Herramientas de usuario

Herramientas del sitio


28_abril_23_sevilla

REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Viernes 28 de abril de 2023

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: Toros de Victoriano del Río (regularmente presentados, escasos de raza, mansos y rajados en general; pitados 1º, 2º y 4º).

Diestros:

Sebastián Castella. Estocada, descabello (saludos); pinchazo, estocada tendida (silencio).

Juan Ortega Pardo. Dos pinchazos, estocada (palmas); media y estocada bajas (silencio).

Andrés Roca Rey. Estocada tendida (oreja); estocada que escupe a medias, descabello (oreja).

Banderilleros que saludaron: Antonio Chacón el el 3º y José Chacón en el 4º.

Presidente: Fernando Fernández-Figueroa.

Tiempo: sol y nubes, caluroso, chispeó un instante.

Entrada: lleno.

Imágenes

Video resumen AQUí

Crónicas de la prensa

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

El valor sin límite de Roca Rey ante una bueyada

Extraordinaria mansada de “victorianos”, dignos de llevar las carretas de cualquier hermandad rociera hasta la misma ermita. Por peso y presentación podían ser de Madrid, por casta, una bueyada de calcado comportamiento los seis. El tercero se dejó en la muleta poderosa de Roca hasta que se rajó como los otros. Y el sexto fue también obligado a embestir por el peruano que remató con un arrimón de época. La grada se rindió absorta ante ese impresionante ejercicio de valentía serena. Sus orejas sí fueron merecidas, no como las de otros. Castella ha vuelto pero sólo se le vio voluntad y Juan Ortega no tuvo colaborador para su toreo.

Por Patricia Navarro. La Razón. Roca Rey, a fuego en Sevilla con la difícil mansada

No teníamos muy claro al comienzo del festejo si nos asaríamos o saldríamos pasados por agua. Lo que sí constaba en acta es que aquello distaba mucho de una primavera al uso. Sebastián Castella volvía a Sevilla después de un descanso en su carrera. El toro que le tocó en suerte era un belleza, con el hierro de Victoriano del Río, pero tan guapo como mansurrón de salida frenándose en el capote del francés. A pesar de sus buenas hechuras, el animal no dejó nunca de querer irse. Tomó el engaño con franqueza, pero desentendiéndose cuando podía. A su aire, suelto, llegó a la muleta y con la incógnita a desvelar de saber qué ocurriría a la hora de la verdad. Castella intentó taparle la salida y ligarle en una faena correcta, con el oficio de quien lleva mucho tiempo en esto. Fue el toro que tuvo las ideas más claras aunque fuera a la deriva. La cosa se atravesó después. Bien lo supieron las cuadrillas, porque los toros lo hicieron desde los primeros tercios. Se guardó mucho la corrida en esa mansedumbre y resultó dura para todo el que estaba por ahí abajo. Partiendo de la base que raro fue el que entró en el peto que le correspondía.

A José Chacón le persiguió el cuarto hasta que se tapó en el burladero en un tú a tú peligroso. Se le aplaudió después. Se había salvado por los pelos. Al toro le duró muy poco la alegría y comenzó a racanear el viaje, cada vez más corto y sin querer rebasar el cuerpo del torero. Castella anduvo resuelto, con valor y seguro.

Juan Ortega regresaba a Sevilla después del lío gordo del otro día, porque no podemos olvidar que a la verónica lo bordó. Es imposible torear más despacio ni tocar más la moral a Morante en su casa y por su palo. Esto es así. La magia en parte vino por ahí, por ese pique brutal no de ver quién cortaba orejas ¡Qué vulgaridad! Lo que el otro día estaba en juego era cotejar quién toreaba mejor y quedó claro que era un duelo de titanes. Su primero no nos dejó ni un hueco a la dicha, qué desastre, se paró el toro, sin querer avanzar en la muleta y con guasa (la que se guardaba dentro). Esa capacidad que tiene Juan Ortega para detener el tiempo con la muleta quedó detenida por la incapacidad del animal. Una pena. La espada desdibujó la suerte suprema.

