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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Tarde del jueves, 15 de abril de 2010

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victorino Martín (el 5ª fue devuelto a corrales por debilidad en las extremidades delanteras; bien presentados, sosos, deslucidos y descastados; pitados en el arrastre).

Diestros:

Antonio Ferrera: Pinchazo, pinchazo hondo, tres descabellos (silenco); media estocada (silencio).

El Cid. Estocada atravesada, dos descabellos (silencio); tres pinhazos, pinchazo hondo, dos descabellos (silencio).

César Jiménez. Estocada casi entera tendida, aviso (palmas); dos pinchazos, media estocada atravesada, tres descabellos (silencio).

Presidente: Julián Salguero.

Tiempo: Nublado, chaparrón y temperatura agradable.

Entrada: Lleno, con huecos.

Crónicas de la prensa: El País, Marca, EFE, La Razón, El Correo de Andalucía, Gastón Ramírez, El Mundo.

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© Antonio Ferrera, volteado en la Maestranza/La Razón


Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Los victorinos no justificaron lo que cuestan: de tres a cuatro millones cada uno, con tele incluida. Sobre todo, el sobrero, el único negro, que ni parecía victorino, ni tenía trapío ni la madre que lo parió. Hubo de todo: seis cárdenos y la mayoría cinqueños. Algunos en su tipo, otro bonito como el primero, otros asaltillados, pero, en general, flojos de fuerza y no srrvieron. Otro fracaso más en la Maestranza para el de Galapagar. Ferrera hizo lo que pudo y lo que sabe, sobre todo en banderillas: atropelló la razón en el primero poniendo un par por donde no cabía y se llevó un revolcón, y estuvo muy bien en el cuarto poniendo la máxima emoción de la tarde. Con la muleta fue otra cosa y le podía haber cortado una oreja al cuarto si le baja la mano, lo que el toro pedía. Otro tanto le pasó a César Jiménez con el tercero, en el que se equivocó al cambiar de mano en la tercera tanda, enfriando el ambiente y la faena. Lo de El Cid es distinto. Es verdad que tuvo mala suerte en el lote, no le tocó ni uno potable. Pero al segundo es que no quiso ni verlo, perdiendo la vergüenza. Y en el quinto quiso justificarse sin muchos argumentos. El que estuvo bien fue El Boni, en la lidia y en banderillas. Apunta a premio en casi todos los jurados.


Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: Ferrera y las banderillas

Es una lástima que de todo el festejo de Victorino sólo pueda destacarse el tercio de banderillas de Antonio Ferrera ante el cuarto de la tarde. El torero extremeño se dejó ver, clavó arriba y arriesgó todos los alamares imaginables en un par al quiebro cerrado en tablas y citando muy en corto. El toro cárdeno del ganadero de Galapagar se venía andandito y había que disponer de valor sereno y suficiente para aguantar el envite. Lo hizo el espada y salió airoso. Luego, con la muleta se fajó valeroso, como afirmaban los viejos revisteros y le buscó las vueltas por ambos pitones, dejando la muleta en la cara para tirar de su oponente, mas el burel se orientó pronto y buscó con presteza los tobillos. César Jiménez nos hizo concebir esperanzas en el tercero. Se fue a los medios de la plaza, a pesar de la ventolera, y tragó lo suyo. El toro empujaba con fuerza en la primera arrancada pero luego le costaba un mundo tomar los vuelos de la tela roja por abajo. Llegaba a la jurisdicción del torero sin ganas de embestir y deseando distraerse. Quizá le faltó atacar al torero y cruzarse un poco más para provocar la embestida pero había pocas garantías de triunfo.

Lo peor: la sensación de peligro de la corrida.

