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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Domingo 31 de marzo de 2024. Domingo de Resurrección

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: toros de García Jiménez, Olga Jiménez (3º-bis) y Román Sorando (6º). Justos de fuerza en general; el 3º, devuelto por invalidez manifiesta; el 3º-bis, el mejor; el 6º no salió del chiquero por indisposición, en su lugar salió el previsto sobrero 2º, manso.

Diestros:

Morante de la Puebla. De buganvilla y oro. Estocada baja y caída (silencio); tres pinchazos, descabello (silencio).

Sebastián Castella. De azul noche y oro. Estocada (oreja); pinchazo, estocada (silencio).

Andrés Roca Rey. De verde esperanza y oro. Estocada (oreja); estocada (silencio).

Banderilleros que saludaron: Curro Javier y Alberto Sayas, en el 1º; Joao Ferreira en el 4º; José Chacón en el 5º.

Incidencias: antes de comenzar el paseíllo sonaron los acordes del himno nacional de España.

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: una gran tormenta inesperada poco antes del comienzo ocasionó un retraso de 40 minutos, el resto nubes y sol, tarde fría y desapacible.

Entrada: lleno de no hay billetes.

Video resumen AQUí

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Y la Maestranza no falto a su cita de Pascua

Se adelantaron a la hora de quitar la lona del ruedo y entonces cayó la mundial. Pero todo pudo arreglarse, como un milagro más en esta semana de bendita agua, o agua bendita que tanto monta, y bendiciones, y la Maestranza no faltó a su cita pascual. Y yo me sentí, un año más, a la hora de ese paseíllo con retardo, con la certeza de estar en el único sitio del universo en que tenía que estar, en el tendido del coso del Baratillo. Y hasta estuvo Morante, también otro milagro tal como dicen que anda, pero apenas hizo nada, aunque el bonito sardo primero le habría servido en otros tiempos. Castella, muy en racha, sacó una faena al natural, de gran temple y calidad que no parecía tener el segundo. Y Roca Rey se apuntó, en tarde de fácil público -de no hay billetes- venido de toda España y aun del extranjero, a llevarse otra oreja de mucho menos valor de un toro que duró muy poco. Esa es otra, los toros. Se salvaron esos dos, segundo y tercero, pero en general como casi toda la cabaña de Matilla no llegan al último tercio con garantías de faena, se apagan, se aburren, se rinden…Para detalle el último sobrero que colaron de rondón y sin avisar. Eso se avisa, presidente…

Crónicas de la prensa

Por Antonio Lorca. El País. Claroscura inauguración

No fue el Domingo de Resurrección luminoso que Sevilla espera en esta fecha. Estaba previsto que lloviera por la mañana, como así sucedió, y que escampara al mediodía, y escampó. Pero la sorpresa llegó por la tarde. Una tormenta se coló inesperadamente en el cielo sevillano, lo encapotó y oscureció, comenzó con un goteo débil y espaciado hacia las cinco, y pronto se convirtió en una espesa cortina de agua, justamente cuando los alrededores de La Maestranza se poblaban de paraguas. Lo que empezó con cuatro gotas acabó en una tromba de agua que puso en muy serio peligro la celebración del festejo. Una hora antes de las seis y media, momento previsto para que se abriera el paseíllo, los empleados de la plaza habían retirado la lona que ha cubierto el albero durante toda la muy lluviosa Semana Santa, por lo que el piso se empapó hasta quedar embarrado.

Dejó de llover cuando debían sonar los clarines, pero los toreros prefirieron salir a inspeccionar el ruedo, y se pudo ver cómo las zapatillas se hundían en el amarillo suelo maestrante.

Compás de espera, largo, para que se pudieran taponar los charcos con albero seco y la feliz decisión de la terna de celebrar la corrida en una fecha tan señalada, y con el cartel de ‘no hay billetes’ colgado en las taquillas.

Así que a las siete y ocho minutos comenzó la procesión de las cuadrillas, y eran ya las diez menos veinte cuando Morante enfiló en solitario el camino hacia la furgoneta tras una tarde en la que solo pudo dejar detalles de su torería.

