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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Sábado 22 de abril de 2023

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: Toros de Victorino Martín (bien presentados, con dificultad y todos con buen juego. El 5º de la tarde, nº 69, dio la vuelta lenta al ruedo).

Diestros:

Manuel Jesús El Cid. Reaparece. Estocada atravesada (vuelta al ruedo); estocada (oreja).

Manuel Escribano. Estocada trasera (saludos); estocada (dos orejas).

Emilio de Justo. Estocada (oreja); pinchazos tras aviso, estocada (saludos).

Banderillero que saludó: Lipi, en el 4º de la tarde.

Presidente: José Luque Teruel.

Tiempo: soleado, temperatura agradable.

Entrada: lleno con huecos.

Imágenes

Video resumen AQUí

Crónicas de la prensa

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Lo que es torear un victorino a cámara lenta

Inolvidable ya este sábado de feria. Gran corrida de Victorino Martín a la que vemos difícil que se le pueda escapar el premio de la Feria. Sirvieron todos salvo el marrajo segundo que en su condición de tobillero dio emoción a raudales también. Y los tres diestros estuvieron a la altura. Un reaparecido El Cid, que no lo es tanto pues estaba toreando decenas de festivales cada temporada, que puso maestría y oficio en sus dos toros llevándose un premio en el segundo. Un Emilio de Justo que anda en plena madurez y al que la espada en el cierraplaza le privó de un triunfo mayor. Y un Escribano sublime, todo valor en en peligrosísimo segundo y todo templanza en el magnífico quinto, un hijo de Cobradiezmos, al que entendió a la perfección. No se puede torear más despacio, muletazos que duraban una eternidad y que salían ligados para ofrecer al público una emoción de alto nivel. Estuvimos allí cas tres horas, pero se nos hicieron cortas, cuando hay toros y toreros el tiempo no cuenta. Como en la faena de Escribano, en la que se pararon los relojes y creimos que ni iba a empezar la Feria, nadie tenia prisa. Es lo que pasa cuando la fiesta se convierte en arte eterno.

Por Antonio Lorca. El País. Emocionantísimos victorinos

Manuel Escribano toreó al quinto de la tarde como un consumado artista; mejor, quizá, que la recordada tarde del indultado Cobradiezmos, padre del toro Patatero, al que se le dio la vuelta al ruedo por su exquisita calidad.

El Cid reaparecía después de tres años de descanso y ha superado el examen con buena nota. Su mano izquierda sigue viva y dispuesta a seguir dibujando grandes naturales.

Y también ‘volvía a la vida’ de esta plaza Emilio de Justo tras la gravísima cogida que sufrió en Madrid en 2022, y lo ha hecho con una actuación meritísima ante un complicado victorino como fue el sexto, al que pudo cortarle una oreja tras una pelea épica y heroica.

Y los toros…

Cuando hay toros exigentes, complicados, con genio, que se revuelven en el espacio de una moneda… o los hay nobles, pero no tontos, la piedra del asiento no parece tan dura y nadie se aburre. Tres horas duró la corrida y solo unos pocos corrieron a última hora porque se les echaba encima la cena del ‘pescaíto’ ferial.

Una gran tarde de toros: descastado y noble el primero; deslucido y complicado el segundo; noble, soso y con clase el tercero; del mismo tenor el cuarto; nobilísimo el quinto, y muy difícil el que cerró plaza. Su juego en los caballos fue muy desigual y deficiente. Acudieron algunos con la misma presteza que se repucharon, y ninguno empujó con codicia.

En fin, una emocionantísima tarde de toros, en la que los toreros brillaron a gran altura, exprimieron las bondades de sus oponentes y sortearon con bien las dificultades, que no fueron pocas.

El más beneficiado, sin duda, ha sido Manuel Escribano, que banderilleó con soltura y brillantez a sus dos toros. Pronto le avisó su primero de que tuviera cuidado con su comportamiento y lo buscó con afán de lanzarlo por los aires. Pero el torero no se amilanó, hizo acopio de firmeza, bien colocado siempre, y le robó una tanda de derechazos de un mérito extraordinario. Esperó al quinto de rodillas en los medios, lo veroniqueó con estimable soltura y, tras parearlo con más brillantez que antaño, lo probó por alto con la muleta, comprobó la nobleza del toro, aunque le costaba obedecer al cite, y se dispuso a torear. Con mucho que ganar, se le vio relajado y dibujó muletazos excelsos con la mano derecha, largos, hondos, templadísimos, a cámara lenta, que enardecieron a los tendidos. Sonó la música a mitad de faena, y allí continuó Escribano, borracho de sentimiento, desprendiendo un aroma torero de muchos quilates. La faena estuvo cimentada en la mano derecha, larga de metraje, pero henchida de emoción por la calidad de toro y torero. Paseó eufórico y con todo merecimiento las dos orejas, y Patatero recibió los honores de la vuelta al ruedo.