El sexteto de Victorino estuvo bien presentado, a excepción del sobrero, sin embargo, desarrolló malas intenciones a raudales. Por si fuera poco, todos carecieron de buen estilo en la muleta y no se dejaron nada con el capote. El lote de El Cid fue infumable, el primero por peligroso y el segundo por soso. El sexto fue un pájarraco: listo, andarín, correoso y pendiente del torero en todo momento. Imposible practicar con un animal de semejante jaez el toreo moderno. Y el lote de Ferrera no dio opciones. Para el ganadero era un compromiso de altos vuelos, pues no va a Madrid y Sevilla suponía un toque de atención para el futuro… Sin embargo, es para quedarse preocupado. El Cid está sufriendo delante de la cara del toro. El matador de Saltera no levanta cabeza desde hace un año y transmite al tendido una pésima sensación. Se le ve inseguro, incómodo, agobiado, a veces, superado por la situación y, además, no sabe taparse. Los compromisos que le restan son fuertes y los compañeros de cartel auténticos gallos de pelea. Ojalá la diosa Fortuna le ponga en suerte un lote fácil para que vuelva a coger confianza.

La tarde de Alcalareño para olvidar, con la capa y con los palitroques.


Marca

Por Carlos Ilián. Cómo nos duele Victorino

Ya no es una casualidad, ni un patinazo. La cosa comienza a ser grave. Victorino ha vuelto a irse de Sevilla con un resultado negativo. La corrida resultó, en el mejor de los casos, vulgar, y eso es lo peor que le puede pasar a esta ganadería, que ha sido un referente de la casta durante 50 años. Para colmo fue una corrida blanda y el quinto tuvo que ser devuelto, pero el sobrero, también de la casa, debió correr la misma suerte.

Me resulta especialmente doloroso tener que hacer esta reseña crítica de una ganadería que ha dado lo mejor del campo bravo. Pero la crisis es indiscutible. Como también lo es la que atraviesa El Cid, torero que ha estado maridado con Victorino en tantas tardes inolvidables, llegando el cénit de la histórica encerrona de Bilbao en 2007.

Pero Manuel Jesús no es el mismo. Se llevó un lote deslucido. Su primero hacía hilo y el sobrero no tenía fuerza. Pero ni quiso ver a uno, ni encadenó dos muletazos decentes al otro. Su peón de brega El Boni tuvo una actuación torerísima, midiendo perfectamente y llevando la lidia a la perfección.

Ferrera puso banderillas y estuvo leve con la muleta, más peleón que templado. Es digno de reseñar un par al quiebro en el cuarto, en un palmo de terreno. Y habrá que censurarle la cursilería de su preparación de los pares al primero. Se pasó de bailoteos propios de plaza de pueblo.

César Jiménez consiguió los muletazos más entonados de la tarde en su primero, al que no le quitó el engaño de la cara y por eso pudo componer una faenita vistosa, pero sin fondo. El sexto sacó un pavoroso mal estilo que pusó en serios aprietos al torero de Fuenlabrada. Hizo bien en liquidar por la vía rápida. En ese momento la tarde se hacía insoportable. Dos horas y media de decepción. Ay, como nos duele Victorino. Ahora entendemos su sabia medida de no ir a Madrid.


EFE

Por Juan Miguel Núñez. Fracaso sin paliativos

La ganadería de Victorino Martín está en una irremisible cuesta abajo, y duele reconocerlo, pero la verdad sólo tiene un camino.

Victorino, que ha prestado un gran favor a la “Fiesta” con sus toros -su nombre viene siendo suficiente para incentivar un cartel- está en sus horas más bajas. Salvo excepciones muy puntuales nadie se interesa por los nombres de los toreros que se anuncian con estos toros. La gente va a ver a los “victorinos”. Pero la cosa no anda bien de un tiempo a esta parte. El año pasado, en la misma plaza de Sevilla, comenzó el declive. Hasta entonces Victorino se creía tan suficiente en todo que no embarcaba ni sobrero, puesto que los seis toros escogidos por él mismo en el campo eran una garantía.

Sin embargo, esa corrida de hace un año ya necesitó de un sobrero, que siendo de otro hierro (José Luis Pereda, para ser exactos) dejó en evidencia a los cinco titulares que se lidiaron. En esta ocasión ha querido curarse en salud trayendo los seis más uno. Se lidió finalmente el sobrero, que tampoco aportó nada.