Tampoco le dejó pararse con la capa el quinto y puso en apuros a la cuadrilla para parear. Cuando tomó Ortega la muleta era todo un misterio. Se dobló con el toro despacio y comprometido Juan. Al poco de sentirse podido el toro convirtió las arrancadas en arreones y cada vez se puso más difícil. Ortega alargó buscando el lucimiento, pero aquello estaba más cerca de una misión imposible que de la realidad. Matarlo era una hazaña.

Antonio Chacón se gustó con los palos y cuando Roca Rey fue a brindar el tercero ya estaba la gente metida en faena. Reunido de pitones el toro era una belleza y se entregó en la primera parte de la faena con mucha largura y explosión. Hubo tandas de siete muletazos, tremendamente poderoso. Después se rajó y en las cercanías remató Roca antes de ser un cañón con la espada. No regaló nada el sexto, con el mismo fondo de mansedumbre que había tenido toda la corrida, lo que hizo Roca fue un decálogo de cómo imponerse a las circunstancias. En esos terrenos, que tan bien conoce, muy de cerca, entre los pitones, hizo todo un alarde de valor sin inmutarse. Y no era fácil, porque el toro estaba repleto de complejidades. Las resolvió de manera magistral en emotiva labor que caló. No era para menos. Se le pidió el doble trofeo. Concedió el presidente uno. Le dio valor a una oreja de mucho calado. Y a su dimensión de figura.

Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. Roca le pega pases a un borrico

Está claro que se trata de un torero que puede gustar o no ser del gusto del aficionado, pero que quien llena las plazas es Andrés Roca Rey nadie puede ponerlo en duda. Y tras ver cómo en carteles más del gusto del aficionado sobró papel en la taquilla, este viernes se volvía a demostrar que el peruano lleva a la plaza gente de la que no suele prodigarse. De siempre ha pasado así y es que si el toreo viviese únicamente del aficionado fetén habría muerto por consunción. Por eso es de agradecer que de vez en cuando surja un Cordobés del momento para que la Fiesta perviva.

Y tras estas disquisiciones vayamos a lo acontecido este viernes en el ruedo baratillero. Y lo que sucedió tiene como primer capítulo el desastroso juego de los toros que envió Victoriano del Río. Toros con trapío, de preciosa lámina, sobre todo los sardos que cerraron el festejo, pero sin una gota de bravura en sus venas. Toros pregonaos desde que salían, huyendo de cuanto se les pusiera por delante. Una corrida decepcionante que iría a salvar ese torero que pone las plazas a reventar y que lleva en sus telas alguna pócima misteriosa que le permite darle pases a un borrico.

Y es que la torada era un simulacro, pues deberían ser borricos disfrazados con unos cuernos de atrezo que les hacían parecer toros. Ante esos semovientes se estrellaron Castella y Ortega, desconocedores de la fórmula magistral que emplea Roca para lograr que los borricos parezcan toros. Y hay que ver cómo puso de su parte el francés para salir con éxito de una reaparición que Sevilla acogió mostrándole afecto al romperse el paseíllo. Y Sebastián correspondió con denuedo, pero el toro está loco por irse a su querencia natural de chiqueros y así le sacó algún natural que otro, pero imposible la continuidad. Hizo lo que pudo, hasta templó a favor de querencia, pero era inútil. Saludó tras una estocada arriba y un golpe de verduguillo. En su segundo hasta brindó a la plaza y ni siquiera le sacó provecho al encimismo, cundió el aburrimiento y hasta otra.

Juan Ortega se ha ido de la Feria con el único dato reseñable de haber espoleado a Morante la tarde del rabo. Aquellos lances de ensueño han sido lo salvable de una Feria negativa para el torero. este viernes navegó entre silencios y ni un solo lance pudo dar. Claro que no está hecho el toreo de Juan para la boca del asno, que es lo que le entró en el loteó que sorteó. Alguna pincelada suelta, el inicio de faena al quinto con unos doblones llenos de temple y torería, pero nada más. Y lo peor de todo, algo que no debe repetir, fue la insistencia. Ya sé que esto está muy difícil y que, para colmo, se ha quedado fuera de Madrid, pero lo peor que puede hacer un torero de su corte es aburrir y este viernes aburrió. El sardo era otro borrico y había que abreviar y a otra cosa.