No se quedó atrás El Cid, que fue recibido con una ovación cariñosa al romperse el paseíllo, y él se esforzó en devolver con creces el afecto recibido. Noble y soso fue el que abrió plaza, y la labor del torero fue correcta, pulcra y sin intensidad, como exigía el toro. Aun así, El Cid había comenzado su labor con la zurda como señal inequívoca de que no se le había olvidado el toreo al natural. Largos y emocionantes fueron los muletazos que surgieron de esa mano ante el cuarto, un animal de carril por el pitón izquierdo, que El Cid aprovechó. Sus dos faenas pecaron de ser largas en exceso, pero el torero se pudo marchar tranquilo tras aprobar con nota tan dificultoso examen de vuelta.

Y Emilio de Justo tenía también una buena papeleta tras su ausencia del año pasado por la cogida en Las Ventas. Y ha demostrado que sigue siendo el torero poderoso, profundo, valeroso y épico que le llevó a las alturas. Se lució de verdad con el buen pitón izquierdo del tercero y hubo naturales extraordinarios, y protagonizó una exhibición de poderío total en el sexto. Protestado de salida, se presentó después como un toro vibrante, dificultoso, que exigía un torero con una disposición inusitada. Ese fue Emilio de Justo, que no se amilanó, le plantó cara de verdad y lo dominó de principio a fin. Cuando tenía la oreja en sus manos falló con la espada.

A las nueve y media terminó la corrida que había comenzado a las seis y media. La gente corrió hacia el Real de la Feria, pero con el ánimo sonriente y satisfecho. Es lo que suele ocurrir cuando hay toros y toreros y se produce el milagro de la lidia.

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. Una gran corrida de toros

El titular resume el argumento del encierro: una gran corrida de toros lidiada por Victorino Martín que devolvió a la divisa cacereña a sus mejores fueros en la plaza de la Maestranza. Los viejos 'albaserradas', que habían recuperado su tirón taquillero en este sábado de alumbrado, brindaron un excelente espectáculo global que hizo olvidar hasta las agujas del reloj teniendo en cuenta que la corrida alcanzó las tres horas de metraje.

A pesar de eso, en la plaza no se aburrió nadie. Pero el festejo hay que contarlo pendientes del guión que prestó el toro. Fueron seis ejemplares, un puntito desiguales de presentación, que fueron fieles a las pautas de hechuras y comportamiento del prestigioso hierro de la familia Martín. De la lista sólo falló el tobillero segundo pero hay que anotar un primero noble y agradecido; un gran tercero de boyante pitón izquierdo; un cuarto, tan en Victorino, que tambíen lo dió todo por ese lado y, sobre todo, un excelente quinto -era hijo del célebre 'Cobradiezmos, indultado por el propio Escribano- al que había que extraer su maravilloso fondo con paciencia de alquimista. El sexto, finalmente, no falló al cupo de las más genuinas alimañas del hierro de La A coronada.

A partir de ahí hay que valorar la labor de los toreros, comenzando por Manuel Escribano que supo extraer muletazo a muletazo esa enorme dimensión que encerraba el quinto de la tarde. El diestro de Gerena ya había indultado al padre de ese ejemplar hace siete años y el destino le tenía reservada esa embestida progresiva que supo entender y administrar desde que recibió al toro a portagayola hasta que lo despenó de una gran estocada. Manuel ya le había cogido el aire manejando el capote y pudo comprobar la codicia del animal al ser perseguido a la salida del tercer par. Brindó a Antonio Sanz y a partir de ahí, toreando en redondo, pudo calibrar la calidad de una embestida que, de puro humillada, había que extraer como el agua de un pozo.