En el debe de la ganadería, algo imperdonable, la presentación. La corrida fue muy dispareja. ¿A qué viene tan notable desigualdad tratándose de Sevilla y en el mes de abril?

Victorino ha cometido el mismo pecado que otros ganaderos en lo que va de feria, y el caso más flagrante lo representa el propietario de Palha, el portugués Joao Folque de Mendoza, que se ha llevado una lección de humildad para el futuro, pues no se puede presumir de antemano de algo de lo que después uno va a ser incapaz de ofrecer.

Las dos corridas con acento torista más marcado, Palha y Victorino, o Victorino y Palha, que tanto monta, han sido un desastre en todo. Fracaso sin paliativos, pues como dice muy claro el castizo, “no-pué-ser,/ no-pué ser,/ bailar el chotis sin dar vueltas del revés”.

Victorino trajo una corrida para el antitoreo. Y esto tampoco exime la responsabilidad de los toreros.

Ferrera se justificó con las banderillas, clavando con facilidad en sus dos toros. En el que abrió plaza, que dicho sea de paso tenía los pitones, los dos, como sendas fregonas, Ferrera no pudo ir más allá de las buenas intenciones. El toro, demasiado corto, no pasó de las medias arrancadas. Y Ferrera, de las rayas hacia adentro, estuvo sólo en un par de pamplinas.

El cuarto fue menos de fiar, pues se quedaba debajo, buscando en plan tobillero. Ferrera lo toreó esta vez a la voz y sin quedarse quieto. En lugar de atacar, dando el paso atrás.

“El Cid” no se ha dado ninguna coba. En vista de que ninguno de sus toros servía, ni ha pasado de los simples proyectos de faena. Su primero se volvía y se metía por debajo, y él no se lo pensó dos veces.

Mayor inseguridad mostró “El Cid” en el quinto, poniéndose desde el principio a la defensiva como el mismo “victorino”. Trapazo va y trapazo viene, sin intención de buscar alternativa más airosa.

César Jiménez mostró mejor actitud, aunque tampoco resolvió nada. Duró muy poco su primero con el que anduvo en un momento de la faena con mucha seguridad y sentimiento, en el toreo al natural, hasta el punto de hacer sonar la música, que ya se sabe lo importante que eso es en Sevilla.

Pero viniéndose el toro abajo, la faena también se difuminó en las tinieblas de la desesperación y del aburrimiento.

El sexto fue otro toro imposible, “metiéndose” por abajo. Jiménez quiso, pero no pudo, y no precisamente por culpa de él.


La Razón

Por Patricia Navarro. Victorino Martín no entra en Sevilla

Siete toros en el redondel. Siete toros de Victorino Martín. Ni a uno le dio por embestir. Un cuadro. La plaza llena, o casi, la expectación a flor de piel. Victorino Martín es un ganadero de leyenda, historia viva de la tauromaquia, mas ayer cerró de un portazo las puertas de Sevilla. Aguantamos la lluvia, el sobrero y hasta la desesperación al repetirse la misma historia, como si siguieramos un mal guión: el toro que no va, que medio sí, que engaña, que nada de nada… En el antagonista, igual. Ni el paso para adelante ni para atrás. Antonio Ferrera abrió plaza. Y más. A punto estuvo de inaugurar la tarde con sangre. Por un instante recorrió por La Maestranza ese olor a cloroformo que hace temer. Pero se salvó. Milagro. Clavaba las banderillas en un tercio que duró una eternidad entre par y par, aunque lo hizo después meritorio y en la cara. Se fue de madre en el tercero, metiéndose por dentro, arrebatando el dominio al toro y no tuvo espacio para la escapatoria. Contra las tablas impactó, rodó, sufrió y se levantó raudo con el coraje encendido. Tenía las embestidas largas contadas el toro, pero iba con lentitud al engaño, sobre todo si el toreo venía por el izquierdo. Ferrera se lo hizo todo del tercio para dentro, le pesaba ahí el toro, que amagaba con orientarse y esbozó el espada una labor animosa sin mayores logros. Se ajustó y lo vendió una barbaridad en el tercio de banderillas al cuarto. En corto, por derecho y dando la espalda a las ventajas: cara a cara, frente a frente y de verdad. Poco tenía en claro el toro en la muleta, marcando esa línea divisoria entre lo que debe ser y lo que es. Incertidumbre en el pase y voluntad en el torero.