Había interés, lógicamente, en comprobar el estado del torero de La Puebla, y la impresión fue que su semblante era el mismo de otras tardes, taciturno de nacimiento y con una aparente y forzada sonrisa a veces. Pero a Morante no se le juzga por el aspecto de su cara, sino por su inspiración artística; y en función de los toros que le tocaron en suerte, otra vez el lote peor para él, dejó algunos chispazos de alto voltaje. Tres verónicas al toro sardo que salió en primer lugar, un trincherazo y tres derechazos con sabor fue su hoja de servicios en ese toro, y una verónica en el cuarto. Claro que el que abrió plaza era un animal descastado y de embestida muy desigual, y el otro, sosón, afligido y con tendencia a defenderse al final de la cada muletazo. La mejor noticia, sin duda, es que el torero estuvo y se le espera en las próximas tres comparecencias que tiene comprometidas en la feria.

Castella y Roca Rey cortaron sendas orejas en sus primeros toros. ¿Merecidas? Complicada respuesta si se tiene en cuenta la extrema generosidad del público actual y la muy escasa exigencia del palco.

El de Castella salió del caballo sin picar y su ‘pelea’ fue la propia de un animal manso y con genio. Llegó a la muleta con una rara movilidad, exigente y dificultoso. El torero francés hizo un estudio de la situación por un lado y por otro, decidió plantarle cara, lo sometió con eficacia y nula brillantez y la impresión reinante en que le ganó la partida. No fue la suya una labor lucida, pero si dominadora, de esas que hace unos años se premiaban con la vuelta al ruedo.

Y Roca, ante el tercero, un sobrero de astifinos pitones, blandengue y muy noble, destacó sobremanera en los largos pases de pecho, pero pasó desapercibido en el resto del toreo fundamental. Esta pelea la ganó el toro porque la labor del torero supo a superficial y olvidable, aunque la estocada fue de efecto fulminante,

Ni Castella y Roca pudieron mejorar en sus segundos toros. El primero brindó a la concurrencia, pero su oponente se desinfló pronto; y el segundo, con el otro sobrero, no dijo nada a pesar de la movilidad del toro.

Una tarde claroscura, sin el sol radiante de los Domingos de Resurrección de toda la vida; al menos, la tormenta se esfumó y no volvió a llover. Fue, eso sí, una claroscura inauguración de la temporada.

Por Patricia Navarro. La Razón. El verdadero misterio de Resurrección en Sevilla

Con más de media hora de retraso y contra todo pronóstico se abrió la puerta de cuadrillas. Parecía imposible. Por la Semana Santa que se ha vivido en toda España y en particular en Sevilla. A pesar de que los pronósticos apuntaban a que a partir de mediodía daría tregua, una hora antes cayó la mundial. Se salvó la tarde y la tradición de empezar la temporada taurina en Sevilla con el tradicional Domingo de Resurrección.

En esta ocasión, la Maestranza era otra cosa, pero llegar hasta aquí ya había tenido su mérito cuando las procesiones se había quedado con el cerrojo echado y un buen puñado de lágrimas entre los ojos después de tantas cosas dentro, de tanto esfuerzo. Morante hizo el paseíllo. Eso también eran palabras mayores. Para su alma maltrecha, para esa sensación nuestra de ser esclavos de sus ausencias.

No le dejó el primero de Matilla estirarse con el capote, se lo quitaría después. No estuvo a gusto. Otra cosa fue para Curro Javier y Alberto Zayas, que se desmonteraron. Bonito fue el comienzo porque había aroma de torero. Tenía el toro mejor embroque que final y Morante y el toro se aburrieron pronto.

Manseó en el caballo el cuarto. Bien Ferreira para desmonterarse. Noble el toro, pero a menos. Quiso Morante, lo intentó Morante en esa manera tan suya de agarrarse al piso, en esa imperfección que genera esperanza, pero el toro se fue diluyendo mientras caía la noche (y alguna gota de lluvia).

Viotti vio muy claro con el segundo lo que no todos ven, porque el toro lo apretó en los dos pares de banderillas. Ya lo había hecho con el capote a Castella quedándose corto. Movilidad tuvo después e importancia en el viaje, porque lo hacía por abajo, eso sí no hasta el final. Ese picante le daba más vibración a todo lo que ocurría en el desafío de cuajar las medias arrancadas del animal. Castella anduvo intermitente, y lo que encontró fue el tiempo exacto a la faena y le metió la mano a la primera. Y así el trofeo.