Manuel fue toreando, cuajando al toro, enseñando su buena condición, yéndose tras la embestida en muletazos cada vez más hondos, dichos más para dentro, dejando la muleta puesta bajo el hocico… Fue una faena in crescendo, interpretada al ralentí, trufada de detalles de buen gusto que rubricaba el excelente son del encierro. El espadazo cayó un punto trasero pero las orejas eran de cajón. Escribano, que había tenido pocas opciones con el molesto y tobillero ejemplar que hizo segundo, las paseó sabiendo todo lo que significaban.

Pero ese quinto, llamado 'Patatero' fue en realidad la guinda de un gran encierro global en el que hay que anotar los completos lotes que sortearon El Cid y Emilio de Justo. El diestro de Salteras volvía a enfundarse el vestido de torear después de cuatro años de barbecho y lo hacía delante de los toros que le habían dado fama y hacienda. Le sacaron a saludar tras el paseíllo y supo dar una buena impresión con el noble y manejable ejemplar que hizo primero, ideal para ese reencuentro. Lo mejor llegaría con el cuarto, un genuino 'victorino' que humilló siempre por el pitón izquierdo con las cositas de su sangre al que El Cid toreó en su mejor versión hasta cortar esa oreja que debió saberle a gloria.

Otra oreja se llevó, también toreando por naturales, el diestro cacereño Emilio de Justo. Volvía a la Maestranza después de haber quedado en el dique el año pasado a raíz del terrible percance de su encerrona madrileña. Emilio supo entregarse y acompasarse a esa embestida en una notable y entregada faena que le sirvió para puntuar. La espada, eso sí, le impidió conseguir mejor premio de su entregada labor al sexto, la genuina y geniosa alimaña de la casa que puso el postrer punto de emoción a la corrida. La impresión final era unánime: una gran corrida de toros.

Por Jesús Bayort. ABC. Victorino le devuelve la categoría a la Maestranza y el crédito a los toreros con una corrida histórica

Eran las nueve de la noche y aún estaba Manuel Escribano dando la vuelta al ruedo tras lidiar al quinto de la tarde más larga en lo que llevamos de feria. Sin sobreros, sin tedio; en tensión, desgañitados por la emoción. A mediodía anunciaban los apocalípticos tuiteros una «impresentable» y «vergonzante» corrida de Victorino Martín, que resultó ser la más sevillana en su presentación. Y no sólo eso, sino que a todas luces se llevará todos los premios por su conjunto y pasará a la historia como una de las más intensas y emocionantes que se recuerdan en la historia reciente de esta plaza. Un día después de la controversia generada en torno a la Puerta del Príncipe de Roca Rey llegaban los toros de la 'A' coronada para devolverle la categoría a la Maestranza y el crédito a tres toreros que llegaban en cuestión: Manuel Jesús 'El Cid', al que muchos intuían un sombrío retorno; Manuel Escribano, en declive profesional; y Emilio de Justo, en un discutible arranque de temporada. Y los tres terminaron saliendo catapultados. Como el ganadero, que debió abandonar a hombros la Plaza de Toros de Sevilla.

Devolvía Manuel Jesús 'El Cid' la ovación inicialmente recibida brindando en los medios la faena de Corretón, que parecía escogido para una reparación de esta índole. Altito, tocadito, sin remate, sin celo, aunque con mucha nobleza y cierta clase. La primera serie fue una reminiscencia del pasado, de aquella zurda de Salteras que encandiló al toreo. Ahora, menos ágil, más encorsetada, pero con los mismos mimbres: suavidad, largura y profundidad. Embarcaba el viejo maestro a Corretón desde el hocico, tirando de él muy en su línea. Y Sevilla se lo cantaba, loca por haberse reencontrado con un torero al que tanto quiso. Que sigue casi igual en su figura, aunque con canas en su poblada cabellera. Menos humillaba Corretón por el pitón derecho, por donde probaba y pedía toques secos. Estaba cómodo el maestro, que renunciaba a ir por la espada mientras sonara la Banda Tejera y Sevilla le volvía a gritar «¡ole!». Que hacía años que no lo escuchaba, incluso estando en activo. Estaba feliz, ajeno a todo. Con una estocada menos defectuosa hubiera sido de premio. Aun así asomaron pañuelos de quienes recordaban el gran torero que fue. Saboreó la vuelta al ruedo.