Visto y no visto fue lo de El Cid con el segundo. Por lo que vimos, desparramaba el toro la vista, en un voy pero sin determinar si al engaño o al cuerpo. Al sevillano se le notó que a gusto no estaba y se fue a por la espada antes de alargar el vaivén de la faena. Ese camino no llevaba a ninguna parte. Antes, mucho antes, su banderillero El Boni se hizo aplaudir en banderillas. No quiso saludar, empatizaba con el luto de su compañero Pirri en el día que falleció Lorenzo Saugar, Pirri también, claro. Peón por el que Sevilla guardó un minuto de silencio. Después, en el quinto, se entretuvo Boni en ensalzar el toreo de capa con una buena brega. Era aquel toro el quinto bis, flojo animal y hermano menor en cuanto a presentación de lo que ya había salido por toriles. Se dejó más el toro, sin ser un as. Tampoco El Cid acabó de aclararse en una faena tirando a larga, de muchos pasos entre muletazo y muletazo y de corto recorrido en interés. La proporción a la inversa. Y una espada que, esta vez, no fue.

César Jiménez lo hizo todo en el centro del ruedo. Ahí plantó cara al tercer victorino, que iba y venía con la cara alta, sin codicia pero sin asustar. Hubo un momento en que visualizamos faena, ligó Jiménez tres o cuatro pases con fuerza, mas fue perdiendo el hilo después mientras nos recuperábamos de la lluvia, que cayó como si fuera un castigo. El sexto tuvo guasa y ni por un lado ni por otro lo vio. Una tarde dura de pelar.


El País

Por Antonio Lorca. Qué pasa con los 'victorinos'

¿Qué pasa con los victorinos? Si lo supiera, al menos, el propio ganadero, con lo listo que dicen que es… Nadie lo sabe. Será el misterio del toro. Bonitos de hechuras, guapos de verdad algunos, pero blandos, muy blandos, descastados, sosísimos, sin un ápice de fiereza ni codicia. Ni siquiera derrocharon peligro, a excepción del sexto, y su comportamiento respondió más bien a pedazos de carne amorfa. Para colmo, el primero se astilló los dos pitones en un burladero, y el derecho le quedó como una auténtica escoba. Ya, ni ellos sirven de consuelo. Un año más, se apagó la única luz que alumbraba a una afición perdida entre tanta miseria.

No sirvió ninguno; contagiados todos por el virus de una desesperante sosería que impidió todo atisbo de lidia. No hubo toreo de capote, ni un solo quite, ni tercio de picadores, ni un toro largo en banderillas, y todos se hundieron en la muleta.

Un fracaso sin paliativos. Una nueva afrenta a la afición, que no sabe ya qué inventar para hacerse la encontradiza con un momento de emoción. Decididamente, en este mundo complejo, contradictorio, atrabiliario, pícaro y obsoleto del toreo ya nada es lo que dicen que un día fue. Hasta los victorinos se han vulgarizado. Un pañuelo, por favor… para secar una lágrima de desconsuelo.

Es curioso, por otra parte, que entre tantos defensores de la fiesta como han surgido por obra y gracia de los antitaurinos ninguno exija una autocrítica a los ganaderos, depositarios de un tesoro que, entre todos los taurinos, están dilapidando. Se acaba la casta, la bravura, la fiereza del toro poderoso, y toda la defensa consiste en atacar a los que rechazan la fiesta. Olvidan todos, preocupados sólo por sus propios intereses económicos, que la mejor defensa es un espectáculo íntegro, de toros vibrantes y toreros heroicos.

A este paso no serán necesarias leyes prohibicionistas; a este paso, la fiesta morirá por falta de riego sanguíneo, por falta de atención y desidia de todos los que dicen amarla.

