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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Sábado 29 de abril de 2023

Corrida mixta

Ficha técnica del festejo

Ganadería: Un toro de Passanha y seis Toros de El Torero (con diferente presentación y desigual juego, bravo el 3º, complicado y con peligro el 6º).

Caballero:

Antonio Ribeiro Telles. Debuta en plaza. Pinchazo, rejón de muerte (saludos).

Diestros:

Morante de la Puebla. Estocada casi entera (oreja); estocada baja (ovación).

Cayetano. Estocada trasera y tendida, descabello (silencio tras aviso); estocada y descabello (silencio),

Ginés Marín. Estocada (dos orejas); estocada (ovación tras aviso).

Banderilleros que saludaron: Antonio Manuel Punta en el 4º; Manuel Larios, en el 7º.

Presidente: José Luque Teruel.

Tiempo: soleado, caluroso al principio.

Entrada: Lleno.

Imágenes

Video resumen AQUí

Crónicas de la prensa

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Faena de muchos quilates de Ginés Marín

No fue una gran corrida la de El Torero pero tres de ellos se dejaron, lo que aprovecharon Morante, una oreja a pulso en el primero, y Ginés Marín, con una faena de muchos quilates de temple y arte en el tercero, pero no Cayetano que se dejó ir el segundo que también tenía faena, porque la empezó bien pero después se desvaneció en su tarea. Morante como él mismo dijo después “después de lo del otro día, ya qué va a hacer uno”, como acogiéndose a aquello de “todos los días pastel…” Pero se justificó y se llevó su oreja. Lo de Ginés Marín con un buen toro, el mejor del encierro sin duda, fue importante. Puede decirse que con esta faena el jerezano/extremeño ha entrado en Sevilla y él lo sabía. Es más, intentó lo imposible: cortarle una oreja al sexto a base de alargar en exceso la faena y de arrimones. Y lo que consiguió fue que el toro se echase y después fuera difícil de resolver la suerte suprema. Pero en otra corrida más hubo triunfos y apuntes de mérito. La de Ginés Marín entra en el capítulo de grandes faenas de esta feria: Morante, De Justo, Escribano, Luque, Roca Rey…

Por Antonio Lorca. El País. La inspiración artística

Ginés Marín y Morante de la Puebla desparramaron inspiración artística por el ruedo de La Maestranza con dos faenas de distinto corte, pero con el denominador común de la expresión, el valor, la técnica, la personalidad y el aroma de la cara torería.

Marín buscó con todas sus fuerzas el modo de interpretar el toreo con el noble y muy blando toro sexto que le hubiera abierto la Puerta del Príncipe. Alargó la faena hasta lo imposible y consiguió en su empeño que el animal se desplomara en el albero, agotado por el afán incansable de su matador.

No fue posible, pero Marín había dejado un hondo perfume en su primero, con una labor muy sentida, plena de naturalidad y garbo, ante un toro de embestida pujante.

Se lució, primero, en un precioso quite a la verónica a un toro que peleó bien en el primer puyazo y lo cuidaron en el segundo para preservar su fortaleza. Grande fue su inicio de faena de muleta por alto; seguidamente, una labor medida, justa, templada, honda, de torero con oficio y un estilo emocionado y cálido que caló en los tendidos por su buen corte y sabor. Temple con la mano derecha, y profundidad, belleza y buen gusto con la zurda ante un toro temperamental, encastado y noble que se prestó a colaborar con el artista. La buena estocada precedió al corte de dos justas orejas.

Y Morante se empeñó en cerrar su Feria de Abril con olor a añeja torería y grandeza de torero capaz, sorprendente, valiente y técnico.

El primer toro suyo se frenó en los capotes de salida, y sus reacciones anunciaban, como así fue, que sus entrañas eran mansas y huidizo en la pelea. Desapareció del caballo y no quiso entendimiento con los banderilleros.

Pero el que sí quería era Morante. En un quite, le mostró el capote con tal decisión que el toro obedeció y brotaron al aire cinco verónicas y una media impensables instantes antes.

Se dobló por bajo con la muleta y mostró a su oponente el modo de dar sentido a su vida; y entre ambos interpretaron un largo natural y dos pases de pecho que supieron a gloria.