…y Andrés Roca Rey, el hombre que le saca pases a un borrico si es que viene al caso. Y vino al caso, vaya que si vino. Y si Fernando Fernández-Figueroa Guerrero no se pone en su sitio hubiera caído una Puerta del Príncipe más. Al conjuro del limeño va gente a la plaza que no suele ir, por lo que quiere salir del coso contando maravillas. Y una de esas maravillas que pudieron contar para darle envidia a sus conocidos es que vieron a Roca Rey salir por la Puerta del Príncipe. No fue así, pero el mérito de este cóndor andino es indiscutible. A su primero, que fue picado al relance y por el reserva en chiqueros lo entendió desde el primer pase. Le tapó la querencia en cada muletazo, enardeció a la plaza, lo mató por arriba y oreja habemus; pueblerina quizás, pero oreja que puntúa. El sexto se llamaba Cóndor y Andrés metió a la gente y a Cóndor en el canasto sacando pases imposibles al borrico sardo. La gente pidió la segunda oreja, el presidente sólo dio una y la Puerta del Príncipe no fue mancillada. Y salvaguardado que fue el honor de la puerta mayor del toreo, este sábado vuelve al primer templo de la tauromaquia José Antonio Morante de La Puebla… del Río, claro.

Por Vicente Zabala de la Serna. El Mundo. Roca Rey hace embestir a los bueyes

La tarde, como si fuera septiembre, se había vestido de subalterno [brindis a Barbeito], gris con cabos negros, “y Dios enciende para mañana un sol de las cinco en la tonsura urbana”. El sol concedió una tregua. No tanto el bochorno, aliviado por brisas intermitentes. Roca Rey había colgado a las tres de la tarde el cuarto “no hay billetes” de esta feria de abril de tantos asombros. Y casi a la par que el paseíllo prendieron en la Maestranza las luces artificiales. Volvía de su Puerta de Príncipe y no le regalaron ni una ovación. Olía a tierra mojada.

Salió el primero husmeando mansedumbres, al paso, frenado y asustado de su sombra en el capote de Sebastián Castella. Reaparecía en Sevilla asido del brazo del mal fario que le persigue en 2023. Le apretó el corpulento toro de fina cara hacia los adentros, un apuro resuelto con tenacidad para no cambiarle los terrenos y salirse, finalmente, hacia los medios con él. A cabezón a Castella cuesta ganarle. En esos lances, el cinqueño, que abría un lote de cuatro (1º, 2º, 5º y 6º) en esta feria de cuatreños, colocó bien la cara, ofreciendo una rendija de esperanza si se aguantaba. Sin embargo, se escupió del caballo y las huidas en banderillas pronosticaban lo peor. A una mano José Chacón lo corrió en una exhibición de punta a punta. SC anduvo luminoso en la gavilla de muletazos de apertura de faena, genuflexo y templado. Tan cosida la perezosa embestida a su suavidad. Hasta un bellísima trincherilla. La misma despaciosidad presidió una elegante serie de derechazos que encendió la música, y siempre que lo pudo sujetar hubo cadencia y reunión. Cosa que no sucedió en la mano izquierda. Contra el bajío y el rajado, el galo remontó con fineza y contundencia con la espada. Demasiado.

No ocurrió nada con un toro ni chicha ni limoná que no se hacía ni bonito, y que enseñaba las puntas por delante como toda argumentación de trapío. Ni fondo, ni poder, ni estilo. Siempre quedándose por debajo y haciendo hilo. Juan Ortega gastó mucho tiempo con él.

El montado y manilargo toro de Roca Rey contaba con un cuello portentoso que compensaba su altura. Se emplazó de salida, encampanándose con todo su trapío a cuestas. En fuga, cobró un soberbio puyazo de Sergio Molina en la querencia. Y apenas un picotazo de Quinta en la contra. Apuntó unas notas prometedoras -entre su escasez de fondo- en el quite de Castella por chicuelinas, tafalleras y una revolera en la que el toro hizo así hasta el final, sin terminar de humillar. Antonio Chacón cuajó un par de máxima categoría que puso la plaza en pie. RR brindó al público y construyó una primera parte de faena en perpendicular a toriles, de buen trazo en su derecha, reunido en cuatro y cinco por ronda, más el broche de pecho. ¿Mucho? Lo cambió de terrenos cuando lo sintió aflojarse, pero o por el sitio elegido o porque por la izquierda le costaba más. Roca tuvo que emplearse tirándole casi de la lengua, al hocico la muleta. Un obligado pectoral fue de pitón a rabo barriendo el larguísimo lomo del toro. La gente coreó el pase inacabable, un circular invertido con la zurda y el sanseacabó del fondo siempre resquebrajado y ya definitivamente rajado. Una estocada fulminante, pasada y rinconera, tumbó a la bestia y rindió una oreja, fundamentalmente por su superioridad. Que aún habría de verse en un episodio mayor.