La primera obra de Manuel Escribano fue un dictado pormenorizado del magisterio del toreo, de cómo lidiar a las mil maravillas a Portero, que parecía una vaca vieja en su salida. Por tipo y por comportamiento: sin poder, sin salirse de los vuelos del capotes; alto, aunque recto de lomo, con cuello y fino en su expresión. Pero le faltaba fuelle para transmitir la verdadera complicación que tenía. Que en las manos de Escribano parecía incluso suave. Ya en la primera tanda se oyó un murmullo cuando el albaserrada se empezó a revolver. Se impresionaban los tendidos por la brusquedad del gañafón, sin comprender el resto de dificultades. Que eran muchas. Le daba tiempo el de Gerena, sin tocarlo, tratando de 'expulsarlo' en su línea natural. Aunque la línea que Portero quería era en forma de circunferencia, hacia los tobillos. Por el izquierdo no pasaba. Y ahí seguía Escribano, clavado, magistral en tiempos, distancias y toques. El público crecía en la sugestión, más por la épica que por la maestría con la que estaba lidiando. Tan exacto en todo. Y seguía oliendo la puñalada, que se anunciaba inminente. Hasta que recurrió a la maña: ganando el tranco, atacando con la voz, con el pico. Todo al pitón contrario. La faena tuvo todo el mérito del mundo. Menos en la estocada, cuando se encogió Portero y Escribano se encontró los bajos traseros.

La emoción de la corrida de Victorino Martín continuaba con Filigrana, el tercero, agradable por delante y serio en su tipo, al que le terminó cortando una oreja Emilio de Justo tras reencontrarse con su mejor versión, que parecía difuminada durante este arranque de temporada. Se gustó en el recibo, muy clásico, sacando los brazos en lances genuflexos. Se quedaba corto el de Victorino, lo aprovechaba para encarrilar los siguientes lances el extremeño. Rápidamente conectaban los tendidos con su lidia, como cuando lo llevó al caballo con el capote a ras, tirando del cardenito con los codos remangados. Este público, tan respetuoso, ¿dónde estaba ayer? No se descompuso el torero cuando su cuadrilla casi se lo echa en lo alto antes de brindar, enfrontilándose de momento con Filigrana, muy encajado, acariciando como el que mece una nana. Con los vuelos, con la sutileza del toque, con la alegría de su voz. Buscaba tan adelante que sólo daba la opción de tomarla. Y Filigrana la tomaba, con ritmo, con más emoción que sus hermanos. Por momentos hasta parecía tener clase. Lo iba entendiendo hasta descubrir el momento de desmayarse, encajado en los riñones, con el mentón fusionado con sus entrañas, estirando menos el cuello. Se distraía el animal con una banderilla caída. Y sabía esperar el matador para sacarle la muleta en el momento preciso. Con mucha caricia. Por el lado derecho era más descompuesto. Extraordinaria ejecución con la espada, con un toque fuerte, esperando a que humillara. Cayó algo baja.

Toda la guasa inicial que traía en los capotes Mecatero, el cuarto de la tarde, muy fino en sus hechuras, se transformó en clase y profundidad en el último tercio, con un Manuel Jesús 'El Cid' pletórico, toreando al natural con el mismo prodigio que en su etapa gloriosa. Mejorando lo del primero. Lo había pasado mal con el capote, sintiéndolo por sus zapatillas, sin facultades para irse, hasta que Javier Ambel saltó y le ordenó sus embestidas en una brega extraordinaria. Había preocupación en los tendidos, intuyendo que el de Salteras lo iba a pasar mal con la muleta, ignorando que iba a torear como nunca: con la profundidad de sus mejores años, sumándole el poso de la vejez torera. Tiraba del animal con esa zurda escogida, sin adelantarla. Cuando el animal quisiera, como el animal quisiera. Cuanto más abajo lo llevase y más le obligase, mejor embestía. Un toro de bandera, al que no terminó El Cid de encontrarle el punto por la derecha. Le agarraba el pitón con la fuerza de quien ansiaba este regreso, que jamás hubiese imaginado tan glorioso final. Con naturales de ensueño, con cadencia prodigiosa, con muñecazos milimétricos. La estocada fue de libro.