Y hubo más. A pies juntos, una tanda de muletazos largos, y otra, templadísima, con el toro ya convencido de quién tenía razón en aquella contienda. Hasta aquí estuvo dispuesto a llegar el animal, pero algo más quería Morante: un intento no consumado al natural, y una honda tanda final con la mano derecha, culminada con un molinete y un torero desplante.

No fue faena de alboroto, pero sí medida, inteligente, de gran fondo artístico; tanto es así que aunque no hubo petición mayoritaria se le concedió una merecida oreja que hacía honor a su entrega y expresión.

El cuarto embestía con la cara por las nubes y sin facilidad alguna, y el torero no se arredró, de modo que tragó el carácter incierto del oponente, le consintió y lo sometió a pesar de la manifiesta dificultad.

A Cayetano le tocó en suerte uno de los dos toros bravos y nobles de la corrida. Obrero era el nombre de su primero, que empujó con energía en el primer puyazo. Embistió humillado en la muleta por ambos lados, pero la faena no alcanzó el vuelo esperado ni hubo conjunción; sí buen trazo en muletazos aislados, pero no una faena reunida como se esperaba.

En el otro, se enfadó ostensiblemente con el presidente en la creencia de que el toro sufría algún problema en la vista. Manso y descompuesto sí era, pero lo de la vista no fue posible comprobarlo por razones obvias. Por allí anduvo con dignidad el torero y se marchó con cara de pocos amigos.

Abrió plaza el rejoneador portugués Antonio Ribeiro Telles, que celebraba sus 40 años de alternativa. Al parecer, su presencia obedecía a una propuesta de Morante para recuperar lo que era habitual en los años setenta y ochenta: un rejoneador por delante en una corrida de tres toreros.

El caballeiro disfrutó de lo lindo con su presentación en Sevilla después de tan larga carrera a caballo, y su actuación fue sobria, discreta y elegante, pero muy alejada del nivel alcanzado por el moderno rejoneo español.

Por Jesús Bayort. ABC. De Ginés Marín sí se acordará Sevilla

No era el resultado que esperaba, pero sí el suficiente como para que Sevilla lo grabe en su memoria. Sin Puerta del Príncipe, pero más torero y compacto que algunas de ellas. En la transmutación de un torero comúnmente conocido por su frialdad y apatía, que se mostró arreado, desenvuelto y torero, que eso lo ha tenido siempre. Ginés Marín se fue con la miel en los labios; el aficionado, con un recuerdo meloso y agradable del extremeño pese a la exageración del festejo, que rozó las tres horas de duración. Con un telonero por delante que convocó a media Portugal y un Morante de la Puebla que aseguró el lleno tras el eco imperecedero del hito del pasado miércoles, pese a la inconexión de un cartel que abrochaba Cayetano, en involución constante.

Saltaba Espárrago, el tercero, rindiendo honores a su bautismo: sin un gramo de grasa en su esquelética caja. Había intensidad en los lances de Ginés, que verdaderamente se templaron cuando lo dejó para el segundo puyazo. Con el compás muy abierto y la voz tan alegre como la arrancada del burraquito, rebosante de codicia, se abría con la muleta. Que todo lo eléctrico que pareció con el capote se transformó en despaciosidad en la muleta. Con empaque y pasión, metiéndoselo en sus bajos, empujándolo tras el embroque. Había expresión y compás en su gesto, en sus maneras, que bordaba los pases de pecho. Y un soberbio natural enfrontilado, con la pierna contraria adelantada, que recordaba al barrio de Santiago, a su Jerez natal. Aquello fue tan breve como intenso, empapado de pureza y verdad, como la estocada final, que fue el cohete último de este sábado de feria.

Con las dos orejas guardadas en el esportón salió en el sexto mirando de reojo a la señorona de su derecha. Que mide varios metros y no lleva al Paseo de Colón, sino que conecta con la gloria. Pero Palestino venía guerrillero, en una explosión de velocidad, de falta de calidad y humillación. Se le perdona al torero su insistencia, aunque tenga difícil explicación que con tantos matadores a su alrededor nadie le dijera, tres o cuatro tandas antes de que el animal se echara del aburrimiento, que debía ir por la espada. Una pena, más por la pesadez que por la ausencia del triunfo final.