Los sardos cuarto y quinto -con el hierro de Toros de Cortés como el anterior-, de cuajadas hechuras, siguieron la hoja de ruta de la mansedumbre de sus hermanos. De sangre aguada. Rara cosa en la ganadería más brava y contrastada de los últimos años. Que ya venía de pinchar en Fallas. El toro de Castella no ofreció ni un resquicio, y tan sólo brilló en su lidia José Chacón asomándose al balcón. El torazo de Juan Ortega -Aldeano, nombre fundacional de la ganadería-, tan mal lidiado, al menos ofreció algunas grietas de insustancial bondad. Las suficientes para que Ortega mostrase su clase en unos doblones de majestad y un par de series de bien acompañar. Luego, otra vez, gastó voluntad y mucho tiempo; mareando la perdiz, diría un clásico. Hasta el punto absurdo de complicarse la existencia. Con el toro rajado y arrollando y él mal colocado -por dentro- a punto de ser arrollado. Lo cazó casi en chiqueros con una media tendida, cayó un aviso y agarró un golletazo que evitó males peores. Una pena siendo Sevilla el escenario imprescindible para reivindicar los triunfos de Valdemorillo y Málaga y su ausencia de Madrid.

El sexto toro la tarde, un burraco de categóricas hechuras, también desganado de bravuras, se encontró otra vez con la aplastante superioridad de Roca Rey. Que lo domó con un sitio, un aplomo y una técnica aplastantes. Para hacer embestir a los bueyes. Desde los estatuarios pétreos construyó una faena para darle celo y ritmo al toro. Una vez exprimido hasta la última gota le fue acortando terrenos hasta metérselo en el suyo. Y así la gente que tan fríamente lo recibió se entregó como el animal, seducida por el poder de su imán. RR en un desplante a cuerpo limpio se erigía como un tótem en el centro del universo con una autoridad insultante. Una estocada atravesada y un descabello. Una oreja de verdadero peso ahora que el presidente aguantó ante la posibilidad de que se pidiera la segunda. Como sucedió. Quedó la sensación de que a algunos de los otros bueyes también los hubiera mondado.

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. Roca Rey: de cóndor a cóndor

La verdad es que si le hubieran dado la tercera oreja andaríamos ahora haciendo cómputos y mesándonos los cabellos en torno a la idoneidad de esa puerta que –ya se lo hemos contado- ha quedado reducida a una mera suma de trofeos. El famoso arco de piedra se ha convertido en un fin en sí mismo, en una parte del moderno espectáculo pero conviene apartar esos árboles que no nos dejan ver el verdadero bosque: la dimensión que dan los toreros en función de los toros que tienen delante. Roca estuvo rotundo, inmenso, apabullante con ese complejo sexto que había sido bautizado como ‘Cóndor’. Y fue un diálogo de cóndor a cóndor; de uno de la sierra de Madrid y de otro de las cumbres andinas que hizo el paseo con galones de primera figura sabiendo que él –y sólo él- había puesto el ansiado cartel del ‘no hay billetes’.

Roca ya había cortado una oreja mucho más tibia al tercero, seguramente el toro más potable de la mansada que había embarcado Victoriano del Río que, eso sí, echó la corrida más seria e imponente en una feria en la que hemos visto bajar bastante el trapío de muchos, muchísimos encierros. Fue un animal de salida cansina que marchó suelto y a su aire. Hicieron bien en picarlo al relance, en la puerta de caballos, y con la maestría habitual de Sergio Molina. Lo contrario es ir en contra del hilo natural de la lidia que se debe administrar a un manso. Castella se gustó por tafalleras en su turno y Chacón –Antonio- lo bordó con los palos. Hubo que ir a buscarlo a su querencia pero Roca se puso a torear sin demasiados preámbulos en unas rondas en las que el animal respondió con nobleza hasta que cantó la gallina. La sensación era de sí pero no. Había faltado algo, otra intensidad, un acople más rotundo. La espada validó el trofeo.

