacer peder la esperanza. No puede ser, José Antonio coge la muleta y pega un pase cambiado por la espalda a pies juntos….ése no es mi Morante que me lo han cambiado… ¡Olé su arte soberano que le permite estas licencias valerosas tan de moda en otros maestros tan distantes a su concepto del toreo. Coge la derecha para ejecutar un inmenso redondo que convierte en circular mientras sus manoletinas giran y giran alocadas por su duende y sopla el viento, vaya por Dios. Morante se gusta en cada muletazo, en cada adorno, en cada molinete, en cada trincherazo, su plástica cada día adquiere más hondura y requiere menos colaboración por parte del toro, eso es lo milagroso de este genio que no necesita nada salvo vestirse de luces, cualquier toro le vale si le valió el cuarto del pasado Domingo de Resurrección, es más no le contó ni lo ejecutado con la espada para levantar la primera oreja de la feria. Oro puro este Morante en el capote y al fin le vemos de nuevo en la muleta, como acierte con la espada que se preparen romeros y paulas.

Manzanares con serias molestias en las cervicales hizo lo imposible por no quedarse atrás y ofreció un repertorio de toreo del caro con la derecha. Dos series largas, puras y de mano baja combinadas con cambios de mano y trincherazos le hicieron ser merecedor a ley de la segunda oreja del festejo. Éste es otro torero que estando con una mano atada y amordazado por el dolor es capaz de formar un lío gordo como le toquen las palmas del arte. Con la espada es un cañón, seguro, implacable, contundente, así lo es y así lo fue en sus dos toros.

Lo de Perera es un caso más de estudio, de reflexión. Mala suerte o mal de ojos. En el primero estuvo muy dispuesto y no así el toro que pronto le pidió la hora. En el sexto le sale el de peor disposición que es cuando se mezcla el genio con el peligro, y a punto estuvo de costarle un enganchón serio por desplegar tanta seguridad y firmeza. Que no se preocupe que de momento la cosa no esta para arriesgar demasiados barcos después de ver lo sucedido en Madrid con la malograda apuesta de Luque; y en Málaga tras el triunfo en do menor de Castella, ambos adversarios mucho más directos y despiadados que los que alternó en aquel ya lejano Domingo de Resurrección.


EFE

Morante y Manzanares ponen el arte al Domingo de Resurrección en Sevilla

Morante y Manzanares, que cortaron una oreja a un desigual encierro de Daniel Ruiz en la plaza de la Maestranza, mientras que Miguel Ángel Perera, sin lote a favor, se marchó de vacío, pusieron el acento artístico al Domingo de Resurrección de Sevilla.

Se lidiaron seis toros de Daniel Ruiz, desiguales de presentación y con diferentes matices en su juego. El primero, lidiado como sobrero, tuvo buena condición pero muy escasas fuerzas. El segundo resultó algo violento y mirón. El tercero anduvo sobrado de genio y el cuarto, algo tardo, brindó un juego noble. Algo mansito, el quinto fue el toro de mejor condición. El sexto mostró muchas complicaciones y peligro sordo.

Morante y Manzanares se llevaron el gato al agua e interpretaron el arte de torear desde dos personalidades, desde dos conceptos tan bellos como distintos que dieron contenido a una tarde que, en otras circunstancias, con un ambiente más lanzado y cálido, habría sido de triunfo apoteósico.

El caso es que las cosas no marchaban. Las escasas fuerzas del encierro de Daniel Ruiz ya habían provocado la devolución del primero de la tarde y habían dado al traste con la faena de apuntes de Morante. Tampoco llegó a entenderse del todo Manzanares con las complicaciones del segundo y Perera, pese a su gran esfuerzo, se estrelló con las dificultades de un tercero que fue sólo genio.

Pero lo mejor estaba aún por venir. El capote de seda de Morante dio un vuelco inesperado a la tarde. Cuatro verónicas y una media sin tiempo ni lugar pusieron la plaza boca abajo y fueron el preludio de un nuevo quite clamoroso -natural, sedoso y distinto- que se hiló con una faena vivida y sentida por el público que abarrotaba la plaza de la Maestranza en la lujosa apertura del Domingo de Resurrección.

Sería complicado narrar la morfología de un trasteo que fue pura inspiración. Golpes de torería tan añeja como actual que se reveló en el toreo fundamental y en esos adornos que Morante convierte en gran arquitectura. Hubo desgarro, naturalidad, hondura. También espuma y filigrana, pero sobre todo una personalidad diferenciada: un punto y aparte que puso a todo el mundo de acuerdo.

Parecía que la tarde iba a quedar ya sentenciada pero el mejor Manzanares volvió a revelarse en la plaza de la Maestranza con una faena marca de la casa instrumentada con ese empaque armónico, ese cuerpo encajado que convierte cada muletazo en la nota musical de una sinfonía que encontró la mejor partitura en la nobleza, trufada de mansedumbre, del quinto de la tarde.

La faena del alicantino fue ganando en calidad a la vez que avanzaba su metraje y fue resuelta con un contundente estoconazo que puso en sus manos otro trofeo que validaba la enorme expectación que había rodeado el primer festejo del largo abono sevillano. Desgraciadamente, Miguel Ángel Perera tampoco encontró un colaborador idóneo en el sexto, un animal complicado y mirón con el que volvió a apretar el acelerador a tope.