Una clase magistral fue lo de Morante de la Puebla con Lancero, el primero de El Torero, tan terciado como manso en su salida. Que parecía de media casta en su reacción: regateando al capote; con las manos por delante, con el cuello rebuscando en cada lado. El pueblo se desesperaba, que pedía su devolución ¡POR MANSO! Y Morante que no se alteraba con el cruzón, que cuando sintió el frío dentro se calentó. Cuando erupcionaba cruentamente su volcán de bravura, que tuvo que controlar y ordenar un soberbio Juan José Trujillo. Como soberbio fue el inicio morantiano, partiéndolo por bajo junto a tablas, levantándose como una columna de la Alameda para enjaretar un cambio de mano eterno, de innegable aire belmontino. Como sus remates finales por alto. En ayudados hacia el cielo, sin acompañar la embestida. Vestía de José, toreaba por Juan. Preponderando la inteligencia de Gallito, en esa primera serie tan acertada: en la primera raya del tercio, hasta donde llegaba la raza de Lancero, cortita de trazo, al mínimo de exigencia. Que más vibrante y poderosa fue en su continuación. Lo de la izquierda fue sublime. No tanto por el resultado como por su propuesta. Sabiendo que faltaba celo, dejando que la tomara cuando quisiera. Sonaba Suspiros de España para el gran maestro de la patria, que vio la muerte sobre sus pies cuando a Lancero le entró tres cuartos de hierro.

A milímetros le pasaba con el capote Vistaalfrente, el quinto. Tremendamente ofensivo. Con mirada de espía ruso, con lanzas de pertiguero romano. Como las plumas del sombrero de tres picos de Ribeiro Telles, que daba vueltas por el callejón como un 'armao' por la calle Parras. Sin ánimo de mucha coba empezaba Morante, que en otro tiempo le hubiera quitado rápido las moscas y pedido con urgencia las mulillas. Arrancaba brusquito por bajo, buscando la otra orejita por alto. Hasta que le dio por tragar saliva, por enjaretarse con la fiera, anclado como buque insignia del toreo que es. Imponía sus engaños, su mando. Con mucha expresión, que a medias tintas sigue siendo mejor que todo el escalafón, aun tirándose a los bajos con la espada.

Más a medias tintas fue lo de Cayetano con el sexto (quinto de la lidia ordinaria), que salió desparramando la vista, que mató Cayetano casi mirando para Cuenca. Con la sicosis del desorden inicial de Erótico, que tomó mejor los engaños en la corta distancia, cuando el dinástico diestro ya había entregado la cuchara. Antes de aquello se las había visto con Obrero, que levantó la duda al pisar el ruedo: ¿cómo podían pesar estos toros –según la tablilla– casi lo mismo que los del día anterior? Casi todos al límite de lo famélico, de poco perfil y nula apariencia para esta plaza. Lanceaba Cayetano con esmero en su recibo, con temple y flacidez en la continuación por delantales. Extraordinario era Obrero en la muleta, de clase y nobleza suprema, tardo en su arrancada. Suave lo citaba Cayetano, que lo expulsaba en su salida, sin recogerlo, sin terminar de entenderlo. Por el izquierdo embestía aburrido, sin celo ni clase. La ovación se la llevó Obrero; el silencio, Cayetano.

Muy a la portuguesa fue toda la actuación de Antonio Ribeiro Telles, al que anunciaban como uno de los grandes maestros del rejoneo luso. De innegable patriotismo en su vestimenta, en su estilo y en su inexperiencia con la espada. Se negaba a bajarse del caballo para el descabello, con el animal moribundo tras el bajonazo, que finalmente cayó de aburrimiento. Ahí se bajó el gran maestro, con el auxiliador, vestido de añejo y azabache —evidenciando el circuito habitual—, llevándose por las riendas al caballo hasta el patio de cuadrillas. Ahí terminaba la experiencia de Ribeiro Telles en la Maestranza, que conmemoraba cuatro décadas de alternativa en su debut sevillano.