‘Cóndor’, el sexto, iba a ser otro pedazo de toro de presencia irreprochable que, para no fallar, huyó hasta de su sombra en los primeros tercios apretando hacia los adentros. Viruta se las vio y se las deseó –le libró el capote oportuno de Blázquez- para alcanzar el burladero a la salida de un par de banderillas pero Andrés Roca Rey tiró de galones y raza de verdadera figura para plantarse como un ciprés en los ceñidos estatuarios de obertura. Se fajó con el animal, al que le costaba ir hacia delante, desde el principio. Y despreció miradas, la tendencia a desparramar la vista y no pocas cositas que habrían hecho cavilar al más pintado. Lo pasó por la izquierda y aún se metió con él por el derecho sabiendo que el bicho le podía partir. Ahí emergió el gran Roca, la primera figura del toreo, que fue acortando pasos y distancias hasta meterse en la mismísima cuna del animal en un arrimón de los de verdad –jugándose consciente y sinceramente el tipo- que caló en un público puesto en pie. Fue un lío gordo, intenso, ochos y más ochos dejándose llegar los pitones. La espada cayó tendida y suelta. Necesitó de un descabello. Le pidieron esa segunda oreja que sólo habría servido para alimentar polémicas. Paseó un orejón.

La fontanería del toreo había incluido en la cabecera del cartel al diestro francés Sebastián Castella, reaparecido en los ruedos para sumarse al escalafón con más trienios de la historia. El papel jugado fue más que digno, enfrentándose a un primero que hizo cosas rarísimas de salida –daba la impresión de que no veía cuando llegaba a la bamba de los capotes- y embistió a oleadas en el segundo tercio marcando la tendencia de un encierro completamente manso. A pesar de todo no tenía mal aire en la embestida pero había que acertar a cerrarle la puerta. El francés le recetó un puñado de muletazos más que estimables en una labor que duró hasta que el animal le pesó más la mansedumbre, rajándose definitivamente. Con el cuarto, un serísimo castaño –casi sardo- mucho más deslucido y rebrincado, sólo cabía andar más o menos aseado. El bicho se quería quitar la muleta de la cara. Era imposible.

Tan imposible como el segundo, un toro que se movió y gruñó como un guarro de montanera buscando bellotas al que Juan Ortega toreó con compostura antes de comprobar que aquello no podía caminar hacia ningún lado. El quinto, un descomunal sardo, fue otro buey de rodeo. Perdió demasiado tiempo en una faena que comenzó con clásicos y macizos doblones pero que prolongó más de lo que requería esa mansedumbre desatada que le hizo navegar como un barco a la deriva, buscando la puerta por todos los terrenos de la plaza antes de que el diestro sevillano lograra cazarlo de dos estocadas con el reloj corriendo en contra.

Por Jesús Bayort. ABC. Que del toro manso ya nos libra Roca Rey

Seguirán ninguneándolo quienes se autoproclaman adalides de la integridad sevillana, pero no hay modo de negar esta evidencia. Ya saben que no hay más ciego que el que no quiere ver. Que su estilo no se ajuste a la idiosincrasia de Sevilla no debe restar méritos a lo que hace y a lo que consigue. Triunfando incontestablemente, incluso antes de hacer el paseíllo este 'viernes de farolillos'. Con media ciudad huyendo a las playas, quitándose de la quema, del calor, de la insostenible Feria de Abril. Y llega este peruano, tan odiado como aclamado, y cuelga el cartel de 'No hay billetes' envuelto en una terna de escaso sentido: con la vuelta de un Castella al que no tocaron ni una palma tras el paseíllo y con la inclusión de un Juan Ortega que equivocadamente dijo «sí» a una corrida en sus antípodas.