¿Cuándo va a terminar este delirio? Nos preguntábamos unos a otros antes de saltar el quinto, que sublimó todo lo anterior. Patatero embistió al ralentí. Difícil de recordar unas embestidas más templadas y vibrantes que las suyas, potenciadas por un Manuel Escribano en plenitud que volvió a plantearle con acierto su faena, sin toques, tirando de él, consintiendo las probaturas y coladas. Hasta que le tomó el pulso por el pitón derecho, en series in crescendo que terminaron poniendo en pie a toda la plaza, que se desgañitaba mientras Escribano se desgañitaba el alma, con el compás muy abierto, encajado, profundo. Una faena cimentada en el compromiso, el mismo que demostraron sus compañeros. La estocada entró como un misil. Premiaba José Luque Teruel con la vuelta al ruedo a Patatero, que era un premio al conjunto de la corrida.

Pero aún más acertado estuvo Luque Teruel cuando mantuvo en el ruedo a Milanés, el sexto, al que protestaron por una supuesta falta de fuerzas que finalmente se evidenciaría que no era tal. Terminar esta corrida con un sobrero de Núñez del Cuvillo hubiese sido un manchurrón sobre este capítulo histórico de la Maestranza, como mancharía finalmente Emilio de Justo su arrojo y compromiso ante el animal más exigente y duro del encierro al no refrendar con la espada todo lo meritorio que había hecho. Que también fue la leche, por la emoción del toro, por el pundonor del torero, con la música, una vez más, sonando.

Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. ¿Otra vez con 'Cobradiezmos'?

Llegaron los victorinos y con ellos desapareció cualquier amago de aburrimiento. Vino una corrida muy en el tipo de la ganadería, muy pareja y en la que sólo hubo un amago de alimaña y fue en el segundo de la tarde. Pero la corrida fue un espectáculo redondo que arrancó con la nota sentimental de cómo recibió Sevilla a Manuel Jesús El Cid en su reaparición. Una ovación cerrada recién acabado el paseíllo que el saltereño acogió con visibles muestras de emoción, pero eso sólo sería una pincelada de lo mucho que dio de sí la tarde.

Una corrida que fue de menos a más, pues así fue cómo se desarrolló el comportamiento de cada toro. Oponiendo muchas dificultades de salida e impidiendo el lucimiento con el capote para ir viniéndose arriba tras pasar por las plazas montadas, alegrando las embestidas en banderillas y llegando a la muleta arrastrando el hocico. Y para el acabóse cómo se entregó Patatero a la muleta de Manuel Escribano.

Pero vayamos ordenando las cosas y así nos encontramos con el reaparecido Manuel Jesús El Cid mostrando un estado físico igual que antes de esta retirada y que entendió a su lote como lo que él es, un especialista en el manejo de victorinos. El primero reponía a la salida del muletazo, pero el torero con su firmeza fue domeñándolo hasta lograr varios naturales marca de la casa. El toro tardó en morir y la cosa quedó en una cariñosa vuelta al ruedo.

En su segundo, un cárdeno precioso llamado Mecatero, lo capotea sobre las piernas, un emocionante par de Lipi es el anticipo de una faena en la que el argumento se basa en el de toda su carrera, el toreo al natural. El natural de Manuel Jesús, largo, hondo, en estado puro y cuando mata de estocada arriba llega una oreja del toro a manos del matador.

Manuel Escribano va de gesta en gesta y si el año pasado se encerró con seis miuras, en esta Feria se anuncia con la corrida de Victorino y la de Miura. Su primero fue el que más dificultades presentó y hasta hubo momentos en los que ejerció como una de esas alimañas que prestigiaron esta divisa. Y Escribano, que había banderilleado con lucimiento, se las iba a aviar en basar la faena robándole lo poco o mucho que tuviese Portero. Valentísimo el torero, puede con su enemigo y la sombra de la cogida no deja de revolotear sobre la vertical de Manuel. Una estocada trasera acabó con el toro y Manuel saludó desde el tercio.

La apoteosis llegaría en el quinto. Se llamaba Patatero y Manuel lo recibió a portagayola, lo banderilleó de poder a poder, de dentro a fuera, saliendo del estribo… Y el ambiente fue caldeándose para estallar en el último tercio. Ahí parecía que Escribano se reencontraba con aquel Cobradiezmos que le lanzó. Este Patatero también hacía surcos en el albero con el hocico y siempre a ralentí, pues cada embestida era un regalo que Manuel lo agrandaba con firmeza, arrastrando la muleta y rematando cada pase por debajo de la pala del pitón. Las dos orejas fueron a parar a las manos de Manuel.