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. Ginés Marín se suma a la fiesta

Este santo no tuvo octava. El milagro morantista –revelado en la tarde mágica del pasado miércoles- no pudo repetirse en este sábado de fuegos que se vivió con aire de pescado vendido. A estas alturas pesa la feria y se cuentan, uno a uno, los grandes acontecimientos de un ciclo que aún tiene dos citas de cierta altura, incluyendo el esperado debut de los toros de La Quinta. Pero, para qué vamos a negarlo, el personal había acudido a la plaza de la Maestranza a intentar reeditar un acontecimiento que no sabremos si algún día tendrá par.

El aura de Morante había logrado llenar los tendidos maestrantes sin lograr colgar el ansiado cartelito de ‘no hay billetes’ sabiendo que el peso absoluto del cartel recaía sobre su inmensa y arqueológica montera. El público subrayó esa expectación tributándole una ovación de gala tras el paseíllo, puesto en pie, que recogió con una elegante reverencia y sin llegar a destocarse. Pero en los toros no puede haber nada premeditado y si fuimos a ver a Morante nos marchamos de la plaza con el buen sabor de boca de la completa y luminosa faena cuajada por Ginés Marín que tuvo la suerte de cara sorteando la única bola premiada del desigual y globalmente manso envío de El Torero.

Ese toro fue el tercero, un animal boyante, alegre, pronto y de sensacional clase al que Marín ya había toreado muy bien de capa, especialmente en los capotazos a pies juntos que le sirvieron para ponerlo en suerte en el caballo. El fulgurante inicio de faena, con el toro embistiendo a todo trapo, fue la declaración de intenciones de un gran trasteo, perfectamente administrado técnica y escénicamente. El toro mostró su importancia humillando y desplazándose en la muleta del torero extremeño que abrió y cerró las tandas con imaginación. Uno de las flores sirvió para abrir una rotunda ronda diestra –siempre entregado el toro- que cerró con un gran pase de pecho.

Pero lo mejor estaba por llegar: con el toro más atemperado, Marín cuajó una sensacional tanda de naturales que hizo crujir la plaza. Estaba formando un verdadero lío pero hubo más: una trinchera se cosió a nuevos muletazos con la izquierda, dichos a pies juntos, perfectamente acompasado al toro. Le había formado un buen gazpacho culminado por ayudados y una estocada un pelín atravesada. La agonía se prolongó… mientras el toro se echaba o no se echaba se llevaban a Paula casi a rastras por el callejón. No anda para demasiados trotes. La gente tuvo paciencia y memoria para pedir las dos orejas que Ginés Marín paseó tan contento. No era para menos. Ginés Marín se suma a la fiesta

Tenía la llave numérica de esa Puerta del Príncipe que se reduce a pólizas y numeritos pero el sexto de la larguísima tarde fue un animal siempre a menos con el que hizo un sincero esfuerzo. Al bicho le costó siempre ir y puede que Marín, en las ganas de sumar ese tercer trofeo, se pasara de rosca. Se acabó echando y lo tuvieron que levantar para entrarle a matar. No había podido ser…

Pero hubo otra oreja, de enorme peso y la cortó –precisamente- el torero que había llenado la plaza. Morante estuvo sencillamente perfecto con el primero, seguramente el toro de mayor mansedumbre que haya contemplado el autor de estas líneas. Se llamaba ‘Lancero’, un nombre mitificado en la genealogía brava de la sangre Domecq que no hizo honor a sus ancestros huyendo de todo y de todos hasta que Morante le paró los pies con un mazo de buenas verónicas. El de La Puebla había venido a torear y lo hizo en una faena de enorme fondo técnico y preciosista envoltura que comenzó con ayudados genuflexos, siguió por redondos –girando como la veleta de un palacio- antes de ponerse a torear con honda y arrebujada hondura. Sonaba ‘Suspiros de España’ pero el animal echó el freno. Morante aún le hizo alguna diablura antes de echarlo abajo de un fulminante espadazo. La oreja era de peso.

Con el cuarto –siempre hablamos de lidia ordinaria- volvió a atracarse de toro manejando el capote después de soltarle la mano en los primeros capotazos. Pero pesó más, mucho más, la mansedumbre de un animal al que había que cerrar todas las puertas, obligarle en todo para extraerle lo poco que dio. Morante estaba despidiendo una feria histórica. Van tres seguidas.