Chacón se lució con el quinto cuando los vestidos ya eran chispeantes y después el animal, que tuvo movilidad pero sin demasiada clase, y la faena de Sebastián Castella los mismos mimbres. Ganas de redondear la tarde, pero sin rebasar la línea y en un contexto de largura, lo que acaba siendo contraproducente.

Roca Rey se la vio con un tercero, que vio cómo volvía a los corrales, porque no apoyaba bien de las patas delanteras ni traseras, pero le costó tela regresar por donde había venido. Eran las ocho y cuarto y seguíamos así. El sobrero tuvo ritmo y nobleza. Unos tiempos con los que Roca hizo las cuentas desde el principio. Más alejado del toreo poderoso al que nos tiene acostumbrados, encontró el temple con los vuelos al toro en una faena medida, el animal tenía la faena contada y así fue. Sin los fuegos artificiales del arrimón con una faena sincera y queriendo torear reposado.

No valía el sexto, que iba y venía a medio gas y queriendo pararse. Roca Rey lo empujó, quiso que siguiera una cuarta más del viaje, pero la transmisión descontaba lo ánimos. Y una vez más, a pesar del «No hay billetes», de haber sacado adelante el festejo habiendo caído la mundial, el misterio de Resurrección volvía. Pocas tardes hay más emblemáticas y especiales. Las mismas que ocurren cosas.

Por Vicente Zabala de la Serna. El Mundo. El invierno del entusiasmo, el poder y la bravura en Sevilla: un matillazo en toda regla por Resurrección

Los toros son el espectáculo del perpetuo milagro, si bien a veces degenera en espejismo o en un invierno nuclear. A las 17.45 ya habían quitado la lona del ruedo de la plaza de la Maestranza, que lleva su tiempo, y jarreaba en ese preciso momento. A las 18.12 se habían borrado las rayas de picar. Como si el albero enfangado se hubiera extendido sobre ellas. La gente no entraba a los tendidos, y sólo parte la solanera (sic), siempre tan optimista, ocupaba bajo los paraguas sus localidades. A las 18.23 el cielo abrió sus compuertas y vació el pantano de San Juan. No había mucha esperanza, pero a las 18.27 salió un sol resplandeciente que encendió el arcoíris sobre la Giralda. Y minutos después apareció Morante de la Puebla, vestido de buganvilla y oro, encabezando la inspección del albero reblandecido con las cuadrillas. Hubo cónclave y se asumió el arreglo de las zonas donde se sustenta el peso de la lidia, y pintaron sólo ese tramo con las rayas de picar. Una voz como si fuera la de Dios anunciando la bajada de Moisés del Sinaí advertió por megafonía del retraso de 10 minutos y, luego, profetizó que el festejo daría comienzo cuando el ruedo estuviera arreglado. El alborozo fue general. A las 19.02 horas sonaron el tradicional cerrojazo y el pasodoble de “Plaza de la Maestranza”. Y todos concluimos que los toros son el espectáculo del milagro perpetuo, ya digo. Hasta que degenera.

La suspensión ya hubiera sido aquí la puntilla de la Semana Santa. El himno de España oficializó la inauguración de la temporada sevillana. Y Esaborío, un toro sardo, el primero y más gordo (ciertamente bastote) de la escasa, desigual y vacía corrida de Matilla (un matillazo en toda regla), la estrenó marcando querencias. Siempre se durmió en los engaños, sin mala humillación pero sin celo ni empuje para salirse de ellos. Morante esbozó dos verónicas en un saludo inconcluso -no sería la única vez que se cruzaría el toro-, un trincherazo y un pase de la firma monumentales y tres redondos hermosos como prédica en el desierto. No hubo caso en una lidia profusa de capa -Ferreira se atascó malamente y tuvo que resolver Curro Javier- y una faena que se difuminó sin causa. A Morante se le percibió, tras esta sufrida etapa, fino de tipo pero no fuerte. Antes de las 19.30 había metido hábilmente el brazo en los blandos con la espada.