…y Emilio de Justo, ese torero que se escapó de milagro tras aquella voltereta del Domingo de Ramos de 2022 en Las Ventas. A su primero lo fijó lanceando genuflexo, le brindó al Cid y fue a dar una lección magistral de toreo al natural, ora de frente, ora dándole el pecho a su enemigo. Lo mató a ley y cortó una oreja. En el que cerró plaza, que fue protestado porque claudicó un par de veces, Emilio cuajó una faena vibrante que había brindado a la plaza y que remató de dos pinchazos y una estocada. Deja el pabellón muy alto y Sevilla espera con ganas de volver a verlo, lo que será mañana mismo y con Morante. Casi nada.

Por Gloria Sánchez-Grande. Grupo Joly. La suerte con papel se paga

Cantaba Gardel que veinte años no son nada. Se equivocaba el tango. Veinte años dan y quitan. Allá por el 2001, toreaba por primera vez Manuel Jesús 'El Cid' en la plaza de La Maestranza. Este sábado ha hecho su paseíllo número 58 en la tarde de su reaparición, tras dejar los ruedos al cabo de la temporada de 2019. En este tiempo, no supo el de Salteras vivir sin torear.

Hace casi veinte años, en 2007, no recuerdo el día exacto, amaneció Sevilla con un cielo entoldado del color de un Albaserrada. El Cid se consagró en La Maestranza ante un toro de bandera, un Victorino de nombre Borgoñés. Presencié aquella corrida junto a mi padre. Camino de La Maestranza, una gitana nos detuvo por el Arco del Postigo y, con habilidad, casi al relance, nos prendió en la ropa un ramillete de romero. “La suerte con papel se paga”, dijo la gitana con la palma de la mano abierta esperando el donativo. Un billete, por supuesto. Esa rama de romero todavía la conservo en recuerdo de El Cid y Borgoñés.

Presenciar este sábado, tanto tiempo después, una faena maestra por naturales de El Cid ha removido el corazón de El Baratillo. El sevillano se ha echado la mano a la izquierda sin probaturas: templado, suaves los toques, adelantando los engaños y alargando las embestidas, tan elegante, tan estético. Incluso ahora mata como nunca lo hizo en sus años de gloria, cuando era un consumado pinchauvas. La banda ha empezado a tocar antes de que el presidente le concediera la oreja. Las lágrimas humedecieron los ojos del veterano torero. Feliz regreso.

Manuel Escribano es un torero valiente. Sorteó en segundo lugar un Victorino viejo, con cinco años largos. Muy armado. Tobillero y orientado de salida. Por el pitón derecho era peligroso; por el izquierdo, criminal. El de Gerena tragó quina y no le volvió la cara.

En quinto lugar, cosas del destino, Escribano lidió a un descendiente de Cobradiezmos, aquel otro Victorino que indultó en La Maestranza en 2016, haciendo historia. En los corrales, contaba con gracia el ganadero que el amor, el dinero y las hechuras no pueden disimularse. Con Patatero, este domingo a Escribano le volvieron a tocar la música en Sevilla. Le cortó las dos orejas y al Victorino lo premiaron con la vuelta al ruedo en el arrastre. Es bonito el toreo.

Emilio de Justo, generalmente tan certero, ha perdido la Puerta del Príncipe por pinchar al Victorino que cerraba plaza, cuando ya la luz ambarina de los focos iluminaba el ruedo, más amarillo que nunca. En cualquier caso, ha echado una tarde de torero grande, de figura le echen lo que le echen, y La Maestranza ya espera su segunda comparecencia, este lunes con la de Matilla. Ojalá entonces tenga suerte: la merece porque la oreja con los Victorinos sabe a poco.

Entre sus numerosos logros, De Justo ha realizado este domingo el quite de la feria a uno de los banderilleros de El Cid, 'Lipi', cuando el cuarto Victorino a poco estuvo de prenderle contra las tablas. El extremeño también ha tenido el detalle de brindar su primera faena al compañero reaparecido.