Completaban el cartel el matador de toros Cayetano Rivera Ordóñez y el rejoneador portugués Antonio Ribeiro Telles que cumplía no sé qué aniversario. El hombre anduvo por allí con un manejable ejemplar de Passanha sin dejar demasiado rastro. El nieto del maestro de Ronda, por su parte, sorteó en primer lugar un ejemplar manejable pero sin demasiada fibra –el que hizo segundo de lidia ordinaria- al que toreó con corrección sin terminar de concretar nada. El segundo de su lote –quinto a pie- le mosqueó desde su salida por unas presuntas taras en la vista que casi nadie advirtió. Eso sí: fue un bicho bravucón, manso y con genio que sólo le sirvió para enfadarse con la cuadrilla –que tampoco tuvo su tarde- y enviarle miradas asesinas al presidente que, como la mayoría de la plaza, no se dio por enterado de esos defectos de visión. La verdad es que Cayetano, a estas alturas de su historia taurina, andaba de más en los carteles.

Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. Ginés Marín va a codazo limpio

Al conjuro de Morante, el cartel parecía bueno, pero chocaba la apertura a caballo, pues se convertía en una mixta de las que ya no se llevan. El número del caballo abriendo el espectáculo quedó casi abolido cuando se creó aquella la gran atracción que fue Los cuatro jinetes de la apoteosis que componían los Peralta, Alvarito Domecq y José Samuel Lupi. Aquello estableció que el rejoneo y la lidia a pie corrieran por caminos diferentes, de ahí que chocase que en día grande de farolillos se volviera a la apertura ecuestre.

Y fue muy digna la actuación del lusitano Antonio Ribeiro Telles, que saludó tras pinchazo y rejonazo letal que pusieron el colofón a una actuación llena de sobriedad y elegancia, sin prodigar los caballazos, lo que mereció los aplausos de la concurrencia.

Acogido con un fervor indescriptible Morante en recuerdo a su hazaña del miércoles se veía con claridad que llegaba con ganas de repetir la faena. De repetirla o mejor de acercarse a la monumentalidad de cuanto realizó con Ligerito. Pero Lancero no está por la labor; de hecho anda huyendo de cuanto se le pone por delante tras una salida al paso y desparramando la vista. Para picarlo ha de hacerle Pedro Iturralde la carioca, pero sale tan cambiado del caballo que Morante le sopla un quite a la verónica marca de la casa. Y en la muleta, a base de sobarlo logra meterlo en el canasto para una de esas faenas que el cigarrero se inventa, en la que el duende baja y se queda bajo los sones de Suspiros de España y que le vale para cortar una oreja. Con la oreja y una mata de romero en la mano, José Antonio da una vuelta al ruedo parsimoniosa y llena de torería.

En su segundo toca a rebato con unas verónicas calenturientas a un toro corretón. Con la muleta lo sujeta en un santiamén, intenta meterlo en el canasto y le saca unos muletazos con la zurda que el toro parecía no tener, pero es que este torero se ha especializado en no sólo bordar el toreo, sino que se las avía solo para convertir en oro el cobre. Lamentablemente el toro no da para más, lo mató con media estocada alargando el brazo, saludó y hasta que nos veamos en San Miguel.

El triunfador de la tarde fue Ginés Marín, que se ha convertido en un torero de una vez combinando cabeza, valor y excelente manejo de las telas. Su primero se llamaba Espárrago y fue el mejor toro de la mediocre corrida de El Torero, recibiéndolo de manera brillante, primero con verónicas ganando terreno y llevándolo al caballo con acompasados delantales.

Dos grandes pares de Punta fueron la antesala de un faenón que inició de forma brillantísima con la diestra. Ginés Marín tiene el toreo en la cabeza y como el corazón no le gasta malas pasadas, pues ahí anda, codeándose con las figuras y hasta dándoles codazos para situarse. A un lío por redondos sucedió otro con extraordinarios naturales. Fue una faena bien estructurada con el colofón de un espadazo que llevó a sus manos las dos orejas de Espárrago.