Sebastián Castella firmaba a las 19.58 su estreno con una meritoria oreja. Picaba el genio del toro como una avispa. Lo que era. No se había visto del todo en el poderoso capote de José Chacón, pero se había oído en el eco del estribo en el caballo y se sintió definitivamente en el desarme del principio de faena. Propuso Castella la derecha con venenosa respuesta y expuso un valentísimo planteamiento sobre la izquierda, la mano más agracedida, que no buena, del toro. Que siempre pasaba zumbando con sus filos y aristas hasta que se entregó. SC, encajado y por abajo, muy centrado, ajustado y en serio, halló más veta de la esperada. Y, así, cuando despidió la cabal faena a pies juntos y de un espadazo por arriba, cayó el preciado trofeo. Frío de fervores pero muy justo.

La corrida -cuatreña, tan temprana en el campò charro, tan poco hecha- de Matilla no sólo parecía haberse traído el invierno de Salamanca en el clima, sino también en su escaso remate. Fue devuelto por su pobre fuerza el cárdeno tercero, seco como una tabla. A las 20.16 saltó el sobrero del otro hierro de la casa -Olga Jiménez-, el único cinqueño, un castaño noblote de amplia cara y mayor cuajo. Roca Rey anduvo inteligente con él, concediéndole la media distancia y sin apretarle. Pues no le sobraba nada. Esa estrategia sostuvo la primera parte de la faena, sobre la mano derecha. Que parece haber reencontrado cierto pulso a partir de la excelencia de Leguleyo en Valencia como punto de inflexión. Pero la segunda parte de la obra, en su izquierda, sin la distancia, decayó como el viaje del toro. Sólo la búsqueda del impacto de las cercanías y un estoconazo levantaron aquello de algún modo y sin un entusiasmo indescriptible. La oreja desprendió el mismo tono de la faena.

Morante en su regreso se encontró con un cuarto que también se llamaba Esaborío, pero en las antípodas de las hechuras del primero. Un zapato, o sea. Vacío y desahuciado de poder. El invierno de la bravura también. Ferreira se desquitó con los palos. A las 20.52, el maestro, que sólo pudo dictar lección de cómo estar colocado en la plaza con oportunas intervenciones, se eternizó con el acero.

A las 21.06, José Chacón se desmonteró tras dos majestuosos pares de banderillas. Traía el toro una clase cristalina en su armónica cabeza, lastrado su zancudo y grandote cuerpo de trémulos apoyos. Sebastián Castella brindó al público buscando entusiasmos que también se helaron. No pudo el toro, trompicado como su ser y la fluidez imposible.

Como cosa rara cerró la corrida ya cerca de las 21.20 el segundo sobrero, que pertenecía a Román Sorando. No se enteró nadie en la plaza. Parece ser que el sexto de Matilla, el de menos peso de los seis, no se levantaba en los corrales. El de Sorando era un dije rajado en pie. Roca Rey se puso tesonero y a las 21.38 puso fin a la función con autoridad, señal del sitio recuperado con la espada.

Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. Orejitas y frío, muchísimo frío

Llegó la corrida más esperada, la de un Domingo de Resurrección que acababa con el billetaje, pero que no salió como se deseaba. Una vez más, la expectación previa no se correspondía con la realidad, pero es que la meteorología cuenta mucho y de la misma forma que destrozó la Semana Santa menoscabó un festejo tan ilusionante. Cuando se acercaba la hora de autos se abrieron los cielos y agua va para poner en tenguerengue el festejo. Es más, si no se hubiera puesto el no hay billetes, seguro que el festejo no arranca. A las seis de la tarde estaba en su apogeo el diluvio y a las 06:24 lucía un precioso arcoíris por los tejados del Tendido 11. A la hora fijada, Morante y Castella inspeccionan el ruedo, aparecen unos operarios provistos de rastrillos y a las 06:31 brilla un sol refulgente. Se arregla el ruedo, se pintan las rayas, aunque sólo en el tercio de picar, el que está enfrente de chiqueros, a las 19:00 se da por concluido el acondicionamiento y arranca el paseíllo con la Marcha Real.