Se echaba de menos una corrida de Victorino Martín como la de este sábado, en la que hubo de todo. Toros de triunfo y otros para acabar en la enfermería, todos muy bien presentados y varios aplaudidos de salida. Los tendidos, casi llenos y las banderas, inertes sobre la Puerta del Príncipe.

Mañana, caballos. Qué lástima, con lo bien que íbamos.

Por Vicente Zabala de la Serna. El Mundo. 'Patatero', el sueño de Manuel Escribano

Tantas tardes de sílex, tanta sangre derramada, tantas amarguras, debían tener, algún día, una compensación. Una justicia divina, algo poético como un toro juanrramoniano, que derramase su bravura licuada con la lentitud del oro fundido, un súper clase con divinas hechuras de llavero. Esa pintura, ese sueño, se presentó camino de las nueve de la noche sobre el albero de la Maestranza, para resarcir a Manuel Escribano de su lucha de pedernal. Su nombre tosco, Patatero, no respondía a la sutilidad de su ritmo sostenido, a su humillación perpetua, a su fijeza irrenunciable, a su padre mítico: Cobradiezmos. El victorino fue el sueño de Escribano. Que lo gozó con el pulso de tantos años de espera, la madurez reposada, la barrica de la paciencia. Un deleite a cámara lenta, la sublimación de mitad de faena en adelante. Por una y otra mano bramaba la plaza ante tan superlativa despaciosidad, como si el hocico de guapísimo cárdeno clarito fuese cosido en los flecos de la muleta, tan arrastrada de perezas.

Fluía el toreo como esa bravura sin ruido ni estridencias que habitaba en el exquisito toro. Que parecía dormirse como si se le apagara la luz de la vida, pero siempre seguía en el mismo son. La sonrisa de lobo de Manuel Escribano se iluminaba de felicidad a la salida de cada serie abrochada con inacabables pases de pecho. Yo le he visto torear así una noche del último verano en El Puerto a un adolfo, no sé si con tanta plenitud como este sábado. Tan bandonado y roto. Puede que no. Una estocada consumó la magna y larga obra, y toda duró Patatero haciendo surcos en el ruedo. Una recta estocada consumó el entusiasmo: dos orejas para el exultante matador de Gerena, vuelta al ruedo -dudé un instante- para el victorino juanrramoniano, el sueño de Escribano.

Fue la cúspide una muy notable corrida de Victorino -de diferentes remates, hechuras y seriedades- que le regaló a El Cid en su regreso un toro con un pitón izquierdo para reverdecer viejos laureles. Similar expresión en la cara al toro apablorromerado, casi el mismo Cid de los días de gloria, cárdeno el pelo también, (re)engrasados el ánimo y la zurda que un día encandiló a Madrid, Sevilla y Bilbao. Se embolsó una oreja tras reafirmar su pacto con la baraka y negar su mala fama con la espada. La afición sevillana había acogido su reaparición con una ovación de gala. El Cid se desmonteró, enseñando las canas y los andares que dalatan los años. Sorteó el toro ideal para la ocasión, un victorino con el poder contado, el celo previso, una bondad dócil y, como nota negativa, una humillación escasa. Amable por dentro y también por fuera. Así altón, largo de hechuras y recogido de cara. No apretó ni puso en apuro en momento alguno al torero reaparecido. Que anduvo más que dignamente, en las líneas naturales como siempre y limpio con él, entreverando recuerdos de su zurda. Una estocada trasera, un descabello y una cariñosa vuelta al ruedo.

A El Cid le brindó Emilio de Justo de frente y pareció una confrontación de espejos, por determinados rasgos, con diferentes conceptos. EdJ ofreció una lección de cabal entendimiento -también fue buena tarde de toreros- con un toro cárdeno oscuro, fino, que no regaló nada. Ni la humillación. De Justo le planteó todo con exactitud y clarividencia meridianas en su mano izquierda. Por la espera, la voz como toque, la altura para llevarlo tapado, la suavidad para conducirlo su raza. El toro,siempre apoyado en las manos, respondió agradecido, esta es la verdad. Pero no menos cierto es que el extremeño le puso todos los raíles para romper sus diques y torearlo al natural con trazo, venciendo también la resistencias de su propio cuerpo. La estocada fue extraordinaria, valedora finalmente de la oreja.