Extinguida la afición, el público es jaranero e impropio de espectáculo tan supuestamente serio. Ayer, pareció volverse loco cuando Jiménez remedaba unos derechazos soporíferos. La banda de música ha perdido la categoría que atesoró al cabo de los años, y sonó jubilosa para acompañar al torero.

Quizá haya que recordar un valeroso par de banderillas al quiebro de Ferrera, al hilo de las tablas, que no justifica una actitud circense, aflamencada y cursi del torero, que sufrió una tremenda voltereta tras cerrarse él mismo la salida tras otro par junto a un burladero. Y un recuerdo, también, para un detalle de torería: Rafael Perea El Boni se negó a saludar tras dos pares ejecutados con efectividad, pero sin lucimiento. Su jefe de filas, El Cid, estuvo, pero ni tuvo ni pudo.


El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El problema es el sitio

La corrida de Victorino no fue buena. Ni de lejos. Adoleció además de una mala presentación por desigual y encerró un sobrero que nunca debió viajar desde los campos de Cáceres hasta Sevilla. Pero lo cortés no quita lo valiente: dentro de la decepción global no se pueden negar las posibilidades que, en distinta medida, brindaron algunos de los ejemplares del paleto de Galapagar. Tampoco hay forma humana de tapar el petardo de los tres espadas ocultándolo dentro del deficiente juego del encierro.

Un petardo del que no se salva ni el apuntador y que salpica de una manera preocupante y desgraciada al torero sobre el que se montó esta corrida para la que se habían barajado otros alternantes.

Es cierto que El Cid no tuvo opciones con el segundo de la tarde, que sacó el aire de alimaña de algunos de los toros de Victorino. El animal, alirado y con pinta de bichejo decimonónico, no pasaba en la muleta, hacía hilo con el torero y le buscaba los alamares. Lo mejor que hizo el de Salteras fue irse con prontitud a por la espada. Esa misma prontitud se echó en falta en la lidia premiosa, llena de tiempos muertos que le administró su cuadrilla. Y es que la solemnización de todos los tempos del toreo empieza a ser desesperante.

El caso es que a El Cid le tocaría lidiar finalmente el esmirriado sobrero que había encerrado en los chiqueros por flojera del titular. El sustituto fue más flojo aún y fue coreado a los gritos de “¡eso es una cabra!” por algunos parroquianos que ya andaban cortos de paciencia. Con dos buenos muletazos, El Cid enseñó las posibilidades del animal para mostrar a continuación un penoso catálogo de dudas, rectificaciones y pasitos de perdiz que evidenciaron que aún anda hundido en el pozo hondo y oscuro de la pérdida del sitio. Es lamentable ver a un torero de su alcurnia enseñar así sus barcos desarbolados. No sólo lo que queda de Feria, toda la temporada se le pone ya muy cuesta arriba.

En cualquier caso, el mejor toro de todo el encierro fue el primero y le tocó a Ferrera. El extremeño desesperó al santo Job en un segundo tercio lleno de preparaciones horteras resuelto con tres vulgares pares que se cerraron con una fea e incruenta cogida por su empeño en abusar de unos terrenos -prácticamente encerrado entre el toro y el burladero- que eran imposibles. Luego no fue capaz de estar a la altura de las embestidas enclasadas de un toro que, en la muleta, no pareció de Victorino Martín. El animal no estuvo sobrado de motor pero sí albergó grandes dosis de nobleza que el diestro extremeño desperdició en un toreo periférico y poco comprometido. Ferrera no acertó nunca con el temple ni en la colocación propiciando que el toro se frenara prematuramente sin acertar a cruzarse con él ni una sola vez. La misma canción se iba a repetir en el cuarto, al que esta vez sí banderilleó con brillantez y acierto: esperando al toro en los medios en los primeros pares; resolviendo un quiebro muy en corto y hacia adentro en el último par. Pero con la muleta cambió la canción. El toro tenía sus cositas, se lo pensaba a veces, pero acababa tomando la muleta sin que su matador evidenciara la más mínima firmeza, sin que hubiera rotundidad en el trazo y apuesta verdadera. El astado le acabó sorprendiendo por quedarse siempre en esos terrenos de las afueras que nunca fue capaz de traspasar escenificando una batalla con el animal que no era tal.