Hay ganas de toros y, sobre todo, de ver a Morante, pero lo que mal empieza, difícilmente se desarrolla con normalidad. Se ha ido la lluvia y aparece el viento, que es en esto del toreo mucho peor que la lluvia. Curiosamente, los dos toros del lote del cigarrero llevan el mismo nombre y va a resultar que el nombrecito les viene al pelo. Ambos atienden por Esaborío y así van a ser sus respectivos comportamientos. El primero es un toro precioso, de pelo sardo y armónico a más no poder, pero ya en el capote da pocas facilidades, se mete por dentro e impide que Morante repita ese par de lances que quizás fueran lo de más sabor del festejo. El toro está a punto de coger a su matador y ahí emerge la figura de Curro Javier. Con tres capotazos muy largos se pone orden allí. Luego en la muleta coincide que es cuando el viento aprieta y los deseos de José Antonio no se hacen realidad. De pinchazo y bajonazo liquida la cuestión.

El segundo Esaborío, corrido en cuarto lugar, es también muy serio y pronto deja claro que por el izquierdo coge moscas. Morante logra una tanda con su sello, pero el toro ayuda poco; bueno, no ayuda nada. Hay que ir a por la espada, pero tampoco hay lucimiento en la suerte suprema y la tarde se le va al orfebre cigarrero entre silencios ciertamente espesos.

Sebastián Castella estuvo bastante importante en su primero, que se llamaba Raleo, toro negro y cortito de un trapío que tapa con los buidos pitones. Pero Castella va a entenderse con el morlaco tras haberse entendido también en el segundo tercio con José Chacón, que le abre caminos con el capote. Con la muleta, el francés le gana la partida a un toro mirón. Lo borda al natural y la faena tiene el mérito añadido de las condiciones del astado. Lo mata a ley y, aunque no hay una petición mayoritaria, corta una oreja. En el quinto sale a por todas Castella y hasta brinda al público, pero su oponente, de nombre Expléndido con equis embiste rebrincado y será una faena de empecinamiento cuando ya es noche cerrada y el frío hace estragos. Insiste para nada y a esa hora ya sobra la insistencia. De todas formas, el mejor torero francés de la historia ha empezado bien su periplo sevillano.

Andrés Roca Rey no falló en cuanto se espera de él; o sea, que puso el cartel de no hay billetes. Pero eso no es por casualidad, ya que el limeño se justifica siempre con creces. Podrá gustar más o menos, pero que se los pasa por la barriga es innegable. Con su primero, un sobrero cinqueño de Olga Jiménez y de nombre Frangeado y muy serio que llega con calidad a la muleta, Andrés se entiende con él a base de muletazos largos que llegan al tendido, aunque ese mismo tendido no trague con el repertorio encimista del andino. Lo mató de estocada y cortó oreja. No una oreja de peso, pero la tarde estaba fría como un témpano y más fría estaría aún cuando salió el castaño Caramelo, Andrés insistió, pero los termómetros se habían desplomado y faltaba poco para las diez de la noche. Casi nada.

Por Jesús Bayort. ABC. Una corrida vulgar y un suceso paranormal entierran el trono del toreo en la Maestranza

Una corrida vulgar, sin categoría en su estampa. Indigna para el día más importante del año e impresentable para el gran templo en el que supuestamente se disputa el gran trono del toreo. De siete toros lidiados, sólo uno fue armónico en su lámina. Que no pertenecía a la divisa titular, ni tampoco debió salir al ruedo. Un suceso paranormal, que sobrepasa los límites de la inteligencia humana, y que fue el broche de oro para este despropósito de Domingo de Resurrección. Que arrancó casi seis horas antes, cuando pasadas las cuatro de la tarde alguien decidió retirar la lona, antes de que a la hora lorquiana se abrieran las compuertas del cielo para rematar una Semana Santa gloriosa. 

No suscribirán eso de 'gloriosa' los presidentes de las petaladas, hermanos mayores de esta sociedad desvirtuada, pero me darán la razón quienes llevaban meses pidiendo rogativas. Agua para nuestra madre pagana, que es la tierra. Y ahí están ya las cunetas, colmadas por las escorrentías. Y los pantanos, desembalsando como hacía años que no se conocía. Y las dehesas, sagrario del toro bravo, con el verde acariciando la flor de las futuras bellotas. Una Semana Santa de recogimiento, íntima. Como la de Morante de la Puebla, que aislado en su penitencia personal ha vestido el ruán en unos días de silencio sepulcral.