Manuel Escribano ya había estado hecho un jabato con un victorino tobillero pero sin poderío que abrió el capítulo de los cinqueños -2º, 3º, 4º y 5º- y Emilio de Justo se peleó con el exigente y cambiante último, de más serio carácter que fachada. Que cerró una victorinada para reverdecer laureles. También el ganadero.

Nota: Una corrida de toros no puede durar tres horas sin ningún incidente sobrevenido.

Por Toromedia. Dos orejas para Escribano y una para El Cid y De Justo en una interesante corrida de Victorino Martín

Casi tres horas de corrida pero ningún motivo para el aburrimiento en esta intensa sexta corrida del abono en Sevilla. Los toros de Victorino mantuvieron el interés de principio a fin, conformando un lote de nota que fue aprovechado por la terna para apuntarse un importante triunfo. Fue Escribano quien cortó las dos orejas al quinto de la tarde, el toro 'Patatero' que fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. El Cid rayó a gran altura, sobresaliendo en el toreo al natural en su lote en la que era su reaparición, mientras que Emilio de Justo fue todo entrega y talento en sus dos toros, que le colocaron en puertas de un gran triunfo. Ambos cortaron una oreja en una tarde de emociones.

El Cid fue recibido con una cariñosa ovación por la afición de Sevilla en su vuelta a los ruedos. El torero de Salteras estuvo muy suelto y templado de capa en este primero de la tarde. Con la muleta abrió al toro y empezó directamente al natural, sin probaturas y templando. En la segunda serie por ese pitón el toro se orientó más y no humilló. Cambió a la derecha y tragó para ligar dos series a más. Sonó la música y dio otra serie más por ese lado a pesar de la nula humillación del toro. Siguieron dos series al natural y un bonito final de faena que crearon ambiente de triunfo. La estocada quedó trasera y tuvo que descabellar, lo que le impidió tocar pelo.

Muy pegajoso y corto el cuarto en el capote de El Cid, que se limitó a sacarlo a las afueras con oficio. Lipi arriesgó mucho en banderillas y saludó montera en mano. El Cid volvió a comenzar la faena al natural y dio una primera serie excelente. La segunda fue superior en temple y profundidad. Intercaló una serie diestra en la que el toro se frenó más y volvió a la zurda para dar naturales excelentes. Sevilla se reencontró con la zurda del de Salteras. Todavía dio una tanda con el toro más agotado ya y mató de estocada, cortando una oreja.

El segundo de la tarde humilló pero buscó mucho de salida. Escribano no pudo lucir ahí pero sí en el tercio de banderillas, donde clavó tres buenos pares. En la muleta el toro buscó los tobillos del torero, revolviéndose con saña. Escribano lo intentó por los dos pitones a pesar del enorme peligro y puso el corazón de la plaza en un puño. A base de oficio logró robarle dos series con la derecha de enorme mérito. Mató de estocada trasera.

Escribano se fue a portagayola en el quinto, toreando bien a la verónica tras reponerse de un desarme. También brilló con las banderillas. Este toro embestía muy despacio, andando, y Escribano lo templó primero al natural logrando muletazos lentos y después con la derecha. Tres series por ese lado de toreo al ralentí marcaron la cumbre de la faena. Escribano estuvo a gusto y disfrutó de la embestida del 'victorino' en una faena rotunda y despaciosa. Mató de estocada y fue premiado con las dos orejas. También el toro fue premiado con la vuelta al ruedo.

Emilio de Justo toreó bien de capa, con la rodilla flexionada, al tercero, que se desplazó bien de salida. Tuvo el bonito detalle de brindar al El Cid y vio pronto el buen pitón izquierdo del toro, dejando una primera serie profunda y una segunda de largo trazo también. Por el lado derecho el toro se quedó más corto y limitó la labor del torero, que volvió a calentar con la zurda. Mató de buena estocada y cortó una oreja.

El sexto fue protestado por falta de fuerza, pero no fue devuelto y resultó ser un toro áspero y complicado al que Emilio de Justo plantó cara con decisión. En el comienzo la faena fue una pelea en toda regla en la que el torero salió vencedor logrando meter al toro en la muleta y darle muletazos templados tragando mucho y siendo siempre muy superior al de Victorino. Pinchó en dos ocasiones y esto le apartó de redondear su triunfo.

Fotografías: Arjona/Toromedia.

22_abril_23_sevilla.txt · Última modificación: 2023/04/24 10:02 por Editor