De Toros en Libertad

Por José Antonio del Moral. Sembrado Morante, soberbio Manzanares

La tarde rompió en su segunda mitad. Tras la flojera desesperante de los tres primeros toros de Daniel Ruiz, alcanzamos la ansiada gloria con los toros cuarto y quinto. Morante, que se había lucido de capa en el toro devuelto, se superó a sí mismo con las verónicas en el quinto. Pero lo mejor llegó con una preciosísima faena de muleta de su exclusiva marca. Pese a matar de un bajonazo el público demandó el trofeo. Manzanares anduvo catedralicio con el quinto, un toro que transmitió por su punto de genio, lo que dio emoción a la obra del alicantino. Pereda, con peor suerte, hizo un gran esfuerzo pero sus dos obras resultaron baldías.

Sevilla. Plaza de la Real Maestranza. Domingo 4 de abril de 2010. Primera de abono. Tarde soleada y fresca con viento. Lleno de no hay billetes. Siete toros de Daniel Ruiz Yagüe, todos de muy bellas hechuras. Incluido el sobrero que reemplazó al primero, devuelto por su extrema debilidad. Los tres primeros, nobles pero escasísimos de fuerza y, por ello, muy deslucidos. El cuarto con clase, fue el mejor del encierro. El quinto noble pero con una punta de genio. Y el sexto con no pocos problemas. Morante de la Puebla (verde botella y oro): Pinchazo, otro hondo sin soltar y más de media trasera atravesada, silencio. Estocada baja trasera, oreja. José María Manzanares (burdeos y oro): Estoconazo desprendido, silencio. Estoconazo saliendo perseguido, oreja. Miguel Ángel Perera (azul cobalto y oro): Estocada trasera, silencio. Estocada baja, ovación. A caballo destacó José Antonio Barroso y en la brega Curro Javier, quien, asimismo, anduvo soberbio en banderillas. También destacaron en palos, Juan José Trujillo y Joselito Gutiérrez.

Como cada año, la plaza de la Real Maestranza lució en su máximo esplendor. Lo del marco incomparable es una gloriosa realidad que el Domingo de Resurrección resulta aún más patente. Mas el ambiente y la expectación, consecuentes con el lujoso cartel. Dos grandes artistas y un valiente sin tacha. Pero la esperada cita no pudo empezar peor ni más desilusionante por la escasísima fuerza de los cuatro primeros toros que saltaron al ruedo. La devolución del primero, que se derrumbó por completo después del segundo puyazo, apenas señalado, hizo presagiar lo que vino después con los tres toros que salieron por la puerta de chiqueros. La belleza de sus hechuras contrastó con su nula fuerza. Claro que, de haberla tenido, seguro que hubieran dado muy buen juego porque nobleza sí que tuvieron.

Morante aprovechó la dulzura del toro que abrió plaza con unas lentísimas verónicas. Pero eso fue todo porque el toro hubo de regresar a los corrales. Manzanares intentó torear de muleta logrando pases de buena aunque incompleta factura y únicamente en una breve tanda con la mano derecha consiguió redondear tres grandiosos muletazos. Lo arregló todo con su infalible espada. Miguel Ángel Perera no tuvo mejor suerte que sus compañeros aunque, mientras pudo, logró llegar a los tendidos con sus lances y muletazos tan firmes como cercanos a su oponente. Fue una demostración más del espartano valor que adorna al extremeño, siempre inasequible al desaliento.

La situación cambió diametralmente con la lidia y el toreo que tanto Morante de la Puebla como José María Manzanares, desparramaron frente a los dos toros más posibles del encierro. Con bastante más fuerza que sus hermanos anteriores, el cuarto resultó tan noble como dulce. Y aunque no rompió por completo, sí permitió que Morante recetara cuatro de sus mejores verónicas en el recibo y otras cuatro y media en el quite que puso la plaza boca abajo.

La faena de Morante no fue menos hermosa que sus lances. Basada sobre la mano derecha, el arte afiligranado, sentido, profundo y barroco del torero de la Puebla quedó puesto de manifiesto una vez más. A nadie le importó que matara de un bajonazo. La plaza estaba sobrecogida por lo que acababa de vivir.

Si la faena de Morante fue como la Cartuja de Granada, la de Manzanares con el quinto tuvo momentos catedralicios, sobre todo por redondos y los monumentales de pecho con que remató cada tanda. Lo díscolo del toro y, en momentos, el genio que sacó al abandonarse el torero metiéndose al toro para dentro en el final de los pases, propiciaron instantes de cierto desarreglo y, al mismo tiempo, de mucha emoción. La faena del alicantino tuvo por ello, fases grandiosas y otras muy arriesgadas. El valor sereno de José María compensó todo y la contundente estocada provocó la unánime petición de la importante oreja que paseó entre grandes ovaciones.

Fue una pena que el sexto no tuviera clase y además sacará peligro. Perera se entregó pero el toro nunca. El esfuerzo fue tremendo aunque el final de máxima cercanía sin que parte del público lo recibiera para bien, terminó de quebrarse con una estocada en los bajos.

Sevilla Temporada 2010

sevilla_040410.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:22 (editor externo)