A las seis y media de la tarde, con los clarines enmudecidos y el palco deshabitado, salía al ruedo Morante de la Puebla. La primera chicotá del Domingo de Resurrección. Con su capotillo sobre el brazo, a modo de cruz, racheando sus zapatillas por la tierra que hace menos de un año lo elevó a la gloria para meterse en los charcos. Subía el pesimismo por los tendidos como en una especie de ascensor paternoster por el que caían goterones con trapío de granizo. Treinta y cinco minutos después era Morante el primero en plantarse frente a esa otra 'rampla' de la sevillanía. No la del Salvador, sino la que sube del patio de cuadrillas al ruedo de la Maestranza. Ya liado, esperando la salida de ese sardito que ha recorrido este domingo las redes sociales como dicen que recorrió –mestre Luis Miguel Parrado– Valencia en julio y Sevilla en San Miguel. Que salió najado, como de estar corraleado. Como placeado. Que verdaderamente lo estaba.

Y al tercer lance, cuando algunos ya creían ver la resurrección del genio, se vencía ese Esaborío para dentro, con la querencia de quien piensa con la inteligencia de un ser humano. Con el matador desganado y el lidiador auxiliado. Bravo por Curro Javier, haciéndose dueño del desconcierto. Suya fue la gran ovación de un primer acto del que es mejor resumir, como hizo Morante. Abreviando en los blandos ante la falta de raza. Del toro… y del torero.

Raleo, el segundo, tenía altura como para saltarlo con una pértiga. Escurrido por detrás. Sin perfil. Sin categoría para la corrida más importante del año. ¿De quién es la culpa de que salga un toro así? ¿Del ganadero? ¿Del empresario? ¿De los toreros? ¿Del presidente? Vayan para ellos el pañuelo verde que no vio Raleo, que rimaba con feo. Elevado al éxito en un soberbio conjunto. Desde el compás de José Chacón con el capote –ordenado, pausado y con torería– hasta la exhibición de capacidad y agallas de Castella, que tras ver volar su muleta en un primer gañafón se metió por abajo. Crujiendo las durezas de Raleo, sin estilo y sin entrega. Exponía el francés con la verdad irrefutable de su valor, expuesto siempre al natural. Aplomado donde media hora antes había un lodazal. Se entregaba la Banda Tejera, y la plaza, como por momentos parecía entregarse la fiera. Que de revolverse a la velocidad de la tormenta inaugural incluso quiso gustarse en alguna embestida final. Máximo reconocimiento a Castella, que rubricó por todo lo alto su soberbia labor. Una oreja ganada a pulso, a base de…

Quien sí vio el pañuelo verde fue el cárdeno salpicado tercero, también conocido como Amargado –¡qué nombre!–. Un engaño –como el de Matilla– en su robusta su lámina. Grandullón, amorrillado, de colgante badana e inflada panza. Un bluf, derrotado al primer lance. Y salió por él Frangeado, también de Matilla. Cornalón, para haberlo lidiado –si tuviera un remate más decoroso– en San Isidro. O en Pamplona. O con un cascabel por las calles valencianas. Que en su ausencia de talento tuvo alegría. Y nobleza. Todo sostenido por la falta de poder. Trataba de esconderlo Roca, con recelo. Mimoso e indulgente con la capa, reservando esos goterones que venían en condicional, sujetos a mil requisitos. Que todos los tuvo el torero, incomprendido en su versión menos impactante aunque, paradójicamente, más artística. Donde antes hubo trallazos, ahora había arrumacos. Y suavidad. No ya en el cite, sino en el embroque, en el transcurso, en el muñecazo. Introducción, nudo y desenlace. Con cadencia, en una colocación más liberada de compromiso. Más acomodada para el toreo. Gustándose en la media altura, girando en una especie de coreografía bien aprendida. Sin la vibración que no traía el toro, sin los efectos especiales que le reclama su gente. Pero más torero que nunca. Como al natural, cayendo los vuelos, vaciando el piquito a la altura de las pezuñas. ¿Es ése el camino de Roca? ¿Será capaz de sacrificar el éxito en beneficio de la calidad? Ojalá.

Más comprendido fue Morante, arropado en unos primeros lances que no terminaron de cuajar. Con más pasión que perfección, sobrepasado en una nueva vencida hacia adentro. Lo normal. Pegado a tablas y con dos cuartos de arena. Dos cuartos creció después el torero, más despierto y entregado. Intermitente en el pulso, aunque recuperado en la colocación.