La corrida de Victoriano del Río (tres con el hierro de Toros de Cortés) fue la gran epifanía de la mansedumbre. Al límite de todo, tan difícil de digerir para los toreros como para los aficionados. Sin una sola embestida con calidad, sin un solo momento de emoción. Que la puso toda el peruano, que apuesta por ellos como si fueran carretones ortopédicos, que reinventa el refranero español: «líbranos del toro bravo que del manso ya nos libra Roca Rey». Único de la tarde capaz de dejar la muleta de primera hora, y también a última, adelantada; jugándoselo todo por la ligazón, enterrándose sobre el centenario ruedo de la Maestranza como si sobre él se clavara el Machu Picchu peruano. En un alarde de capacidad, mando y temeridad.

Como lo de Cóndor, que salía en sexto lugar para rubricar con honores la tarde: desentendido, sin celo. Muy grande el burraco, como casi todos, sin dejarse lancear; entre arreones y oleadas, buscando siempre topar. Que ante Viruta ya demostró su verdadera condición cuando lo tuvo a merced hacia adentro tras el primer par de banderillas. Se escapó en tablas, nunca mejor dicho. Los mansos, por si alguno no lo sabe, aprietan hacia adentro. Hacia su querencia. Donde lo esperó Roca, como un junco por estatuarios, desafiando a los tendidos en el desdén final. Que puso en pie a más de uno, a quienes les dolía ya la piedra. «Vamos, toro, adelante», le gritaba el torero, que se la ponía en la cara, que ligaba entre saltos del animal. Que no se enreda entre probaturas, que menospreciaba los aspavientos del burraco.

Su milimétrico muñecazo, que duraba tanto como sus naturales, partía al de Victoriano, que no es que a él le punteen menos que a los demás… Sugestionaba a todos por su aplomo, por su manera de porfiar la realidad, de confiar en el éxito. Que evidenciaban su grandeza. Ligando remates junto a las dagas, que hasta arrancaron a Tejera. Y la gente lo increpaba, pidiendo el peruano que parase. Todo era temerario en él, jugando a exponer sus femorales. Se imponía el mando de Roca, rey de los mansos. Que volvía a poner a todos en pie tras una soberbia estocada. Que se continuaba con una doble petición de oreja, que acertadamente dejó Fernández Figueroa en una. Que no desmerecía al torero y que recuperaba la sensatez de la plaza. No todo tiene por qué ser Puerta del Príncipe.

Para que esa ecuación fuese posible antes tuvo que cortar una, que la logró ante Desenvuelto, el tercero, que podría haberse llamado Descompuesto, del estilo con el que embestía. Desde su desentendida salida hasta el oleaje gaditano final, que no incomodaba al kamikaze peruano, tan centrado en su planteamiento. El toro de Cortés era tan feo como grande, con la cara a la altura de las banderas, al que el látigo limeño le quitó toda contractura, que incluso parecía en su final con cuello. Había correteado de salida, emplazándose en los medios. Sin celo, sin entrega, que huía el de Cortés de José Manuel Quinta para terminar encontrándose en la puerta con Sergio Molina, al que por fin le dejaron darle. Y le dio, agarrándolo a dos metros del peto, con raza.

Con Antonio Chacón se volvió a hacer el silencio, que ya despierta el runrún de Sevilla. Metido en su expresión, dándole mucha distancia al ofensivo Desenvuelto, andando con torería, que emana de sus muñecas, de su alma, de su milimétrica talla. Sin que lo cerraran se fue Roca por él. En el tercio de chiqueros el de Cortés, en los medios el peruano. Con el compás muy abierto, corriendo la mano, suelto en su gesto. Que en dos muletazos lo entendió por el izquierdo, transformando su mal estilo en fluidez. Ésa es la verdadera capacidad del peruano, que terminó por sacarle partido a un toro aparentemente simplón, sin visos de nada. Imponiéndole su mando, menospreciando las oleadas mansas y a contraestilo. Que lo tumbó patas arriba con la espada.

Todo lo fresco que se había mostrado Sebastián Castella en su primero se tornó en aturullamiento y pesadez durante la lidia de Gaditano, más armónico que sus hermanos, igual de manso que el resto. Al francés le molestó el aire, el toro y la frialdad de Sevilla. No logró dejársela nunca puesta, sin encontrarle el punto.