Y olisqueando la Puerta del Príncipe estaba cuando se topó con un toro que blandeaba y que no dejaba de berrear. Quiso Ginés arrancarle la oreja que le permitiría cruzar la puerta de la gloria, pero el toro no iba a permitirlo. Se llamaba Palestino el puñetero colorao y Ginés empieza haciendo bien las cosas, pero se da cuenta de que sólo con el arrimón puede tener éxito y sólo consigue alargar innecesariamente la cosa. Mató al hilo de las tablas, todo quedó en saludos y que la del Príncipe espere.

Cayetano aburrió en su primero al toro y a la plaza. Parece estar, pero no está, parece que intenta, pero rara vez logra algo. Su paso por esta corrida única en la Feria no se recordará por nada positivo y al acabar con su lote, el espeso silencio de la Maestranza cayó sobre su actuación. La gente iba a ver a Morante y también se encontró con un gran Ginés Marín que anda abriéndose camino a codazos.

Por Patricia Navarro. La Razón. Ginés aspira a ser Príncipe en el regreso morantista

Morante volvía. No sabemos si eso era bueno o malo, porque la sombra de lo que había ocurrido la tarde de las históricas dos orejas y rabo era alargada hasta para él. Por lo visto suya había sido la idea de meter un rejoneador por delante y se anunciaron siete toros, con la actuación de Antonio Ribeiro Telles, que festejaba sus 40 años de alternativa. Casi nada. De fiesta Sevilla cerrando la feria, en su versión larga, agotadora y con temperaturas abrasivas. Un jinete portugués con un toro también de la misma procedencia, que se dejó hacer en una faena de celebración de buenas intenciones, pero sin demasiado eco.

Al segundo, primero de lidia ordinaria, le faltaba hablar. Tal y como salió de toriles ya se sabía que se iba a frenar en las telas. Y lo hizo. Rompió a partir de la segunda vara y acabó por dejarle pegar a Morante tres verónicas y una media que eran impensables cuando todo aquello comenzó. En una moneda podría haber cosido las tandas diestras sin enmendarse el de La Puebla, porque en realidad no necesitó más. Ligó los muletazos sin perder un paso, sobre el eje que era sí mismo. Al natural no pasaba el toro, no se despegaba del primer encuentro. Por la diestra encontró la sinfonía para que con una estocada encajaran las piezas y el premio, pero el toro por hechuras no era el más propicio para una plaza como Sevilla.

Cayetano se fue largo con la faena al tercero. Anduvo voluntarioso con el toro, que tendía a pararse y más en la distancia corta en la que insistía el torero, pero lo cierto es que la labor no logró alzar el vuelo y al diestro le faltó poder y recursos.

Antonio Manuel Punta se desmonteró con el cuarto, con el que lo tuvo claro Ginés Marín y no perdió el tiempo para cuajar las arrancadas del animal que eran vibrantes y repetidoras en la muleta del gaditano. A Ginés le funcionó la cabeza y el corazón en una faena ligada, de buena estructura que supo sustentar sin perder el interés, también y sobre todo al natural. Remató de una buena estocada y si bien faltó cierta profundidad al trasteo, en ningún momento quiso pasar por alto la oportunidad. Le dieron el doble premio. (¿Lo dejamos en una y media?)

Resolvió la cuadrilla de Ginés en el séptimo. Lo dejaron crudo en el caballo, se desmonteró Larios y cuando llegó la hora del último tercio las miradas estaba en el ojo del huracán. Pero falló el motor: el toro. Cuando no perdía las manos, iba y venía sin más o con la cara por las nubes. Difícil construir así. Lo intentó todo. Expuso. Arrimón incluido. La Puerta del Príncipe sobrevolaba, pero a pesar de que forzó la máquina se tuvo que conformar. Habría intentado ser Príncipe en el regreso de Morante el día después. Era mucho.

Por Vicente Zabala de la Serna. El Mundo. Y Ginés se sentó a la derecha de Dios: otra tarde magistral de Morante

Volvía Morante de la Puebla al sitio del hito como única posibilidad de darse respuesta. Sólo Morante puede dar réplica a Morante, y ni siquiera digo a la misma altura de la otra tarde. ¿Qué mortal contestaría a Dios en la tierra? Y aquí entró de golpe el nombre de Ginés. No digo que fuera una réplica de lo inalcanzable exactamente, pero que le habló de tú a tú, en otro plano, en otra dimensión, claro, con la tarde más redonda de su carrera en Sevilla. Ahí sentado, a la derecha de Dios. Qué descaro.