A las nueve, ya –y siempre– de la noche, salía el quinto. El 'tío de los gintonics' había guardado ya el cajón de cubatas a granel. Aunque seguía gritando, tan esperanzado como Castella, brindando en los medios. Más que un destilado, pegaba un buen caldo. Caliente, y de puchero. Tanto frío como en la faena a Expléndido (con x) –engañifa hasta en su nombre, en la redacción y en el concepto–, descompuesto en sus limitaciones físicas. Un espléndido coñazo.

Del sexto (bis) mejor no hablaremos. Por respeto a los sucesos paranormales. Nos la colaron. Sí, porque nadie comunicó en la plaza que saldría en turno titular el segundo sobrero. El de mejores hechuras, el que debía haber salido de inicio. ¿El argumento? Dicen que el otro se había echado ¡Qué cosas!

Por Antonio Muñoz. El Correo de Andalucía. Domingo de Resurrección: Castella y “Raleo” iluminan una tarde marcada por la lluvia y el frío

“Madre mía la que está cayendo, vaya semana llevamos” decía un aficionado minutos antes de comenzar la corrida. Frases como ésta se escuchaban en los alrededores de la plaza, mientras se resguardaban del diluvio que caía media hora antes del festejo. Es un auténtico milagro que se haya celebrado el festejo con total normalidad dado que a las 18.25 estaba cayendo un aguacero sobre el albero maestrante.

La tauromaquia es un arte que juega con la dualidad, la vida y la muerte, o la lluvia y el sol en este caso. A las 18.30 salió el sol por el cielo de Sevilla. Un oasis en mitad del desierto. Ahora la duda estaba en el estado del ruedo después de esa tromba de agua. Los tres toreros salieron junto con sus banderilleros a comprobar el estado del ruedo. Se notaba a Morante preocupado cuando enterró sus tobillos en el centro de la plaza. Todo era una incertidumbre en el tendido.

En ese momento, suena una voz por megáfono: “Por el mal estado del ruedo, tenemos que comunicar que…”. El corazón se puso en un puño de todos los asistentes: “que el festejo se celebrará diez minutos más tarde”. En ese momento sonó la primera ovación de la tarde. La gente tenía ganas de ver toros en Sevilla.

La felicidad por la celebración del espectáculo se notó en los primeros compases. El segundo toro de nombre Raleo le tocó en turno a Sebastián Castella. Un toro de 510 kg, astifino y serio de pitones. Desde salida hizo cosas feas en el capote frenándose en cada embestida. La lidia de José Chacon le vino bien al animal para que fuera rompiendo hacia delante y destacó Rafael Viotti en banderillas. Ya con la muleta, Castella realizó una faena de mucho mérito con un toro muy complicado al inicio. En los doblones por debajo, Raleó ya le prometió guerra al diestro. El de Beziers no se amedrentó.

Lo probó por ambos pitones a base de tesón y de mucha colocación. Raleo no se entregaba, solo cabeceaba y se defendía con violencia. Cada cite era un peligro porque el toro no sabía a dónde iba a embestir. Consiguió enjaretarle una tanda de naturales que hizo sonar a la banda de música. Ya luego siguió con una faena templada muy pulcra sin aspavientos y con un gran acople por ambos pitones. Por momentos, el toro se entregó y terminó hasta embistiendo… Se montó en lo alto con un auténtico faenón para aficionados. Estocada en lo alto y oreja de ley en la Maestranza de Sevilla.

En su quinto toro, el francés quería continuar con su senda del triunfo. Lo intentó desde salida con chicuelinas y con un remate torerísimo. En las banderillas se desmonteró José Chacón con un tercio de banderillas vibrante, buena tarde del coriano. El diestro quería repetir el triunfo del pasado año. Brindó desde los medios al público de Sevilla. Con la muleta no tuvo opción con su oponente. El ejemplar tenía una embestida muy desigual y sin casta ninguna por lo que la faena no cogió vuelo.

Antes le tocaría el turno a Roca Rey. El torero peruano llegaba a Sevilla con la vitola de ser el líder del escalafón. El arrojo y la quietud que tiene el diestro lo convierten en un torero atractivo para los aficionados. Su primer toro fue devuelto a los corrales por poca fuerza. El suplente fue más de lo mismo.