Juan Ortega no pasó de voluntad, destacando en un prólogo por doblones ante el quinto, al que también quiso redondear a media altura, lo opuesto a lo que pedía de grandullón sardo, que terminó dando vueltas al ruedo aculado en tablas, sin dejarse matar. Le habían metido el Caballo de Troya, que debió rechazar. Más vale decir que no, para después decir que sí.

Por Toromedia. Roca Rey corta una oreja a cada toro y se reafirma en la Maestranza

Roca Rey se ha reafirmado esta tarde como uno de los grandes triunfadores de la Feria de Abril al cortar dos orejas -una a cada toro- en la corrida de Victoriano del Río, un ganado del que se esperaba más y que no dio el juego apetecido. El peruano se impuso a sus dos toros en dos faenas importantes que conectaron bien con el público y le llevaron al triunfo. Sebastián Castella, que reaparecía ante la afición sevillana, y Juan Ortega, que agotaba su segunda comparecencia en la Feria, no pudieron puntuar.

El primero de la tarde manseó y se frenó en el capote de Castella, que lo sacó a los medios con oficio. El toro siguió muy suelto en banderillas, sobresaliendo la bella forma de cerrarlo en tablas de Jose Chacón a una mano. Castella firmó un precioso comienzo de faena por abajo que puso en alerta a la plaza. Supo encelar al toro y recogerlo en la muleta, dibujando derechazos limpios y estéticos. Cambió a la zurda y por ahí el toro acusó más la mansedumbre, teniendo que volver a la diestra, por donde se tragó una tanda más antes de rajarse definitivamente. Mató de estocada y descabello y fue ovacionado.

El segundo de su lote manseó de salida y fue picado en la puerta, derribando al caballo. Otro toro que llegó a la muleta embistiendo sin clase, con aspereza. Castella estuvo firme y lo intentó por los dos pitones sin poder sacar nada en claro por la mala condición del animal a pesar de su insistencia.

El segundo de la tarde apretó de salida e impidió el lucimiento de Juan Ortega con el capote. Recibió dos puyazos y salió frenándose del caballo. En la muleta embistió muy descompuesto y de forma violenta. Ortega aplicó suavidad e intentó arreglar problemas, logrando correr la mano con buen trazo en algunos momentos. Pero se trataba de un toro completamente a contra estilo que no le facilitó la labor. Mató al tercer intento y fue silenciado.

El quinto fue un toro sardo de llamativo pelaje pero de mucha envergadura. No sirvió para el toreo de capa y Juan Ortega firmó un precioso comienzo de faena doblándose con mucha torería. Después intentó el toreo con la derecha y el toro duró apenas dos series antes de rajarse. Intentó buscarle las vueltas y de hecho le sacó todo el partido posible, corriendo la mano con gusto en algunos muletazos sueltos. Pero no pudo componer faena.

El tercero también salió manseando. No hubo nada de capa y tuvo que ser picado por el picador que hacía puerta, que le recetó un buen puyazo. Castella le hizo un quite que tuvo chicuelinas, tafalleras y un bonito remate de larga. Se lució en banderillas Antonio Chacón. Roca Rey comenzó la faena en los medios sin probaturas, ligando dos series diestras de dominio y mano baja. La siguiente fue al natural igualmente dominadora, rematada con molinete y buen pase pecho. Roca Rey impuso su mando a un toro que terminó cantando la gallina. Había hecho mérito para el triunfo. Mató de estocada y cortó la primera oreja de la tarde.

No quiso ver capotes el sexto de salida y manseó en los primeros tercios. Roca apostó por él y comenzó la faena con estatuarios sin inmutarse. Después se empleó en empujar hacia delante a un animal que no se empleaba, embistiendo siempre con la cara a media altura. Tiró de oficio y raza el peruano y lo hizo todo, provocando un arrimón final que puso la plaza de pie por su verdad y creó ambiente de triunfo. Mató de estocada y descabello y cortó otra oreja.

Fotografía: Arjona/Toromedia.

28_abril_23_sevilla.txt · Última modificación: 2023/04/30 01:02 por paco