Y así fue como tres días después del 26 de abril de 2023, enclavijada la fecha ya en lo más alto de la Historia, la Maestranza puso en pie las más estruendosa ovación que se recuerda para recibir al maestro -otra vez magistral-, como si fuera el Mesías. MdlP, sin desmonterarse, casi tímidamente, vestido de albero y oro, hizo así con la mano, abriéndola y cerrándola, como dicen adiós los niños a los trenes. Y clavó una reverencia entre las rayas del ruedo.

Apenas algo más de media hora después, Morante se contestaba en un prodigioso quite sobre la misma boca de riego. Allí sorprendió meciendo lances al feo mansito de El Torero [Lola Domecq], que se había negado de salida, escupido del caballo y volteado instantes después. Y, sin embargo, en aquella cuna de verónicas se había estirado con pereza, prometiendo ilusiones. MdlP le dio forma a la arcilla ofrecida en el molde de la torería, en la vasija de la inteligencia.

Del prólogo rodilla en tierra, por sabrosos ayudados, subió la izquierda con un calambre de belleza, soltando en deshuesado giro la muñeca. Que recogió en un pase de pecho sideral. La faena planteada entre las rayas, donde el escaso celo del toro más podía ayudar, fue un compendio de armonía, cabeza y compás. Ese modo de acompañar embrocándose y fundiéndose, que por donde se pasa los toros Morante, ni el aspirante ni el que lo inventó. Y, a la vez, cuando al natural más hubo que tirar, tiró. Y, cuando hubo que dejar respirar, paseó. Tan torero. Y, al final, apretó hasta un desplante escultural. El rastro de una trincherilla, un molinete abelmontado, pinceladas añejas, había quedado por el camino. Una estocada hasta las cintas, una oreja de peso. Como para rubricar una feria que lleva su nombre a fuego.

Y en estas salió Ginés Marín a joderme todo el encabezamiento. Preclaro, preciso y exacto. Un manantial de templada frescura emanó de todo lo que planteó al hechurado burraco tercero. Que enseñaba las puntas. GM ya con el capote desprendió luz, superando todavía un quite a pies juntos al vibrante saludo. Fue extraordinaria la media. El toro de Lola Domecq humillaba con buen son, y Ginés desplegó velas hacia el platillo por una senda de pulso y sincronización, prometiendo su izquierda el paraíso. Hasta que llegó, el manejo de la mano derecha y el juego de la distancia (e inercias) alcanzaron caras cotas. Como los pases de pecho. Que calentaban como nunca la horma de un torero frío.

Al natural estalló la faena volteando la plaza. El pulso del larguísimo trazo -caminista en la concepción y abierto de embroques- conectó como nunca con el corazón de Sevilla, reventada en uno esférico, casi circular, canto como en un cambio de mano monumental. Los pases de pecho avivaban las llamas por la hombrera contraria. De la cara del toro salía Marín con un ardor que parecía otro. Y con una listeza que se hacía la de siempre: sintió el final del toro, lo cimbreó en fabulosos ayudados por alto y lo crujió de un estoconazo. Mejor la ejecución del volapié que la trayectoria de la espada, que demoró la muerte pero no el cantado doble premio. Golpe importante.

Pero los tres últimos toros vinieron a aguar la fiesta movidos por un genio afilado, duras aristas. Especialmente el de Morante de la Puebla, que traía una esquela en su pitón izquierdo, tan recto y pendenciero en sus ataques. Plantó cara llegando incluso a hilvanar pasajes diestros, por donde la bestia se abría, con un punto de desentendimiento. Impensable la batalla un lustro atrás. Al maestro cigarrero le adorna además del arte, el poderío y la ciencia. Lo mató como merecía.

Lo curioso de Cayetano es que se coloca igual con un toro bueno como el segundo que con uno complicado como el quinto -que además parecía reparado de la vista-, y es capaz de estar igual de mal con los dos.

Ginés con la miel de la Puerta del Príncipe en los labios ante el desabrido sexto se pasó vestido de afán y plomo en un arrimón que perdió el oremus. Hasta que el toro se echó.