El convidado más petreo del cartel era el madrileño César Jiménez, otra promesa malograda que dejó muy claro en Sevilla porqué se encuentra descabalgado del gran circuito del toreo. La verdad es que el tercero de la tarde quedó inédito mientras Jiménez describía órbitas por allí sin decidirse a dejársela puesta para que repitiera. El toro reponía con prontitud, no terminaba de completar los viajes, pero tenía media arrancada de la que el diestro de Fuenlabrada no logró sacar nada en claro mientras se sucedían los muletazos sin demasiado orden ni concierto. César Jiménez iba a consumar su particular naufragio sevillano sin saber por dónde meterle mano al deslucido sexto. Vaya tela, como andamos.


Autores

Por Gastón Ramírez. !Misión cumplida!

Eso dijimos en el tendido 8 cuando apuntillaron al sexto. No sé, en un mundo decente debían dar medallas y cenas gratuitas a los aficionados sevillanos que lidian el aburrimiento y soportan a los descamisados del AVE sin chistar.

Yo apoyo la intervención de la fuerza pública para desalojar del templo a los chuflas madrileños que se permiten gritar: ¡Miau!. Los extranjeros de Madrid ya casi nunca van con respeto al rito de La Maestranza. Vamos, que si la corrida de Victorino ha sido un petardo, sólo comparable al del año pasado, eso no da derecho a los trasnochados de arriba de Despeñaperros para evidenciar su zafiedad y gritar tonterías.

En otro orden de ideas, el juego de los toros del ganadero de Galapagar fue como para, en otros tiempos, prender fuego a las partes combustibles de la plaza. Aunque para eso se requiere a una multitud despierta y beligerante, y hoy, para cuando se regresó a los corrales al cuarto (por débil), casi todo mundo estaba medio dormido y sólo soñaba en corridas por venir.

Bien presentados los victorinos, sí, pero nada del otro mundo. El encaste Saltillo impresiona mucho en España, por razones bastante incomprensibles para el que viene de México y está acostumbrado a ese tipo de bichos.

El juego de los bureles me hizo sentirme, tristemente, en casa. Mansedumbre, debilidad, falta de raza y hasta un poco de genio; eso vimos hoy, y eso no es el toro bravo ni aquí ni en China. Allá el señor ganadero de apellidos Martín Andrés, su hijo y sus malas conciencias. Si se presume de tener el filón de la bravura, y las reses bravas(?) más preciadas por los aficionados, entonces no se puede estar a gusto con mandar a la mejor plaza del mundo toros descastados, claudicantes e inútiles para el lucimiento.

Ferrera estuvo enorme cubriendo el segundo tercio. Hay a quien no gustan las apreturas ni los quiebros, ni los saltitos, ni nada a la hora de clavar los palos; pero ese par sesgando por dentro al primero y ese par al quiebro al cuarto fueron un monumento al valor, al sitio y a las ganas de jugarse la piel por agradar al respetable.

El Cid estuvo falto de firmeza, pero ninguno de sus toros tenía un pase bueno. La gente (que le quiere, y por tanto es injusta) le pitó soezmente y no le toleró un pasito de más, ni un momento de duda. ¿Qué habrá sido de los buenos aficionados sevillanos, de esos que utilizaban el silencio como un estilete florentino, milimétrico y dolorosísimo? Quizá han sido sustituidos por ruidosos futboleros coléricos, y ya son únicamente una minoría en peligro de extinción.

De César Jiménez debe decirse que sorprendió gratamente a los entendidos, pues parece haber trocado su anterior hieratismo por una cierta naturalidad agradable. En su primero la banda le acompañó algunas tandas y en su segundo bastante hizo con poner de manifiesto la peligrosidad del toro.

Mis respetos para Rafael Perea, “El Boni”, de la cuadrilla de El Cid. Estuvo en señor tanto con el capote como con los palos. Y desparramó pundonor y torería al no admitir la ovación que le tributaban enfervorecidos villamelones, cuando el sabía que -pese a sus encomiables intenciones- había clavado mal el último par al quinto de la tarde.