El peruano fue inteligente y se inventó la faena en los medios. Con la muleta empezó con la mano derecha de forma templada a media altura al son del morlaco. En la tercera tanda le apretó y el toro respondió con humillación y nobleza, pero siempre cogido con alfileres. En ese momento, sonó la música del Maestro Tejera. Hizo una faena muy medida y sabiendo, en cada momento, las dificultades del animal. Se rajó pronto porque le sacó todo lo que tenía. Mató de una estocada en todo lo alto que le sirvió para cortar su oreja.

El tendido agradeció la vuelta al ruedo que dio. Fue un visto y no visto. Muy rápida, teniendo en cuenta del frío que hacía en la plaza. En el último toro de la tarde, Roca Rey lo intentó por ambos pitones pero el toro no tenía ni transmisión ni fuerza. Los aficionados ya estaban pensando en salir de la corrida y no quedarse helados del frío.

El diestro de la Puebla del Río era la gran ilusión del cartel. Morante regresaba a la Maestranza después de causar baja en Nalvalmoral de la Mata y en Almendralejo. Había expectación por conocer el estado de salud del genio de la Puebla. Por desgracia, todo quedó en eso. No tuvo suerte con ninguno de sus oponentes. Sus oponentes, llamados Esaboríos, llevaron el nombre a rajatabla. En el cuarto toro de la tarde hubo un atisbo, como un rayito de luz en mitad del diluvio. El sevillano comenzó con el capote, sin probaduras, toreando por verónicas y sin zapatillas. En la muleta, no hubo ligazón ni los toros se lo pusieron fácil para el triunfo.

Por Toromedia. Castella y Roca Rey cortan una oreja en la apertura de la temporada en Sevilla

Morante de la Puebla dibujó dos buenas verónicas al primero de la tarde, un toro distraído de salida. Después de sendos puyazos y un brillante tercio de banderillas a cargo de Curro Javier, Morante comenzó toreando con gusto sobre la mano derecha. Por el pitón izquierdo el toro protestó más y el de La Puebla volvió a la derecha con el toro ya más apagado para dejar una última serie e irse a por la espada. Mató de estocada baja.

Morante esbozó el toreo a la verónica en el cuarto. La faena la comenzó con ayudados por alto denotando el toro falta de fuerza. Lo intentó con buena disposición el torero de La Puebla por el lado derecho pero el astado duró apenas dos series hasta que se agotó por completo. Morante no estuvo fino con los aceros.

Castella no pudo lucirse de capa en el segundo de la tarde, un toro que planteó dificultades en el comienzo de la faena y al que tuvo que someter por abajo. Después intentó por ambos pitones, logrando los mejores momentos al natural ante un toro áspero al que fue haciendo poco a poco, metiéndolo en la muleta con poder y firmeza en una labor muy importante para la que sonó la música. Mató de estocada y cortó una oreja.

El segundo del lote de Castella pareció lastimarse en los primeros tercios. Se lució en banderillas José Chacón y Castella imprimió quietud al comienzo de la faena, ligando por alto sin mover los pies. El toro acusó su falta de fuerza y se defendió en la muleta, imposibilitando que el francés pudiera redondear su actuación y su triunfo.

El tercero fue devuelto y en su lugar salió un sobrero de Olga Jiménez que no permitió a Roca Rey lucirse de capa. En la muleta, el peruano no lo forzó en las primeras series y consiguió que el toro fuera rompiendo, ligando excelentes series diestras que remató con bonitos y templados pases de pecho. También al natural llevó al toro cosido a la muleta pero el animal se vino abajo. Roca fue muy superior en todo momento y mató con contundencia, cortando una oreja.

En sexto lugar salió el segundo sobrero, un toro de Román Sorando que sustituyó al titular, que apareció congestionado en el chiquero sin poder levantarse y que por tanto no pudo salir al ruedo. Este sobrero manseó de salida y Roca Rey se cuidó de que no le pegaran en el caballo. A pesar de ello este animal no le dio muchas opciones, embistiendo sin emoción y saliendo distraído de las suertes. Sin embargo Roca Rey no desistió y fue superior al enemigo, sacando todo el partido posible hasta agotar embestidas.

Fotografías: Arjona/Toromedia.

31_marzo_24_sevilla.txt · Última modificación: 2024/04/26 12:04 por paco