En los albores de la tarde, el cavaleiro Antonio Ribeiro Telles, de la gloriosa dinastía portuguesa, debutó en la Maestranza a los 40 años de alternativa. Vestido a la federica, muy sobrio, clavando al estribo, brindó al genio y dio una clase de rejoneo del siglo pasado.

Por Toromedia. Ginés Marín corta dos orejas y Morante, una en la de El Torero

Ginés Marín ha sido el triunfador de la tarde al cortar dos orejas como premio a una excelente faena al tercer toro de los de El Torero, ganadería que volvía a lidiar en Sevilla. El joven diestro se reivindicó en una tarde en la que Morante volvió a puntuar al cortar una oreja al primero de su lote después de una faena en la que todo lo puso él. Ninguno de los dos pudo redondear el triunfo en los segundos toros de sus lotes por falta de colaboración del ganado. El rejoneador Ribeiro Telles y el diestro Cayetano se fueron de vacío.

El rejoneador Ribeiro Telles fue el encargado de abrir plaza y puso dos rejones de castigo montando a Hibisco. A continuación se lució con Alcochete en tres banderillas. Con Sherpa clavó un solo palo a toro pasado y concluyó su actuación con Embusado poniendo rosas. Mató al segundo intento y fue ovacionado.

El primero de lidia a pie salió andando de chiqueros y se frenó en el capote de Lili primero y Morante después. El animal, manso, pareció despertar tras su encuentro con el caballo, aprovechando Morante para bordar el toreo a la verónica en el quite. Comenzó la faena con bonito toreo a dos manos con una rodilla en tierra. Siguieron dos serie con la derecha plenas de naturalidad y dejando la muleta en la cara para ligar. Cuando intentó el toreo al natural el toro se afligió y tuvo que tirar de él. Hubo una serie más con la derecha en la que de nuevo brilló su toreo diferente. Faena para paladear que transcurrió a los sones de 'Suspiros de España'. Mató de estocada casi entera y cortó una oreja.

Morante recibió con mucha decisión al cuarto de lidia a pie, aguantando a la verónica a un toro que apretaba. Después de los dos puyazos, el animal campó a sus anchas embistiendo descompuesto. Morante intentó fijarlo en el inicio de faena y lo buscó por el pitón derecho hasta robarle una serie de mérito. Morante fue muy superior a este manso que terminó parado y que no le permitió redondear su triunfo.

Cayetano toreó con suavidad y facilidad a la verónica al segundo de los de El Torero. También dio una buena larga en el quite. Marín usó su turno de quites y toreó bien a la verónica. Ya en la faena, Cayetano ligó una buena serie con la derecha pero el toro fue a menos en la siguiente y tuvo que emplearse para sacar algún partido de su oponente. Mató de estocada y descabello.

El segundo de su lote no le dio facilidades de salida. Cayetano incluso hizo gestos a la presidencia señalando posibles problemas en la visión del animal. Con todo, lo intentó con la muleta, primero con precaución y después un poco más confiado pero sin poder sacar partido de un toro que siempre se reservó. Mató de estocada y descabello.

Ginés Marín estuvo fácil con el capote en el recibo y se lució a la verónica en el quite. Cuidó al toro en el caballo y Antonio Punta banderilleó muy bien. Marín firmó un bonito comienzo de faena. Dio dos buenas series con la derecha ligando con pureza la clara y profunda embestida del de El Torero. Pero la faena rompió definitivamente cuando toreó con mucha profundidad al natural. Terminó con preciosos ayudados por alto en un final de faena pletórico que auguró un triunfo grande. Mató de estocada y cortó dos orejas.

Marín volvió a lucirse con el capote en el último de la tarde, sobre todo en el quite a la verónica. También midió el castigo en el caballo Guillermo Marín y se desmonteró Manuel Larios. Al toro le costaba desplazarse en la muleta y claudicaba, desluciendo las series. No fue toro apto para redondear el triunfo, aunque el torero lo intentó todo y logró algunos buenos momentos al natural. Terminó con un arrimón y el toro acabó por echarse. Mató de pinchazo y estocada y fue ovacionado.

Fotografías: Arjona/Toromedia.

29_abril_23_sevilla.txt · Última modificación: 2023/04/30 10:34 por paco