En el otro platillo de la balanza hay que poner a “Alacalareño”, subalterno a las órdenes el mismo Manuel Jesús Cid. Este cristiano tuvo a bien afirmar su vocación de caballero en plaza, pero tendrá que procurarse un caballito y dejar de rejonear a pie.


El Mundo

Por Carlos Crivell. Suspenso general para toros y toreros

En los corrillos se decía que la de Victorino no podía fallar. Después del fracaso del año pasado, el ganadero seguro que se esmeraba en mandar una corrida bien presentada y de buena nota. Como no se anuncia este año en Madrid, la corrida más importante, decían los aficionados, tenía que ser la de Sevilla.

En cuanto a la terna, el comentario era unánime. Ferrera debía jugarse el todo por el todo en la Maestranza para demostrar la injusticia que le han hecho en los carteles de San Isidro. Para César Jiménez, la corrida era el posible salvoconducto para volver al circuito de las ferias del que salió hace ya algunos años.

¿Y qué suponía la corrida para El Cid? El de Salteras tenía la ocasión de reverdecer laureles con sus toros preferidos. Debía cerrar la dinámica de torero en estado de incertidumbre que le ha acompañado en la pasada temporada. La de Victorino del mano a mano con Morante le quitó el sitio; ésta se lo podía devolver. A Manuel Jesús le hacía falta un golpe de mano para volver a dejar claro que es un gran torero.

Así se hablaba en los corrillos de los alrededores de la plaza. En el fondo, muchas esperanzas. La dura realidad del festejo, malo y soporífero, fue un golpe en mal sitio a la Fiesta de los toros, que anda necesitada de corridas buenas, de toros bravos y encastados y de buenos toreros.

Victorino consuma su segundo año instalado en la mediocridad en la Maestranza. Si Palha debe descansar, Victorino anda por el mismo camino. Dentro de una mala corrida, carente de bravura y codicia, la corrida tenía gato encerrado: el sobrero. El que aprobó ese toro debe dimitir de inmediato. Era una raspa sin cuernos. Lo habían dejado escondido en los corrales, tal vez pensando que nadie presenciaría su mínima anatomía, pero el destino estaba escrito y salió en quinto lugar. Fue un toro de escarnio para una plaza de primera. El resto de las reses, sin ninguna de las características que adornan al toro bravo. Tenía incluso problemas de esos que no gustan a los toreros. Casi todos desparramaban la vista como si le hicieran una radiografía a los lidiadores.

Pero toda la culpa de este triste festejo fue sólo de los toros. También la terna puso de su parte lo necesario para que el resultado final haya sido escandaloso en sentido negativo. Se podría salvar a Ferrera, que estuvo muy premioso en las banderillas del primero y muy bien en las del cuarto. El que abrió plaza le echó manos en el último par de banderillas. La fortuna estuvo al quite. Anduvo porfión en los dos toros con la muleta, con mayor mérito en el cuarto que le lanzó miradas que no eran de amistad.

El Cid tiró por la calle de enmedio en el segundo, incierto y probón, para intentarlo en el sobrero, tan noble como soso, al que le dio pases buenos que no se tuvieron en cuenta ante la falta de fuerzas de un animal tan escuálido. Al margen de todo, de nuevo quedó la impresión de que este Cid no es mi Cid.

Si César Jiménez se jugaba volver a las ferias, es probable que deba esperar. El tercero se dejó torear y algunos pases completó el madrileño por la diestra. No se puede quejar Jiménez, que llegó a escuchar a la banda de Tejera sonar en honor de una faena mediana. El nivel de exigencias del grupo musical baja todos los años. Ni la música levantó la calidad de los muletazos. En fin, le quedaba el sexto. Jiménez sufrió un ataque de pánico, probablemente justificado, pero se supone que es torero para arriesgar algo más, porque lo que hizo el de Fuenlabrada lo hace uno que empieza y lo mandan al paro eterno. Al menos, hubo un torero en la plaza: El Boni.


Sevilla Temporada 2010

sevilla_150410.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:26 (editor externo)